lunes, 31 de mayo de 2021

LA SIEGA DE LOS PRADOS

     La siega de los prados es uno de los principales trabajos del año para los ganaderos de la Sierra de Gredos. El heno segado en verano constituye el alimento básico del ganado durante los fríos meses invernales.

Jesús Marina Jiménez con su yunta de vacas "Larguita" y "Serrana"
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

    En la Sierra de Gredos, la mayor parte del ganado se explota en régimen extensivo y, muy a menudo, trashumante. Sin embargo cuando se trata de pequeñas explotaciones o de ganado productor de leche o utilizado para el trabajo, el ganado permanece en invierno en los pueblos encerrado en corrales y casillas, donde debe ser alimentado con heno.

Durante buena parte del año, el ganado puede pastar en los prados.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En invierno, la situación cambia. Si el ganado permanece en los pastaderos, tiene que ser alimentado con heno, paja y pienso.
(c) Miguel Alba.

    Aunque la siega de los prados tiene lugar durante el verano, el cuidado de los prados es una tarea que ocupa a los ganaderos durante todo el año pues hay que regar, suprimir las malas hierbas y estercolar o abonar para que los prados tengan mucha y buena hierba o como dicen los ganaderos de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), tengan buen "yerbero".

José Miguel Jiménez día regando el prado.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

      El manejo de los prados cambia sensiblemente en las dos vertientes de la Sierra de Gredos debido al clima. Así, mientras que en el cálido sur de la Sierra el periodo vegetativo de la hierba es mucho más largo, en la vertiente norte el periodo de heladas es más prolongado por lo que la hierba crece menos.
En pueblos del sur de Gredos como Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), se siegan los prados dos e incluso tres veces al año (mayo, julio y septiembre), mientras que en pueblos como Navarredonda de Gredos (Ávila), se siegan una sola vez al año.

Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c)Alonso de la Calle Hidalgo.

    En el sur de Gredos, muchos prados pueden ser pastados por el ganado al final del invierno y dejarse luego para segarlos una o dos veces y que el ganado puedan volver a pastarlos en otoño. En el norte, sólo pueden entrar en otoño si no se adelante el tiempo frío.

Prado de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) tras la segunda siega.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antes de segar, es preciso “picar” la guadaña para que la hoja tenga un filo bien cortante. Para ello, se utiliza un pequeño yunque que se clava en el suelo y se va golpeando la hoja con un pequeño martillo. Parece una tarea fácil pero requiere una refinadísima técnica.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez picando la guadaña.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Una vez “picada” la guadaña, ya se puede comenzar a segar. La siega con guadaña es una labor durísima para la que se requiere una gran fortaleza física.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez segando.
Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

    Poco a poco, el segador va cortando la hierba y el filo de la guadaña se va mellando, por lo que debe ser regularmente afilada. Para ello, el segador lleva colgado en su cinturón un cuerno de vaca con un corcho en uno de sus extremos. En este cuerno, conocido como “cachapo” o “gazapo” según las zonas, el segador echa un poco de hierba húmeda y mete una piedra especial para afilar la guadaña.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez afila la guadaña.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando se trataba de prados pequeños, podía segarlos una sola persona pero normalmente, se juntaban varios segadores como luego explicaremos.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Abundio Torollo Antero segando.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Terminada la siega, se deja secar la hierba. Es muy importante que cuando se recoja esté totalmente seca para que no se pudra y se conserve adecuadamente. Para que se seque por igual, es necesario darle la vuelta varias veces con horcas de palo o de hierro. Normalmente en 2 ó 3 días está totalmente seca, constituyendo ya heno y no hierba.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez rodea el heno.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando el heno está ya listo para recogerlo, se procede a rastrear o rastrillar el prado con los rastros o rastrillos de madera para no estropear los prados. 

Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Silvestre de la Calle García rastreando.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
    
Se forman entonces largas hileras o "maraños" para facilitar la recogida y carga.

"Maraños" de heno.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Si el prado es grande y llano, una vez realizados los "maraños", se puede agrupar el heno arrastrándolo con los bueyes desde un extremo de la hilera. De esta forma, se hacen grandes montones que facilitan aún más la carga.

Arrastrando el heno con los bueyes.
Navarredonda de Gredos (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Hecha esta tarea, comienza la recogida. En ocasiones, el heno no puede almacenarse en una edificación por lo que se conserva en el propio prado haciendo los tradicionales almiares, “almeales” o “ameales”. Como normalmente durante el otoño se dejaba a las vacas pastar en los prados, alrededor del "ameal" se construía un recinto constituido por un muro de piedra de escasa altura o un cercado de palos denominado "amelera" o "almealera" para impedir que el ganado se acercase y se comiese el heno.

Almiar, "almeal" o "ameal".
Navalosa (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Para hacer el almiar se coloca el heno bien apretado en torno a un largo palo clavado en el suelo e ir formando un cono de amplia base que se va estrechando poco a poco a medida que se asciende. El heno debe pisarse concienzudamente para que quede bien apretado y la humedad no lo pudra

Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Silvestre de la Calle García haciendo un ameal.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando se alcanza la altura deseada, se colocan unas ramas arqueadas, conocidas en ciertas zonas como “péndolas”, para impedir que el viento y la lluvia estropeen el heno. El heno de un "ameal" bien hecho, no se estropea ni siquiera con las grandes nevadas.

Ameal cubierto de nieve.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando en invierno es necesario utilizar el heno del "ameal" para que lo consuma el ganado, no es necesario deshacerlo entero salvo que vaya a llevarse el heno a una casilla con el carro. Se lleva el ganado al prado y se va sacando diariamente el heno del "ameal" con un "pelador", especie de gancho de madera o hierro que permite sacar la cantidad necesaria y dejar el resto.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez se dispone a sacar un poco de heno del ameal para dar de comer al ganado.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, el heno se almacena en los desvanes o “payos” de las edificaciones destinadas a albergue del ganado durante el invierno. El ganado ocupa la planta baja y el heno se almacena en la planta superior.

Corral en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c)Alonso de la Calle Hidalgo.

Interior del desván de un corral en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Silvestre de la Calle García.


Para trasladar el heno, se utilizan carros o bestias. Si el prado tiene buen acceso, el heno se carga en un carro tirado por vacas o bueyes, raramente por caballerías, y se traslada después hasta la casilla.

Si el prado tiene buen acceso, lo mejor es recoger el heno con un carro tirado por bueyes.
Juan Manuel Yuste Apausa con su yunta en Navarredonda de Gredos (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

Cargar el carro es una actividad compleja. Es importante asentarlo bien para evitar que vuelque mientras se está cargando. En ocasiones se realiza la carga con los bueyes o vacas uncidos al carro pero otras veces los suelta para que permanezcan tranquilos y ya con el carro cargado se los vuelve a enganchar.

Jesús Marina Jiménez y Víctor Jiménez Candeleda comienzan a cargar el carro.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Una persona se sube al carro para ir colocando el heno bien apretado, mientras el resto van llevando el heno con las horcas. Es importante que el heno vaya bien colocado para que no se caiga durante el transporte.

Víctor Jiménez da el heno a Jesús Marina.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

  Cuando el carro está terminado de cargar, hay que asegurar el heno con largas sogas para que no se caiga, especialmente si el carro tiene que circular por caminos complicados. Si la carga no va bien compensada y segura, el carro puede volcar, lo que supone un auténtico ridículo para el carretero.

Jesús Marina asegura la carga.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Terminado de cargar el carro, hay que "peinarlo" para eliminar el heno que haya quedado suelto y para que el carro tenga un buen aspecto, sobre todo si se va a cruzar el pueblo con él. Los viejos y las mozas, se fijan mucho en ese detalle.

Manuel Yuste García "peina" el carro para que quede decente.
Navarredonda de Gredos (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.


Con el carro ya cargado, el ganadero puede llevar el heno hasta la casilla donde vaya a guardarlo. Muchas veces hay que transitar por estrechos caminos de gran pendiente y hay que ir muy atento para que el carro no vuelque.

Jesús Marina Jiménez saca el carro del prado.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Juan Manuel Yuste Apausa con su yunta de bueyes.
Navarredonda de Gredos (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle Hidalgo.

Si cargar un carro es una tarea ardua, el descargar y meter en el heno en la casilla o el corral es aún más duro. Normalmente, los accesos a los desvanes, payos o pajeros de los corrales cuentan con puertas bajas y estrechas para impedir que el ganado entre en los mismos y, muy a menudo cuentan con escaleras de piedra para acceder.

Corral de Navalosa (Ávila).
Estas edificaciones ganaderas contaban con una planta baja en la que se alojaba el ganado, mientras que el heno se almacenaba en el pajar, al que se accedía por una pequeña puerta lateral elevada del suelo para impedir la entrada del ganado.
(c) Silvestre de la Calle García.

Los corrales evolucionaron hasta convertirse en casillas, pero con la misma estructura interna.
Casilla en Navalosa (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

    Si no es posible utilizar carros, se arrastra el heno con caballerías hasta la casilla donde vaya a recogerse o hasta la "amealera" situada en el propio prado. Para ello, se hacen grandes haces que se atan con sogas y se enganchan a la collera de la caballería. Este método permite sacar el heno de prados que tienen mucha pendiente o accesos sumamente estrechos.

Ángel de la Calle Vicente arrastrando el heno con su burra.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.


José Vicente Jiménez, arrastrando heno con su caballo.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tradicionalmente, muchos ganaderos segaban personalmente sus prados, especialmente si no tenían muchos y si la familia era numerosa para ayudar en la tarea, pero en otras ocasiones se contrataban segadores profesionales, conocidos en ciertas zonas de Ávila como “coritos” en contraposición a los “segadores” que eran los que segaban el cereal.

Félix Vaquero García, ganadero y segador de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

    Los prados se medían en “peonadas”. La peonada equivalía a lo que podía segar un hombre con la guadaña en un día. El contrato solía realizarse a cambio de comida y alojamiento aunque algunos preferían ir “a seco”, lo cual consistía en que el amo del prado no ofrecía comida ni alojamiento y pagaba en dinero.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Abundio Torollo Antero comiendo tras una jornada de siega.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En las casas ganaderas se sabe perfectamente lo durísima que es la época de la siega por lo que siempre se preparan buenas matanzas para disponer de embutidos y tocino para comer durante los días de siega. En tiempos pasados, las familias que contrataban segadores para esta tarea, mataban siempre un cochino más para poder alimentar bien a los segadores.

Ángel de la Calle Vicente colgando las morcillas de calabaza.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
    
La siega ya ha cambiado mucho. Ya se hace todo de forma mecanizada. La hierba se siega a máquina, se da la vuelta con máquina, se empaca en paquetes pequeños o en balas redondas, se carga con tractores en los remolques y del mismo modo se lleva hasta las naves para almacenarlo. Se les echa a las vacas en el campo, a menudo utilizando remolques para su cómodo reparto. No obstante, aún podemos ver bonitas imágenes como las que utilizamos para cerrar este reportaje.

Juan Manuel Yuste Apausa con su yunta de bueyes.
Navarredonda de Gredos.
(c) Silvestre de la Calle García.



Víctor Jiménez, Feli Marina, Alonso de la Calle, Jesús Marina y Silvestre de la Calle.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Yunta de burros con carro de "alpacas" de heno.
Casas del Puerto de Villatoro (Ávila).
(c) Alexis Hernández Llorente.

Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).




 

jueves, 27 de mayo de 2021

LAS CABALLERÍAS DE LABOR

Durante siglos, los caballos, burros y mulos han sido fundamentales para la realización de los diferentes trabajos agrícolas así como para el transporte de personas y mercancías. 

Burro en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En la Sierra de Gredos, las caballerías mayores (caballos y mulos) y menores (burros), conocidas a menudo con el genérico nombre de “bestias”, eran muy abundantes. 
En todas las casas había como mínimo una caballería, siendo muchas las familias que tenían 2 ó más, siendo frecuente la convivencia de 2 e incluso de las tres especies citadas.
Si se tenía que trabajar mucho, se preferían los mulos y si tenían que manejarlos mujeres, niños y ancianos, se preferían los burros.
Los caballos, a menudo se reservaban como animales de montura y las yeguas se destinaban a la crianza.

En muchas zonas, las cargas sólo pueden transportarse con caballerías.
Antonio Leandro de la Calle Jiménez en el Camino de Santonuncio.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Gonzalo Vicente Rodríguez trillando cebada en la Era de Abajo del Llano.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

José Miguel Jiménez Díaz arando con su caballo.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).

Antes de que las carreteras comunicasen los pueblos y aún después de que ocurriera este hecho y se generalizase el uso de vehículos a motor, la forma más eficaz y rápida de desplazarse y transportar poca carga, era a lomos de caballos, burros y mulos.
Sin embargo, con las carreteras ya podían circular con facilidad los carros tirados por bueyes y, en mucha menor medida, por mulos y burros.
Los carros tirados por una sola caballería, fueron prácticamente desconocidos en Gredos, salvo contadas excepciones.

Simón Jiménez Jiménez con su caballo cargado.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.


Antonio Leandro de la Calle Jiménez con una carga de leña.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque era menos frecuente, los burros podían tirar de carros adaptados.
Casas del Puerto de Villatoro (Ávila).
(c) Alexis Hernández Llorente.

Las caballerías de labor tenían el mismo valor que puede tener hoy un coche, e incluso más si hablamos de yeguas y burras puesto que además de trabajar, proporcionaban anualmente una cría cuya venta generaba importantes ingresos para la familia. Era frecuente cubrir a las yeguas y burras de “el contrario”, es decir, de burro o caballo respectivamente para así obtener los mulos, que eran muy valorados.

Mulos y caballos en la feria de Navarredonda de Gredos (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Las cuadras para las caballerías estaban situadas al lado o en el interior de la propia vivienda, con el fin de tener vigilados a los animales y poder atenderlos adecuadamente durante la noche cuando hacía mal tiempo o estaban enfermos.
En las cuadras, junto al cerdo de la matanza, la cabra o vaca de leche y las gallinas, pasaba la noche la caballería de la familia.

Las cuadras se encontraban muchas veces en la planta baja de las casas, por lo que las puertas solían ser muy anchas.
Puerta de la casa tía Antonia Vidal Santos.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Silvestre de la Calle García.

La abundancia de caballerías, generaba una serie de puestos de trabajo asociados a estos animales: herreros y herradores, albarderos, esquiladores… puesto que todo buen ganadero o labrador se preocupaba de mantener en perfecto estado a sus animales.
Podríamos decir, que estos trabajadores equivalían en aquella época a los talleres automovilísticos de hoy.

Cuando se esquilaban las bestias en primavera, se aprovechaba para hacer vistosos dibujos con la tijera en el pelo.
(c) Javier Bernal.

Cuando los caballos, burros y mulos se tenían en las casas y cuadras dentro de los pueblos, en aquella época en las que las calles no estaban asfaltadas o cementadas sino que el pavimento era de piedras, cada mañana resonaban las herraduras de las bestias camino del campo, sirviendo de despertador al vecindario. Se conocía a la perfección quién iba por la calle porque cada caballería tenía un paso particular e inconfundible.

Alonso de la Calle Hidalgo con su yegua y su burro en la Calle La Mata.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Colección Familia de la Calle.

Pero poco a poco las carreteras fueron llegando a los pueblos y las callejas que comunicaban las pequeñas parcelas de cultivo, se convirtieron en caminos aptos para vehículos y maquinarias. También la emigración a las ciudades provocó un descenso espectacular del número de caballerías.
No obstante, la gente más mayor o aquellos que tenían fincas a las que no se podía acceder con vehículos, mantuvieron las caballerías de labor.

Juan García García con su yegua cargada de tabaco.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

José Miguel Jiménez Díaz arando con su caballo.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las caballerías dejaron de utilizarse. Los mulos fueron los más afectados al ser animales “improductivos” en cuanto a reproducción se refiere. Yeguas y burras consiguieron resistir aunque el precio de las crías era cada vez menor, lo que motivó que muchos ganaderos dejasen de criar.
Ángel de la Calle Vicente arrastrando madera con su mulo.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Silvestre de la Calle García.

Los vaqueros trashumantes se convirtieron en los defensores del caballo, al utilizarlo como medio de transporte. Ya no eran necesarios para desplazarse a las dehesas, pero sí eran necesarios durante los recorridos trashumantes y para desplazarse por la sierra y subir comida al ganado.

Felipe de la Calle Vicente, vaquero trashumante, con su caballo.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Miguel Jiménez de la Calle, vaquero trashumante de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Olga de la Calle Santos.

Algunos ganaderos optaron por seguir criando potros pero ya no para vida sino para la producción de carne. Se importaron sementales de razas especializadas y también yeguas selectas. Tradicionalmente, en la Sierra de Gredos, la carne de caballo, burro y mulo se consumía sólo de manera esporádica cuando algún animal se accidentaba y había que sacrificarlo, aunque ocasionalmente, algún ganadero acomodado sacrificaba algún buche (burro joven) para consumir su exquisita carne.

Yeguas y potros de carne en la feria de Navarredonda de Gredos (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Actualmente, quedan bastantes caballos en la Sierra de Gredos, utilizándose como montura tanto en el ámbito particular como para realizar rutas ecuestres por parte de empresas especializadas.
Los ganaderos aún los siguen utilizando para subir a la sierra durante el verano y para realizar algunos trabajos.

Teodoro Pérez Vidal "Serrano" con su caballo cargado de leña.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Puri Castañares Vidal.

Los burros son mantenidos por gente mayor y algún labrador o ganadero joven que los utiliza para trabajar y evitar que se pierdan las antiguas tradiciones.

Víctor Jiménez Candeleda arando con su yunta de burros.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Yunta de burros con carro de leña.
Casas del Puerto de Villatoro (Ávila)
(c) Alexis Hernández Llorente.

Los mulos, finalmente, son cada vez más difíciles de ver aunque todavía quedan entusiastas defensores de este animal quienes lo utilizan para trabajar o como montura.

Raúl Jiménez Jiménez, arriero de Guijo de Santa Bárbara, a lomos de su mulo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque ya no son necesarias para el trabajo, las caballerías merecen un reconocimiento por haber formado parte fundamental de la vida de nuestros antepasados.
Afortunadamente son muchos los que las siguen manteniendo e incluso utilizando para realizar diversos trabajos o como animales de montura y compañía.
Ojalá nunca dejen de resonar en nuestros pueblos los relinchos y los rebuznos de las caballerías y que de vez en cuando se alegren nuestras calles con el resonar de las herraduras.

Terminamos con este maravilloso vídeo grabado por Javier Bernal y que tanto gusta a los seguidores del blog.


Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).











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