UN GANADERO DE LOS DE ANTES.

Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) ha sido desde siempre un pueblo de ganaderos y agricultores. 
Posiblemente, uno de los ganaderos más emblemáticos y recordados de la segunda mitad del siglo XX fuese JUAN GARCÍA GARCÍA (1927-2012), conocido por todos como "TÍO PESETA".

Entre cabras, ovejas y vacas, vivió Juan García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tuve la suerte de pasar muchas horas con él durante mi infancia y pude escuchar con gran interés sus historias. Este año cumpliría 95 años y, aunque ya no esté entre nosotros, desde EL CUADERNO DE SILVESTRE, queremos rendirle un sencillo homenaje contando su vida tal y como él nos la contó muchas veces.

Así recuerdan todos a tío Juan.
(c) José García de la Calle.

"Me llamo Juan García García y nací en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) el 12 de mayo de 1927. Para más señas, nací en la Calle Viriato.
Toda mi vida he sido ganadero y también agricultor, porque aquí no se entiende ser sólo ganadero o sólo agricultor. Mis padres eran cabreros y luego mi padre fue borreguero y vaquero. Yo, aunque tuve alguna cabra, fui borreguero y vaquero.
También he sido agricultor dedicándome fundamentalmente al cultivo del castaño y del tabaco.

Juan García García en 1999.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Mi padre se llamaba Anastasio García García (1896-1974) y era natural de Guijo de Santa Bárbara, siendo hijo de Juan Valentín García Hernández (1864-1927) natural de Nava del Barco (Ávila) y de Vicenta García Díaz (1874-1955) natural de Guijo de Santa Bárbara.
Cuando yo nací, mi abuelo Juan vivía todavía pero estaba ya bastante enfermo y por ser su primer nieto varón, me pusieron su nombre. Se alegró muchísimo cuando nací.

Anastasio García García, padre de Juan.
(c) Familia De la Calle.

Mi abuelo Juan vino a Extremadura en los años 80 del siglo XIX. Era segador de prados o "corito" como se dice en Castilla. Venía cada primavera y comenzaba segando en Robledillo, Losar, Jarandilla y Guijo de Santa Bárbara. Aquí se casó con mi abuela en 1892 y vivió hasta su muerte. Era de familia muy humilde y todos tuvieron que emigrar de Nava del Barco en busca de una vida mejor, aunque él siguió subiendo todos los años a visitar su pueblo natal mientras pudo.

Segando con la guadaña.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A mi padre le llamaban de mote "Tío Peseta" y yo, heredé ese mote hasta el punto de que a veces mucha gente no recuerda ni cómo me llamo porque siempre me llaman "Tío Peseta".
El motivo del mote se debe a que cuando mi padre era mozo, uno de sus mejores amigos fue a invitarle a su boda, pero mi padre estaba en la sierra con las cabras y no volvería hasta pasados unos días porque era la época de la paridera. 
Al volver al pueblo y enterarse de que su amigo se había casado le preguntó el motivo de no invitarle a la boda y su amigo le dijo que porque no le había encontrado en casa pero que para compensarle le daba dos opciones: o invitarle a comer o darle una peseta que, según los cálculos, era lo que había costado la comida de cada invitado que había asistido a la boda.
Mi padre, dijo que prefería la peseta. Al saberse aquello en el pueblo, todos comenzaron a llamarle Anastasio "Peseta".

Antigua moneda de 1 peseta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Es curioso porque mi abuelo, al ser de Nava del Barco (Ávila), era de mote "El Serrano" y mi abuela, como era muy "negocianta" y siempre estaba comprando y vendiendo todo lo que podía, era conocida como "La Jambrina".
Sin embargo, salvo alguna gente que llamaba a mi padre "Jambrina", la mayoría le llamaban "Peseta".
A la única hermana de mi padre, mi tía Visitación, la llamaban sin embargo Visita "La Serrana" como a mi abuelo y además luego se casó con un serrano, así es que con más motivo fue "La Serrana".

Tía Vicenta "La Jambrina" y tía Visita "La Serrana".
(c) Familia de la Calle.

Mi madre se llamaba Josefa García Gonçalves (1904-1938) y era natural de Guijo de Santa Bárbara, siendo hija de Esteban García Castañares (1872-1952) y de Alfonsa Gonçalves Castañares (1879-1904), ambos naturales de Guijo de Santa Bárbara.
Mi abuela tenía apellido portugués porque su padre era natural de Frãiao, en Braga. Yo no la conocí porque murió dos días después de nacer mi madre al caerse por las escaleras.
Cuando yo nací mi abuelo estaba casado con Quintina Castañares García (1869-1948) a la que yo consideré siempre mi abuela. Era prima hermana de mi abuelo y aunque estuvieron casados 44 años, no tuvieron hijos pero trató a mi madre y a su hermana como si fuesen sus propias hijas.

Casa de Esteban García Castañares.
Acuarela de Félix Perancho.

Tuve dos hermanas llamadas Alfonsa (1924-1981) y Visitación (1929-1930). Esta última murió con tan sólo unos meses y ni siquiera me acuerdo de ella.
Además de estas dos hermanas de sangre, me crié con mi prima Nicolasa Sánchez García (1922-2012) que era hija de mi tía Visitación (1901-1927), hermana de mi padre que murió unos meses después de nacer yo.

Nicolasa, Juan y Alfonsa en 1928.
(c) Familia De la Calle.

Cuando yo nací, mis padres, mi hermana Alfonsa y yo vivíamos oficialmente en una casa que era de mi abuela Vicenta en la Calle Viriato nº 1, al lado de la iglesia, pero sólo estábamos en el pueblo los dos o tres meses más fríos, viviendo el resto del año en la finca de La Cerquilla, donde mi abuelo Esteban tenía las cabras a medias con mis padres.
En una pequeña casilla, vivíamos nosotros cuatro, mis abuelos y mi tía Ramona, hermana de mi abuela Quintina y que pasaba muchas temporadas con nosotros porque era viuda y no tenía hijos.
En la finca de La Cerquilla, además de la casilla para vivir, había un buen corral para las cabras, naves o bancales para sembrar de todo, castaños y un bosque o "matón" de robles donde en otoño e invierno se recogía la hoja seca para la cama de las cabras y poder hacer así el estiércol.

Casilla de La Cerquilla.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como dije antes, mi tía Visitación murió en 1927 y su marido, mi tío Máximo Sánchez García, que era de Santiago de Aravalle (Ávila) y primo hermano de mi padre, se casó al año siguiente, por lo que mi prima Nicolasa se quedó a vivir con mi abuela Vicenta para que no estuviese sola.
Mi abuela Vicenta había vendido todas sus cabras menos una que se quedó para el gasto de casa y vivía con lo que sacaba de la venta de las castañas de su finca de Santonuncio. 

Castañas, base de la economía de la abuela Vicenta.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Sin embargo, mi abuela no se hacía sin las cabras y como aún era relativamente joven, decidió comprar cabras aunque mi padre y mi tío Máximo intentaron convencerla para que no lo hiciese diciendo que ellos se encargarían de mantenerlas a ella y a mi prima y que no les faltaría nunca de nada pero mi abuela decía que ella no era ninguna mendiga para estar dependiendo de nadie, así es que compró las cabras y contrató un cabrero, un criado como entonces se decía, para cuidarlas.

Piara de cabras Veratas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Pero mi padre no estaba tranquilo y quería ayudar a mi abuela Vicenta pero no podía dejar a mi abuelo Esteban solo con sus cabras por lo que mi madre y él tuvieron que tomar una decisión muy complicada: vivir cada uno con sus padres como si fuesen solteros pero como ya nos tenían a mi hermana y a mí, nos fuimos cada uno con uno de ellos. 
Mi hermana y mi madre se quedaron con mis abuelos Esteban y Quintina y mi padre y yo con mi abuela Vicenta y mi prima Nicolasa.

Finca de La Cerquilla.
(c) Silvestre de la Calle García.

Puede parecer que lo más fácil hubiese sido juntar todas las cabras pero resulta que eran diferentes.
Eran cabras de raza "Del País", semejantes a las actuales Veratas aunque más pequeñas y recogidas, muy adaptadas a vivir en la sierra y buenas para la producción de leche y carne.
La leche se utilizaba para hacer queso fresco que se vendía muy bien. El queso del Guijo siempre ha tenido fama.
Para carne se vendían los cabritos o chivos como decimos aquí con 1 ó 2 meses y también las cabras viejas y las que se quedaban machorras y no parían.


Queso fresco de cabra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las había de muchos pelos o colores y a cada cabrero le gustaban de una manera para diferenciarlas de las de los demás cabreros.
Las cabras de mi abuelo Esteban eran casi todas "revoladas". Son cabras coloradas con una línea negra en el espinazo y las patas y también en los laterales de la cabeza.
Según los cabreros de entonces, las cabras de mi abuelo Esteban eran las mejores que había en el pueblo y ciertamente, yo he visto muchísimas cabras en mi vida pero pocas como aquellas.

Cabra Verata "revolá".
(c) Silvestre de la Calle García.

Mi abuela Vicenta, tenía cabras de pelos oscuros: moruchas (negras), moruchas oriscanas (con las orejas y el morro blancos), "carrilleras" (con la cara de color rojizo)...
Había algunas de otros pelos aunque pocas: "cardenas" que son parecidas a las revoladas pero grises, "cardenas carrilleras" que ya casi no se ven, galanas que son de cualquier color pero con manchas blancas...

Cabra Verata "carrillera oriscana".
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Así es que así fue nuestra vida a partir de 1930. Éramos una familia rara y más en aquellos tiempos. Como a la gente le gusta tanto hablar, decían que mis padres se habían separado, cosa muy mal vista en aquellos tiempos.
La verdad es que no les quedó más opción. 
Mis abuelos eran todavía jóvenes como para estar todo el día sentados y "guardando" la lumbre en la cocina como se solía decir.
Mi padre, mi prima Nicolasa y yo vivíamos en el pueblo en la casa de mi abuela Vicenta. Era una casa muy grande y con un huerto enorme. Por abajo daba a la Calle de La Mata y por la de arriba a la del Puente.
Mi madre, mi hermana y mis abuelos Esteban y Quintina vivían todo el año en La Cerquilla, la finca de mis abuelos.

Tío Esteban era viejo para ir con las cabras a la sierra pero joven para quedarse "guardando" el puchero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Mi abuelo Esteban tenían unas 70 u 80 cabras grandes más los machos y las chivas de cría. En total unos 100 animales. Así podían cuidarlos sin contratar a nadie.
La mayoría de las piaras del Guijo eran así. 80-100 cabras grandes como mucho y de ahí para arriba poco. Había incluso hatajos de 60 ó 70 cabras grandes y gente que sólo tenía 1 ó 2 cabras.
Mi abuela Vicenta empezó con unas 100 cabras grandes en 1929 pero rápidamente aumentó la piara porque tenía una curiosa técnica de selección. Dejaba para vida todas las chivas que nacían y cuando ya parían por primera vez y daban leche, si veía que eran malas lecheras o que habían hecho mal parto, las vendía para carne.

Piara de cabras Veratas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Teníamos dos corrales para las cabras. Uno en Santonuncio y otro en Los Chorros, una finca de Jarandilla de la Vera, teniendo las cabras en primavera y otoño en Santonuncio y en invierno en Los Chorros, subiendo en verano con ellas a la sierra y viviendo en las chozas. Estuvimos bastantes años en la choza de Los Avesales.
Alquilamos también un corral en La Cuerda que era de tía Olegaria y llevamos las cabras allí en los meses de mayo y junio.

Corral en La Joya, similar a los antiguos corrales de tía Vicenta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Al principio, como no eran muchas, había poco problema para llevar la leche al pueblo. Cuando daban mucha, la llevaba mi padre en el mulo o la yegua y cuando era menos cantidad, Nicolasa y yo la llevábamos en los cántaros pero como la piara aumentaba mucho, mi padre compró un burro para que nosotros pudiésemos manejarle solos mejor.
¡Buena cosa hizo! No he visto en mi vida un burro más salvaje y eso que era poco más grande que una cabra. Una vez íbamos montados en él a Los Chorros y nos tiró a Nicolasa y a mí por una barrera. Caímos rodando unos pocos de metros y casi nos matamos así es que no volvimos a montarnos en él.

Burro similar al que compró Anastasio.
(c) Silvestre de la Calle García.

Sólo tengo malos recuerdos de aquel burro. Recuerdo un día ya casi de noche cuando volvía yo solo de Los Chorros con los cántaros de la leche. No tendría más de 7 u 8 años. El burro quería echar a correr todo el rato y tuve que agarrarle bien fuerte del cabezón. Se le pusieron los pelos de punta y de pronto a mí me entró un escalofrío terrible. Miré para atrás y vi un bicho con unos ojos amarillos. No sabía lo que era pero me dio miedo correr y que el bicho nos atacase. Miré varias veces hacia atrás y el bicho nos seguía. Ya cerca del pueblo, mire hacia atrás y no vi al bicho así es que eché a correr con el burro del ramal hasta llegar a casa. Cuando se lo conté a mi padre, me dijo que aquel bicho era sin duda alguna un lobo.

El lobo y el Perro Lobero de Cantabria (en la foto) tienen los ojos amarillos.
(c) Áurea Quintial.

Con esa edad, ya iba yo solo muchos días a la sierra con las cabras, sobre todo si mi padre tenía que hacer algo en el campo. Mi abuela o Nicolasa me preparaban el morral con pan, tocino, morcilla, queso... ¡y listo! Con mi manta y mi morral al hombro y la garrota en la mano, a la sierra con las cabras.
Si no llovía y no hacía mucho frío, se me ponían la manta de rayas blancas y negras pero si hacía mucho frío y llovía, me ponían el berrendo que es una manta fuerte de varios colores y que si estaba bien puesta, era como un impermeable aunque pesaba muchísimo.

El morral y el berrendo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No era yo solo. Todos los niños cabreros llevamos esa vida. No podíamos ir a la escuela ni nada así es que por la noche, si no estábamos muy cansados, don Julián el cura nos daba clase en su casa. 
Nos enseñaba la doctrina para hacer la Comunión, que se hacía a los 7 años porque si se esperaba más, ya estaríamos todos los niños trabajando en el campo o con el ganado.
Además nos enseñaba a leer, a escribir y las cuatro reglas aunque muchas noches era prácticamente imposible aprender nada porque nos quedábamos dormidos.
Don Julián, entre 1929 y 1950 hizo una gran labor con los niños del Guijo. Es una pena que no se haya reconocido la labor de este gran cura.

Rvdo. P. Julián Vicente Garzón.
(c) Familia De la Calle.

Cuando iba de cabrero coincidía muchas veces con mi quinto Pivo, (Primitivo Torralvo García) y también con mi hermana Alfonsa. Con mi hermana quedaba muchas veces el día antes y nos juntábamos a comer en un sitio muy bonito de la sierra que se llama La Nava y que está entre Santonuncio y La Cerquilla.
Teníamos que tener cuidado de que no se juntasen las cabras porque podían despistarse de piara y luego había que ir a buscarlas por la noche, lo cual era un peligro con la cantidad de lobos que había.
Cuando estaban las cabras calientes, mi hermana y yo no nos juntábamos para evitar que los machos de una piara cubriesen a las cabras de la otra porque entonces si nacían chivos de diferente color, ya sabían los abuelos que habíamos estado juntos y sin vigilar las cabras. 

Choza en La Nava.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Mi abuela Vicenta se dedicaba también a la agricultura y al préstamo de dinero. Por aquellos años, alquilaba fincas en Torreseca y sembraba trigo que luego vendía en el pueblo. Aquí no se cultivó nunca mucho trigo porque se daban mejor el centeno y la cebada así es que mucha gente tenía que comprar trigo para poder tener harina y mezclarla con la de centeno y hacer pan ya que el pan de centeno queda muy negro.
Mi abuela contrataba medieros para encargarse de las tierras pero Nicolasa y yo teníamos que ir a ayudar durante la siega. Cerca de las zonas de secano, había muchas charcas llenas de mosquitos que podían contagiar el paludismo y a mí me tocó.
Me tuvieron que llevar urgentemente a Jarandilla y estuve a punto de morir.

Segadores.
(c) Silvestre de la Calle García.

En 1936, cuando yo tenía 9 años, mi abuela decidió llevar las cabras en verano a la finca La Solisa, en término de Jerte (Cáceres) porque había habido aquel año varios fuegos y en la sierra del Guijo casi no había pasto.
Nos fuimos con las cabras Nicolasa que tenía 14 años y yo y se vino con nosotros el criado que teníamos contratado. Se llamaba Felipe, tenía 19 años y era de Aldeanueva de la Vera.
Mi padre y mi abuela se quedaron en el pueblo encargándose de las fincas. Otro escándalo en el pueblo. Una moza de 14 años, un mozo de 19 y un niño de 9 en la sierra solos con las cabras....¡lo que habló la gente de aquello!
Estuvimos un mes y medio en un majal cerca de la Fuente Peñalozana y después en Robleo Colorao otro mes y medio más o menos.

Jerte.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Teníamos en aquel momento 714 cabras sin contar los machos, aunque en producción sólo había 580 porque el resto eran chivarras que no habían parido todavía.
Por la mañana, al razar el sol, ya estábamos ordeñando los tres. Cuando terminábamos, Felipe y yo partíamos la piara para irnos de careo con ellas. Él se llevaba las cabras más fuertes y que corrían más y yo me quedaba con las chivarras y las viejas.
Nicolasa se quedaba en la choza y hacía el queso. Hacía 12 quesos grandes por la mañana y otros 12 por la noche. Cada dos días iba mi padre desde el Guijo con el mulo para recoger una carga de queso y el resto lo bajaba Nicolasa a cuestas hasta Jerte para venderlo.
El Valle del Jerte.
Al fondo, La Solisa.
(c) Silvestre de la Calle García.

Como digo, todo esto fue en 1936, en plena Guerra Civil. Había muchos republicanos escondidos en los montes y una noche se presentaron en la choza. Nos dio mucho miedo pero sólo querían comida porque llevaban muchos días sin comer nada, así es que les dimos pan, queso y matanza y al amanecer se marcharon. A los pocos días escuchamos tiros y nos enteramos que los habían fusilado.
Por lo demás, vivimos muy bien durante el tiempo que estuvimos en Jerte. A la gente de allí le gustaba mucho el queso de nuestras cabras y sacamos un buen dinero aquel verano.
Guardo muy buenos recuerdos de aquel verano. Recuerdo que cerca de nuestra choza, había un cabrero con una buena piara de cabras en la que la mayoría tenían 4 cuernos.

Cabras de cuatro cuernos.
(c) Silvestre de la Calle García.

Pasado el verano, volvimos al pueblo y continuamos con nuestra vida de siempre. Felipe se tuvo que ir a la Guerra y yo me tuve que encargar del careo de las cabras así es que mi abuela vendió más de la mitad y nos quedamos con unas 300 cabras grandes.
Las cuidaba con la ayuda de Canela, nuestra mastina, que era una más de la familia.
En casa se cocía el pan todas las semanas. Una semana pan mezclado de trigo y centeno para las personas y otra pan de centeno o perruna para Canela, que lo comía migado con el suero del queso.

Mastín.
(c) Silvestre de la Calle García.

Cuando ya tenía 10 años, me iba de "vacaciones" en verano a Santiago de Aravalle (Ávila), a casa de unos parientes de mi padre, mi tío Pedro y mi tía María. Tenían 4 hijas llamadas Virtudes, Pura, Sabina y Piedad y un hijo llamado Jesús que era 10 años más pequeño que yo.
Tenían una taberna y trabajaban también en el campo. Yo me iba tan feliz a ayudarles con la siega y a veces también en el otoño cuando araban. Recuerdo que tenían una buena yunta de vacas.

Tío Pedro y tía Marcía con su hija Virtudes. 1923.
(c) Familia De la Calle.

Cuando estaba allí, los lunes íbamos al mercado de El Barco de Ávila, pueblo del que eran algunos de mis antepasados. Allí se juntaba gente de todos los pueblos de la zona y le preguntaban a mi tío que quién era yo. 
Al decirles que era del Guijo, la gente decía automáticamente que sería el hijo de Anastasio y el nieto de Juan.
Recuerdo la alegría de mucha gente de Nava del Barco que me hablaban con gran cariño de mi abuelo Juan, al que yo no recuerdo por morir unos meses después de nacer yo.

Castillo de Valdecorneja.
El Barco de Ávila.
(c) Silvestre de la Calle García

Le pedí a mi tío que me llevase algún día a la Nava y lo hizo encantado. Fuimos montados en una yegua y mi tío me llevaba casa por casa para que la gente que era familia lejana de mi abuelo, me saludase y conociese.
Ya por entonces ninguno de los hermanos de mi abuelo vivía en el pueblo y los primos de mi padre tampoco, aunque la gente recordaba perfectamente a la familia de tío Anselmo y tía Petra, que eran mis bisabuelos.

Nava del Barco y al fondo Navalonguilla.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Me encantó ir a la Nava. Siempre oía a mi abuela y a mi padre contar historias de allí, aunque ellos no habían ido muchas veces. Me contaban cosas que mi abuelo les había contado de su vida allí.
Cuando volví, recuerdo que dije a mi padre y a mi abuela que por qué no llevábamos allí las cabras en el verano o directamente nos trasladábamos allí a vivir.
Mi abuela me contó que mis bisabuelos Anselmo y Petra, eran un matrimonio muy humilde y que no tenían apenas tierras, por lo que se dedicaban a llevar cargas de leña al Barco y con lo que sacaban de vender la leña iban viviendo. Pero al tener ocho hijos, era difícil mantenerse y cuando mis bisabuelos murieron, casi todos sus hijos se marcharon del pueblo.
A día de hoy, nadie de mi familia vive allí.

Un nieto de Juan García (derecha), visitando el pueblo de sus antepasados.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

1938 fue para mí un mal año, porque se murió mi madre. Sólo tenía 33 años pero estaba un poco delicada de salud. 
Ya desde la primavera de aquel año tenía muchos mareos y yo iba a verla todos los días y muchas noches me quedaba a dormir en La Cerquilla. Se murió el día 14 de septiembre de 1938 cuando yo tenía 11 años y mi hermana Alfonsa 14.
Por eso, ese año no subí a Castilla con mis tíos en verano y subía ya en el otoño.
Mi hermana siguió viviendo con mis abuelos y ayudándoles con las cabras mientras que yo seguí viviendo con mi padre, Nicolasa y mi abuela Vicenta.
Aunque vivíamos así, mi hermana y yo procurábamos coincidir con las cabras todos los días y pasar un ratito juntos.

Nicolasa, Juan y Alfonsa. 1938.
(c) Familia De la Calle.

Cuando yo tenía 15 años, mi tío Marcelino, primo hermano de mi padre, vino a visitarnos desde Vallecas (Madrid). Tenía una carnicería y quería enseñarme el oficio porque no tenía hijos y quería dejarme en herencia la carnicería cuando él faltase. Además, en Madrid podría ir a la escuela de adultos y aprender a leer y a escribir porque prácticamente no sabía.
Mi abuela Vicenta dijo rotundamente que no, pero mi padre y Nicolasa apoyaron la decisión de mi tío y finalmente mi abuela aceptó. Ello supuso que tuviese que vender un hatajo de cabras y quedarse con unas 140 para que mi padre pudiese hacerse cargo de ellas sin mucha ayuda.
Me marché a Madrid con mi tío Marcelino y su mujer, mi tía Catalina, que me quisieron como si fuese su propio hijo. De vez en cuando, volvía al pueblo.

Tío Marcelino y tía Catalina. 1925.
(c) Familia De la Calle.

Pero mi abuela no se estuvo quieta al quitar muchas cabras y como siempre se habíamos tenido una o dos cochinas de cría para sacar cochinos para la matanza y para vender cochinillos a la gente del pueblo, decidió cebar los cochinillos y venderlos ya grandes, haciendo un gran negocio.
Además seguía siendo prestamista y tenía varias casas alquiladas por lo que sacaba buen dinero. Como mucha gente no podía devolver el dinero, ajustaba con ellos el pago en especie, cobrando en chorizos, lomos y hasta jamones que luego vendía.

Abuela Vicenta hacía buen negocio con los cochinos.
(c) Javier Bernal Corral.

No estuve mucho tiempo en Madrid porque tuvieron que operar a mi padre de cataratas y en aquellos tiempos, una operación así necesitaba mucho reposo.
Nicolasa se casó en 1943 con Emilio de la Calle de la Calle y ya no vivía en casa de mi abuela así es que no me quedó más remedio que volver para hacerme cargo de las cabras.

Nicolasa y Emilio.
(c) Familia De la Calle.

Aunque a mí me gustaba mucho el pueblo, la vida de carnicero en Madrid me hubiese gustado también pero las circunstancias fueron esas. También me gustaba el ganado así es que no me costó tanto volverme a casa.
Las cabras eran sin embargo muy trabajosas para mi solo que tenía 16 ó 17 años así es que mi abuela decidió venderlas y comprar borregas (ovejas), quedando claro que eran "a tercias", es decir que una parte del dinero sería para mi prima Nicolasa, otra para mi padre que se había casado con Rufina Vidal y otra parte para mi abuela y para mí que vivía con ella.
Ya por esa época, poníamos también tabaco y teníamos castaños., todo "a tercias".

Llegaron las borregas...
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En 1945, cuando yo tenía 18 años, mi abuela empezó a decirme que tenía que ir "buscando apaño" porque ella ya era vieja y quería "verme recogido". Nicolasa y Alfonsa ya estaban casadas, mi padre se había vuelto a casar y mi abuela no quería un solterón en casa.
Yo era bastante tímido, las cosas como son, y aunque me gustaba mucho una moza del pueblo, no me atrevía a decirle nada.
Se trataba de Marcelina de la Calle Vicente, Marce como la conoce todo el mundo, y era hermana de Daniel, mi quinto y uno de mis mejores amigos. Yo iba mucho a casa de Daniel porque tenían el baile y tenían ganado también y a veces les ayudaba.
Al final, me atreví a "empezar a hablar" con Marce, que se hizo un poco de rogar, pero acabó diciéndome que sí  y "pedí la entrá" que quiere decir pedir permiso a mi futuro suegro para entrar en casa.

Marce de la Calle Vicente.
(c) Familia De la Calle.

Mis futuros suegros, Ángel de la Calle Jiménez (1896-1975) y Justina Vicente Burcio (1902-1971), eran un matrimonio emprendedor que tenía una numerosísima familia. Cuando yo me hice novio de Marce, mis suegros tenían 9 hijos y todavía les faltaba uno por nacer.
Tenían cabras y vacas, un bar, un café, un cine, un salón de baile y una fábrica de gaseosas.
Yo les ayudaba en el bar por las tardes-noches cuando iba a ver a Marce. A mí nunca me gustó bailar pero a Marce sí y mientras ella bailaba por allí con los primos y demás, yo me quedaba sirviendo en la barra.

Justina y Ángel.
(c) Familia De la Calle.

Siendo novios, todavía fui algunas temporadas a Madrid con mi tío a la carnicería para ganar unas perrillas pues las ovejas las cuidaba un borreguero que teníamos contratado y si no había mucho trabajo en el campo, podía irme.
Marce se enfadaba porque me iba aunque la escribía cartas y cuando venía la traía regalos.
Una vez la traje un broche y como no le quiso coger porque estaba cabreada, se lo regalé a su hermana Martina y cuando la vio con él puesto, se cabreó todavía más.
Otra vez la mandé una foto muy bonita y esa sí que la encantó.

Foto que Juan mandó a Marce.
(c) Familia De la Calle.

Pero como todos los mozos de mi época, me tocó irme tres años a "la mili". Eso lo aceptó bien Marce porque sabía que era así y punto pero cuando se enteró que me tocó Melilla, se agarró un cabreo "que pa qué".
Ir a Melilla era ciertamente una "condena" en aquella época. Estuve casi dos años sin venir.
Estando en la mili se murió mi abuela Quintina y no pude venir al entierro.

Juan en Melilla.
(c) Familia De la Calle.

Cuando volví, empezamos ya a hablar de boda y ver dónde viviríamos, a qué nos dedicaríamos y demás.
Fijamos la fecha de la boda para 1952. Mi suegro tenía cabras y vacas por entonces pero quería vender las cabras y me dijo que si yo las quería pero mi idea era quedarme con las ovejas y Marce estuvo de acuerdo, así es que mi suegro vendió las cabras en diciembre de 1951, dejando 12 chivas para la comida de la boda.
Tener cabras y ovejas juntas en zona de sierra es imposible. Las cabras corren más y quieren diferente careo y las ovejas tienen la costumbre de acarrarse o sestear en cuanto hace calor y se quedan atrás. Siempre se puede tener alguna cabra con las ovejas o alguna oveja con las cabras pero piaras con el mismo número de cabras y ovejas no es lo dado aquí.

Ovejas y cabras no se solían mezclar en El Guijo.
(c) Silvestre de la Calle García.

Íbamos a casarnos en mayo o junio, ya después de esquilar las ovejas y cuando hubiésemos puesto el tabaco pero mi abuela empezó a decir que había que adelantar la boda.
Marce no tenía terminado el ajuar y sus primas tuvieron que ayudarla.
Nos casamos el 27 de marzo de 1952. Hicimos bien en adelantar la boda porque el 12 de mayo de aquel año, murió mi abuelo Esteban.

Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Socorro, donde se casaron Juan y Marce.
(c) Silvestre de la Calle García.

Nos instalamos en una casa de mi abuela al final del pueblo, en La Mata. Era una casa muy grande y buena, en la que habían vivido algún tiempo Nicolasa y Emilio.
El problema es que estaba lejos de la fuente y eso en aquel tiempo era un problema porque no había agua corriente. 
Además, a Marce le daba miedo vivir allí porque muchas noches yo me tenía que quedar con las borregas. 
Otras noches se quedaba el borreguero o mi sobrino Maxi, el hijo de Nicolasa, pero si las ovejas estaban pariendo o alguna noche de tiempo malo, me quedaba yo. Mi sobrino el pobrecillo se quedó muchísimas noches con las ovejas y a día de hoy no las puede ni ver.
Entonces había muchos lobos y las ovejas sólo podían dejarse solas por la noche si estaban en corrales cerrados como el que habíamos hecho pocos años antes en Santonuncio.

Piara de borregas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Si las ovejas estaban durmiendo en la red porque estaban abonando alguna finca o estaban en la sierra, había que dormir con ellas.
En las fincas, dormíamos en la mampara, que era una caseta de madera que se podía mover de un lado a otro según se iba moviendo la red cada noche para abonar una parte de la finca.
Entre dos hombres, se cogía por los agarraderos y se movía. La nuestra era además desmontable y cuando llevábamos las borregas a otra finca, la cargábamos en el mulo y la armábamos otra vez al llegar a la finca nueva.

Mampara como la que utilizaba Juan.
(c) Silvestre de la Calle García.

Ya que hablo de la mampara, hablaré de cómo eran las ovejas o borregas que teníamos. Eran ovejas "entrefinas-finas" para lana y carne. 
Aquí las ovejas de lana fina como la Merina no aguantan bien el invierno porque hace mucho frío y llueve demasiado y además. 
Las ovejas entrefinas como la Castellana, se adaptan mejor y los corderos tienen muy buena carne pero la lana es de peor calidad que la Merina, sin llegar a ser tan basta como la de las Churras.
La solución era tener ovejas de características intermedias que dieran lana de aceptable calidad y buenos corderos para la venta. Por ello, en toda esta zona existía desde siempre un tipo de oveja cruzada que en los años 40 y 50 se cruzó mucho con carneros Talaveranos para mejorar la calidad de la lana.

Ovejas pastando.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Estas ovejas eran medianas y las había de muchos colores. La mayoría eran blancas pero las había también negras, galanas o piñanas y "carboneras" que eran negras pero con la lana blanca o muy clara. A mi abuela le encantaban las ovejas "carboneras" y como ella era la que decidía las corderas que se dejaban, siempre teníamos bastantes de ese color.
Las ovejas eran casi todas mochas o tenían cuernos pequeños. Los carneros tenían cuernos casi todos y a veces bastante grandes.

Ovejas negras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque las principales producciones fuesen la lana y el cordero, de cuya venta sacábamos importantes beneficios económicos, la producción de estiércol era también importante porque aunque no se sacase dinero de él, era muy necesario para abonar las tierras dedicadas al cultivo de tabaco, patatas, centeno...
No eran ovejas muy lecheras aunque nosotros ordeñábamos algunas para hacer queso para el gasto de casa. Dándolas bien de comer, daban casi tanta leche como una cabra.

Oveja con su cordero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Teníamos unas 220 ovejas grandes más los carneros, las borras, alguna cabra y algunos carneros capados para ponerlas las zumbas o campanillos grandes cuando se llevaban las ovejas de una finca a otra.
Pero el tener las ovejas a "a tercias" no era muy buen sistema porque a la hora de abonar las tierras, siempre surgía el problema de quién abonaba primero. Así es que en 1954, antes de comenzar a abonar, mi abuela decidió partir la piara en dos. Mi prima Nicolasa se quedó con 110 ovejas y mi padre y yo con otras tantas, teniendo que entregar al final de cada año un porcentaje del dinero a mi abuela que vivía ya sola.

Vicenta García Díaz. 1950.
(c) Familia De la Calle.

Aunque con el tabaco, las castañas y las borregas "a medias" con mi padre, Marce y yo podíamos vivir bien.
En 1954 nació nuestro primer hijo y le pusimos José por mi madre, como era la costumbre entonces. Nació en la casa de La Mata pero poco después nos trasladamos a la casa en la que vivimos hoy que también está en la Calle La Mata pero cerca del centro del pueblo.
Al año siguiente, tuvimos una niña. Para mí fue una alegría porque 1955 fue un mal año ya que el 11 de marzo murió mi abuela Vicenta, que para mí había sido como una madre. Así es que quise pusimos a nuestra hija Vicenta, aunque a Marce no la gustaba el nombre y desde que nació empezó a llamarla Tita y así se ha quedado.

José y Tita.
(c) Familia De la Calle.

En 1956, Nicolasa y Emilio se fueron a Francia. Primero se fue Nicolasa, porque vivía allí un hermano de mi abuela que se llamaba Cirilo y cuando consiguió trabajo para ella y para Emilio, vino y se fueron con sus tres hijos Maxi, Modesta y Visi.
Para mí fue una gran pena porque Nicolasa era como mi hermana. Desde que se fueron, yo me hice cargo de sus fincas pero no pude quedarme con sus borregas porque eran demasiadas y las vendieron.

Emilio con sus hijos Maxi, Visi y Modesta.
(c) Familia De la Calle.

Yo me dedicaba al campo y a las borregas mientras que Marce se dedicaba a la casa.
A partir de 1959, el precio de la lana bajó tanto que ya no compensaba criar ovejas.
Nicolasa al enterarse, quiso que me fuese a Francia y mi tío Marcelino quiso que me volviese con él a Madrid pero mi padre ya era muy mayor y no quería dejarle en el pueblo, así es que me quedé.
Mi suegro, que ya iba mayor, nos ofreció la posibilidad de quedarnos con el bar pero preferimos seguir dedicados al campo que aunque es trabajoso, es más tranquilo que un bar. 

Marce en el bar familiar con sus hermanos Felipe y Agapito.
(c) Familia De la Calle.

Mi madrastra llevaba tiempo queriendo vender las ovejas y comprar vacas suizas, pero a mí no me convencía la idea. Al final, me decidí y en 1960 mi padre y yo vendimos las ovejas y compramos una vaca.
Era una añoja de raza Frisona, aunque aquí siempre hemos llamado y llamaremos a estas vacas Suizas. La pusimos de nombre Clavellina. 
Parió la primera vez con sólo 17 meses en enero de 1961 y tuvo dos chotas, una de las cuales criamos y la otra se la vendí a mi cuñado Justino.

Novilla Suiza.
(c) Silvestre de la Calle García.

Recuerdo bien todo esto porque en 1961 Marce y yo tuvimos a nuestra tercera hija, a la que pusimos Ángela por mi suegro. Siempre la hemos llamado Angelita.
Ya con tres muchachos y con los cuatro abuelos mayores, Marce tenía muchísimo trabajo así es que ella se hacía cargo de la casa y yo del campo y del ganado aunque cuando hacía falta, venía a ayudarme.
Fue siempre muy trabajadora.

Marce con sus hijos José, Angelita y Tita y su hermano Agapito.
(c) Familia De la Calle.

Poco a poco fuimos criando y comprando más vacas hasta tener 6 vacas grandes, más las chotas de recría y algún añojo para engorde que cubría además a las vacas.
Mi padre yo nos encargábamos de todo y sólo tenían que ayudarnos los niños o Marce cuando teníamos que recoger el heno y cosas de esas.
Ya por entonces, mi hermana Alfonsa no estaba en el pueblo. Había emigrado al País Vasco con su marido Silverio y sus hijos Pepa, Mari Ángeles y Jesús así es que mi padre dependía de mí.

Vacas Suizas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No me gustaba tener más de 6 vacas porque eran las que podíamos mantener con los prados que teníamos y lo que podíamos cultivar en nuestras fincas. Sembrábamos panizos (maíz), cebada, nabos, remolachas.... 
El resto de la tierra la dedicábamos al tabaco y a cosas de huerto para comer nosotros: patatas, granos (judías), menines (carillas), garbanzos, tomates, pimientos, calabacines.....

Vacas pastando en uno de los prados de Juan García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo. 

A mí no me ha gustado nunca tener más ganado del que puedo mantener. 
Con el tiempo, ya se podía comprar fácilmente pienso pero había que echar cuentas de si era rentable hacerlo. Muchos llegaron a tener hasta 15 ó 20 vacas e incluso más en los años 80, pero tenían que comprar mucha comida.
Yo, en cambio, con mi media docenita de vacas, tenía que comprar poco pienso y así salía ganando.
Mis vacas, comiendo hierba y lo que cultivaba yo, daban entre 20 y 30 litros de leche. Tuve algunas que daban hasta 40 litros y más pero ya había que echarlas mucho de comer y vacas así son muy delicadas.

Pequeño hatajo de vacas, lo que le gustaba a tío Juan.
(c) Ana Belén Bermejo Pérez.

La leche se vendía primero a unos de Talavera que venían a recogerla a casa de unos ganaderos que tenían muchas vacas. Luego ya empezó a venir un camión y recogía la leche de todo el pueblo.
Cada mañana, se ordeñaban las vacas bien temprano, se cargaba la leche en las caballerías y se llevaba al pueblo para venderla.
La leche de por la tarde, se dejaba en cántaros metidos en agua para que estuviese fresca y venderla con la de la mañana. Una parte de la leche de la tarde, se vendía en el pueblo o se hacía queso con ella.
Nosotros vendíamos parte de la leche en nuestra casa. Se medía por cuartillos (medio litro).

Cuartillo utilizado por Marce para medir la leche que vendía.
(c) Silvestre de la Calle García.

Los chotos no se dejaban para engorde. Se vendían lo antes posible, sobre todo los machos. Si se dejaban, había que darles parte de la leche y eso era perder dinero.
Las chotas se dejaban si hacían falta para reponer alguna vaca vieja que hubiese que vender o si se tenía algún gasto a la vista. Entonces se las dejaba y se las vendía ya de añojas o novillas.
Yo vendía los chotos a mi pariente Jesús, de Santiago de Aravalle (Ávila), que venía al pueblo a vender patatas para sembrar. Se llevaba los chotos y luego él los criaba hasta que eran grandes y los vendía.
Dejaba un choto para engordarle y que cubriese a las vacas aunque de vez en cuando había que echarlas de chotos de otra ganadería para renovar la sangre. 

Chotos suizos.
(c) Silvestre de la Calle García.

En 1974 murió mi padre pero tuve las vacas "a medias" dos años más con mi madrastra, hasta que murió. Al morir ella, la mitad de su mitad de las vacas, le hubiese correspondido a su hija Benilde pero acordamos que me las quedase yo mientras que ella se quedó con otras cosas.

Vaca Suiza.
(c) Silvestre de la Calle García.

Como ya he dicho varias veces, además de las vacas, poníamos tabaco como la mayoría de la gente del pueblo.
Es un cultivo bastante trabajoso pero que en aquellos años daba mucho dinero. Aquí siempre se ha puesto tabaco negro.
Se sembraba la semilla en las eras y luego ya se iban escardando las plantas hasta que estaban listas para ponerlas en la tierra una vez que se había abonado, arado y surqueado. Después, cuando la planta crecía un poco, se aterraba para que la raíz creciese mejor y cuando ya iba grande la planta, se pasaba el cultivador para quitar las malas hierbas. 

Pasando el cultivador al tabaco.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando la planta de tabaco había crecido, había que quitar a mano el toño y la flor y cuando la planta empezaba a amarillear, se cortaba, se cargaba en las bestias y se llevaba a los secaderos para colgarlo. Nosotros colgábamos el tabaco en la casilla de La Huerta y en la casa de La Mata, donde vivimos de recién casados.
Por último, cuando estaba seca, se deshojaba y enfardaba y quedaba el tabaco listo para su envío al centro de fermentación.

Tabaco seco.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para hacer todos los trabajos tanto del tabaco como del campo, se necesitaban bestias que es como llamamos aquí a los caballos, mulos y burros. Yo tuve siempre yeguas y mulos. Los burros no los puedo ni ver desde aquel que tuvimos cuando yo era chico.
Los mejores para trabajar son los mulos machos y capados porque son más tranquilos pero las yeguas tienen la ventaja de dar un potro todos los años.

Juan acarreando tabaco con su yegua.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque nunca nos faltó de nada y pudimos criar a nuestros hijos, no vivíamos con grandes lujos.
Con el dinero que sacábamos de la leche, los chotos, el tabaco, las castañas y alguna cosilla más, sacábamos suficiente para vivir.
Además, hacíamos matanza, teníamos gallinas, olivos para tener aceite suficiente para casa, cultivábamos de todo, teníamos mucha fruta...
En definitiva, aunque sin lujos, vivíamos bien y éramos felices.

Embutidos colgados en la cocina.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Lo malo fue que Marce se puso enferma cuando mejor podíamos haber vivido y ya no podía ayudarme si lo necesitaba. 
Por si eso fuera poco, mi hijo José tuvo un accidente grave y tampoco pudo seguir ayudándome en el campo así es que les tocó a mis hijas trabajar mucho y luego también a los que fueron sus novios primero y maridos pesués.

Marce y Tita. 1978.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En 1980 unos cuantos ganaderos nos pusimos de acuerdo para instalar ordeñadoras. Tuvimos que pagar nosotros la línea eléctrica. 
Esto nos ahorró muchísimo trabajo porque Tita ya se había casado y no vivía en casa y Angelita y yo estábamos solos para ordeñar las seis vacas que teníamos y encargarnos además del campo pues seguíamos poniendo tabaco.

El ordeño a mano era muy trabajoso.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como era imposible abarcar tanto, tuvimos que vender la finca de Santonuncio. Era sin lugar a dudas la mejor finca que teníamos pero estaba demasiado lejos del pueblo y no se podía llegar con los coches. Nicolasa y yo se la vendimos a mi quinto Primitivo Torralvo.
Me dio muchísima pena deshacerme de la finca en la que me había criado y en la que mis padres y mis abuelos habían trabajado tanto, pero la vida es así.


Finca de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con la entrada de España en la Comunidad Europea, se ofreció a los ganaderos la posibilidad de cobrar una prima de abandono para dejar la producción lechera y cambiar las explotaciones hacia la producción de carne.
Ya me quedaba poco para jubilarme y decidí acogerme a esa medida en 1987, año en el que se casó Angelita.
Precisamente para la boda de Angelita maté el último choto Suizo puro que tuve para cubrir las vacas. Aquí era costumbre antes matar un choto para la boda de los hijos y yo maté choto para las bodas de mis tres hijos. Para la de José en el 79 y para la de Angelita en el 87 fue choto y para la de Tita que fue la primera que se casó en el 79, maté una machorra.

Las Suizas comenzaron a desaparecer en la zona con la prima de abandono.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A partir de 1987 no crié ya chotas Suizas. Empecé a cruzar las vacas con toros de raza Charolesa y empecé a dejar vacas cruzadas. Dejé también el tabaco para dedicarme sólo a las vacas.
Con la prima de abandono te dejaban un plazo de 5 años para seguir ordeñando y entregando leche a la industria. A mí me vino de lujo porque justo en 1992 vencía el plazo y fue el año que me jubilé.

Parda, vaca de Juan. 1992.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque me jubilé, he seguido con las vacas. Al jubilarme tenía 3 vacas grandes y una novilla. Las vacas se llamaban Montañesa, Careta y Parda y la novilla se llamaba Blanca.
Aquel mismo año, se murió la novilla en su primer parto y crié a la chota que tuvo.
Al año siguiente tuve que vender a la Careta porque abortó y aunque la eché varias veces al toro, no había forma de que se quedase preñada.
En el 94, vendí a la Montañesa, que era la última Suiza que quedaba y era viejísima.
Así es que me vi con la Parda y la Blanca y tuve que criar una chota de la Parda a la que puse Paloma.

Juan y Parda. 1997.
(c) José García de la Calle.

En 1997, vendí a la Parda, una de mis mejores vacas. Ya era muy vieja y ese año esperaba que pariese una chota para poderla criar, pero parió un choto que por cierto salió suizo de pelo. Una pena.
Menos mal que en 1998 la Blanca me parió una chota que pude criar.
A día de hoy, en mayo del año 2000, tengo 3 vacas con sus tres chotos, la yegua y 13 gallinas.
Las vacas son Blanca, Paloma y Golondrina, que es la hija de Blanca. Paloma y Golondrina tienen una chota cada una que van a valer buen dinero sobre todo la de Golondrina que es buenísima y Blanca tiene un choto muy bueno.

Blanca con su choto y la chota de Golondrina.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Blanca es la mejor de las tres aunque tiene mucho genio. En 6 años ha parido 9 chotos y ha criado 7. 
En el primer parto tuvo 2 chotos pero uno se murió porque tenía mal los pulmones y no podía respirar bien.
En el segundo tuvo un choto y una chota y los crío sin problema, en el tercero tuvo un choto y en el cuarto a la Golondrina.
En el quinto, tuvo dos chotos pero parió sola en la cuadra y se ve que se tropezó y aplastó a uno.
En el sexto parto ha tenido este choto que es muy bueno. Aunque tiene ya 8 años, todavía tiene correa para rato.

Blanca en su segundo parto.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Ordeño a Paloma y a Blanca todos los días mientras tienen al choto. Saco una cántara de 5 litros a cada una y el resto es para los chotos. 
Separo a los chotos por la noche, ordeño a las vacas dos tetas por la mañana y luego ya los dejo mamar a ellos todo el día.
A Golondrina no la ordeño este año porque al ser nueva, da menos leche y encima es algo recia.

Paloma.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Ya tengo 73 años y van pesando. Las vacas y el huerto me sirven de distracción y para estar activo. Marce hace las cosillas de casa porque tiene mucha fuerza de voluntad pero con algunas cosas la tengo que ayudar. Ya no es la que era.
Antes era una mujer trabajadora como pocas pero ahora ya, la pobre va perdiendo la cabeza.

Marce en 1995.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Además ser ganadero, soy desde hace años el juez de paz del pueblo.
Sí, también estoy toda la vida en el mundo de la política aunque parezca que no tengo tiempo para nada.
Entre 1962 y 1992 fui administrador de la Sierra de Jaranda, la finca más grande del pueblo y de la que soy también accionista.

Sierra de Jaranda y Capilla-Refugio de Nuestra Señora de la Nieves.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Entré en la administración porque mi padre era uno de los mayores accionistas y tuve que representarle cuando se creó una comisión para decidir donde se construiría la capilla-refugio de Nuestra Señora de las Nieves y ya después de aquello me dijeron que me quedara. He ejercido los cargos de presidente y contador del ganado.
El cargo de contador puede parecer sencillo pero requiere mucha preparación porque hay que saber distinguir bien entre vacas grandes, añojas y chotas y entre cabras y chivas. La cosa tiene su ciencia.

Vacas en Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Compañeros míos han sido mi quinto Pivo, Tomás Jiménez, tío Teodoro Pérez...entre otros muchos.
En estos últimos años, como ya he dicho soy el juez de paz. Caso a algunas parejas, firmo diversos documentos, trato de poner paz cuando hay conflictos para que la gente no vaya al juzgado....

Anastasio Pérez y Juan cuando eran administradores de la Sierra de Jaranda.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

También me gusta decir que soy matarife o carnicero porque en las matanzas de la familia yo me encargo siempre de matar y aviar los cochinos porque aprendí muy bien a hacerlo cuando estaba de carnicero en Madrid con mi tío Marcelino.
También podría decir que soy hasta veterinario porque me llaman muchas veces para pinchar a los animales y para ayudar a las vacas en los partos. 

Juan sacando el vientre de un cochino.
(c) Familia De la Calle.

¿Mis aficiones? Pues yo he sido nunca un hombre de fumar ni beber. Ya fumaba mi padre por mí y por medio pueblo porque con un cigarro se encendía otro.
A día de hoy, me gusta ir por las tarde siempre que puedo, un ratito al bar de mi cuñado Justino y echar alguna partida de cartas. Jugamos a la subasta pero siempre sin dinero. El que pierde paga algo a los demás. Yo me tomo un café o un chatillo de limón. Vino no bebo nunca.
De joven me gustaba cazar y pescar pero nunca tuve escopeta ni caña. 
Cazaba perdices con trampas de tablillas y lagartos con gancho. Los lagartos estaban muy ricos pero ya no se pueden cazar.
Pescaba truchas y anguilas en Veguilla Pescuezo, una finca al lado de la garganta. Se metían por el cauce de riego y ponía un cesto al final y las cogía y también a mano en la misma garganta.
Ahora ya lo que me gusta es coger espárragos rabiacanes en primavera.

Espárragos rabiacanaes.
(c) Silvestre de la Calle García.

Y esta ha sido mi vida. 
Cabrero, borreguero, vaquero, agricultor.... la mayoría de la gente, sobre todo los más jóvenes, piensan que he sido toda mi vida vaquero de suizas y la verdad es que han sido en total 34 años con ellas, pero no me puedo olvidar de los 6 últimos años que llevo con vacas cruzadas, ni mis 17 ó 18 años de cabrero ni los 14 ó 15 de borreguero. Por eso, me gusta decir que he sido y soy ganadero.
Y una cosa me gusta decir. No es lo mismo ser ganadero que tener ganado. El ganadero de verdad no es una persona sin cultura, sino todo lo contrario porque hay que entender de muchas cosas. Hay que ir adaptándose a los tiempos pero sin olvidarse de lo de atrás y ser UN GANADERO DE LOS DE ANTES.


Juan en sus últimos años.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

ÚLTIMOS AÑOS DE TÍO JUAN "EL PESETA".
El 16 de junio de 2000, la vida de Juan García García cambió totalmente. Sufrió un ICTUS que le provocó la pérdida absoluta de movilidad en la parte derecha del cuerpo, perdiendo también la capacidad de hablar aunque conservando íntegras sus cualidades mentales.
La ganadería quedó en manos de su nieto, quien con 11 años no pudo hacerse cargo de las vacas y los chotos, siendo obligada su venta por 500.000 pesetas.
Durante años, Juan y su esposa Marce fueron cuidados por sus hijos y nietos, pasando un mes en casa de cada uno de sus tres hijos hasta que les adaptaron la casa del pueblo para que pudiesen vivir en ella.

Marce y Juan cuando vivían ya con sus hijos y nietos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En 2008 ante su empeoramiento de salud, ambos tuvieron que ser trasladados al Centro de Mayores "San Miguel" de Navalmoral de la Mata.
Marce falleció el 1 de octubre de 2009, lo que fue un duro golpe para Juan que justo un año más tarde, el 10 de octubre de 2010, tuvo que vivir el momento más duro de su vida al ver morir a su hija Ángela.
Aún así, Juan vivió dos años más y tuvo la suerte y la gran alegría de conocer a sus bisnietas Valentina Ángela (2011) y Ainhara (2012).
En el verano de 2011, pudo pasar mucho tiempo con su prima Nicolasa despidiéndose ambos "hasta otro año".
El 19 de julio de 2012, a los 85 años, tío Juan falleció en Navalmoral de la Mata (Cáceres) siendo enterrado en Guijo de Santa Bárbara junto a su querido padre.

Nicolasa y Juan en 2011.
(c) Modesta de la Calle Sánchez.

Quienes conocieron a tío Juan "El Peseta", hablan muy bien de él. Fue un buen nieto, un buen hijo, un buen marido, un buen padre, un buen vecino, un buen ganadero.... pero por encima de todo y con absoluto conocimiento de causa, yo, Silvestre de la Calle García, puedo decir que fue


¡UN GRAN ABUELO!

Sí, queridos lectores. Con gran orgullo puedo decir que soy nieto de tío Juan "El Peseta" y con él pasé los mejores días de mi vida.
De él aprendí muchas cosas y fue el que me inculcó mi gran amor por la ganadería. 
En gran parte se debe a él que yo pueda escribir hoy en día este blog basándome en sus conocimientos y sus historias.
No sé qué pensaría mi abuelo de este blog de EL CUADERNO DE SILVESTRE, pero yo creo que le gustaría mucho.

Este año cumpliría 95 años y aunque hace 10 que nos dejó, no hay día en el que no me acuerdo de él. 

¡TE QUIERO, ABUELO!

Creo que poco hace falta al ver esta foto para saber lo que era mi abuelo Juan para mí.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fdo: Silvestre de la Calle García. 












Comentarios

  1. Que historia tan bonita y que gran paisano fue tu abuelo . Un orgullo

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