jueves, 29 de septiembre de 2022

LA CABRAS Y OVEJAS DE TÍA VICENTA LA JAMBRINA

Vicenta García Díaz (1874 - 1955), conocida como tía Vicenta la Jambrina, fue una de las ganaderas más importantes de la historia de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), pueblo en el que nació, vivió y murió.
Cabrera y borreguera, se dedicó también a la cría de equinos, cerdos y gallinas además de complementar su actividad ganadera con la agricultura y con otros negocios que le hicieron prosperar ampliamente.


Cabras y ovejas, la vida para tía Vicenta la Jambrina.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antes de comenzar con la biografía de tía Vicenta, podemos describir a grandes rasgos cómo fue esta mujer.
Se trataba de una mujer enérgica, luchadora, trabajadora incansable y para la que lo primero en la vida fue siempre la familia.
Aunque pasó de ser una humilde cabrera a una mujer muy acomodada, jamás se olvidó de dónde venía y nunca olvidó a sus amadas cabras.

Piara de 715 cabras Veratas.
Es importante que el lector recuerde esta cifra hasta el final del artículo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Vicenta García Díaz nació el 19 de julio de 1874 en Guijo de Santa Bárbara el seno de una humilde familia de labradores y ganaderos. 
Su padre, Justo García Domínguez (1845-1908), compaginaba su trabajo de labrador con el de leñador, bajando de la sierra cargas de leña con su burro para las tahonas del pueblo, mientras que su madre María Díaz Ruiz (1852-1930) trabajaba como hornera en una tahona.

Acarreando leña con el burro.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Desde pequeña, Vicenta estuvo muy vinculada al mundo ganadero pues a los 6 años ya se hacía cargo de la modesta ganadería familiar compuesta por el burro, un par de cabras lecheras, el cerdo para la matanza y unas cuantas gallinas.
Todos estos animales se alojaban en la cuadra situada en la planta baja de la casa familiar.
Esto era muy frecuente en la época, especialmente en el caso de las familias más humildes.
Cada mañana, Vicenta ordeñaba a las dos cabras caseras, llamadas así por tenerse en la cuadra de casa, para luego sacarlas a la calle cuando pasase el cabrero que recogía todas las cabras caseras del pueblo para llevarlas al campo a pastar donde permanecerían hasta el atardecer.

Cabra Verata.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Hecho esto, Vicenta cocía la leche que era considerada como el más preciado de los alimentos después del pan, reservándose a los niños pequeños y a los abuelos. Si sobraba, era consumida por el resto de la familia, utilizándose generalmente para elaborar las populares sopas canas. A veces, si se tenían dos cabras que diesen bastante leche, se hacía un quesito pequeño que era consumido en fresco como un auténtico manjar.
El queso de cabra de Guijo de Santa Bárbara tenía gran fama desde hacía siglos y Vicenta aprendió a hacerlo cuando era niña aunque sus quesos nunca fueron muy buenos porque tenía la mano caliente y se ahuecaban mucho por lo que tenían que comerse lo antes posible.

Queso fresco de cabra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cada año, las cabras parían un cabritillo, o dos si estaban bien alimentadas y cuidadas. 
Dado el esmerado manejo que recibían las cabras caseras, los partos dobles no eran infrecuentes.
Salvo en casos muy excepcionales, los cabritos se vendían a los carniceros locales o directamente a algún vecino cuando cumplían 1 ó 2 meses. Sólo se criaba una chiva cuando alguna cabra tuviera que ser vendida o sacrificada por su avanzada edad y no producir ya leche ni poder parir.

Cabra Verata con dos cabritillos.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.

A continuación, Vicenta preparaba la comida para el cerdo. En un caldero se cocían las pieles de las patatas o "mondajas" así como alguna patata menuda que no sirviese para el consumo. Después se añadía un puñado de centeno y se cocía todo junto un rato más. Este cocimiento recibía el nombre de "brebajo" y se echaba en camellones de piedra para que los cerdos lo comiesen.
A continuación, Vicenta iba a llevar el cerdo o cochino, al denominado "Corral de los cochinos" donde todos los cerdos del pueblo permanecían hasta el atardecer bañándose en el barro y disfrutando de la sombra de los grandes árboles que allí había.

Camellón de piedra para echar de comer al cochino.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El cerdo o cochino se compraba cuando era pequeñito y fuese barato y se le iba engordando durante un año o incluso más hasta que estuviese listo para la matanza que era una auténtica fiesta para la familia.
La despensa familiar de todo el año dependía en buena parte del tocino y de los embutidos elaborados en la matanza. Los productos de mayor valor como jamones y lomos, solían destinarse a la venta constituyendo un ingreso básico y muy importante para la familia. En ocasiones, parte del dinero obtenido se destinaba a la compra de tocino para el consumo familiar o bien para la compra del cochinillo para la siguiente matanza.

Colgando los embutidos para secarlos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Al regresar a casa, Vicenta abría la puerta del gallinero situado bajo las escaleras que desde el patio interior de la casa conducían a la planta superior.
En el patio de la casa, en una vieja cazuela que ya no servía para cocinar, Vicenta echaba las sobras de la comida y un poco de cebada para que comiesen las gallinas y dejaba abierta la gatera de la puerta para que las gallinas pudiesen salir libremente a la calle y entrar cuando quisieran a poner los huevos en la seguridad del gallinero.

Gallo y gallinas.
(c) Javier Bernal Corral.

A lo largo del día, Vicenta bajaba varias veces al gallinero para ir recogiendo los huevos evitando que las gallinas pudiesen romperlos o ensuciarlos, sobre todo en la época de lluvia.
Los huevos tenían una gran importancia para las familias labradoras pues se guardaban para la venta. Solamente se consumían los domingos, día en el que era típico en Guijo de Santa Bárbara comer huevos fritos con patatas fritas.

Manjar ¿de pobres?
(c) Silvestre de la Calle Hidalgo.

También se criaban todos los años 10 ó 12 pollitos, dedicando las hembras al renuevo de las gallinas viejas y vendiendo los pollos a excepción de uno que se reservaba para renovar el gallo. Este último era matado para la cena de Nochebuena.

El gallo era el plato estrella de la cena de Nochebuena.
(c) Javier Bernal Corral.

Del burro se encargaba Justo, pues se le llevaba por la mañana al campo y no volvía en muchas ocasiones hasta por la tarde, momento en el que Vicenta le llevaba hasta la fuente para que bebiese y luego encerrarle en la cuadra echándole un puñado de heno y algo de cebada.

Burro en la cuadra.
(c) Silvestre de la Calle García.

Por la tarde, se repetía todo el proceso. Cochinos y cabras recorrían las calles del pueblo solos y a toda velocidad camino de su cuadra, a la iban sin equivocarse jamás.
El cochino sabía que le esperaba el brebajo en el camellón y las cabras sabían bien que les darían un puñado de cebada, de centeno, de panizos (maíz) o unas suculentas hojas de col según lo que hubiese en cada momento, además de ordeñarlas y encerrarlas en la abrigada cuadra donde podían dormir calentitas y a cubierto.

Cabras regresando al pueblo.
(c) Alejandro Torralvo Gutiérrez.

Además de todo esto, Vicenta tenía que hacer las tareas propias de la casa al estar sus padres trabajando fuera. Fue la tercera de 9 hermanos: Silvestre, Ignacia, Vicenta, Antonio, Jacoba, Rafael, Dionisia, Cirilo y Agustina.
Lamentablemente, sólo Vicenta y los tres últimos hermanos sobrevivieron hasta la edad adulta.

Agustina García Díaz, la hermana pequeña de Vicenta, con su esposo Tomás Jiménez Naranjo.
(c) Colección Familia de la Calle.

Realizar las tareas de la casa no era fácil en aquella época, en la que no había ninguna comodidad en las casas. Había que hacer la lumbre, ir a por el agua a la fuente, lavar la ropa en el pilón o en la garganta...
En una casa con tantos niños, el lavado de los pañales de tela era una labor agotadora que había que hacer varias veces al cabo del día y que Vicenta tenía que hacer en ausencia de su madre.
Además, Vicenta realizaba estas tareas descalza pues la pobreza de la familia impedía la compra de zapatos.

Lavando en una fuente.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En la finca que la familia tenía en Los Chorros, ya en término de Jarandilla, así como en el Huerto de la Olivilla que la Cofradía del Santísimo les tenía cedido al ser Justo el monaguillo de la Parroquia, cultivaban todos lo necesario para el consumo.
Tenían algunos olivos para obtener aceite, algunos frutales, unas cuantas parras para hacer algunas arrobas de vino y tenían tierra para cultivar verduras y sobre todo patatas, el alimento básico de las familias guijeñas.
Aunque Justo se encargaba del cultivo de la tierra, como muchos días tenía que irse a la sierra a recoger leña, Vicenta tenía que ir a regar o a realizar otros trabajos y ayudar a su padre con las tareas más pesadas como la recogida de las patatas.

Recogiendo las patatas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Así fue la vida ganadera de Vicenta hasta que se casó el día 23 de 1892 con Juan Valentín García Hernández (1864-1927) natural de la localidad abulense de Nava del Barco, bonita población a orillas de la garganta de Galín Gómez y a la que Juan y Vicenta fueron en numerosas ocasiones para visitar a la familia y a los amigos que él tenía allí.

Nava del Barco (Ávila)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Juan era descendiente de una humilde familia de labradores y ganaderos al igual que Vicenta. Desde los 16 años se ganaba la vida como segador de prados bajando con su guadaña en primavera a segar a pueblos del norte de Extremadura como Losar de la Vera, Robledillo de la Vera, Jarandilla de la Vera y Guijo de Santa Bárbara donde se hizo novio de Vicenta en 1889 cuando él tenía 25 años y ella 15.

Segador segando con la guadaña.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando se casaron, los padres de Juan ya había fallecido hacía más de 10 años por lo que sólo asistieron a la boda algunas hermanas de Juan que vivían en los pueblos cercanos.
Sin embargo, asistió toda la familia de Vicenta y pese a ser muy humildes, la boda fue renombrada pues los padrinos de boda fueron D. Antonio Jiménez García y su esposa Josefa quienes tenían una gran amistad con los padres de Vicenta, pagando todo lo necesario para el convite de la boda.

Josefa y Antonio, padrinos de la boda de Vicenta y Juan. 1890.
(c) Colección Familia de la Calle.

Pese a ser humildes, Juan y Vicenta se fueron de "luna de miel" a Nava del Barco, donde pasaron unos días visitando a Miguel el hermano de Juan y al resto de la familia de Juan y para que Vicenta conociese el bello pueblo de su marido.
Después, fueron al Barco de Ávila donde Juan compró unas botas a Vicenta, que fueron el primer calzado que tuvo.
De regreso a Guijo de Santa Bárbara, pararon unos días en Santiago de Aravalle donde Vicenta conoció a Nicolasa, la hermana pequeña de Juan.

Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario.
Nava del Barco (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Justo y María regalaron a su hija una cabra, un cochinillo y algunas gallinas, así como la mitad de la finca de Los Chorros para que de esa forma comenzasen "a vivir".
No pudieron regalarles sin embargo un burro u otra caballería pero les dijeron que podían utilizar el burro siempre que lo necesitasen.
La cabra era uno de los regalos más valiosos para un joven matrimonio que esperaba tener pronto retoños pues de esa forma dispondrían de un suministro seguro de leche para la alimentación de los niños.

Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.

Juan y Vicenta, como tantos matrimonios jóvenes de la época, se fueron a vivir a casa del "abuelo" Pedro, segundo marido de la abuela de Vicenta pero al que todos querían como si fuese un verdadero abuelo. 
Con él vivieron hasta que murió en 1895.
Llevaban una vida humilde y sencilla pero no les faltó nada y pudieron mantener a los hijos que comenzaron a llegar en 1894 con el nacimiento de Demetrio al que seguirían otros nueve vástagos: Anastasio, Agapito, Visitación, Antonia Francisca, Pedro, Benita, Justo, Clementa Ascensión y Demetrio. 
Por desgracia, sólo llegaron a adultos Anastasio y Visitación.
Vicenta era "muy lechera" y cada vez que tenía un hijo, amamantaba a algún otro niño del pueblo al que su madre no pudiese criar, motivo por el cual muchos guijeños la llamaban "madre".

Cocina de una casa guijeña.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Juan siguió ganándose la vida como segador, permaneciendo fuera del pueblo varios meses todos los años. Comenzaban a segar prados en Robledillo de La Vera en el mes de mayo para luego segar en Losar y Jarandilla y después en Guijo de Santa Bárbara, trasladándose a Ávila a mediados del verano donde segaba en pueblos como Santiago de Aravalle, Solana de Béjar, La Zarza o El Tremedal.
Como en casa producían todo lo necesario para vivir, él y Vicenta tomaron la decisión de ahorrar todo el dinero de las campañas de siega para poder comprar una buena yegua en la feria de Octubre de El Barco de Ávila.

Yeguas en la feria de El Barco de Ávila.
(c) Silvestre de la Calle García.

Cuando por fin consiguieron comprar la yegua, fue una auténtica fiesta para la familia.
La yegua se convirtió en un medio de vida para ellos. Juan la utilizaba para desplazarse de unos pueblos a otros cuando iba a segar mientras que en el pueblo la utilizaba para trabajar la tierra. Cuando estaba libre, araba a jornal para otros labradores que no tenían bestias o realizaba portes de leña para la lumbre o de madera y piedra para la construcción de casas.

Arando la tierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Además, realizaba viajes a su tierra llevando aceite y vino y bajando patatas y las renombradas judías (alubias) del Barco tanto para casa como para venderlas.
Cada año, la yegua paría un muleto (mulo pequeño) que era vendido con 5 ó 6 meses en la feria de Octubre.
Finalmente, cuando estaba en la cuadra, la yegua producía valioso estiércol para el abonado de los huertos.

Yegua con potrillo.
(c) Silvestre de la Calle García.

También fueron criando poco a poco chivas y comprando algunas cabras más hasta lograr tener una piarita en su corral de Los Chorros. 
Como Juan era segador y pasaba varios meses fuera del pueblo, nunca tuvieron muchas cabras, superando rara vez las 50 ó 60 cabezas. Los primeros años, cuando Juan se ausentaba, se hacían cargo de las cabras Justo, el padre de Vicenta, y Cirilo hasta que Anastasio pudo empezar a ayudarlas.
Tras la muerte de Justo en 1908, Anastasio comenzó a encargarse él sólo de las cabras cuando su padre no estaba.
Por la mañana, él y Visita iban a ordeñar las cabras y luego Visita se volvía al pueblo con los cántaros de leche mientras que Anastasio sacaba las cabras al campo.

Cabrero con las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con la venta de los cabritos y del queso, la venta del muleto que criaba la yegua cada año, la venta de los jamones del cochino y el dinero que Juan ganaba segando prados, consiguieron ir ahorrando dinero para invertirlo en la compra de nuevas fincas como un olivar en el paraje de Cerrocarazo y una magnífica finca en Santonuncio en la que había un pequeño corral, terreno para cultivar cereales y patatas y que contaba además con buenos prados y grandes castaños que producían muchas castañas.

Cogiendo aceitunas en el olivar de Cerrocarazo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

También compraron una casa muy grande y con un amplio huerto, reservando su antigua casa como almacén y como secadero de castañas puesto que este fruto, antes de comercializarse, debía ser sometido a un complejo proceso de transformación que comenzaban con el secado al humo y el volteado periódico para que se secasen todas por igual para posteriormente pelarlas, seleccionarlas y meterlas en sacos, quedando listas para la venta como castañas blancas o pilongas.

La casa antigua de Vicenta y Juan.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque su vida no fue fácil, Juan y Vicenta fueron felices. No les faltó nunca de nada pues cultivaban lo necesario para comer, hacían una buena matanza, tenían leche y queso en abundancia, hacían su propio pan y su propio vino...
Como diríamos hoy, eran autosuficientes.
En aquella época, el alimento básico en Guijo de Santa Bárbara junto con el pan, eran las patatas. El plato típico por excelencia eran las sopas de patatas cuyos ingredientes básicos son lógicamente las patatas, el pan y el pimentón de la Vera.

Cazuela de sopas de patatas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Sin embargo, Juan no era muy aficionado a las sopas de patatas sino que prefería las patatas revolconas, conocidas en el Guijo como patatas triscás y que son un plato muy típico en Nava del Barco y en el resto de la provincia de Ávila.
Aunque Vicenta era una excelente cocinera, cuando en casa se comían patatas triscás, era Juan el que las hacía, colocándose sobre las rodillas el caldero con las patatas ya cocidas y convenientemente aderezadas y procediendo a continuación a triscarlas con una cuchara de madera hasta obtener una especie de puré con la textura deseada.

Cazuela de patatas triscás.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Además de dedicarse al trabajo en el campo y a la ganadería, Juan era un gran aficionado a la caza y a la pesca aunque sin utilizar escopeta ni caña sino antiquísimos métodos como trampas de tablillas para cazar perdices, ganchos para cazar lagartos y pesca a mano o a cesto.
En primavera, Juan pescaba muchas truchas y especialmente las riquísimas anguilas que entonces abundaban mucho en las gargantas guijeñas y que Vicenta preparaba escabechadas.

Anguilas comunes.
(c) Silvestre de la Calle García.

Como Juan ya iba un poco mayor, decidió dejar de segar y dedicarse al campo. Coincidió que Anastasio tuvo que marcharse a realizar el Servicio Militar Obligatorio, "la Mili", que por entonces duraba 3 años.
Juan ya pasaba de 50 años y no podía estar todo el día en la sierra con las cabras así es que decidió venderlas y quedar solamente un par de ellas para el gasto de casa junto con la yegua, el cochino para la matanza y las gallinas.
Entre esa pequeña ganadería y el dinero obtenido de la venta de castañas y patatas, la familia lograba vivir con soltura.

Anastasio García García.
(c) Colección Familia de la Calle.

En 1921 Visitación se casó con su primo Máximo Sánchez García, hijo de la hermana más pequeña de Juan, y tras vivir casi un año en casa de sus Juan y Vicenta y hasta que nació su hija Nicolasa, se trasladaron a vivir a la preciosa localidad abulense de Santiago de Aravalle, de donde era natural  y donde tenía casa y tierras.

Iglesia de Santiago de Aravalle (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

En 1924, Máximo y Visitación decidieron volverse a Guijo de Santa Bárbara porque Juan comenzó a sufrir problemas de salud a causa de una hernia que le causaba grandes dificultades a la hora de trabajar en el campo.
Anastasio y su esposa Josefa eran cabreros y no podían ayudarle siempre que lo necesitaba por lo que Visita dijo a su hermano que no se preocupase y que ella se haría cargo de todo.
Visita era una mujer muy trabajadora y además de ayudar a su marido en las fincas que tenían ayudaba a sus padres y al resto de la familia en todo lo que hiciese falta.

Vicenta y su hija Visita.
(c) Colección Familia de la Calle.

La dolencia de Juan se fue agravando hasta que en 1927 ya quedó totalmente inválido y sin poder levantarse de la cama. Vicenta y Visita le cuidaban con gran esmero pero en el mes de mayo, Visita empeoró gravemente.
La vida se complicó mucho para Vicenta pues en una época de gran trabajo en el campo, tenía que cuidar a su hija y a su marido. Durante el día, Nicolasa se quedaba con ellos y les daba de comer mientras Vicenta trabajaba en el campo.
Sin embargo, ambos fueron empeorando hasta que Juan murió el 14 de agosto a los 63 años y Visitación el 2 de octubre a los 26 años.
Aunque fue algo muy duro para Vicenta, siguió adelante con su trabajo en las fincas y con su ganadería compuesta en aquel momento por una cabra, un par de cochinos para la matanza, una docena de gallinas, una yegua y un mulo.

Mulo en Guijo de Santa Bárbara.
(c) Silvestre de la Calle Hidalgo.

Vicenta quedó sola y con su nieta Nicolasa a su cargo. Las dos vivían en la amplia casa familiar y sin que les faltase de nada gracias a la pequeña ganadería ya mencionada y al cultivo de patatas y castañas.
A sus 53 años, y pese a haber parido 10 veces y haber enterrado a un marido y a 9 hijos, Vicenta tenía una salud de hierro y el quedarse parada no entraba en sus planes. 
Estaba encantada de cuidar a sus tres nietos pero no se sentía todavía una abuela para sentarse en un poyo y pasarse las horas haciendo ganchillo.

Nicolasa, Juanito y Alfonsa.
Nietos de Vicenta.
(c) Colección Familia de la Calle.

Recordaba con cariño aquellos tiempos en los que eran cabreros, así es que decidió comprarse una piara de cabras. Tras pensarlo bien, echar cuentas y ver las cabras de distintas ganaderías, se decidió a comprar una piara completa en Losar de la Vera. En total compró 80 cabras, 20 chivas y 3 machos.

Cabras Veratas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Se trataba de cabras de raza "del país" como entonces se decía para designar al ganado autóctono de una zona determinada. Sus características coincidían aproximadamente con las de la actual raza Verata aunque eran cabras más pequeñas y menos productivas.
A Vicenta le gustaban las cabras oscuras de capa morucha (negra), carrilleras (carrillos de color rojizo) y oriscanas (con el hocico y las orejas blancas) y machunas de cuerna (cuernos retorcidos en espiral). 

La cabra ideal para Vicenta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Si no eran así, no le gustaban y salvo que fuesen extraordinariamente buenas, nunca dejaba cabras de otros pelos y encornaduras pese al dicho popular de "los cuernos y el pelo no dan leche".
Ocasionalmente, dejaba alguna chiva revolá (coloradas con listas negras en el espinazo, las patas y la cara), cardena (grisáceas) carrillera, alguna galana (con manchas blancas y negras)...

Si eran buenas y tenían buenas hechuras, Vicenta criaba algunas cabras que no fuesen moruchas, carrilleras, oriscanas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Anastasio, que tenía un buen hatajo de cabras junto con su suegro Esteban García Castañares, no estuvo de acuerdo con la decisión de su madre pero sabía que no daría marcha atrás jamás pues era una mujer de ideas fijas.
También sabía que tendría que contratar un cabrero o "criado" como entonces se decía para cuidarlas, pero aún así iba a necesitar ayuda.
Propuso a su madre y a su suegro juntar todas las cabras en una sola piara pero tío Esteban criaba un tipo de cabra totalmente diferente al de tía Vicenta y ninguno de los dos quiso aceptar la propuesta.

Cabra Verata revolá, el tipo ideal para Esteban.
(c) Silvestre de la Calle García.

Esto supuso un motivo de discusión para Anastasio y su esposa Josefa que tuvieron que tomar una decisión salomónica. Josefa y su hija Alfonsa se quedaron en casa de Esteban para ayudarla y Anastasio y su hijo Juan, se fueron a vivir con Vicenta.
Aunque se veían muy a menudo, no les quedó más opción que tomar semejante decisión que, como no podía ser de otra manera, fue ampliamente criticada en el pueblo.

Cabrero ordeñando.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante los meses de invierno, primavera y otoño, las cabras pastaban en las zonas bajas de la sierra permaneciendo en los corrales de Santonuncio y Los Chorros o en un corral que Vicenta alquilaba en la finca de La Cuerda. 
Las cabras eran ordeñadas cada mañana y también por la tarde cuando daban mucha leche y después se llevaba ésta al pueblo para elaborar el queso y proceder luego a su venta.

Cabras frente a un corral tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Llegado el verano, Vicenta y su familia se trasladaban con las cabras a las zonas más altas de la sierra, concretamente al paraje de Los Avesales, donde vivían en una choza, construcción antiquísima con muro circular de piedra y techumbre de madera y escobas.
Cerca de la choza, se encontraba la quesera construida bajo un canchal junto a un arroyo. En ella se conservaba el queso desde su elaboración hasta el momento de su venta puesto que sólo se bajaba al pueblo una vez por semana.

Choza tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aunque las cabras eran bastante buenas y daban una buena cantidad de leche y criaban buenos cabritos, Vicenta no estaba plenamente satisfecha y quería seleccionarlas para tener una buena piara.
Por ello, tomó la decisión de vender para carne sólo los cabritos machos y criar todas las chivas que naciesen para decidir si las dejaba o las vendía después de que hubiesen realizado el primer parto y hubiesen dado leche durante una temporada, juzgando de esa forma si eran buenas o malas y fijándose además en la morfología o "hechuras" del animal.

Cabra recién parida.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No bastaba con seleccionar las cabras sino que Vicenta daba enorme importancia a los machos, procurando comprar de vez en cuando buenos ejemplares a otros cabreros para "renovar" la sangre.
Precisamente uno de los años que estuvo la familia en los Avesales, Vicenta había comprado un extraordinario macho de gran tamaño en Valverde de La Vera. El animal había cubierto a un buen numero de cabras pero a comienzos del verano sufrió una caída desde un canchal y se mató.
Vicenta aprovechó la carne para hacer tasajos. Cortó la carne en tiras finas, la adobó con aceite, ajo, pimentón y sal y la colgó a secar. Por la noche colgaba la carne al sereno en una cuerda fuera de la choza y de día la envolvía en lienzos para meterla en la choza y que estuviese a salvo de las moscas.
Durante la preparación de los tasajos, Vicenta se contagió de carbunco y tuvo que bajar al pueblo para que el médico le operase una pústula que le salió en la mano derecha.

Precioso macho Verato.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.

Los cabritos necesitaban bastantes cuidados, especialmente cuando hacía frío y llovía mucho por lo que Vicenta controlaba la reproducción separando los machos de las cabras o colocándoles mandiles de tela para que no cubriesen a las cabras.
Los cabritillos recién nacidos eran encerrados en el corral de Santonunico o de Los Chorros durante la noche, mientras que las cabras permanecían casi todo el año al raso al no caber todas en los corrales.
Los perros debían permanecer vigilantes toda la noche para mantener alejados a los lobos. Sin embargo, los zorros eran más listos y se colaban por cualquier agujero del corral para matar a los cabritos. Por ello, Vicenta colocaba cepos para cazarlos, constituyendo también un ingreso eventual la venta de pieles de zorro cuya carne, era consumida por la familia y que a juicio de Vicenta y de sus nietos, era la mejor que existía.

Zorro.
(c) Miguel Alba Vegas. 

Aunque muy trabajosa, la época de la paridera de las cabras eran muy esperada por toda la familia pues era un periodo de abundancia en la cocina.
Vicenta aprovechaba las pares o placenta de las cabras cuyos trozos de carne convenientemente lavados, eran ideales para consumirlos cocidos con patatas.
También se ordeñaban los calostros, leche producida tras el parto y que se consumía como exquisito postre.

Cabra con las pares colgando.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El sistema de selección llevado a cabo por Vicenta con su piara, aunque muy eficaz, era lento y suponía reunir en poco tiempo una cantidad enorme de animales aunque la venta de cabritos machos y de los quesos elaborados con la leche de las cabras compensaba el gran trabajo realizado.
De hecho, Vicenta consiguió ahorrar tal cantidad de dinero que pudo invertirlo en la compra de tierras, casas, caballerías y cerdas para cría.
Además, se hizo prestamista cobrando intereses variables por los préstamos en función de la cantidad de dinero prestada, del objeto del préstamo y de las necesidades de cada cliente.

Vacas pastando en La Huerta, finca comprada por Vicenta en 1932.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Precisamente por ese afán de invertir y tener cada vez más negocios, Vicenta comenzó a ser apodada como TÍA JAMBRINA. En La Vera, se utiliza la palabra jambrina para designar a una persona que come mucho y nunca se harta.
A Vicenta le causó gracia el apodo o mote que le pusieron en el pueblo y hacía gala de ello.

Moneda de una peseta de la época de Vicenta.
(c) Silvestre de la Calle García

Vicenta siguió prosperando no sin trabajar muchísimo. Comenzó a criar cerdos para la venta. A partir de ese momento, tuvo siempre 1 ó 2 cerdas de cría para vender cochinillos al destete a los vecinos del pueblo o de otros pueblos.
Cuidaba con gran esmero a sus cochinas llegando a tener algunas de ellas partos de hasta 11 cochinillos, algo muy raro en la época pues por entonces más de 6 ó 7 cochinillos por parto era algo excepcional.
Los cochinillos mamaban entre 3 semanas y 2 meses y se iban vendiendo según la gente los pedía, reservando siempre 2 ó 3 para la matanza familiar.

Cochina con cochinillos.
(c) Jesús Carreras Delgado.

Otras veces, Vicenta se quedaba unos cuantos cochinillos para castrarlos y venderlos ya cebados y listos para la matanza con pesos superiores a las 14 ó 15 arrobas. Algunos años vendió hasta 28 cochinos de este tipo que dejaban un beneficio mucho mayor aunque su cría era muy complicada. Al contrario que los cochinos para la matanza o las cochinas de cría, no podían tenerse tantos cochinos en una cuadra en el pueblo, por lo que Vicenta los criaba en Santonuncio donde tenía un cercado o majal para cerrarlos y porqueros contratados para su cuidado.

Cerdo Ibérico.
(c) Javier Bernal Corral.

Las gallinas, que todo el mundo tenía en el pueblo para el abastecimiento de huevos y pollos y vender algunas docenas de huevos, se convirtieron en un lucrativo negocio para Vicenta, que llegó a tener más de 80 gallinas sin contar las pollitas de renuevo, los pollos de engorde y los galllos.
De esta forma podía vender grandes cantidades de huevos y pollos.
Comenzó a criar un tipo peculiar de gallinas conocidas como piñanas que compró en Valdelacasa de Tajo (Cáceres) y que se convirtieron en el capricho de todas las mujeres del Guijo que pagaban importantes sumas por conseguir algunas pollitas de tan singular variedad avícola.

Gallo y gallinas de raza Pintarazada variedad piñana.
(c) Javier Bernal Corral.

También alquiló durante varios años una parcela en el Baldío de Torreseca dedicada al cultivo de trigo y de la que obtuvo en años buenos hasta 140 fanegas de grano que servía tanto para el consumo de casa como para la venta. Dependiendo de los precios del mercado, Vicenta vendía al trigo tras la trilla o lo almacenaba para venderlo cuando el precio fuese más alto.

Segando el cereal.
(c) Silvestre de la Calle García.

En la finca de Santonuncio, por ser alta y bastante fría, Vicenta cultivaba fundamentalmente centeno para aprovechar el grano para alimentación de los cerdos y para hacer harina con la que elaborar pan para los perros que cuidaban a las cabras.
En la finca de La Huerta, sembraba algunos años trigo aunque lo más normal es que sembrase cebada para las caballerías.

Vaca en Santonuncio, donde antaño se sembraba centeno.
(c) Silvestre de la Calle García.

Parte del trigo obtenido se molía en los molinos del pueblo para transformarlo en harina y elaborar pan para el consumo familiar que se cocía en el horno que Vicenta tenía en el huerto de casa.
Aunque era mala quesera, Vicenta era una panadera excelente por tener la mano caliente y hacía un riquísimo pan puro de trigo o mezclando harina de trigo y harina de centeno que cultivaba en sus fincas.
También elaboraba exquisitos dulces como perrunillas y mantecados así como "perruna", pan de harina de centeno destinado a la alimentación de los perros y otros animales.
Amasaba y cocía una vez por semana pero produciendo cada tipo de pan en semanas alternas de forma que el pan destinado al consumo debía durar 15 días conservándose fresco en grandes cestos de mimbre cuidadosamente tapados con telas de lienzo.

Cociendo pan en un horno tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el año 1936 Vicenta tenía ya alrededor de 600 cabras adultas. Un incendio había arrasado buena parte de los pastos donde habitualmente Vicenta y otros ganaderos de Guijo de Santa Bárbara tenían su ganado en verano, por lo que trasladó durante el verano las cabras a las sierras de Jerte y Tornavacas, alquilando las fincas de La Solisa y El Hornillo.

La Solisa, Jerte (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Ese mismo año compró en Losar de La Vera más de 100 chivas alcanzando así la cifra récord de 714 cabras, cifra no superada hasta la fecha por ningún cabrero guijeño.
Sorprendía profundamente a los cabreros de la zona que en una época en la que la compraventa de ganado era cosa de hombres, una mujer vieja recorriese los corrales comprando chivas y eligiéndolas personalmente y que fuese además la que sacase el dinero de su faltriquera y pagase al contado en el mismo momento de la compra y jamás a plazos como solía ser habitual.

Piara de cabras.
(c) Silvestre de la Calle García.

Como Vicenta compaginaba la ganadería con la agricultura, aquel año la familia se dividió el trabajo. Nicolasa, Juan y Felipe, el cabrero que tenían contratado, se marcharon a Jerte con las Cabras, donde permanecieron hasta el mes de octubre.
En Julio y Agosto estuvieron una choza en plena sierra en el paraje de Los Cerrillares y en septiembre, cuando los pastos iban ya agostados, se trasladaron a Robleo Colorao, cerca del Puente Nuevo, donde las cabras podían alimentarse de la abundante hoja de las matas de roble y de las primeras bellotas.

Puente Nuevo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Aquel verano, Nicolasa, que era la encargada de hacer el queso, hacía diariamente 24 quesos de dos kilos de peso que se vendían a 1,60 pesetas el kilo en Jerte y en Guijo siendo muy demandados en ambos pueblos pues Nicolasa al contrario que Vicenta era una quesera extraordinaria al haber aprendido a hacer el queso como tía Justa "La Calvota" una de las queseras más renombradas el Guijo en la época.
Los quesos se dejaban "orear" unos días para que perdiesen el suero que quedase tras la elaboración y después se metían en cajas o cestos con capas de helechos verdes para mantenerlos en buen estado durante el trayecto hasta el pueblo a lomos de los burros o cargados por los propios cabreros.

Quesos listos para la venta.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Al final del verano de 1936 las cabras volvieron nuevamente a pastar en la sierra de Guijo pero como eran demasiados animales, Vicenta decidió hacer una buena "escogía" y vendió alrededor de 200 animales entre cabras viejas, algunas que no eran de su gusto, machorras de 2 ó 3 años, algún macho viejo....
El ganado viejo valía bastante dinero al ser la carne de cabra la más consumida en fresco. Los carniceros compraban las cabras y las iban matando poco a poco en sus carnicerías.
También se retiraban las cabras con algún defecto como aquellas que sufrían problemas en la ubre o que estaban mal entetadas (ubre mal conformada).

Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las machorras o cabras que nunca habían parido eran sumamente apreciadas y los carniceros e incluso vecinos particulares, acudían en otoño a casa de los cabreros para comprarlas de cara a las tradicionales matanzas.
Los machos viejos eran poco apreciados aunque en ocasiones los carniceros los compraban y tras mantenerlos castrados 1 ó 2 años, los sacrificaban y vendían su carne para hacer tasajos.

Machos viejos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A parte del dinero ganado con la venta de los productos de las cabras, Vicenta tenía una importante fuente de ingresos en la venta de castañas secas o pilongas, llegando a recoger algunos años hasta 5.000 kilos de castañas frescas o verdes que se transformaban en unos 1600 kilos de castañas pilongas o blancas.
En Santonuncio había muchos castaños y algunos eran de gran tamaño por lo que daban gran cantidad de castañas. Una vez secas y "piladas", se escogían y las de peor calidad o rotas se destinaban al consumo familiar siendo la base del popular plato conocido como "castañas empringás", especie de puré de castañas muy nutritivo.

Castañas en el erizo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante los años de la Guerra Civil y la posterior posguerra, Vicenta llevó a cabo una importantísima labor humanitaria, acogiendo en sus casas a familias desfavorecidas y estando siendo siempre pendiente de los pobres que acudían pidiendo al pueblo y de que ninguna familia del pueblo pasase necesidad.
A su casa acudían desde los vaqueros más acomodados a pedir dinero para el arriendo de las dehesas o la compra de toros hasta los vecinos más pobres que pedían dinero para poder pagar las bodas de sus hijos.
Muchas veces perdonaba los préstamos o los intereses a los clientes y chivas a cabreros que se las pedían para incluirlas en las hijuelas de sus hijas.

Toro Avileño.
(c) Miguel Alba Vegas.

En 1938, realizó una nueva "escogía" de cabras. Aunque no quería reconocerlo, ya tenía 64 años y la edad iba pesando para tener tantos "atendederos" aunque contaba con la inestimable ayuda de su nieta Nicolasa, de su hijo Anastasio y de su nieto Juanito.
En total se quedó con unas 300 cabras inmejorables aunque su hijo y sus nietos seguían diciendo que eran demasiadas.
Vicenta había prosperado mucho desde que se casó y se sentía orgullosa de todo lo que había conseguido hasta el momento, pero sin lugar a dudas de lo que más orgullosa se sentía era de sus tres nietos: Nicolasa, Alfonsa y Juanito.

Nicolasa, Juanito y Alfonsa. 1938.
(c) Colección Familia de la Calle.

Vicenta mantuvo más o menos constante la piara de cabras reproductoras. Al contar con la ayuda de sus nietos y de su hijo, podía hacer frente a todo.
En 1943, Nicolasa contrajo matrimonio y se fue de casa por lo que Vicenta decidió seguir quitando cabras hasta que tomó una decisión trascendental: 
vender todas las cabras y comprar borregas (ovejas).

Ovejas entrefinas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El precio de la lana había aumentado bastante tras la Guerra Civil y la política de autarquía seguida por el gobierno. Además, las ovejas producían también corderos y no había que ordeñarlas.
Vicenta compró un rebaño de algo más de un centenar de borregas entrefinas de las que se criaban en la zona tradicionalmente que, aunque producían lana de peor calidad que las merinas, eran más resistentes y proporcionaban una carne excelente.

Borrega entrefina dando de mamar a su borreguillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Vicenta vendía la lana en jugo, es decir, recién esquilada y sucia pues, aunque valía mucho menos, el proceso de lavado era muy trabajoso y complicado. Esquilaba todos los años en El Corralón, un enorme corral situado a las afueras del pueblo y que era propiedad de su nieta Nicolasa. 
Para llegar hasta El Corralón, las borregas tenían que cruzar todo el pueblo y la gente salía a la calle para ver el paso de la piara, lo cual era un orgullo para Vicenta que colocaba a los animales los mejores campanillos para que sonaran bien.

Esquilando las ovejas.
(c) Leticia Pato Martín.

Vicenta comenzó en esa época a cultivar una novedosa planta que, según decían, daba mucho dinero: el tabaco.
La tierra dedicada al cultivo de tabaco tenía que ser de buena calidad y había que estercolarla en abundancia por lo que las borregas eran el animal perfecto al poder llevarlas por las noches a las fincas y encerrarlas en un redil, cosa impensable con las recias cabras.

Tabaco, uno de los principales cultivos guijeños.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Sin embargo, las borregas podían ser víctimas del ataque de los lobos tanto de día como de noche por lo que era necesario mantener buenos perros y que los pastores durmiesen junto al rebaño toda la noche.
Vicenta siempre tuvo buenos mastines, prefiriendo las perras a los perros porque eran mucho más fieles y nunca dejaban al ganado desamparado mientras que los perros tendían a marcharse en época de celo tras las perras e incluso tras las lobas.
Tal era el aprecio que Vicenta tenía por sus mastinas que las consideraba como auténticas empleadas de la casa, dándoles de comer primero a ellas, después al pastor y después al resto de la familia y quedándose ella sin comer si hacía falta.

Perra mastina.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.

Para que el pastor durmiese cómodamente junto al redil especialmente en las noches más frías y a menudo de lluvia o nieve, Vicenta tenía una buena mampara. Se trataba de una caseta de unos 2 metros de longitud por 1 de anchura y metro y medio de altura que era totalmente desmontable y que tenía patas para aislarla del suelo y agarraderos para que pudieran moverla entre dos personas. En su interior se colocaba un jergón relleno de paja de centeno de forma que el pastor pudiese estar cómodo.
El redil se movía cada 1 ó 2 noches para abonar toda la finca y lo mismo se hacía con la mampara para que el pastor estuviese cerca del rebaño.

Mampara.
(c) Silvestre de la Calle García.

Vicenta aumentó poco a poco la piara de ovejas aunque sin llegar a los límites descomunales de la época de las cabras. Llegó a superar las 200 ovejas reproductoras pero realizaba la selección en el momento del destete, dejando como futuras madres a las hijas de las mejores ovejas y a las que más la gustaban según sus características y su pelo.
Era muy aficionada a las ovejas negras y a las carboneras que era negras pero tenían la lana blanca y todos los años dejaba algunas corderas de ambos tipos aunque los compradores de la lana buscaban vellones blancos por lo que la mayoría de las ovejas eran blancas.

Rebaño de borregas.
(c) Deme González Calvo.

Las borregas dejaban a la familia importantes beneficios económicos con el dinero de la venta de lana, corderos y animales viejos o de desecho. Tras pagar los gastos de arriendo de pastos y la soldada del pastor, Vicenta repartía el dinero a partes iguales entre Anastasio y Nicolasa, quedándose ella una pequeña parte que ahorraba íntegramente para posibles contratiempos.

Borrega y borreguillo.
(c) Deme González Calvo.

Vicenta siguió invirtiendo en un curioso negocio que había comenzado hacía varias décadas y que, a día de hoy, aún sigue dando beneficios a sus descendientes: la compra de acciones de la Dehesa Sierra de Jaranda.
Se trata de una finca que ocupa casi 3000 hectáreas del término municipal de Guijo de Santa Bárbara y que se encuentra dividida en 263 acciones de las que Vicenta llegó a reunir 7. Todos los años, se reparten los beneficios obtenidos en la finca por el arriendo de pastos a los ganaderos del pueblo y hoy en día también de la caza.

Pimesaíllo, paraje emblemático de la Sierra de Jaranda.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Vicenta seguía ahorrando dinero y pese a tener más de 75 años, seguía pensando en invertir para seguir mejorando. Ya tenía muchas tierras, casas y ganado pero le faltaba algo fundamental: un buen corral.
Sus corrales eran pequeños, viejos y no daban cabida a todo el ganado por lo que decidió hacer el que sería uno de los mejores corrales jamás construidos en El Guijo hasta la fecha: El Corral de Santonuncio.
Construyó en 1950 un magnífico edificio de dos plantas de 30 metros de longitud y 9 metros de anchura dividido en dos secciones iguales con accesos independientes pensando en que tras su muerte una parte fuese para Nicolasa y otra para Anastasio.

El maravilloso corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La planta baja de las dos secciones, estaba destinada al alojamiento del ganado durante la noche para que estuviese protegido tanto de las inclemencias meteorológicas como del ataque de depredadores como los lobos y los zorros.
Además, en la época de paridera los corderillos permanecían en el corral mientras las madres pastaban en el campo.
En el corral se iba almacenando poco a poco el estiércol que servía para abonar la finca sin necesidad de redilar con las ovejas.

Cabras en el corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La planta superior o desván era utilizada como almacén de aperos agrícolas, de paja y de heno para alimentar al ganado en los días más crudos del invierno y también como secadero del tabaco que se cultivaba en la finca y que se llevaba al pueblo una vez seco y deshojado ya listo para su venta en grandes fardos.

Desván del corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Al lado del corral, construyó un sequero de castañas también dividido en dos secciones.
Las secciones de la planta baja eran utilizadas como vivienda durante las épocas de trilla, siega del heno, recogida y secado de las castañas o durante las parideras de las ovejas mientras que en las secciones de la planta superior, se secaban las castañas frescas para transformarlas en pilongas.

Primitivo Torralvo García (1927-2020), propietario de Santonuncio al comprárselo a los herederos de Vicenta, junto al sequero de las castañas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En esa época, se estaba produciendo un cambio trascendental en la ganadería guijeña pues se estaban empezando a popularizar las vacas lecheras de raza Frisona, conocidas localmente como Suiza. Vicenta nunca fue aficionada a las vacas. No le gustaban ni las Avileñas ni las modernas vacas lecheras que estaba introduciendo la gente y, aunque todo apuntaba a que iban a ser un buen negocio, Vicenta era ya vieja y prefiero seguir con sus ovejas.

Vaca Suiza.
(c) Silvestre de la Calle García.

En 1952, Juanito se casó y se fue de casa por lo que Vicenta se quedó sola aunque sus bisnietos Máximo y Modesta solían irse a dormir con ella.
Vicenta pasó sus últimos años de vida tranquila pero sin desvincularse del todo de la ganadería y de la administración de las fincas, además de continuar con su "oficio" de prestamista.

Modesta y Máximo, bisnietos de Vicenta.
(c) Colección Familia de la Calle.

El 11 de marzo de 1955, falleció Vicenta García Díaz. Al enterarse el párroco del pueblo don Ascensio Gorostidi Altuna, exclamó con lágrimas en los ojos: ¡Ha muerto la madre de los pobres!.
Vicenta, que había pasado de ser una humilde niña a la mujer más rica del pueblo, había dejado todo dispuesto para que el día de su entierro se cociese en el horno de tío Fausto el pan necesario para las familias más pobres de Guijo y Jarandilla y para que se diese una gratificación a cada niño que asistiese al entierro. Sin duda alguna, aprendió esto de su padrino de boda don Antonio Jiménez García "El Abuelo Viejo".

Vicenta García Díaz.
(c) Colección Familia de la Calle.

Los familiares de tía Vicenta mantienen viva su memoria y cuentan su historia a los que van naciendo en la familia y no la conocieron. Todos visitan regularmente el cementerio donde reposan sus restos en un sencillo panteón a ras de suelo con una bonita lápida realizada por su bisnieto Máximo de la Calle Sánchez, un gran grabador en piedra con obras incluso en el Museo del Louvre.

Lápida de Vicenta García Díaz.
(c) Silvestre de la Calle García.

Actualmente, la mayor parte de los descendientes de Vicenta viven en lugares como Madrid, País Vasco y Francia aunque algunos siguen viviendo en el pueblo.
Se dedican ya a los más diversos oficios desde maestros y periodistas a peluqueras o perfumistas pero ninguno ha conservado el oficio ganadero de la abuela pues el último ganadero de Los Jambrina, fue Juan García García que tras vender las borregas pocos años después del fallecimiento de Vicenta, se dedicó al ganado vacuno hasta el año 2000.

Juan García García con una de sus vacas.
(c) José García de la Calle.

No obstante, un tataranieto de Vicenta García Díaz "La Jambrina" tiene una particular relación con el mundo ganadero escribiendo un blog sobre ganadería y cultura tradicional y realizando incluso ponencias sobre razas caprinas como la Cabra del Asón, autóctona de Cantabria.
¿Sabéis ya de quién se trata?

Silvestre de la Calle García.
Tataranieto de tía Vicenta "La Jambrina" y cabrero de corazón.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Actualmente, visito varias veces al año la finca y el corral de Santonuncio que es propiedad de la familia Torralvo, donde siguen manteniendo una magnífica piara de cabras.
Al entrar en ese corral, obra cumbre de mi tatarabuela, siento una sensación indescriptible y realmente especial para mí.
Agradezco a la familia Torralvo y especialmente a mi buen amigo Alejandro Torralvo Gutiérrez que mantengan en pie el corral de Santonuncio y que sigan teniendo ganado en él.

Alejandro y Silvestre en el corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

715 CABRAS
Una persona que se interesó mucho por la apasionante historia de tía Vicenta La Jambrina, fue María Isabel Sánchez Vadillo, cabrera de El Raso, Candeleda (Ávila).
Maribel, LA CABRERA DE GREDOS, se identificaba profundamente con ese carácter luchador de tía Vicenta y quiso rendirle un homenaje muy curioso, criando chivas durante varios hasta lograr reunir una piara de 715 cabras Veratas que hubiesen encantado a tía Vicenta por sus hechuras y color.

Maribel Sánchez Vadillo con una cabra de parto cuádruple.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Nota final del autor.
Se preguntarán los lectores que cómo puedo conocer a la perfección la historia de mi tararabuela
Pues muy sencillo. Desde pequeño oí hablar muchas veces de ella a mi abuelo Juan y sobre todo a mi tía Nicolasa que se preocupó mucho de que todos en la familia conociésemos quién fue ABUELA VICENTA, aquella mujer enérgica y luchadora que de ser una humilde niña que iba descalza, llegó a convertirse en TÍA VICENTA LA JAMBRINA, la mujer más rica de Guijo de Santa Bárbara.

Mi tía Nicolasa y mi abuelo Juan.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Precisamente a ellos, a mi tía Nicolasa y a mi abuelo Juan quiero dedicarles este artículo aunque ya no estén aquí, pero se que les encantaría ver escrita la historia de su abuela Vicenta.
Tampoco me cabe duda de que a mi tatarabuela le gustaría este artículo y este blog y que se sentiría orgullosa de que en cierto modo alguien de la familia se siga teniendo muy presente el mundo cabrero. A su memoria dedico también este artículo y un reconocimiento muy especial que he recibido gracias a una cabra, LA CABRA DEL ASÓN en el I ENCUENTRO DE RAZAS AUTÓCTONAS DE CANTABRIA celebrado en Meruelo el día 23 de Septiembre y organizado por la Asociación de Criadores de Ganado Vacuno de la Agrupación Pasiega.

(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.

GUIJO DE SANTA BÁRBARA. EL PUEBLO DE VIRIATO.

Guijo de Santa Bárbara es un pequeño pueblo situado en la comarca de La Vera, al noreste de la provincia de Cáceres y en las estribaciones o...