lunes, 10 de junio de 2024

LOS COCHINOS DE TÍO PESETA

Juan García García (1927-2012), más conocido como "Tío Peseta", fue uno de los ganaderos más emblemáticos de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) en la segunda mitad del siglo XX.
Nacido en el seno de una importante familia cabrera y porquera, una vez independizado se dedicó a la cría de ganado ovino y vacuno y al cultivo de castaños y tabaco, engordando todos los años buenos cochinos para la matanza, siendo además un experto matarife al haber trabajado durante algún tiempo como carnicero en Vallecas (Madrid).

Los cochinos de tío Peseta.

Hace ya bastantes años, Tío Peseta me contó sus muchas vivencias con los cochinos y tal y como él lo contaba, lo transcribo a continuación:
"Me llamo Juan García García, aunque todo el mundo me conoce como "El Peseta" porque era el mote de mi padre, Anastasio García García (1896-1974) que era ganadero y labrador como yo. Nací en 1927 y desde 1929 mi padre y yo estuvimos viviendo en casa de mi abuela Vicenta García Díaz (1874-1955), conocida como "La Jambrina", que era ya viuda y vivía con mi prima Nicolasa.
Mi abuela fue cabrera, borreguera, labradora...y también porquera, dedicándose a la cría y al engorde de cochinos para la venta.

Tía Vicenta "La Jambrina".
(c) Familia De la Calle.

Cuando vivía mi abuelo Juan García Hernández (1864-1927) que era natural de la Nava del Barco, compraban y engordaban un par de cochinos para la matanza pero al casarse mi tía primero y mi padre después, ya sólo cebaban uno.
Al volver a vivir más gente en casa y sobre todo al volver a comprar una piara de cabras, mi abuela decidió volver a engordar todos los años un par de cochinos.
Los compraba cuando eran chiquitillos y pesaban 1 ó 2 @, normalmente en la otoñada y los engordaba hasta diciembre del año siguiente. Los teníamos en la cuadra de casa. En la planta baja estaban la bodega para las patatas y la cuadra para los cochinos y las bestias (caballerías) y en la primera y segunda planta estaba la vivienda.
La cuadra tenía el suelo de lanchas de piedra para que no se embarrase y una pila o camellón de piedra para echar de comer a los cochinos.

Camellón en una cuadra tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los primeros meses, los cochinos se alimentaban con el brebajo, que se hacía cociendo patatas y centeno en grano en un puchero o caldero hasta que se formaba una pasta espesa que se echaba tal cual en el camellón o mezclada con un poco de suero del queso, que era muy buen alimento para los cochinos.
Se les echaba el brebajo por la mañana y por la tarde y a veces se les echaba a mediodía un cubo de suero.
Cuando nos íbamos a la sierra con las cabras en el mes de junio, se les seguía alimentando igual. Se los tenía encerrados en una cochinera al lado de la choza por las noches para que no se los comieran los lobos y de día se los soltaba para que hozasen y comiesen hierba por los alrededores.

Cochino suelto en el campo.
(c) Abel Pache Gómez.

En septiembre, cuando volvíamos de la sierra, teníamos las cabras en distintos corrales pero los cochinos los traíamos a la casa del pueblo para cebarlos convenientemente.
Se dejaba de echarles suero porque se decía que dos o tres meses antes de la matanza no debían comerlo para que la carne tuviese buen sabor y los chorizos, morcillas, jamones y demás cosas de la matanza se secasen bien. De todas formas, como la mayoría de las cabras nuestras parían de tempranas en el mes de octubre o noviembre, ya en septiembre estaban secas y sólo se sacaba algo de leche de las tardías y poca cantidad, así es que tampoco había mucho suero. El que había se echaba a los perros mezclado con pan e higos secos y les alimentaba mucho. Por eso decían "vives mejor que la perra de un cabrero en el mes de septiembre".
Se echaba a los cochinos entonces el brebajo, harina de cebada, bellotas, fruta, castañas que no valían para vender, higos, panizos....de todo.
En diciembre, se hacía la matanza cuando los cochinos pesaban 12 ó 14 @. 

Colgando los embutidos de la matanza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Siempre antes de hacer la matanza, ya compraba mi abuela los cochinillos para la siguiente. Aunque no andaba mal de dinero, se dio cuenta que era un gasto importante tener que comprar dos cochinos todos los años y, además, como cada vez teníamos más cabras había y teníamos suero de sobra y poníamos mucho centeno, cebada, patatas y cogíamos muchas castañas, sobraba comida para tener unos pocos de cochinos.
Decidió entonces mi abuela dedicarse a la cría de cochinos sin abandonar las demás actividades por lo que compró una cochina de cría y un verraco. Desde ese momento, dejó de subir a la sierra en verano para dedicarse ella a los cochinos mientras nosotros seguíamos subiendo a la sierra con las cabras y los cochinos de engorde como siempre.

Cochina de cría.
(c) Javier Bernal Corral. 

Desde aquel momento, que sería por el año 32 ó 33, tuvimos siempre 1 ó 2 cochinas de cría, el verraco, dos cochinos para la matanza y los cochinillos que parían las cochinas y que se iban vendiendo poco a poco.. Eran cochinos negros porque en aquellos tiempos no los había de otra clase. Tenían mucho y buen tocino y mucha grasa o gordo como decimos nosotros. En aquellos tiempos el tocino se valoraba mucho porque se comía cocido todos los días y no se echaba en el puchero más que garbanzos, carne de cabra y tocino. Además, los hombres cuando iban a trabajar al campo o con las cabras a la sierra, comían mucho tocino crudo con pan porque daba mucho alimento.
En las matanzas, lo que más se hacían eran morcillas de calabaza porque al ser cochinos poco magros no se hacían muchos chorizos y salchichones.

Pelando y picando la calabaza para hacer las morcillas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las cochinas parían en octubre o noviembre y otra vez en la primavera.  Solían tener 5 ó 6 cada vez aunque una vez una parió 11, algo muy raro entonces. Me acuerdo que aquella vez tuvimos que quitarla algunos y criarlos con leche de cabra.
Se vendían cuando tenían 1 ó 2 meses a la gente del pueblo o de otros pueblos porque hasta de Valdelacasa de Tajo venían a comprarlos unos clientes con los que mi abuela tenía muchos negocios. Así estuvimos varios años y sacábamos bastante dinero. Era buen negocio. 

Cochina con sus cochinillos.
(c) Javier Bernal Corral.

Como los que compraban los cochinillos solían ser del pueblo y mi abuela sabía que tenían poco dinero y que era difícil conseguirlo, les daba la posibilidad de pagar el cochinillo con lomos o jamones que luego mi abuela curaba y vendía al igual que vendía los que sacábamos nosotros de nuestros cochinos, ganando de esa manera más dinero.
Estos productos se vendían en Plasencia donde mi abuela tenía un primo médico que se encargaba de poner a sus pacientes en contacto con mi abuela y también se vendía en El Barco de Ávila y los pueblos del Aravalle, donde mi abuela conocía a mucha gente porque mi abuelo tenía una hermana y muchos parientes en Santiago de Aravalle.
En el pueblo y en los pueblos de alrededor no solían venderse porque toda la gente hacía matanza aunque algún médico, secretario y hasta algún cura, compraban algún chorizo, salchichón o lomo. Como he dicho, estos embutidos se hacían poco y eran bastante caros.

Lomo adobado y curado.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el año 36, mi prima y yo nos fuimos solos con el cabrero que trabajaba con nosotros a la sierra de Jerte con las cabras. Estuvimos en la finca de La Solisa.
Nos llevamos un par de cochinos para engordarlos con el suero porque se hacían 24 quesos diarios de 2 kilos cada uno. Teníamos por entonces 580 cabras de ordeño y en total había 714 más chivas y machos.
Los cochinos estaban sueltos cerca de la choza en la que vivíamos y por la mañana y por la tarde se los echaba el suero y el brebajo. El resto del día lo pasaban hozando y comiendo arraclanes y víboras que había a más no poder en aquel sitio. Siempre decían que los cochinos de los cabreros eran tan buenos porque además de estar sueltos, comían muchas víboras.

Cochinos en la sierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque teníamos los dos cochinos, sobraba suero y se lo echábamos a la perra y lo bebíamos nosotros pero como seguía sobrando, cada dos días iba mi padre y se traía al Guijo algunos cántaros y mi abuela decidió engordar dos cochinos más en el pueblo así es que aquel año matamos 4 cochinos grandísimos y vendimos mucha matanza.

Cochinos comiendo panizos.
(c) Abel Pache Gómez.

Mi abuela tuvo una nueva idea y fue hacerse porquera. Ya sólo vendía algunos cochinillos pequeños y el resto los llevábamos a nuestra finca de Santonuncio donde los engordábamos para venderlos en junio cuando pesaban 4-5 @, en agosto cuando pesaban 6 ó 7 @ o ya en el otoño con 8 ó 9 @. Se vendían incluso algunos ya en diciembre con 10-12 @.
Se vendían entre 25 y 30 cochinos ya grandecillos o cebados todos los años además de los cochinillos. Si alguno se quedaba sin vender, se mataba y luego se vendían los jamones, los lomos y alguna cosa más.

Cochinos cebados.
(c) Embutidos Gregorio Cruz e hijos.

En junio era cuando más cochinos se vendían y los compraba gente del pueblo, normalmente vaqueros que, como tenían vacas negras para carne, no tenían mucho suero para los cochinos.
Los de 8 ó 9 @ no solían venderse aquí. Se los llevaba gente de Aldeanueva, Jarandilla o Losar. Aquí si alguien compraba alguno era raro y porque se le hubiese muerto el que tenía.
También se vendían algunos que pesaban ya 14 ó 15 @ y estaban listos para matarse. Esos solía comprarlos gente rica que no tenía sitio para engordarlos como médicos, secretarios, maestros.
El precio variaba en función del peso por lo que quien quería un cochino grande, tenía que tener en cuenta que era más caro. Los cochinos más grandes daban mucho beneficio y aunque se vendían a lo mejor 6 ó 7 al año, compensaba.

Cochinos.
(c) Juan José Calvente Cózar.

Nosotros no estábamos todo el año en Santonuncio con las cabras así es que mi abuela pagaba a los medieros que se encargaban de las tierras para que cuidasen también los cochinos. Por las noches los encerraban para que no se los comiesen los lobos y por las mañanas los sacaban a hozar en un matón de robles donde estaban todo el día. Les echaban brebajo, panizos, cebada, fruta...y todo lo que mi abuela les dijese.
Mi abuela les pagaba por el trabajo y solía regalarles algún cochinillo para que pudieran hacer su matanza además de darles algunos chorizos de nuestra matanza.

Finca de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Santonuncio es una finca ideal para la ganadería y para criar cochinos. Por entonces no teníamos todavía el corral grande que mandó hacer mi abuela en el año 50 pero teníamos un corral más pequeño para la cabras y un par de sequeros para las castañas. Precisamente en el corral, si no estaban las cabras y en el piso de abajo de los sequeros era donde se encerraban los cochinos por la noche.
Fuera, había camellones de madera para echarlos de comer. Eran como los de piedra pero hechos con medio tronco de roble ahuecado.

Camellón de madera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En la finca había mucha agua y los cochinos podían bañarse y estar sueltos a la sombra de los castaños menos en la época de recogida de las castañas porque si no, se las comían.
Los porqueros tenían que vigilarlos para que no entrasen en la parte de la finca donde sembrábamos patatas y centeno y para eso teníamos siempre un perrillo carea.
En Santonuncio se dan muy bien el centeno y las patatas. Poníamos mucho centeno y lo machábamos allí mismo en la era que hay. Las patatas gordas las traíamos al pueblo, pero las "menúas" o pequeñas se dejaban allí dentro de los sequeros o en un hoyo para luego para luego hacer el brebajo de los cochinos.

Era de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Así estuvimos hasta el año 43, por lo que fueron alrededor de 10 años los que fuimos porqueros y 6 años en los que se sacó muchísimo dinero al vender cochinos de todos los pesos y entre ellos algunos ya matanceros.
Pero mi abuela decidió vender las cabras y comprar borregas porque la lana empezó a valer mucho dinero y las cabras eran un ganado muy esclavo. Al no tener el suero del queso, mantener las cochinas no tenía cuenta.
Además, mi prima Nicolasa se casó y se fue de casa en el 43 y mi padre se casó también en el 44 por lo que en casa nos quedamos sólo mi abuela y yo.

Pastor con las ovejas y el morral colgado.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fue precisamente en aquellos años, cuando yo pasé algunas temporadas en Madrid con mi tío Marcelino, primo de mi padre, y su mujer. Como yo no había podido ir casi a la escuela y mis tíos no tenía hijos, querían que me fuese allí para estudiar y para ayudar a mi tío que era carnicero. Allí aprendí yo a matar y aviar los cochinos.
Estuve allí algunas temporadas pero mi abuela no estaba muy conforme y al final me tuve que venir al pueblo para ayudar con las ovejas. Después me fui del pueblo para hacer la Mili y estuve 3 años en Melilla donde por cierto me tocó ser carnicero en el cuartel aunque allí maté y avié pocos cochinos porque la carne que más comíamos era de mulo y de camello. La de mulo estaba mala porque era de mulos viejos pero la de camello estaba bastante buena.

Tío Marcelino y tía Catalina.
(c) Familia De la Calle.

Los clientes a los que mi abuela vendía jamones, lomos, chorizos y salchichones decían que les daba pena quedarse sin esos productos pero a mi abuela se le ocurrió otra idea muy buena. Como desde hacía años era prestamista, comenzó a decir a la gente que en lugar de devolver el dinero prestado, lo podían devolver mediante jamones, lomos, chorizos y salchichones de modo que ella pudiera continuar con su negocio de exportación de embutidos y jamones.

Jamones en la bodega.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

 En el año 52, yo me casé con Marcelina de la Calle Vicente "La Senagüillas" y nos fuimos a vivir a una casa que nos dio mi abuela, de forma que ella se quedó sola. Nos casamos en marzo y nos regaló un cochino pero ella se quedó el otro que tenía porque seguía teniendo las ovejas y tenía que preparar diariamente el morral para el pastor. Esto lo hizo hasta el año 54 cuando decidió partir las ovejas y nos dijo que ya teníamos que encargarnos nosotros de contratar pastor y prepararle el morral aunque como tenía todavía cochinos, mataría ese año por última vez.
La verdad es que la matanza de diciembre del 54 fue la última para mi abuela porque murió en marzo del 55.

Piara de ovejas.
(c) Deme González Calvo.

Como digo, desde el año 52, Marce y yo criábamos nuestro cochino y hacíamos la matanza.
Vivíamos en una casa muy grande en la Calle La Mata que tenía la cuadra en la planta baja. Metíamos allí la yegua y el mulo que teníamos y el cochino. Al principio, sólo matábamos uno porque al estar los dos solos, teníamos suficiente.
Como no teníamos cabras y no hacíamos queso, no teníamos suero para el cochino así es que le comprábamos en junio a algún cabrero del pueblo que eran los que los criaban. Después, cuando ya tuvimos a los muchachos, empezamos a engordar dos cochinos.

Marce con sus hijos José, Ángela y Vicenta.
Detrás, su hermano Agapi.
(c) Familia De la Calle.

Hasta el año 55 tuvimos el cochino en la cuadra de la casa donde vivíamos, pero luego nos mudamos a otra que es en la que vivimos ahora y que no tenía cuadra así es que teníamos el cochino en la cuadra de la casa de antes y Marce tenía que ir todos los días por la mañana y por la tarde a aviarle, limpiar la cuadra y demás.
Iba por la mañana, le echaba el brebajo y cuando se lo comía, le soltaba para que fuese al Corral de los Cochinos, que estaba al lado de aquella casa. Era un corral donde todos los cochinos del pueblo pasaban el día bañándose en el barro. Por la tarde, los soltaban y volvía cada uno a su casa. Marce le echaba de comer otra vez y se volvía a casa.

Cochino hozando en el barro.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el año 60 vendimos las ovejas, o borregas como decimos aquí, y compramos vacas suizas. 
Como teníamos mucha leche y hacíamos queso casi todos los días, ya teníamos otra vez suero para los cochinos y volvimos a comprar cochinos chicos en el otoño antes o después de la matanza de ese año y a echarlos el suero además del brebajo.

Vacas suizas.
(c) Pilar Domínguez Castellano.

Seguíamos poniendo muchas patatas, centeno, cebada y cogíamos muchas castañas como en tiempos de mi abuela y además poníamos nabos y remolachas para las vacas y también para los cochinos.
Habíamos criado siempre cochinos negros pero en esa época empezamos a comprarlos también colorados porque eran un poco más magros aunque tenían bastante tocino. Como estos cochinos ya tenían más magro, se hacían muchos chorizos y salchichones.

Cochino colorado.
(c) Abel Pache Gómez.

Todavía había cochinas negras en el Guijo aunque cada vez eran más raras y había que irse a otros pueblos en busca de cochinos.
Los mejores cochinos de estas sierras eran los de Paulino el de Jerte. Desde El Guijo iba gente a comprárselos, pero había que traerlos por la sierra y eso era muy trabajoso.
También había muchos cochinos en Jarandilla, Aldeanueva y Losar que era el pueblo con más cabreros y todos tenían por lo menos una cochina de cría. Como los cochinillos de los cabreros, no los había. Eran los mejores.
Yo me iba con una bestia y dos covanillos o cestos grandes y me traía un par de ellos. Era menos complicado que cruzar la sierra hasta El Melocotón, que era donde los tenía Paulino.

Cochina con cochinillos.
(c) Abel Pache Gómez.

Además de criar un par de cochinos, teníamos con las vacas un borrego para matarlo y hacer unas morcillas que aquí se llaman morcillas de verano y que llevan carne y gordo del cochino, carne de borrego, un poco de calabaza, sangre, pimentón y sal. 
Estas morcillas duran más que las de calabaza y por eso se comían cuando las otras se acababan y solía ser ya por el verano. Podían comerse crudas, pero lo normal era comerlas en el cocido.
Como no teníamos borregas, teníamos que comprar el borreguillo a algún cabrero que tuviese algunas borregas. A veces, aprovechaba cuando iba a comprar los cochinillos y compraba también un borrego.

Borrego.
(c) Alexis Ávila Pulido.

Compramos y engordamos cochinos negros y colorados muchos años, pero luego ya la gente empezó a criar cochinos blancos y los otros eran difíciles de encontrar.
La gente ya quería cochinos que no tuvieran tanta grasa o gordo como decimos nosotros, porque decían que era malo. También querían cochinos que engordasen más rápido.
A mí no me gustaban mucho los cochinos blancos porque en casa nos gustaba mucho el tocino, las morcillas de calabaza y las morcillas de verano y para eso se necesitaba mucho gordo y si los cochinos eran blancos, había que dejarlos mucho tiempo para que tuviesen el mismo gordo que los negros.

Cochinos blancos.
(c) Antonio Acosta Acuña.

Muy pocas familias tenían cochinas en el Guijo, así es que había que ir a otros pueblos en busca de los cochinillos. Como yo no tenía coche, tenía que ir como antes con la yegua o el mulo y comprar los cochinillos, cargarlos en covanillos y traerlos al pueblo.
Eso se podía hacer si eran chicos porque si eran grandecillos, era imposible y como hubiese que traerlos andando e hiciese calor, se podían asfixiar.

Cochina blanca con cochinillos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los seguíamos teniendo en la cuadra de la casa antigua y era bastante trabajo para Marce y los muchachos tener que ir a echar de comer al cochino porque eso era lo malo de tener estos animales en el pueblo y no en las fincas: las mujeres y los muchachos eran los que se hacían cargo de ellos porque los hombres nos íbamos al campo por la mañana temprano y a veces no volvíamos hasta por la noche.
De todas maneras, como los cochinos eran animales muy valiosos, eran mejor tenerlos en casa por si te los robaban, cosa que yo no recuerdo que pasara nunca pero mejor prevenir que curar.

Cochino bebiendo suero.
(c) Dionisio Prieto Cuarto.

Así tuvimos los cochinos más de 20 años, desde el 52 que nos casamos hasta el 74 cuando se murió mi padre y al partir las cosas, la casa donde teníamos la cuadra fue para mi hermana.
Entonces tuvimos que buscarnos una cuadra nueva y aprovechamos que al lado de casa teníamos un huerto para hacer una casa nueva con cuadra y bodega en la planta de abajo.
La cuadra estaba bien diseñada. Tenía cuatro pesebres, uno de ellos para la yegua separado del resto con unos palos y unas tablas y otros tres para chotos. Al fondo, había dos juches bastante amplios, uno para encerrar chotos pequeños y el otro para los cochinos.
De esta manera, los podíamos atender mejor.

Cochinos en un juche.
(c) Eduardo Díaz González.

Ya por entonces, casi toda la leche de las vacas se entregaba al camión que venía a recogerla, menos una parte que se vendía en casa. Algunos días hacíamos queso pero al no tener tanto suero todo el año, comprábamos cochinos ya grandes en junio que era cuando empezaba a haber fruta que se estropeaba, patatas tempranas y demás para echarlos de comer. 
También se compraba ya pulpa de remolacha que era muy barata y era buen alimento.

Cochinos bebiendo suero.
(c) Dionisio Prieto Cuarto.

Seguíamos haciendo todos los años una buena matanza. Con los dos cochinos y el borrego hacíamos chorizos, salchichones, morcillas frescas, morcillas de calabaza, morcillas de verano, chofes, lomos...
Los jamones y las paletas se picaban para hacer salchichones pero siempre dejábamos alguno y alguna paleta para el gasto de casa. 
Ya no eran tiempos de miseria y había dinero para comprar cochinos sin necesidad de vender los jamones.

Secando la matanza.
(c) Silvestre de la Calle García.

Aunque nos gustaban y nos siguen gustando las cosas de la matanza, tuvimos que dejar de hacerla. Marce se puso enferma y no podía hacerse cargo de los cochinos y de todos los preparativos de la matanza.
Hicimos matanza algún año más porque a mis hijos les gustaba y se les daba bien pero con el paso del tiempo, vimos que era demasiado trabajo y mucho engorro.

Angelita, hija de Tío Peseta, haciendo las morcillas.
(c) Familia de la Calle.

Ahora yo ya estoy jubilado y ayudo a los cuñados cuando hacen las matanzas porque se me da bien aviar los cochinos al haber sido carnicero en Madrid como ya dije antes.
Siempre nos dan los cuñados algo de tocino, alguna morcilla y demás pero ya se puede comprar todo eso en las tiendas.
Si Marce estuviese bien, seguiríamos haciendo matanza porque ella valía muchísimo para todas las cosas del campo y de la casa, pero así es la vida.

Tío Peseta aviando un cochino.
(c) Familia De la Calle.

Toda mi vida estuve entre cochinos y tengo muchos recuerdos de ellos. Ahora sólo tengo 3 vacas con sus tres chotos, una yegua y trece gallinas pero todos los días me acuerdo de aquellos tiempos cuando en casa de mi abuela teníamos tantas cabras y tantos cochinos. Mi abuela siempre decía que había tenido entre manos muchos negocios, pero que ninguno le había dado tanto dinero ni le había gustado tanto como el de los cochinos y es verdad, porque gracias a ellos prosperamos mucho. Pero en fin, los tiempos cambian...

Tío Peseta con una vaca.
(c) José García de la Calle

NOTA FINAL DEL AUTOR.
Muchos lectores saben la relación que me unía con Tío Juan "El Peseta" y se explican perfectamente que pueda contar su historia con todo lujo de detalles, pero para quienes no lo sepan, he de decir que Juan García García era mi abuelo materno.
En aquellos últimos años en los que tenía solamente vacas, gallinas y la yegua, yo pasaba la mayor parte del tiempo con él y me contó todas estas historias que luego serían refrescadas y completadas por mi tía Nicolasa Sánchez García (1922-2012).
Han pasado muchos años desde que mi abuelo y mi tía me relataron estas historias, por lo que también ha sido decisiva la ayuda de mi madre, Vicenta García de la Calle, para hablarme de todos esos años en los que mis abuelos ya no criaban y sólo cebaban un par de cochinos, y por supuesto el borrego, para la matanza.
A ellos se debe que yo puede escribir este artículo.


Mis abuelos Marce y Juan.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), creo que este artículo es una auténtica crónica histórica sobre la evolución de la cría de cochinos en Guijo de Santa Bárbara donde ya son pocas las familias que engordan cochinos y menos aún las que siguen manteniendo cochinas de cría.
Todo esto no se debe únicamente al cambio de usos y costumbres sino a las grandes dificultades burocráticas y de otra índole a las que se enfrentan los pequeños ganaderos en general y de porcino en particular.

Marcos y sus cochinillos.
¿El último porquero del Guijo?
Abril de 2024.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En mi caso concreto, y por razones que no vienen al caso, no crío cerdos ni hago matanza pero en Guijo de Santa Bárbara pueden adquirirse excelentes embutidos en Autoservicio Dani y en Tiendas Casa Alonso elaborados en distintos pueblos de Extremadura.
Y yo, que soy tataranieto de una porquera que llevaba parte de sus embutidos, jamones y lomos a clientes de El Barco de Ávila, a día de hoy adquiero extraordinarios embutidos en la empresa barcense EMBUTIDOS Y JAMONES CHOPO donde os puedo asegurar que encontraréis unos productos de gran calidad cuyo sabor es similar cuando no idéntico a los que elaboraban nuestras abuelas en las matanzas.

Embutidos y jamones Chopo.
El Barco de Ávila (Ávila).

ARTÍCULOS DE INTERÉS:

- UN GANADERO DE LOS DE ANTES.

- LAS CABRAS Y LAS OVEJAS DE TÍA  VICENTA JAMBRINA.

- LA MATANZA.

Fdo: Silvestre de la Calle Hidalgo.
Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.

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