domingo, 31 de julio de 2022

LA MIERA

Durante miles de años, los ganaderos han utilizado plantas medicinales y remedios naturales para curar las enfermedades y dolencias de los animales.
Eran expertos conocedores del medio en el que vivían y sabían las utilidades de cada planta.
Uno de los remedios más utilizados para curar diversas afecciones de ovejas y cabras fue LA MIERA.

Cabra lamiendo sal con miera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La miera, también conocida como aceite de cada o aceite de enebro, es un líquido semejante al aceite de oliva, de color oscuro y fuerte olor.
Se obtiene por destilación seca o quema controlada de las ramas y raíces del oxycedro o enebro de la miera (Juniperus oxycedrus), arbusto o arbolillo de la familia de las cupresáceas.
El enebro de la miera crece en suelos pobres y pedregosos prefiriendo las regiones de clima seco y soleado por lo que en las zonas de montaña busca las laderas más abrigadas y orientadas al sur.



Arriba: Enebro de la miera.
Abajo: Ramilla con frutos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El proceso de elaboración tradicional de la miera, era el siguiente.
Se elegían enebros bastante viejos por ser los más "cargados" de resina. Dividida la madera en astillas, se colocaba en el interior de hornos especiales de gran tamaño y forma semiesférica con un orificio en la parte superior para regular la salida del humo.



Arriba: Vista exterior de un horno de la miera.
Abajo: Detalle del orificio de salida de humo en la falsa cúpula.
Losar de la Vera (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El horno tenía una pequeña puerta de acceso. El piso interior estaba debidamente enlosado y contaba con un canalillo para permitir la salida de la miera.
Cuando el horno estaba lleno, se encendía y se controlaba la entrada de aire por la puerta y por el orificio de la cubierta para que la combustión fuese lo más lenta posible.

Detalle del interior del horno donde se aprecian las paredes ennegrecidas por el efecto del humo.
Losar de la Vera (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El líquido salía al exterior y era envasado en cántaros para su posterior distribución a los ganaderos que conservaban la miera en recipientes de cuerno denominados liaras para facilitar su transporte y utilización.

"Liara" o "aceitera".
Cuerno utilizado por los pastores para guardar y transportar líquidos.
(c) Silvestre de la Calle García.

La miera era utilizada fundamentalmente para desparasitar al ganado menor. En el caso de las ovejas, era muy utilizada para tratar la sarna o roña, enfermedad parasitaria producida por el ácaro Psoroptes ovis. Esta enfermedad, terriblemente contagiosa, producían grandes pérdidas ya que el animal perdía mucha lana y la que quedaba se depreciaba.
Los pastores debían estar atentos y revisar a las ovejas cada mañana y cada noche cuando salían del redil y ante la más mínima sospecha de que alguna tuviese roña, actuar con rapidez retirando la lana infectada y aplicando un chorrito de miera con la liara.

Rebaño de ovejas merinas trashumantes.
(c) Miguel Alba Vegas.

También era utilizada para combatir los vermes o gusanos intestinales que afectaban tanto a cabras como a ovejas.
En este caso, como el producto debía aplicarse internamente, se mezclaba la miera con sal para que el ganado la comiese, ya que por su sabor y olor amargo es muy difícil que la consuman directamente. Algunos pastores intentaban dársela a algún animal una cucharadita de miera pero normalmente se negaban a comerla.
Por ello, se echaba un chorrito de miera en la sal y se mezclaba hasta que la sal tuviese un tono parduzco semejante al café.

Mezcla de sal y miera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La mezcla de miera y sal se disponía en los lugares habituales donde se suministraba sal al ganado como en las tradicionales "saleras", "salegas", "alegas"... grandes losas de piedra a menudo con pequeños orificios donde se repartían puñados de sal seca para que la lamiese el ganado.

Oveja lamiendo sal en una salega.
(c) Silvestre de la Calle García.

También podía distribuirse en pesebres de madera conocidos como "gamellas", "gamellones", "camellones"... que facilitaban su movilidad y posterior limpieza.

Mezcla de sal y miera en un camellón de madera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con el paso del tiempo, la miera cayó en desuso dado su complejo proceso de fabricación pues se necesitaba realizar un gran esfuerzo para obtener una reducida cantidad de producto. Además aparecieron en el mercado preparados veterinarios como el clásico Zotal, ideal para desparasitar al ganado.
No obstante, aún hoy en día hay ganaderos que utilizan la miera pues conocen su probada eficacia durante siglos .
Es el caso de Alejandro Torralvo Gutiérrez, joven cabrero de la localidad de Guijo de Santa Bárbara que sigue mezclando la miera con sal para dársela a sus cabras y que de esa forma estén libres de parásitos.

Alejandro Torralvo Gutiérrez con su padre Florián Torralvo Sánchez.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Alejandro Torralvo Gutiérrez nos cuenta:
"La miera es un líquido del color del café y que huele muy fuerte. Por eso las cabras no lo quieren y hay que mezclárselo con la sal para engañarlas y que lo tomen.
Les viene muy bien para estar limpias por dentro y por fuera porque al no tener gusanos dentro, eso hace que la comida les siente mejor y que estén más fuertes y tengan mejor pelo y así tampoco crían bichos por fuera".

El aspecto de las cabras que consumen miera es magnífico.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El uso de la miera nos revela una vez más el gran conocimiento que tienen los cabreros de las plantas y los remedios naturales. Ya hemos dicho en repetidas ocasiones en EL CUADERNO DE SILVESTRE que los cabreros son auténticos sabios y que su sabiduría merece ser conocida y preservada por todos.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico forestal.



lunes, 25 de julio de 2022

LOS CONTADORES DE CABRAS

La economía de los guijeños, habitantes del pueblecito extremeño de Guijo de Santa Bárbara, en la comarca cacereña de La Vera, se basó durante siglos en la ganadería caprina extensiva.
La raza criada, como no podía ser de otro modo, fue la Verata, cabra de doble aptitud leche-carne y perfectamente adaptada a las condiciones orográficas y climáticas del lugar, aunque posteriormente fue sustituida por razas más productivas. Recientemente, los ganaderos han vuelto a fijarse en la vieja raza autóctona y están llevando a cabo un increíble programa de recuperación de la misma.

Contando las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La mayor parte del término municipal de Guijo de Santa Bárbara, de unas 3500 hectáreas de superficie, está ocupado por una dehesa serrana de alrededor de 3000 hectáreas y que es conocida como Dehesa Sierra de Jaranda por la garganta que la atraviesa de norte a sur. 
Esta Dehesa, que está dividida en acciones proindivisas y que es propiedad de numerosos accionistas, tiene su origen en la compra de diversas propiedades al Estado en la segunda mitad del siglo XIX que en 1896 se unificaron para formar la finca que hoy conocemos y que es clave para la ganadería guijeña.

Cabras en la Dehesa Sierra de Jaranda.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante todo el año, las cabras del municipio pastan en esta dehesa serrana ideal para estos montaraces animales y en la que también pastan durante buena parte del año numerosas vacas y algunos caballos.
Para poder pastar en la finca, dado que es una propiedad privada, los ganaderos deben pagar un arriendo que, en el caso de las cabras es de 7 € por animal y año.

Jacinto Torralvo con sus cabras junto a la choza de La Nava.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El pago no se realiza de una vez, puesto que el año se divide en 3 periodos o estaciones:
- Invierno.
- Primavera.
- Agostadero (verano + otoño).
Los cabreros deben pagar 1 € por cabra en invierno, 2,5 € en primavera y 4 € en agostadero, mientras que las vacas, según una secular costumbre, pagan 6 veces más puesto que se dice que "en la huella de una vaca, caben seis de una cabra".

Pezuña de una chiva.
6 huellas de cabra entra en la huella de una vaca.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para realizar todas las gestiones pertinentes, la Dehesa Sierra de Jaranda cuenta con una Administración o Directiva cuyos miembros se encargan de realizar el censo del ganado que pastará en la sierra durante cada estación. El censo, denominado localmente como "cuento", se realiza en los primeros días de cada estación.

Antonio Modesto Jiménez Santos.
Uno de los primeros administradores de la Sierra.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tradicionalmente, había contadores que se encargaban de realizar el cuento del ganado.
Entre 1867 y 1963 eran nombrados anualmente 4 contadores: 2 para las cabras y 2 para las vacas.
No formaban parte de la Administración de la Sierra pero asistían a las reuniones con voz pero sin voto.
Sin embargo, a partir de 1963, se decidió que los contadores formasen parte de la Administración, reduciéndose su número a 2.

Antonio de la Calle Rosado, primer contador de cabras.
(c) Colección Familia de la Calle.

Tenían que ser expertos conocedores del ganado pues no todos los animales de una especie pagan el mismo precio.
Por ejemplo, en el caso de las cabras, los ejemplares menores de 1 año, no pagan.
Hoy en día con los crotales y cartillas ganaderas, es muy fácil averiguar la edad de un animal sin que pueda haber duda alguna, pero en el pasado esto no era así.
Dada la penuria económica, era frecuente que muchos ganaderos pretendiesen que una cabra poco desarrollada pasase por chiva para no pagar los pastos o "yerbas" como se solía decir, de la estación correspondiente.
Por este motivo, los contadores debían saber diferenciar bien un animal de otro ya que en caso de duda, su criterio era el que prevalecía.

Florián Torralvo y su hijo Alejandro con sus cabras, chivas y machos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El sistema de cuento en épocas pasadas era el siguiente.
Los contadores, al comenzar la estación, recorrían los corrales al amanecer para contar el ganado antes de que saliese al campo. Iban siempre sin avisar al ganadero para evitar que éste tuviese la tentación de esconder algún animal.
Si el ganadero estaba en el corral, se contaba el ganado con él y si no era así, los contadores realizaban el cuento, apuntaban la cantidad y hablaban después con el ganadero.

Cabras en el corral.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Se intentaba contar a las cabras cuando estaban tumbadas y tranquilas en el interior del corral, lo que no siempre era fácil puesto que las cabras de algunas piaras eran muy esquivas y ante la presencia de extraños comenzaban a moverse y era difícil contarlas.
Entonces, los contadores optaban por diferentes soluciones en función de las características del corral.

Cabras tumbadas en el majal.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los clásicos corrales de cabras eran sencillas edificaciones de una sola planta que contaban con dos partes: una cubierta o techada, que se denominaba "corral" o "enramada" y otra descubierta y rodeada por una alta pared que se denominaba "majal". Para que el ganado pudiese pasar libremente de una a otra, se hacían en la pared vanos sin puerta que recibían el nombre de "bujeros". Un corral podía tener uno o más "buejeros".

Corral de cabras tradicional con dos vanos o "bujeros".
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Si el corral disponía de un sólo "bujero", se metían las cabras dentro y conforme iban saliendo las cabras al "majal", se iban contando.
Si había alguna duda, podían meterse las cabras de nuevo y volver a contarse o bien hacerlo cuando ya saliesen al campo por la puerta ubicada en una de las paredes laterales del "majal" o del "corral".

Juan Antonio Rodríguez Vidal a la puerta del corral.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Si había varios "bujeros", se obligaba a las cabras a pasar sólo por uno de ellos, colocándose una persona en cada bujero. También se podía colocar un contador en cada "bujero", si sólo había dos, y contar las cabras de forma individual y luego sumarlas con las del compañero.

Cabras en el majal de un corral con varios "bujeros".
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Terminado el cuento, se rellenaba la papeleta de pastoreo, especie de pequeño contrato en el que se especificaba la estación, el número de cabezas y el precio por cabeza.
El ganadero firmaba una copia que se quedaba para los contadores, entregando estos otra copia sellada al ganadero.
Al terminar la estación, el ganadero realizaba el pago en metálico en casa del tesorero, que era otro de los administradores de la Sierra.

Papeleta de pastoreo.
(c) Silvestre de la Calle García.

Como curiosidad, si el ganadero tenía más de 100 cabras, se le descontaban 2 como "premio" por mantener tantos animales y generar un cuantioso beneficio a los accionistas propietarios de la finca.
En épocas pasadas, las piaras mayores de 100 cabras eran poco frecuentes. Lo normal eran piaras de 70 u 80 cabras adultas más el recrío y los machos.
La mayor piara conocida fue la de Vicenta García Díaz (1874-1955) que en 1936 tenía 714 cabras reproductoras.
Había también pequeños hatajos de 50 ó 60 cabezas como el de Ángel de la Calle Jiménez (1896-1975).

Julián Leal con su hatajo de cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El "cuento" de las cabras duraba en el pasado varios días pues había numerosas piaras. En 1872 había 36 cabreros que sumaban algo más de 2500 cabezas mientras que en 1957 el censo ascendía a 3777 cabezas repartidas entre medio centenar de ganaderos en número sumamente desigual, desde algunos que tenían una sola cabra hasta algunos que superaban el centenar de cabras adultas.

La abundancia de cabras contribuía a la limpieza de la sierra.
Pimesaíllo, poblado de chozas en el que habitaban los cabreros guijeños en verano.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A partir de esta última fecha, debido a factores como la emigración y la sustitución de las cabras por vacas lecheras primero y de carne después, el censo comenzó a descender paulatinamente, superando ligeramente las 1000 cabezas a comienzos del siglo XXI.
Dos décadas después, quedan menos de 400 cabras distribuidas desigualmente entre media docena de ganaderos.
Pese a la identificación del ganado mediante crotales y a la inscripción de los animales en las cartillas, el ganado se sigue contando como se hizo siempre para no perder esta bonita tradición.

Juan Antonio Rodríguez Vidal con sus cabras. Invierno 2021.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No podemos terminar este artículo sin el testimonio de algunos administradores y contadores de la Dehesa Sierra de Jaranda.
Juan García García (1927-2012), desempeñó entre 1963 y 1992 los cargos de presidente y contador:

"Antes había muchas cabras y muchas piaras porque eran piarillas y hatajos chicos.
Se contaba tres veces al año y tardábamos varios días porque al tener que contar por la mañana antes de que las cabras saliesen de los corrales, daba tiempo a contar 5 ó 6 piaras cada día.
A veces, por acelerar la cosa, contábamos todos los Administradores y en tiempos yo me acuerdo que las contaban hasta familiares de los administradores para terminar antes, sobretodo en agostadero cuando los cabreros se tenían que subir a la sierra.
Cuando yo empecé de administrador, había más de 3000 cabras pero cuando me retiré ya no llegaban a 2000 y después han seguido bajando porque muchos cabreros se han jubilado y los hijos no han seguido el oficio porque la cabra es muy esclava".

Juan García García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Alonso de la Calle Hidalgo (n.1952), uno de los actuales directivos o administradores de la Sierra y encargado de realizar los cuentos de cabras y vacas, nos cuenta la situación actual:

"Yo empecé en 1996 como secretario de la Sierra pero al tener que hacer la lista de pago con los datos que me pasaban los contadores, siempre he tenido sabido el censo que teníamos en la finca.
Por ejemplo, en 1998 había 17 cabreros y 1299 cabras pero ya en 2005 sólo quedaban 3 cabreros y 251 cabras.
Después se han recuperado un poco y hay actualmente pastando en la finca 420 cabras de 5 cabreros.
Uno de los cabreros tiene menos de 30 años y otro menos de 40 por lo que en cierta medida, está asegurada la continuación del oficio de cabrero en nuestra Sierra".

Alonso de la Calle Hidalgo.

CONCLUSIÓN.
El oficio del cabrero, tan necesario para el monte como estamos comprobando actualmente ante los incendios forestales que en este verano de 2022 están asolando amplias zonas de España, merece ser reconocido y conservado.
Los ganaderos tienen muchas trabas para continuar debido a la gran cantidad de documentación exigida por la Administración, a las duras campañas de saneamiento ganadero y a la baja rentabilidad ante la subida de los costes de producción y el mantenimiento del precio de la leche y los cabritos que valen lo mismo que hace 20 años.

Alejandro Torralvo Gutiérrez.
Uno de los principales cabreros de Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el caso concreto de Guijo de Santa Bárbara, la cabra tiene un importante papel histórico, social, cultural y medioambiental y por ello debe ser protegida.
Parte de esa cultura cabrera es también el oficio de CONTADOR que aunque no sea ya estrictamente necesario, debe ser conservado como parte del legado de nuestros antepasados.

Florián Torralvo y Silvestre de la Calle contando las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Nota del autor.
Quiero agradecer a la Familia Torralvo y a Juan Antonio Rodríguez Vidal, cabreros de Guijo de Santa Bárbara su desinteresada colaboración cada vez que publico un artículo sobre cabras en EL CUADERNO DE SILVESTRE.
Siempre están dispuestos a colaborar con fotografías e información para escribir los artículos.
También quiero agradecer la inestimable colaboración de mi padre, Alonso de la Calle Hidalgo, que aporta la mayor parte de las fotografías que aparecen en mis artículos pero más aún en este artículo y en otros que hablan de la Dehesa Sierra de Jaranda, finca de la que es administrador desde hace más de 25 años.
Hace años, mi padre y yo publicamos un libro titulado LA DEHESA SIERRA DE JARANDA que sirve como bibliografía para muchos artículos del blog.


Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.

*Nota: El autor es nieto de Juan García García e hijo de Alonso de la Calle Hidalgo.








lunes, 18 de julio de 2022

LA CABRA: DE DESTRUCTORA A DEFENSORA

Con la llegada del verano, tienen lugar cada en los bosques, montes y sierras de la Península Ibérica los temibles incendios forestales. Naturales pocas veces, y provocados por el hombre en la mayoría de los casos, estos incendios arrasan cada año miles de hectáreas y convierten lo que era un hervidero de vida en un desierto de cenizas.
En estos casos, todo el mundo se acuerda de ella. Considerada en otros tiempos destructora del bosque, ahora es ensalzada como su mayor defensora. Nos referimos a LA CABRA.

Cabra del Asón.
(c) Gaspar Guas Fernández.

Hace alrededor de 80 años, terminada la Guerra Civil, había en España más de 6 millones de cabras que para mucha gente supusieron la diferencia entre la vida y la muerte. Las cabras alimentaban a gran parte de la población del medio rural con su leche y su carne, vestía a las gentes más humildes con sus pieles, aportaba estiércol para abonar los campos....
Rara era la familia campesina que no tenía por lo menos 1 ó 2 cabras para abastecerse de leche fresca y poder comer de cuando en cuando un rico cabrito o venderlo para sacar algo de dinero, si bien numerosas familias se dedicaban profesionalmente a la cría de cabras de manera casi exclusiva con rebaños de 50-100 cabezas o más.

Rebaño o piara de cabras Veratas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las cabras se alimentaban fundamentalmente en pastoreo con todo lo que encontraban en el campo. En aquellas regiones donde eran especialmente abundantes, llegaban a provocar daños por sobrepastoreo en el monte pero si se las controlaba debidamente, podían ser aliadas del bosque al consumir la vegetación arbustiva que competía con los árboles.
Los árboles autóctonos habían evolucionado entre herbívoros y se valían de diversos mecanismos como hojas amargas o pinchudas para evitar ser comidos.

Cabra alimentándose de una encina.
Este árbol desarrolla hojas dentadas en los brotes principales para evitar la voracidad de las cabras.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las cabras solían habitar en regiones donde otros ganados, a excepción de las abejas (sí, insectos y no herbívoros lanudos), podían subsistir.
Eran comunes refranes como:
Quien en Las Hurdes quiera habitar en cabras y en colmenas a de tratar.
Ponemos de ejemplo esta bellísima comarca cacereña en la que durante miles de años las cabras y las abejas fueron el principal sustento de sus habitantes.

Cabras en Las Hurdes.
(c) Silvestre de la Calle García.

Se trataba de zonas montañosas, aisladas, con fuertes pendientes y suelos pobres donde crecían algunos árboles autóctonos especialmente resistentes como encinas y alcornoques pero donde las especies dominantes eran los arbustos como el brezo, la jara, las retamas, los lentiscos, los madroños....

Cabras Guisanderas en una zona de matorral.
(c) Silvestre de la Calle García.

En tales regiones, numerosas familias vivían de las cabras y de las abejas, realizando desplazamientos periódicos para aprovechar la vegetación de distintas áreas en el momento idóneo, dando lugar así a una verdadera trashumancia de cabras y abejas.

Teodoro Pérez "SERRANO"  y su hijo Samuel ordeñando las cabras.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Puri Castañares Vidal.

Pero muchos expertos de la época, estimaron que tales montes eran improductivos y que había que mejorar su rentabilidad repoblando esos montes que en otro tiempo, a su juicio, debieron ser los famosos bosques por los que la ardilla de Estrabón cruzaba Hispania de rama en rama.
Grandes extensiones de monte fueron limpiadas de matorral y preparadas para la plantación de especies arbóreas de rápido crecimiento sin importar mucho que fuesen autóctonas o no.
En la mayoría de los montes, la especie elegida fue el pino resinero (Pinus Pinaster) aunque en zonas altas fue sustituido por el pino silvestre (Pinus Sylvrestis).

Pinar de pinos resineros.
Guisando (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Pero para favorecer el crecimiento de los pinos era fundamental eliminar de la escena a la destructiva cabra.
Los nuevos pinares fueron acotados durante un periodo mínimo de 10-15 años para evitar que las cabras dañasen a los pinos jóvenes.
Los cabreros se vivieron obligados a asentarse en aquellas zonas que no habían sido repobladas y que generalmente eran peñascales o zonas alejadas de los pueblos.
En muchos aspectos, esto supuso retroceder a una vida de épocas pasadas y muchos se negaron, prefiriendo vender las cabras o trasladarse a otras zonas más bajas y mantenerlas en estabulación.

Muchos cabreros se vieron obligados a vivir en la sierra, por encima de los bosques.
Cabras de TÍO PAULINO GARGANTILLA SERRANO en el Majal del Melocotón.
Tornavacas (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Nos servirá de ejemplo de todo esto, el bellísimo pueblo de Guisando (Ávila). Rodeado en otros tiempos de bosques de robles y de castaños que servían de zona de pasto a un gran número de cabras de la raza autóctona Guisandera (Guisandesa para algunos autores), sus montes fueron repoblados con pinos resineros, lo que obligó a decenas de cabreros a emigrar del pueblo con sus rebaños hacia zonas libres de pinos como Candeleda, Madrigal de la Vera o Villanueva de la Vera.
Algunos, se quedaron cerca y con el paso del tiempo han vuelto al pueblo pero en los pinares, las cabras encuentran muy poco sustento.

Cabras de raza Guisandera atravesando el pueblo de Guisando (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

A la prohibición de que las cabras pastasen en muchas zonas repobladas, se sumó una mejora de las comunicaciones por carretera y la explotación masiva de vacas lecheras lo que permitió la llegada de la leche de vaca al último rincón de nuestro país. 
Ya no era necesario tener cabras para abastecerse de leche y quienes seguían viviendo en el campo y querían leche fresca y natural preferían tener una vaca que era más fácil de manejar y que daba más leche.

Vaca de raza Frisona, "Suiza" en muchas zonas de España.
(c) Pilar Domínguez Castellano.

Sólo en algunas zonas excesivamente secas y calurosas del sur peninsular, en algunas áreas montañosas especialmente abruptas y en las islas Canarias, las cabras no sólo siguieron siendo abundantes sino que aumentaron de manera exponencial en busca de rentabilizar las explotaciones.
Aún así, a día de hoy, el censo caprino ronda solamente los 3 millones de cabezas.

Rebaño de cabras en Canarias.
(c) Pedro Antonio González Carrillo.

En muchas zonas, los montes libres de repoblación, los bosques autóctonos y los bosques "artificiales" creados tras las repoblaciones, comenzaron a llenarse de arbustos y en pocos años se convirtieron en selvas impenetrables y, ahora sí, realmente improductivas.
Sólo servían de morada diurna a los jabalíes que sin competencia alguna y sin depredadores naturales comenzaron a reproducirse exponencialmente.

Donde antes había cabras limpiando el monte, hoy hay jabalíes.
(c) Silvestre de la Calle García.

Y así llegamos a la situación actual. Los montes llenos de matorral y jabalíes que salen de ellos por las noches y causan daños a la agricultura y otros sectores, además de ser un foco de infección para el poco ganado que queda y un riesgo para el tráfico rodado.
Junto al jabalí han empezado a vivir otros animales forestales como el corzo, el lobo, el zorro, el meloncillo.... especies que están experimentando también un crecimiento exponencial y ocasionando en daños a la agricultura y la ganadería.

El lobo ibérico se está extendiendo por los espesos bosques ibéricos.
Lobo en la montaña de Riaño.
(c) Javier Bernal Corral.

El problema ya es mayúsculo en muchos aspectos. Queda por aparecer en escena el elemento más peligroso de todos: EL FUEGO.
En unos montes con gran cantidad de arbustos por la falta de herbívoros salvajes y domésticos y con los árboles muy concentrados por la falta de gestión forestal adecuado, si se produce un incendio, es como si comenzasen a arder un almacén de pólvora.
En el caso de los pinares de repoblación, especialmente aquellos de pino resinero, el fuego tiene unos efectos aún mayores debido a que la madera de pino por ser muy resinosa, arde con suma facilidad y las piñas secas son igualmente un combustible extraordinario.
Entonces, nos llevamos las manos a la cabeza  y decimos: ¡SI HUBIESE MÁS CABRAS....!

Rebaño de cabras Azpigorris.
(c) Leire Amundarain Ganadutegia.

Pero la solución no está en comprar cabras y soltarlas en el monte. Incluso el facilitar a los jóvenes que se incorporen a la actividad agraria con rebaños extensivos de cabras, muchas veces no es la solución, porque en muchos montes las cabras no pueden ni entrar.
Nos explica todo esto Alejandro Torralvo Gutiérrez, joven cabrero de 24 años de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) que ha sabido conjugar como pocos la tradición familiar y la tecnología más vanguardista. 
En su explotación de unas 300 cabras de raza Verata, el ordeño se realiza de forma mecanizada y algunas cabras portan collares GPS para controlar su posición en el monte.

Cabra Verata de Alejandro Torralvo con collar GPS.
(c) Alejandro Torralvo Gutiérrez.

Alejandro nos cuenta lo siguiente mientras revisa a sus animales:

"Como esto siga así, no sé lo que va a pasar. El monte está lleno de mierda y si no se invierte en limpiarlo, cada año habrá más fuegos y serán más grandes y difíciles de apagar.
¿La solución son las cabras? Pues sí, porque las cabras mantienen el monte limpio pero antes hay que limpiar algunos montes porque las cabras no pueden entrar en ellos.
Lo decía siempre mi abuelo, que fue cabrero toda su vida. La cabra no come leña. La cabra come el rebrote de las matas pero llega un punto en el que no se las come y el monte se acaba cerrando.
Hay que facilitar la incorporación de los jóvenes al medio rural sin tantas trabas como hay ahora pero lo principal es invertir en limpiar el monte.

Alejandro Torralvo Gutiérrez.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Otro joven cabrero de 33 años es Jonatan Rodríguez Seara, que tiene sus cabras en Muñogalindo (Ávila) y nos cuenta lo siguiente:

"En el monte se necesitan cabras porque las vacas no rompen en el monte. Pastan al lado de los regatos y no son capaces de meterse entre los matorrales mientras que las cabras sí y aunque hay en sitios que ni siquiera ellas pueden.
El problema es que la vida del cabrero es sacrificada y los precios no animan a la gente.
La leche y los cabritos tienen el mismo precio que hace 20 años y los precios del pienso, de los gastos propios de una explotación y el coste de la vida en general, no hacen más que subir.
Así es imposible que haya cabras y habrá incendios como el de Ávila de 2021 o el de Las Hurdes de 2022, zonas en las que antes había muchísimas cabras y donde ahora prácticamente no hay ninguna.".

Cabras del Guadarrama.
(c) Ganadería Caprina San Adrián T.C./ Jonatan Rodríguez Seara.

CONCLUSIÓN
Nuestros montes se mueren devorados por las llamas. ¿Debemos ver esto sin hacer nada? No.
Todos tenemos que colaborar para evitar estos incendios.
Quienes tienen responsabilidades en los despachos, deben conocer de primera mano la situación de nuestros montes hablando con los que día a día están en ellos.

Pinar debidamente gestionado.
Hoyocasero (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Los ciudadanos de a pie debemos extremar las precauciones en el monte para que no se produzcan incendios de manera accidental. Una simple colilla mal apagada y arrojada desde el coche, puede convertirse en el inicio de un infierno.
Sin embargo, podemos contribuir de una manera más sencilla para que disminuya el riesgo de incendios forestales:

COMPRANDO Y COMIENDO

Sí, queridos lectores. Comprando productos como quesos de cabra y cabrito contribuimos a mantener los rebaños de cabras en nuestros montes y de esa forma conseguiremos que estén limpios y que si se producen los temidos incendios, tengan poco poder o sean fáciles de apagar.

Quesos de cabra.
(c) Silvestre de la Calle García.


A MODO DE EPÍLOGO
Mezclamos en este artículo varios conceptos y quizás se difumine un poco la idea central.
Montes "mal" gestionados, incendios provocados, falta de limpieza en el monte, bajos precios que obligan al abandono del ganado...
Retomemos pues el título del artículo y veamos en la cabra una herramienta fundamental para la adecuada gestión forestal, realizando un pastoreo controlado conociendo en todo momento la carga ganadera (número de animales por hectárea) que puede soportar cada terreno y durante cuánto tiempo, moviendo el ganado a distintas zonas para permitir la regeneración del suelo (trashumancia, ganadería regenerativa)....
Confiemos en la cabra porque si tras la Guerra Civil Española "quitó mucha hambre", ahora puede evitar muchos problemas.

Cabras Azpigorri en una zona de matorral.
(c) Ibai Menoyo Aguirre.

*Nota final del autor.
En el presente artículo se ha hablado mucho de las cabras como grandes defensoras del monte al limpiar la maleza pero no por ello nos olvidamos de la importante labor que realizan también ovejas, vacas, yeguas, burros, cerdos ...
Todos los herbívoros domésticos, manejados en pastoreo extensivo de una manera eficiente y racional, cumple una función fundamental en la preservación de los ecosistemas pues una vez desaparecidos los herbívoros salvajes es, en muchos casos, imposible reintroducirlos y el ganado doméstico debe ocupar el lugar que otrora ocuparon bisontes, caballos, uros, cabras monteses, cérvidos...

Vacas Pirenaicas.
(c) Leire Amundarain Ganadutegia.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.





GUIJO DE SANTA BÁRBARA. EL PUEBLO DE VIRIATO.

Guijo de Santa Bárbara es un pequeño pueblo situado en la comarca de La Vera, al noreste de la provincia de Cáceres y en las estribaciones o...