jueves, 29 de agosto de 2024

LOS CABREROS: LA VIDA EN LA SIERRA.

La cabra doméstica es un animal especialmente adaptado a los terrenos montañosos donde gracias a su gran agilidad y sobriedad, consigue desenvolverse a la perfección y alimentarse de los pastos pobres y ralos que crecen entre las rocas.
Los ganaderos dedicados a la cría de cabras, los cabreros, han tenido que adaptarse también a vivir en estos terrenos y durante miles de años, ellos y sus familias han habitado en las montañas ibéricas cuidando de sus rebaños de cabras.

Tío Paulino ordeñando una cabra.
Tornavacas (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No quiere decir que las cabras no se adapten a vivir en zonas bajas y llanas desde las riberas de los ríos, las llanuras esteparias y cerealistas, las dehesas o los bosques caducifolios, sino que en todos estos lugares pueden criarse especies ganaderas más productivas como ovejas, vacas, cerdos o caballos mientras que en muchas zonas montañosas, la cabra es el único animal capaz de sobrevivir y prosperar.

Cabras en Pozanco (Ávila).
(c) Miguel Alba Vegas.

Las cabras son sumamente resistentes y soportan perfectamente las inclemencias meteorológicas aunque prefieren tiempo cálido y seco y no les gusta la lluvia. Sin embargo, aguantan perfectamente el frío y las heladas.

Cabras en invierno.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alejandro Torralvo Gutiérrez.

Pero para facilitar la vida a las cabras, los cabreros llevan milenios realizando la trashumancia, ascendiendo en verano a las montañas y sierras en busca de pastos frescos y descendiendo posteriormente a zonas más bajas para repetir una y otra vez el mismo ciclo. Realmente, la trashumancia habría sido "inventada" por las propias cabras, y otros herbívoros, realizando en estado salvaje movimientos estacionales por puro instinto de supervivencia, siendo los hombres los que tuvieron que adaptarse a esa costumbre para conseguir domesticar a la cabra y a otros animales.

Cabras subiendo a la sierra.
Guisando (Ávila)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No nos detendremos aquí a hablar de la trashumancia de cabras puesto que ya publicamos una entrada sobre el tema que puede ser leída por los lectores que lo deseen, sino que nos centraremos en hablar de cómo era la vida de los cabreros en la sierra durante el periodo estival.

Cabras en la sierra.
Piornal (Cáceres)
(c) Silvestre de la Calle García.

Tomaremos como ejemplo el caso de los cabreros de la localidad cacereña de Guijo de Santa Bárbara, situada en la comarca de La Vera y en las estribaciones occidentales de la vertiente meridional de la Sierra de Gredos que, durante siglos ha sido por antonomasia una tierra de cabras y cabreros.

Cabras pastando.
Al fondo, Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Guijo de Santa Bárbara, a 876 metros de altitud sobre el nivel del mar, es un pequeño pueblo serrano donde la ganadería y especialmente la ganadería caprina, ha sido el sustento fundamental de sus habitantes durante muchos siglos, complementando esta actividad con la cría de otras especies ganaderas y con la agricultura como actividad inicialmente muy secundaria pese a que poco a poco se iría desarrollando hasta llegar a la diversificada economía agropecuaria actual.

Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Actualmente, quedan en el Guijo apenas una piara de cabras de gran efectivo y un par de hatajos de pequeño tamaño además de algún pequeño hatajillo de 4 ó 5 cabras, sumando en total unas 400 cabras, aunque en tiempos pasados había más de 40 piaras que sumaban casi 4000 cabezas.

Alejandro Torralvo, el principal cabrero en la actualidad.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tradicionalmente, los cabreros y sus familias vivían durante todo el año en sus casas del pueblo, las cuales estaban ubicadas en su inmensa mayoría en el denominado Barrio de Arriba, en las actuales calles de Viriato, El Portal, El Puente, La Iglesia, Portugal, la Barrera del Lavadero, la Barrera del Llano, El Llano y la Calleja del Pino.
Según la tradición popular, este fue precisamente el núcleo fundacional del pueblo, siendo sus casas pequeñas y muy antiguas con muro de piedra en la planta baja y de entramado de adobe y madera en las plantas superiores.
No en vano, antes de ser guerrero, la tradición oral guijeña cuenta que Viriato fue cabrero y que nació aquí....

Casas en la Calle de Viriato.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las cabras pastaban en los fríos meses invernales en la parte baja de la Dehesa Sierra de Jaranda, en El Coto Municipal y en las parcelas particulares. 
Aprovechaban los pastos que crecían en las zonas libres de nieve, las zarzas y otros arbustos, las malas hierbas de caminos y callejas...cumpliendo así una valiosa labor de limpieza.
Dependían enteramente de estos recursos naturales pues su alimentación no se complementaba con heno, paja o cereal salvo en rarísimas ocasiones, recibiendo únicamente ramón de olivo procedente de la poda de estos árboles.

Julián Leal con su piara de cabras en invierno. 1980.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En las frías noches invernales, las cabras dormían en los corrales donde, además de estar protegidas de la lluvia, la nieve y el frío, permanecían a salvo del ataque de depredadores como el lobo y el zorro, atacando el primero a los ejemplares de cualquier edad y el segundo a fundamentalmente a los cabritos.

Cabras en el interior del Corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En primavera, las cabras pastaban en las mismas zonas aunque también podían hacerlo la parte media de la Sierra, siempre respetando la denominada raya, línea que marcaba la separación entre los pastos aprovechados en dicha estación y la de agostadero (verano y otoño).
Las cabras disfrutaban de alimentación abundante gracias a los pastos frescos y al renuevo de los árboles y arbustos destacando los perigallos o renuevos de los robles.
Como el  tiempo era bastante cambiante, las cabras seguían pernoctando en los corrales.

Cabras en Corral Viejo durante la primavera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como algunos corrales estaban bastante alejados del pueblo, cuando pasaba el invierno, las familias cabreras preferían trasladarse y vivir en pequeñas casillas construidas junto a los corrales. De esa forma, podían ayudar mejor al cabrero aunque durante este periodo bajaban regularmente al pueblo, especialmente los niños que acudían a la escuela.
Las casillas podían ser sencillos edificios de una sola planta y una sola estancia que hacía las veces de cocina, dormitorio y almacén o contar con planta baja y desván y tener el interior de la planta baja una cocina y una o dos alcobas.

Casilla de La Morata.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Llegado el verano, las cabras eran llevadas a pastar a las zonas más altas, con el fin de aprovechar los pastos frescos surgidos tras la retirada de la nieve y con el aumento de las temperaturas, aprovechando también otros recursos como la flor y la vaina o vainilla del piorno serrano o carabón.

Cabras comiendo la flor del carabón.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.

La distancia para realizar el careo o pastoreo diario entre los corrales y las zonas de pasto, era demasiado larga obligando a los cabreros a trasladarse con sus piaras de cabras a las zonas altas de la sierra para que los animales no gastasen energía excesiva y pudieran producir una buena cantidad de leche para garantizar la viabilidad de la explotación gracias a la elaboración de quesos para la venta.

Pimesaíllo, zona de pastos a gran altitud. 1982.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Así, a finales de la primavera y principios del verano, normalmente el día 24 de junio, los cabreros guijeños emprendían la marcha con sus piaras de cabras y acompañados de su familia y de todos los animales que criaban además de las cabras, para establecerse en las zonas más altas de la sierra, situadas en ocasiones a más de 2 horas de camino del pueblo.

Cabras camino de la sierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Personas y animales realizaban el traslado a pie, a excepción de los niños muy pequeños que se quedaban en el pueblo al cuidado de los abuelos o eran llevados por los hermanos mayores quienes iban a pie o a lomos de las caballerías.
Ciertos animales como las gallinas, eran llevadas en grandes cestos de mimbre conocidos como covanillos, tapados con un saco o anjeo de arpillera. En ocasiones, si se tenían cerdos muy pequeños eran trasladados del mismo modo.
Si se conseguía cogerle, el gato iba también en un saco aunque estos animales ocasionalmente escapaban y se iban solos a la sierra.

Burra con covanillos.
(c) Silvestre de la Calle García.

Al llegar al lugar donde pasarían el verano, que solía ser el mismo año tras año salvo que se realizase un nuevo sorteo de majales, los cabreros y su familia se instalaban en una choza, antiquísima, sencilla pero eficiente construcción consistente en un muro circular de piedra de 1,5 metros de altura y 75 cm de anchura, que tenía como única apertura la puerta de entrada, y que contaba con una cubierta formada por un entramado cónico de tres fuertes palos (rajones) entre los que se colocaban palos más finos cubriendo todo con una gruesa capa de paja o piorno.
El interior de la choza, de unos 3 metros de diámetro, no tenía división alguna y servía fundamentalmente como dormitorio, realizando el resto de labores de la vida diaria en el pequeño cercado conocido como rancho y que estaba anexo a la parte delantera de la choza.

Detalle de una choza y su rancho. 1982
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las cabras pasaban el día sueltas en la sierra, vigiladas siempre atentamente por el cabrero y/o alguno de sus hijos, encerrándose durante la noche en los majales, sencillos cercados consistentes en un muro de piedra de escasa altura y sin cubierta de ningún tipo dado que las noches de verano eran relativamente cálidas y era muy raro que lloviese.
El majal se situaba siempre cerca de la choza para poder vigilar a las cabras en todo momento y defenderlas del ataque de los lobos.
Ocasionalmente, se construían pequeños chiveros para encerrar a los cabritos aunque se procuraba que las cabras no pariesen en verano.

Cabras en un majal al amanecer.
Tornavacas (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las bestias de carga, normalmente burros y rara vez caballos o mulos, permanecían siempre sueltas en las cercanías del majal y la choza, colocándoles en las patas delanteras una cadena conocida como traba o manea para evitar que se alejasen excesivamente.
Esto era importante puesto que, en épocas pasadas, las bestias que andaban libremente por la sierra eran consideradas cerriles y pagaban más que las bestias trabadas.

Burros junto al chozo y el majal.
Tornavacas (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las gallinas no se alejaban nunca de la seguridad de la choza, ya que podían ser atacadas por las águilas y otras rapaces durante el día y por los zorros durante la noche. Se construían pequeños gallineros aprovechando algún hueco bajo alguna roca protegiéndolo con piedras y dejando una puertecilla que por la noche se cerraba con piedras, tablas o un saco.
Los cochinos se tenían casi siempre en una pequeña zahúrda o cochinera, aprovechando alguna pequeña cueva o covacho bajo un canchal delante del cual se construía un pequeño cercado de piedra con una puertecilla. Se les dejaba salir a hacer ejercicio pero para que no dañasen el terreno hozando, se les ponía un alambre o laña en el hocico.

Cochinos y gallinas.
Tornavacas (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los perros, ayudantes indispensables para el cabrero, no se separaban de las cabras ni de día ni de noche, durmiendo con ellas en el majal mientras que el gato, animal más independiente, dormía en algún hueco entre las piedras o en rancho de la choza pues no se le dejaba entrar al interior de la choza para que no comiese las provisiones de la familia.
Dos tipos de perros podían acompañar a los cabreros. Por un lado estaban los careas que eran de tamaño mediano y se utilizaban para carear o manejar a las cabras y por otro estaban los grandes mastines  utilizados para ahuyentar a los lobos.
En Guijo de Santa Bárbara, aunque los lobos eran muy abundantes, predominaban los careas debido a su fácil mantenimiento.

Perro con las cabras.
Guisando (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

La vida diaria de los cabreros se organizaba en función del manejo de las cabras.
Al amanecer, la madre solía ser la primera en levantarse para encender la lumbre y calentar el desayuno, consistente antiguamente en las sopas que habían sobrado de la noche y posteriormente en café de puchero aunque muchas familias se limitaban a tomar un simple tazón de leche con pan y almorzar más tarde.

El puchero del café.
Tornavacas (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Seguidamente, toda la familia ordeñaba las cabras para terminar lo antes posible.
Con el fin de que los niños aprendiesen e hiciesen este trabajo sin rechistar, los padres y sobre todo los abuelos, les daban un pequeño cántaro, puchero o cuerna para que cuando el recipiente estuviese lleno, lo vaciasen en uno de los cántaros grandes utilizados para ir echando toda la leche, colocando junto al cántaro una pequeña piedrecita para que al final los padres o abuelos supiesen cuántos recipientes había vaciado cada niño, entregando al más trabajador o experimentado un premio.

Antonio Castañares ordeñando una cabra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Terminado el ordeño y mientras la leche se enfriaba para poder hacer el queso, se almorzaban las sopas si es que no se habían comida a primera hora y una vez hecho esto, el cabrero se iba de careo llevando el morral con la comida consistente en embutidos de la matanza, tocino, queso...ya que no volvería a la choza hasta el final de la tarde.
Algunos cabreros llevaban una pequeña calabaza con vino mientras que otros se limitaban a beber agua de las fuentes o leche recién ordeñada en la cuerna que llevaban colgada del morral.

Cabreros en la sierra.
Crisantos Sánchez, Pedro Rodríguez y Eulogio Leal.
(c) Familia Sánchez.

Cuando la leche estaba fría, la madre, la abuela o alguna de las hijas mayores, comenzaba con el proceso de elaboración del queso. En ocasiones, para acelerar el enfriado de la leche, se metían los cántaros de hojalata en una fuente, arroyo o en la garganta.
La leche se colaba, se echaba en un barreño o baño de barro o metálico y se añadía el cuajo, obtenido a partir del cuajar seco de un cabrito lactante.

Cuajo fresco puesto a secar.
Tornavacas (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando la leche estaba cuajada, se apuraba, desueraba y se echaba la cuajada en los cinchos o moldes de madera para dar forma a los quesos, procediendo a salarlos por una cara y si se tenía la suficiente habilidad, también por la otra cara, dejándolos después escurrir antes de llevarlos a la quesera.
Siempre se decía que el queso debía ser elaborado por las mujeres debido a que tenían la mano más fría que los hombres y de esa forma el queso salía mejor y no tenía ojos al partirlo, presentando una textura más suave y agradable al paladar.
Algunos hombres también hacían un queso extraordinario, al igual que había algunas mujeres que lo hacían muy malo, pero por regla general, las mujeres eran mejores queseras aunque debían tener cuidado durante la menstruación porque el calor emanado por el cuerpo, estropeaba el queso.

Clemen Sánchez haciendo el queso.
(c) Familia Sánchez.

Los quesos frescos se iban almacenando en las queseras, construidas aprovechando algún covacho junto a la garganta.
De esta forma se iban oreando poco a poco y se conservaban frescos hasta que llegaba el momento de la venta, que se solía realizar una vez a la semana.
Por ello, las queseras debían tener una capacidad suficiente para almacenar al menos el queso producido durante 7 días.

Quesera de El Galayo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Una vez a la semana, la madre y alguno de los hijos, bajaban al pueblo para vender el queso y subir provisiones para la semana (pan, patatas, aceite, productos frescos...)
Para llevar los quesos cómodamente, eran colocados en grandes cajones de madera provistos de tapa en cuyo interior se disponía una capa de helechos frescos sobre los que iban cuidadosamente colocados los quesos.
Una vez hecho esto, se cargaban dos cajones sobre un burro u otra caballería para que la carga fuese compensada. Si sobraban quesos, podían dejarse para la semana siguiente o bien llevarse en una cesta.

Tío Teodoro y Tinín cargando el queso en el burro.
(c) Colección Martina Pérez de Arriba.

Como hemos dicho anteriormente, toda la familia se iba a la sierra con el ganado a excepción de algunos niños muy pequeños que se quedaban en el pueblo con los abuelos si es que estos no subían a la sierra.
A partir de los 5-6 los niños colaboran ya activamente en tareas como el ordeño y cuando tenían 7 u 8 años acompañaban a su padre o hermanos mayores durante el careo.
Sin embargo, si no iban de careo y no había mucho que hacer, los niños pasaban el día en las cercanías de la choza jugando con otros o pasando el tiempo junto a los abuelos que no iban de careo. 
Para muchos niños guijeños, subir a la sierra en verano, eran unas auténticas vacaciones.

Niños cabreros en Pimesaíllo. 1970.
(c) Familia Sánchez.

Algunos abuelos que todavía estaban ágiles y subían a la sierra se ocupaban de los niños y los entretenían con cuentos, historias, acertijos, haciendo excursiones a diversos lugares de la sierra para que de esa forma no estuviesen sin hacer nada o haciendo malos aliños.
Esto era algo que hacía uno de los cabreros guijeños más famosos y queridos del siglo XX, Tío Crisantos Sánchez Vicente (1908-2010), más conocido como Tío Crisantos "El Zorrita".

Tío Crisantos con la juventud de Pimesaíllo.
(c) Familia Sánchez.

Si los muchachos se portaban bien, una de las excursiones a las que podía llevarles tío Crisantos era a visitar alguno de los neveros que, en aquellos años en los que nevaba tanto, duraban prácticamente todo el verano.
En tales ocasiones, tío Crisantos se llevaba un cantarillo de leche y preparaba la exquisita lechelá, el helado más exquisito que existe y que era muy apreciado por niños y no tan niños.

Tío Crisantos en un nevero.
(c) Familia Sánchez.

Por las tardes, las cabreras se juntaban con las mujeres de las chozas vecinas y aprovechaban para hacer ganchillo u otras labores de costura.
Cuando volvían las cabras, si todavía daban bastante leche, se las ordeñaba y después se cenaba, dejando la leche en un cántaro metido en agua para mantener fresca la leche y hacer el queso a primera hora de la mañana pero rara vez mezclando la leche del ordeño de la tarde con la del ordeño de la mañana para evitar que el queso tuviese un sabor picante que no solía gustar.
Como los hombres habían estado en el campo comiendo "a seco" siempre se cenaban sopas de pan con abundante caldo pudiendo ser de patatas, canas, de cocido, de tomate...

Sopas de patatas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Día tras día, la vida de los cabreros en la sierra apenas cambiaba y los quehaceres diarios sólo se veían interrumpidos el día que se bajaba al pueblo a vender el queso o si la familia tenía huerto y el padre tenía que bajar a regar o realizar otras labores.
Sin embargo, desde 1964, el día 5 de agosto se paralizaba la vida en la sierra puesto que todo el mundo acudía a la Capilla-Refugio de Nuestra Señora de las Nieves para celebrar la Fiesta de dicha advocación mariana aunque ese día era conocido popularmente como "el día del Refugio".

Tío Crisantos junto a la Capilla-Refugio.
(c) Familia Sánchez.

En el mes de septiembre, en torno a la festividad de Nuestra Señora de las Angustias (8 de septiembre), los cabreros y sus familias regresaban a las zonas bajas.
La fecha de subida, salvo contadas excepciones, era fija en todos los casos (24 de junio) pero la bajada quedaba a criterio de cada familia.
Durante el otoño, las cabras pastaban en las zonas medias y bajas de la sierra y eran recogidas en los mismos corrales que en primavera, teniendo lugar hacia mediados de octubre el comienzo de la paridera de las cabras tempranas.

Cabras en Corral Viejo durante el otoño.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como en primavera, algunos cabreros se quedaban a vivir en las casillas junto a los corrales mientras que otros se iban directamente al pueblo comenzando de esta forma un nuevo ciclo que se repitió de manera inalterable año tras año y siglo tras siglo probablemente desde que aquellos ganaderos guijeños pidieron en 1468 al Señor de Jarandilla que les señalase coto para pastorear sus ganados independiente del utilizado por el de los ganaderos de Jarandilla.

El cabrero con las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Actualmente, las pocas cabras que quedan, permanecen todo el año en el mismo corral debido en unos casos a que las piaras son muy pequeñas y en otros a que son ordeñadas de forma mecánica, lo que imposibilita la realización de desplazamientos estacionales.
Es el caso de la piara de Alejandro Torralvo Gutiérrez que pasta durante todo el año en la Dehesa Sierra de Jaranda de Guijo de Santa Bárbara, pernoctando siempre en el corral de Santonuncio donde este ganadero dispone de sala de ordeño mecánico.

Alejandro Torralvo con sus cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En la sierra de Guijo de Santa Bárbara siempre han pastado vacas y en ocasiones ovejas.
Los vaqueros hace muchos años que dejaron de vivir en la sierra durante el verano al haber desaparecido los lobos en los años 60, pero debemos decir que este caso no subían las familias enteras, ni siquiera el propietario, sino que lo hacían vaqueros asalariados o criados a los que una vez por semana se les subía la "cabaña" (comida y ropa) viviendo en pequeñas chozas en las que sólo cabía una persona.

Vacas en la sierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el caso de las ovejas, conocidas localmente como borregas, tampoco eran cuidadas por sus propietarios sino por borregueros asalariados que, en caso de estar casados, subían a la sierra con su familia, siendo su vida más llevadera al no tener que ordeñar a las ovejas ni elaborar queso.

Ovejas en la sierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Todo lo descrito al hablar de Guijo de Santa Bárbara es extensible al resto de pueblos de la Sierra de Gredos con algunos pequeños matices y diferencias.
Buen ejemplo sería el caso de Paulino Gargantilla Serrano (1929-2014) natural y vecino de la localidad cacereña de Jerte aunque sus cabras pastaban la mayor parte del año en la sierra de Tornavacas, siendo considerado por muchos como el último cabrero de la Sierra de Gredos al haber sido el último que manejó su piara de cabras de forma totalmente extensiva y vivió en chozos en un paraje conocido como El Melocotón y al que únicamente se podía acceder tras un largo recorrido a pie o a lomos de caballerías.

Tío Paulino ordeñando una cabra.
Tornavacas (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Otro ejemplo digno de mención es el de Benigna Juliana Blázquez Garro (1935-2021) y sus hijos Fidelito y Carlos, quienes con su piara de cabras de raza Guisandera o Guisandesa, subían cada verano a la sierra de Guisando y en épocas pasadas trashumaron desde las dehesas del valle del Tiétar hasta los pastizales de la vertiente norte de la Sierra de Gredos.

Tía Benigna haciendo el queso.
Guisando (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Pero no sólo podemos hablar de los cabreros en pasado, sino que todavía quedan algunas piaras importantes manejadas de forma extensiva en la Sierra de Gredos como la de Jesús Carreras Delgado en la localidad abulense de Candeleda.
Este ganadero pastorea sus cabras de raza Verata y sus "borras" u ovejas a gran altitud en la vertiente sur del Pico Almanzor, en el extenso término municipal de Candeleda, en el que antaño pastaban decenas de miles de cabras y acompañadas durante la época estival por los cabreros y sus familias que se trasladaban a los puestos de las zonas más altas de la sierra.

Jesús Carreras Delgado y el autor de este artículo.
Candeleda (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo,

Pero si en la vertiente sur de Gredos aún quedan algunas piaras o rebaños, en el norte de la Sierra prácticamente han desaparecido y sólo se encuentran ya algunos rebaños en las zonas próximas a los pueblos atendidos muchas veces por gente mayor como entretenimiento. Es el caso de pequeño rebaño de Juana González Jiménez quien a sus 92 años pastorea diariamente con sus cabras por los alrededores de la localidad de Navalosa, en la vertiente norte del macizo oriental de Gredos.

Tía Juana y sus cabras.
Navalosa (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

Actualmente, como ya dijimos anteriormente, las cosas han cambiado mucho y aunque todavía quedan piaras de cabras pastando en zonas altas de la sierra, siempre se llega a las majadas con el coche y en muchos casos el ordeño se realiza ya de manera mecánica.
Son cada vez menos los cabreros que se resisten a vivir en la sierra, procurando instalarse en zonas más bajas e incluso estabulando sus cabras para facilitar el manejo.
Aunque la vida de los antiguos cabreros nos pueda parecer bucólica, era muy dura y no podemos pretender que los cabreros actuales sigan con aquel régimen de vida pero todos debemos colaborar para ayudar al sector caprino tanto los consumidores como la Administración Pública.

Cabras pastando a los pies del Almanzor.
Candeleda (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Dedicamos este artículo a todos los cabreros de ayer, de hoy y de mañana, pero fundamentalmente a todos esos cabreros de épocas pasadas que con su vida diaria y con sus historias al calor de la lumbre de las cocinas, nos transmitieron unos conocimientos que si no se escriben, se perderán.

El autor conversando en la cocina de lumbre con Tito Leal y María Rodríguez, antiguos cabreros de Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.
Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.

lunes, 26 de agosto de 2024

GONZALO: UN JOVEN GANADERO EXTREMEÑO.

Gonzalo Lorenzo Gómez, nacido el 20 de marzo de 1984, es un joven ganadero de la localidad cacereña de Acehúche, famosa por la fiesta de La Carantoñas y por su queso de cabra con DOP, teniendo nuestro protagonista mucho que ver en estas dos cosas.

Gonzalo Lorenzo Gómez con sus ovejas.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Miembro de una familia ganadera muy renombrada, LOS TROCHAS, a los que en cierta ocasión ya dedicamos un artículo, Gonzalo decidió, cuando otros jóvenes de su edad se marchaban del pueblo en busca de una "vida mejor" en la ciudad o se dedicaban a otras actividades, continuar con la tradición familiar y ser ganadero, dedicándose actualmente a la cría de ovejas, vacas y cabras.

Gonzalo con sus vacas.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Posee unas 300 ovejas fruto de un estudiado y riguroso programa de cruzamiento entre Merinas Españolas autóctonas de la zona y carneros de raza Suffolk, autóctona del Reino Unido.
La Merina Española, famosa desde hace siglos por su fínisima lana y en tiempos recientes por su leche extraordinariamente rica en grasa y proteína lo que la hace ideal para la elaboración de quesos tan famosos como la Torta del Casar o el Queso de la Serena.
Es también muy apreciada por su carne de gran calidad aunque su canal está peor conformada que la de otras razas.
La mayor ventaja de la Merina respecto a otras razas es su extraordinaria sobriedad y rusticidad, que le permiten sobrevivir en entornos y condiciones verdaderamente difíciles para otros ovinos.

Oveja de tipo Merino.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

La Suffolk es una raza famosa sobre todo por su exquisita carne y por la magnífica conformación de la canal, algo importantísimo en los ovinos que, normalmente, proporcionan carne de gran calidad pero sus canales no tienen una conformación adecuada para las exigencias del mercado moderno ya que son animales que concentran el peso en el tercio anterior del cuerpo que es precisamente la parte donde se encuentran las piezas menos valoradas de la canal.
Aunque muy rústica y resistente, estando perfectamente adaptaba a la vida en su área de origen con un clima fresco y lluvioso, no está tan adaptada al duro clima extremeño.

Oveja de tipo Suffolk.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

El resultado de este cruzamiento, que no sólo es realizado por Gonzalo sino que es cada vez más común en Extremadura, es la obtención de animales de excelente conformación, carne de calidad y extraordinariamente rústicos para la explotación extensiva en los pastizales extremeños.
Los machos de este primer cruzamiento suelen destinarse al sacrificio mientras que las hembras, denominadas F1 Suffolk x Merino, son recriadas como reproductoras y cubiertas por carneros de raza Suffolk o de otras razas especializadas, obteniendo unos corderos extraordinarios que, sean machos o hembras, son destinados al sacrificio.

Rebaño de ovejas de Gonzalo.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Las ovejas mestizas del rebaño de Gonzalo, se caracterizan por su capa o coloración enteramente blanca o con pequeñas manchas negras en el hocico, la cara y las patas aunque ocasionalmente aparecen individuos con llamativas coloraciones manchas que son conocidas popularmente como galanas, piñanas...

Oveja galana o piñana.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

La producción principal son los corderos lechales destinados a sacrificio o enviados a cebaderos especializados. 
Los corderos son criados a base de leche materna permaneciendo las ovejas durante el periodo de cría en el campo, donde se alimentan de pastos naturales que dan una gran calidad a la leche que producen y que se transmite en las cualidades organolépticas de la carne de los corderos, haciendo que sea un manjar exquisito.

Corderos.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Además de eso, las ovejas también producen lana que, aunque de gran calidad, apenas tiene valor actualmente.
Sin embargo, para mantener a las ovejas sanas y en perfectas condiciones, tienen que ser esquiladas anualmente, labor que Gonzalo realiza personalmente en lugar de contratar esquiladores profesionales para así reducir los costes.

Gonzalo esquilando una oveja.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

El sistema de explotación seguido por Gonzalo con sus ovejas es el extensivo, pastando siempre que es posible en el campo y complementando su alimentación cuando los recursos naturales son escasos o cuando aumentan las necesidades productivas de los animales (gestación y lactación).

Ovejas en pastoreo.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

El mantenimiento de ovejas en régimen extensivo tiene una gran importancia para el campo al contribuir a mantener la biodiversidad de las áreas donde pastan, manteniéndolas abiertas y reduciendo así el riesgo de que se produzcan terribles incendios forestales.

Ovejas en el campo.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Suelen pensarse que Extremadura es tierra de dehesas, cerdos y ovejas pero siempre ha sido también tierra de vacas y Gonzalo es propietario de unas 30 cabezas de excelente ganado vacuno.
Como ocurre con las ovejas, pertenecen también al denominado conjunto mestizo pero sin haber realizado un programa de cruzamiento planificado.
Tradicionalmente, las vacas criadas en Acehúche y los pueblos cercanos, eran similares a la actual raza Morucha, empleándose para la producción de carne y para el trabajo agrícola.

Vaca de Gonzalo.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Estas vacas proporcionaban carne de gran calidad aunque sus terneros presentaban un ritmo de crecimiento más lento y una peor conformación que los de las razas especializadas, por lo que en los años 60, 70 y 80 fueron intensamente cruzadas con sementales de razas como la Charolesa o la Limusina dando como resultado los actuales bovinos criados en la zona.

Gonzalo con sus vacas.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Gonzalo mantiene a sus vacas en pastoreo permanente, alimentándolas cuando es necesario con piensos y forrajes desecados, siendo la principal producción de este ganado los terneros pastencos que son criados con leche materna y pasto hasta el destete, momento en el que son vendidos para su sacrificio o posterior cebo hasta alcanzar mayor edad y peso.

Vacas y terneros en pastoreo.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Como dijimos al principio, Acehúche es un pueblo famoso por sus exquisitos quesos que dan nombre al QUESO DE ACEHÚCHE con Denominación de Origen Protegida, tratándose de un queso curado elaborado con leche cruda de cabras de diferentes razas criadas en la zona. Además, los cabritos de dichas cabras están amparados en la Indicación Geográfica Protegida CABRITO DE EXTREMADURA.

Queso de Acehúche.
(c) Queso de Acehúche DOP.

Gonzalo es propietario de un pequeño rebaño de cabras integrado por alrededor de 45 cabezas.
Se trata de cabras mestizas de doble aptitud cuyas principales producciones son la leche y el cabrito lechal.
Al ser un rebaño de pequeña dimensión, Gonzalo realiza el ordeño de forma manual tal y como se hizo toda la vida en la zona. Con la leche de estas cabras se produce el queso de Acehúche elaborado en queserías de la zona.

Gonzalo ordeñando una cabra.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Además de leche para la elaboración de quesos, las cabras producen cabritos que son vendidos como lechales constituyendo un auténtico manjar aunque lamentablemente, el precio de los cabritos es bastante reducido para los ganaderos..

Cabra con sus cabritos.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Las cabras salen a pastar al campo todos los días, regresando por la noche a la explotación en la que se realiza el ordeño.
Su labor medioambiental es importantísima pues las cabras son auténticos bomberos forestales que apagan más fuegos comiendo en el campo durante el invierno que los medios humanos en verano cuando tienen lugar los temibles incendios a los que antes aludíamos.

Cabras de Gonzalo en la dehesa.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Con sus ovejas, sus vacas y sus cabras, Gonzalo mantiene a su familia formada por su mujer Sonia Martín y los hijos de ambos Gonzalo y Noel.
Aunque todavía son pequeños, posiblemente sean la futura generación de ganaderos de la familia de LOS TROCHAS DE ACEHÚCHE.
Es pronto para saber esto, pero Gonzalo y Noel está viendo cómo es posible vivir en un pequeño pueblo extremeño y sacar adelante una familia, fijando así población en el medio rural y ayudando al mantenimiento de muchos otros sectores económicos pues el campo es la base de todo.

Noel y Gonzalo con un cántaro de leche de cabra.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Por el momento, Gonzalo y Noel acompañan a su padre al campo y le ayudan cuando hay que cambiar a las vacas de finca, a echar de comer a las ovejas o a ordeñar a mano a las cabras, aprendiendo así lo que supone el trabajo en el campo.

Gonzalo padre, Noel y Gonzalo hijo ordeñando las cabras.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Ciertamente, no todo es tan fácil y bonito como parece porque el ganado da mucho trabajo y no tantos beneficios como sería deseable debido al estancamiento del precio que los ganaderos perciben por sus productos y al aumento constante de los costes de producción y de la vida en general a lo que hay que sumar las continuas trabas burocráticas, los problemas sanitarios...
Todo esto lo sabe muy bien Gonzalo Lorenzo Gómez que el año pasado, como muchos otros ganaderos extremeños, sufrió intensamente los efectos de la terrible EHE (Enfermedad Hemorrágica Epizoótica).

Vaca afectada por la EHE.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Como decíamos al principio, Acehúche es famosa por la fiesta de LAS CARANTOÑAS, declarada de Interés Turístico Nacional en 2019, tratando actualmente que sea declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional.
Esta espectacular fiesta que tiene lugar el día de San Sebastián (20 de enero) es una de las más espectaculares de toda Extremadura y precisamente Gonzalo Lorenzo Gómez es uno de sus principales protagonistas.

Gonzalo con el traje de Carantoña.
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Pero la fiesta no queda sólo en el pueblo sino que gente como Gonzalo, su hermana Lucre y otras personas del pueblo están recorriendo la Península Ibérica dándola a conocer.
Los hombres vestidos con sus trajes de Carantoña y las mujeres ataviadas con el traje de bayeta o de Regaora, están recorriendo diferentes pueblos de España y Portugal causando sensación allá donde van: Villanueva de la Vera (Cáceres), Valdelacalzada (Badajoz), Zamora, Bemposta (Portugal)....

Carantoñas y Regaoras en Guitarvera 2024.
Villanueva de la Vera (Cáceres)
(c) Gonzalo Lorenzo Gómez.

Como vemos, Gonzalo lucha por conservar las tradiciones de su pueblo y se preocupa por darlas a conocer colaborando activamente con canales de televisión o con este mismo blog en el que se han publicado numerosos artículos gracias a su inestimable ayuda.

Gonzalo Lorenzo Gómez.

Gente como Gonzalo Lorenzo Gómez son el ejemplo perfecto de que esa España Vaciada a la que muchos han referencia tantas veces, está llena y muy viva con gente que lucha por mantener vivas las tradiciones y costumbres y que gracias a la agricultura o a la ganadería como en este caso concreto, hay gente que saca adelante a sus familias y produce alimentos para todos aquellos que están en las ciudades y piensan que no dependen del campo y que los problemas del medio rural no son algo que vaya con ellos.
Desde aquí, queremos rendir un sencillo pero sincero homenaje a todos los agricultores y ganaderos, especialmente a GONZALO LORENZO GÓMEZ, a quien tenemos que decir alto y claro:

¡GRACIAS, GONZALO!

Gonzalo Lorenzo Gómez.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.

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