A UNA MUJER DE CAMPO. HOMENAJE A VICENTA GARCÍA DE LA CALLE
El papel de las mujeres en el campo es sumamente importante pues además de hacerse cargo de las labores domésticas y de cuidar a los niños y mayores, las mujeres colaboran o realizan numerosas tareas en el campo y con el ganado, trabajando en ocasiones también fuera de casa.
Un buen ejemplo de esto es la mujer de la que hablaremos hoy: Vicenta García de la Calle, más conocida como Tita, de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
Vicenta García de la Calle.
Una mujer de campo.
La vida de los habitantes de este municipio ha girado siempre en torno al campo siendo la ganadería la actividad fundamental, complementada con la agricultura.
Fue la segunda hija de Juan García García (1927-2012) y Marcelina de la Calle Vicente (1930-2009), ambos naturales y vecinos de Guijo de Santa Bárbara, quienes contrajeron matrimonio en este pueblo el 27 de marzo de 1952 y que además de Vicenta tuvieron otros dos hijos llamados José (n.1954) y Ángela (1961-2010).
Antes de comenzar a hablar de la vida de Vicenta García de la Calle, es necesario conocer un poco sobre la historia de sus antepasados, que es vital para entender el motivo por el cual ella es una mujer de campo y estrechamente vinculada al mundo ganadero y agrícola.
Juan García García, era hijo de Anastasio García García (1896-1974) y de Josefa García Gonçalves (1904-1938), ambos naturales de Guijo de Santa Bárbara.
Pese a compartir el apellidos, estaban muy lejanamente emparentados, perteneciendo ambos a familias ya documentadas en el siglo XVII en lo que por entonces era el Barrio del Guijo perteneciente a la Villa de Jarandilla.
En el caso de Anastasio, muchos de sus antepasados eran de esta última localidad citada pues su abuela materna María Díaz Ruiz era jarandillana mientras que la familia de su abuelo Justo García Domínguez de Salazar procedía de Losar de la Vera a donde, según la tradición familiar, habían llegado desde Plasencia.
Anastasio García García.
(c) Colección Familia De la Calle.
El padre de Anastasio, Juan Valentín García Hernández (1864-1927) era natural de la localidad abulense de Nava del Barco, población por la que Vicenta siente un inmenso cariño. Juan Valentín dejó su pueblo natal en 1892 para instalarse en Guijo de Santa Bárbara donde falleció en 1927.
Sus antepasados eran originarios de diversos pueblos abulenses como Tormellas, Casas del Puerto, El Barco de Ávila o Santiago de Aravalle.
Todas estas familias vivían dedicadas al trabajo en el campo: labradores, pastores, segadores...
De hecho, Juan García Hernández se dedicaba en Nava del Barco a ayudar a su padre en el cultivo de la huerta y a cortar y llevar leña cargada en una burra para venderla a determinadas familias de El Barco. Posteriormente, comenzó a segar prados a guadaña y de esa forma fue como llegó a finales del siglo XIX a Guijo de Santa Bárbara, donde fue labrador y cabrero hasta el fin de su vida.
Por su parte, Josefa, como puede intuirse por su segundo apellido, era de ascendencia portuguesa pues su abuelo Manuel Gonçalves Da Silva (1835-1901) era natural de Braga, desde donde se trasladó a Guijo de Santa Bárbara en 1867.
Otros antepasados de Josefa eran naturales de pueblos cercanos como Aldeanueva de la Vera o Tornavacas así como de pueblos más alejados pero también de la provincia de Cáceres como Oliva de Plasencia o Acebo.
En la familia de Josefa nunca hubo labradores. A lo sumo, tenían pequeños huertos para el consumo familiar y poco más. Se dedicaban esencialmente a la cría de cabras de "raza del país" para la producción de leche destinada a la elaboración de quesos y de cabritos para la producción de carne.
Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.
Cuando se casaron en 1922, el padre de Josefa Esteban García Castañares (1873-1952), les regaló 20 cabras valoradas en 30 pesetas cada una siendo, según viejos cabreros guijeños a los que se ha podido entrevistar, unas de las mejores cabras que ha habido en Guijo de Santa Bárbara a lo largo de la historia.
Posteriormente, Anastasio, ya casado con su segunda esposa Rufina Vidal Pérez (1894-1976) se dedicó a la cría de borregas (ovejas) primero y de vacas lecheras después, dedicándose también al cultivo de tabaco y a la recolección de castañas.
Marcelina de la Calle Vicente, era hija de Ángel de la Calle Jiménez (1896-1975) y de Justina Vicente Burcio (1902-1971), naturales de Guijo de Santa Bárbara.
Ángel y Justina estaban estrechamente emparentados al ser descendientes del gran José García de Aguilar y Domínguez (1797-1867) natural de la localidad cacereña de Cuacos (hoy Cuacos de Yuste) pero residente en Guijo desde 1819 donde fue ganadero y sacristán de la parroquia, llegando a convertirse en uno de los mayores terratenientes de la historia guijeña al ser propietario de 931nhectáreas sumando sus fincas de Los Guatechos, Las Umbrías y La Lanchuela que posteriormente cedió a vecinos del pueblo, formando hoy parte de la Dehesa Sierra de Jaranda.
Vista de parte de la finca de La Lanchuela.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Por su parte, parte de la familia de Ángel, concretamente el linaje de los De la Calle, tiene su origen en la localidad abulense de Palacios, perteneciente a la noble villa de Becedas.
Los antepasados de Justina eran también originarios de diversos lugares de España aunque la familia Burcio, vive en Guijo desde el siglo XVII..
La familia Vicente, por su parte, era originaria de la localidad pontevedresa de O Rosal, llegando a Guijo en el siglo XIX y emparentando con la familia Rodríguez Castellano que llegó a comienzos de ese siglo desde Casares de Arbás, en León.
Otra parte de los antepasados de Justina y también de Ángel, concretamente la familia Canalejo, era originaria de Lancharejo, en Ávila.
Lancharejo (Ávila)
(c) Luis Martín Martín.
Famosa fue la vacada mantenida por los tíos de Justina Juan y Martina Burcio García de Aguilar, hermanos de Martina la madre de Justina, aunque hubo también destacadísimos cabreros en esta familia como Eugenia Vicente Santos, hermana de Daniel el padre de Justina.
Los padres de Marcelina eran unos auténticos empresarios y con un gran visión empresarial que les llevó a gestionar negocios y a introducir nuevas razas ganaderas.
Comenzaron siendo cabreros, pero pronto abrieron un bar y una "sala de café", además de un salón de baile que posteriormente se transformaría también en cine. Fueron dueños también de una fábrica de gaseosas.
En 1933 introdujeron la primera pareja de vacas "suizas", hito que marcaría un antes y un después en la historia guijeña.
Para controlar todos estos negocios, contaban con una numerosísima familia pues tuvieron en total 13 hijos de los que 10 llegaron a la edad adulta.
Pasemos ya a hablar de Vicenta, conociendo en primer lugar el motivo por el que sus padres la llamaron así.
Al tener a su primer hijo, Juan y Marcelina no dudaron en ponerle en nombre de la madre de Juan, por haber fallecido hacía ya bastantes años pero cuando Marcelina quedó nuevamente embarazada pocos meses después, surgieron dudas sobre el nombre de la criatura manifestando la madre el deseo de bautizarla como Olvido o Loreto si era niña.
Sin embargo, unos meses antes de nacer, el 11 de marzo de 1955, falleció Vicenta García Díaz (1874-1955), abuela paterna de Juan y que había sido para él como una madre, así es que el nombre estuvo claro: VICENTA.
Dado que a muchos en la familia no les agradaba el nombre, empezaron a llamarla VICENTITA y para acortar, terminaron por llamarla TITA que es como la conoce todo el mundo.
José y Vicenta, que se llevaban un año escaso, eran dos preciosos niños rollizos que eran el orgullo de sus padres y de toda la familia. Su tía materna Martina, los llamaba El Principito de Oro y la Muñequita de Cartón.
Juan y Marcelina eran un matrimonio de agricultores y ganaderos.
Tenían una buena piara, aquí no se usa la palabra rebaño, de borregas a medias con el padre y la madrastra de Juan, además de cultivar tabaco negro y recoger muchas castañas en su finca de Santonuncio, que había sido comprada en 1915 por Juan Valentín García Hernández (1864-1927), abuelo paterno de Juan y que era natural de la bella localidad abulense de Nava del Barco como ya se dijo anteriormente.
La finca de Santonuncio cuenta con un enorme corral que, pocos años antes del nacimiento de Vicenta, fue construido por orden de su bisabuela para encerrar a las ovejas durante la noche. El edificio de más de 30 metros de longitud y 9 de anchura, se encuentra dividido en dos secciones con entradas independientes aunque interiormente comunicadas por una puerta. En la planta superior, cuenta con un amplio desván para almacenar heno y ser utilizado como secadero de tabaco y almacén de aperos.
La familia residía en una casa de la Calle de la Mata. Se trataba de una bonita casa tradicional con un pequeño huerto y había pertenecido a la abuela Vicenta aunque nunca vivió en ella.
Juan pasaba mucho tiempo fuera de casa, pues la finca de Santonuncio estaba muy lejos del pueblo y tenía que marchar antes del amanecer, regresando ya de noche.
A veces, ni siquiera podía venir a dormir, quedándose a dormir en una casilla que tenían junto al corral en el que se encerraban las ovejas.
Otras veces, cuando se estaban abonando las fincas por el sistema de redileo, consistente en encerrar a las ovejas en un cercado de red o redil, Juan dormía en la mampara o caseta portátil de madera para vigilar que las ovejas no fuesen atacadas por los lobos.
Aquella dura vida, teniendo que pasar mucho tiempo fuera de casa y lejos de su mujer y sus hijos, hizo que Juan se plantease la posibilidad de vender las ovejas y comprar vacas como estaban haciendo otros ganaderos del pueblo pero tanto para su padre como para él las ovejas tenían un fortísimo valor sentimental al haber pertenecido a la difunta abuela Vicenta.
Sin embargo, siguiendo el consejo de Rufina, se decidieron a venderlas en 1960.
Aunque Vicenta era muy pequeña recuerda el último esquileo de las ovejas.
Compraron Juan y su padre vacas lecheras de raza Frisona, conocidas en Guijo de Santa Bárbara y en otros muchos pueblos de España como vacas suizas.
Se acuerda bien Vicenta de la primera vaca de sus padres, llamada Clavellina, una becerra comprada en Jarandilla de La Vera.
Como las vacas requerían mayores cuidados que las ovejas y había que ordeñarlas dos veces todos los días, Juan y Marcelina las tenían en la finca de La Huerta, situada cerca del pueblo y donde tenían un pequeño corral o casilla que, poco a poco irían ampliando.
También las llevaban ocasionalmente a otras fincas como Santonuncio, Veguilla Pescuezo o La Somera. En esta última finca, las tenían en el corral de tío Felipe y tía Marcelina y en cierta ocasión, la citada Clavellina se puso de parto durante la noche y fue necesario que Juan fuese hasta Aldeanueva con la yegua para buscar al veterinario puesto que él, al no haber tenido nunca vacas, no sabía atender partos pese a convertirse con los años en el máximo experto en tales temas.
José y Vicenta, que eran muy pequeños, tuvieron que permanecer en el corral cuidando a la vaca mientras Juan volvía con el veterinario.
Por esas fechas, el 17 de diciembre de 1961, nació Ángela, la hermana menor de Vicenta. Ambas estuvieron siempre muy unidas hasta la muerte de Ángela en 2010. Pese a la diferencia de edad, las dos hermanas tenían tal parecido físico cuando ya eran adultas, que la mayoría de la gente era incapaz de distinguirlas.
Marcelina con sus tres hijos: José, Ángela y Vicenta, acompañados por Agapito el hermano menor de Marcelina.
(c) Colección Familia de la Calle.
Tareas fundamentales para llevar a cabo los trabajos domésticos como ir a la fuente a por agua, era algo que habitualmente realizaban las niñas de la casa y Vicenta lo hacía a diario.
Pero no sólo en casa ayudaba Vicenta a las labores domésticas, sino también en casa de sus abuelos, donde el transporte de agua desde la Fuente de la Plaza, era fundamental para la elaboración de la gaseosa.
Lógicamente, en aquellos momentos, tanto Vicenta como su hermano José, no iban al campo a trabajar por ser muy pequeños. Además, su padre tuvo siempre claro que debían ir a la escuela puesto que él no había podido ir cuando era pequeño por tener que estar en la sierra cuidando las cabras y aprender a leer y a escribir siendo ya mozo.
En la escuela, además de impartir formación académica elemental a los niños, se complementaba su formación religiosa, si bien en aquella época los padres se preocupaban tanto de la formación académica como de la religiosa y en casa contribuían mucho, en la medida de sus posibilidades, a que así fuese.
Vicenta y su hermano José se prepararon juntos para recibir la Primera Comunión.
El traje de Primera Comunión de los niños, solía ser confeccionado por sastres especializados pero la mayoría de las madres hacían los vestidos para las niñas y ese fue el caso de Vicenta, que llevó un precioso vestido confeccionado por su madre.
A Vicenta le gustaba mucho la escuela, siendo siempre una alumna muy aplicada. Desde aquella época tiene una grandísima afición por la lectura.
Por aquella época, en la escuela estaban separados los niños de las niñas y aunque tenían asignaturas comunes, había otras que eran específicas para cada sexo. Las niñas aprendían labores del hogar y Vicenta aprendió a bordar primorosamente.
El que en esta época Vicenta no fuese a diario al campo, no significaba que no colaborase ya en los trabajos propios de toda familia dedicada a la agricultura y la ganadería.
Algunos días, en el recreo, tenía que ir a la finca de La Huerta a llevar el almuerzo a su padre, consistente en unas sopas de patatas.
Después regresaba a la escuela.
Sopas de patatas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Vicenta tenía gran miedo a las culebras y lagartos, animales muy abundantes en las fincas que su padre frecuentaban y le daba miedo ir a llevar el almuerzo pero su madre le decía:
- Tú ve pensando en las culebras que así no te las encuentras.
Realmente, los lagartos y en mucha menor medida las culebras, no eran un fastidio para los labradores y ganaderos sino todo lo contrario, al ser muy apreciados por su carne.
Juan, el padre de Vicenta, era un gran cazador de lagartos, especie de carne exquisita en el cocido. A Vicenta le encantaba la carne de lagarto, pero no podía ver a los animales vivos o muertos sin pelar todavía.
Cada día, después de comer, tenía que ir a llevar las sobras de la comida a los cerdos o cochinos que se engordaban para la matanza y que tenían en una casa situada a las afueras del pueblo. Aquella casa, a la que llamaban la Casa de la Mata, había sido la primera residencia de Juan y Marcelina pero por estar bastante alejada del centro del pueblo, la dejaron poco después de nacer José y la usaban como almacén y para tener algunos animales como los cerdos y las caballerías de labor.
También tenía que hacerse cargo de alimentar a los terneros o chotos, ya que los terneros de las vacas lecheras no mamaban nunca de la madre sino que se los mantenía separados y se les alimentaba con leche que se echaba en cubos.
Al principio, se les daba leche natural pero posteriormente se hizo popular la crianza con leche en polvo que venía envasada en pequeños sacos. La leche se disolvía en cubos con agua templada y se les daba a los terneros utilizando pequeños cubos.
Al lado de la casa donde Juan y Marcelina vivían con sus hijos, había un pequeño huerto para tender la ropa y en él había un gallinero con su correspondiente cercado de tela metálica, conocido aquí como "granja", para evitar que las gallinas se escapasen aunque en épocas anteriores estaban sueltas por la calle.
Una de las tareas de Vicenta era abrir las gallinas por las mañanas para que saliesen a la granja y echarlas de comer, sin olvidarse de cerrarlas por la noche para que no se las comiera la zorra o el "guarduño".
Además, debía recoger los huevos varias veces al día para evitar que las gallinas ensuciasen los huevos en el nidal o los rompiesen.
Siendo ya un poco más mayor, ella y José comenzaron a colaborar más activamente en el trabajo en el campo, especialmente en las tareas que requerían más ayuda: plantar el tabaco, recoger el heno, colgar y deshojar el tabaco, recoger las castañas, las patatas o las aceitunas....
El cultivo del tabaco negro era sumamente lucrativo en la época y para numerosas familias guijeñas, constituía una fuente de ingresos de gran importancia e incluso la única.
Dado que no existía ningún tipo de maquinaria, todo el proceso de cultivo, cosecha y preparación para la venta era sumamente laborioso y requería mucha mano de obra. En una familia de tabaqueros como la de Juan y Marcelina, todos tenían que colaborar en las tareas relacionadas con este cultivo, desde los niños a los abuelos.
Vicenta colaboró activamente en estas tareas desde niña.
Tabaco seco.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cuando tocaba ir a Santonuncio, la familia entera se trasladaba y permanecía allí varios días aunque en la mayoría de las ocasiones se iban muy temprano por la mañana y volvían al pueblo por la noche.
Como Ángela era muy pequeña y aún no podía trabajar, Marcelina y ella se quedaban en el pueblo y Juan, José y Vicenta, se iban a Santonuncio andando o montados en las caballerías.
Una hora de camino separaba la finca del pueblo por lo que llegaban ya cansados, pero aún así había que ponerse a trabajar hasta por la tarde, para luego regresar al pueblo.
Afortunadamente, esto no era algo diario.
La finca de Santonuncio era propiedad de Juan y de su prima Nicolasa, que por vivir en Francia, tenía arrendada su parte de la finca a Antonio Jiménez y Cándida Trinidad, cabreros del Guijo.
En la finca había muchísimos castaños de grandes dimensiones. Juan y sus hijos recogían las castañas con cestas de mimbre para luego echarlas en sacos o costales y cargarlos en las bestias para trasladarlos hasta el pueblo. Solían tener por entonces una yegua y un mulo por lo que cada día hacían dos cargas de castañas que iban almacenando en casa hasta que llegaba el momento de la venta.
Tardaban varios días, e incluso semanas, en recoger toda la cosecha.
Castañas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En Santonuncio había además bastante superficie dedicada a prados que eran aprovechados directamente por las vacas cuando no estaban dando leche o que se segaban para almacenar el heno para el invierno.
También se sembraron durante décadas cebada y centeno, contando la finca con una era propia para poder trillar la cebada y machar el centeno.
La era de Santonuncio.
Al fondo, Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Otra finca importante para la familia era El Helechar, donde cultivaban patatas tardías que se sembraban en junio y se recogían a finales de octubre o primeros de noviembre.
La finca se encontraba a una hora de camino del pueblo pero en dirección contraria a Santonuncio.
Tener un trozo de tierra en El Helechar, se consideraba un símbolo de riqueza pues las patatas tardías eran muy valoradas al conservarse durante todo el invierno y, según la creencia popular, no podían cultivarse en las zonas bajas, aunque esto ha sido desmentido ya.
El Helechar en invierno.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Otras fincas de la familia eran Los Rozos, el Risco la Guija, El Risco La Guija de Abajo, Cerrocarazo, Rajuela, El Huerto...aunque sin lugar a dudas las más valoradas eran Santonuncio y La Huerta.
Esta última finca, por estar situada cerca del pueblo, se convirtió con el paso de los años en la más importante, junto con El Guindal, una finca que Juan y Marcelina compraron posteriormente.
Esto permitía a la familia ser prácticamente autosuficiente al poder cultivar una gran variedad de plantas y criar varias especies ganaderas, además de generar una serie de productos destinados a la venta para, con el dinero obtenido poder abastecerse de aquello que no podía producirse en el pueblo.
Pero no todo era trabajar, pues muchos días en los que Juan tenía "poco" trabajo, llevaba a sus hijos de excursión a los terrenos por los que había transitado en sus años de cabrero y borreguero.
Tomando Santonuncio como punto de salida iban a sitios como las ruinas del Convento Dominico de Santa Catalina de Siena, a La Nava (donde veraneaban con las cabras Antonio y Cándida antes mencionados), La Navilla, a Praocartas que era una finca que había pertenecido durante siglos a la familia de Marcelina, al Tocho....
Sin embargo, lo que más dinero pero a la vez más trabajo daba a toda la familia eran las vacas suizas.
Las labores del campo, aunque tenían que hacerse cuando tocaba, podían posponerse o llegar a suspenderse unos días si no era posible realizarlas por diversos motivos, pero las vacas tenían que ordeñarse sí o sí y a la misma hora todas las mañanas y todas las tardes, necesitando cuidados constantes.
Aunque eran Juan y su padre los que más pendientes estaban de ellas, toda la familia tenía que saber lo que debía hacerse en cada momento por si era necesario.
Las 5-6 vacas que componían la ganadería, constituían una gran riqueza pues de ellas dependía la supervivencia de la familia.
Cada mañana, Juan y Anastasio, su padre, bajaban a la finca de La Huerta a ordeñar las vacas y luego, si no había mucho que hacer, Anastasio subía al pueblo con el mulo cargado con los cántaros de leche pero si había trabajo, eran Vicenta o José los que tenían que hacer esta tarea.
Muchas veces, también les tocaba ordeñar a las vacas, tarea que en aquella época se realizaba a mano pues hasta los años 80, Juan no tuvo ordeñadora.
No obstante, aunque en muchas ocasiones el abuelo Anastasio subía al pueblo con los cántaros de leche en el mulo, a Vicenta le tocaba llevar la leche a la plaza para que fuese recogida por el camión que diariamente acudía al pueblo para tal fin, pagando la empresa la leche recogida a cada ganadero al final de mes.
Una vez entregada la leche, Vicenta tenía que llevar los cántaros a la fuente para fregarlos y dejarlos listos para el ordeño de la tarde.
A menudo, tenía que llevar nuevamente los cántaros hasta la finca donde estuviese el corral de las vacas para lo cual, Vicenta los cargaba vacíos en las aguaderas colocadas sobre el aparejo o albarda del mulo.
Estos animales, aunque suelen ser bastante mansos, son un poco complicados de manejar por los niños y jóvenes.
En cierta ocasión, un mulo empujó a Vicenta contra una pared en la finca de Veguilla Pescuezo, aunque por suerte no ocurrió ninguna desgracia.
Durante el día, las vacas pastaban en los prados que, en aquella época, no se encontraba cercados con alambre.
Por ello, siempre tenían que estar bajo la atenta vigilancia los vaqueros. El abuelo Anastasio, solía encargarse de esta tarea pero si tenía cosas que hacer, era Vicenta la encargada de cuidar a las vacas, llevándose el cestito de la "labor" o costura.
En cierta ocasión, mientras bordaba un mandil, vio que una vaca se iba a escapar y soltó rápidamente el mandil, la aguja y las tijeras para ir a recoger la vaca pero mientras hacía eso, otra vaca se comió el mandil que acabó devolviendo al cabo de varios días. No pasó nada pero si la vaca se hubiese comido las tijeras, podía haber muerto.
Vacas pastando.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Por la tarde, se repetía el proceso del ordeño y se volvía a subir la leche al pueblo con los cántaros cargados en el mulo que pasaba la noche encerrado en la cuadra.
La leche de la tarde, no se entregaba al camión sino que se destinaba a la venta directa en el pueblo a una serie de clientas fijas o "veceras" que con sus lecheras y pucheros acudían a casa de los padres de Vicenta para comprar la leche fresca. Esta tarea era realizada generalmente por Marcelina aunque en ocasiones Vicenta ayudaba a su madre.
La leche sobrante de la venta se destinaba al consumo familiar tanto fresca como transformada en queso y mantequilla. La mitad de esa leche sobrante era para Juan y Marcelina pero la otra mitad era para el abuelo Anastasio y su esposa, llevándoles Vicenta el cántaro a su casa todas las noches.
Los domingos y días de fiesta, Marcelina preparaba a sus hijos natillas, flanes y los exquisitos sapillos con leche, postre que Vicenta elabora hoy en día siguiendo la receta de su madre.
Vicenta pasaba muchísimo tiempo en casa de sus abuelos maternos por estar situada muy cerca de la escuela y la mayoría de las noches se quedaba a dormir allí, hasta que finalmente, se instaló allí de forma definitiva para dar compañía a los abuelos y a su tía Martina.
Le gustaba mucho dormir en una cama que tenía un jergón de "escamochas", rústico colchón relleno de las hojas que recubrían las mazorcas de maíz.
La relación con sus abuelos Ángel y Justina fue muy estrecha puesto que prácticamente se crió con ellos en la gran casa que poseían junto a las antiguas escuelas-
Para ellos, era una alegría que sus hijos y nietos estuviesen por allí y al ser José y Vicenta los nietos más mayores, pues sentían un especial cariño por ellos.
La abuela Justina, era gran aficionada a la costura pero sobre todo a la cocina, afición que Vicenta heredó de ella en gran medida.
Conserva en su recuerdo cómo preparaba la abuela recetas muy tradicionales como las gachas con chicharrones y otras más "éxoticas" como el célebre pollo a la cerveza, utilizando naturalmente pollos criados en casa y la cerveza que vendía en el bar.
Para Navidad, Justina preparaba con esmero el riquísimo alfajor, especie de turrón elaborado con nueces, azúcar, miel y otros ingredientes y que tras disponer en preciosos platos de porcelana, llevaba como regalo a cada una de sus nueras, acompañándola Vicenta a realizar este singular reparto.
Para la cena de Nochebuena, Justina preparaba siempre gallo o pollo en salsa con una antiquísima receta familiar que Vicenta sigue conservando.
La abuela Justina.
(c) Colección Familia de la Calle.
Más curiosa era la afición del abuelo Ángel, un sencillo ganadero de un pueblo pequeño pero gran aficionado a los deportes.
Le encantaban el fútbol, el baloncesto y especialmente el boxeo.
No obstante, le costaba comprender el motivo por el cual si los campos de fútbol inclinados (eso parece en la televisión), "la pelota no ruede si el campo se llama pa acá". Aún así, el veía el partido con gran atención y cuando había algún penalti, se escuchaban sus gritos por toda la plaza: "¡Penalquiiiii, penalquiiii!
Tras la muerte de Justina en 1971, que supuso un durísimo golpe para la familia, Vicenta dormía con su abuelo que cada noche, la hacía levantarse a las dos o las tres de la mañana para ver los torneos de boxeo en la televisión.
Pese a todo eso, el abuelo madrugaba cada día para llevar sus suizas al prado.
Ángel y Justina dieron siempre gran importancia a la vida familiar y sus 10 hijos y 29 nietos siempre tuvieron una magnífica relación entre ellos.
Una cita ineludible para todos los primos tenía lugar el 5 de agosto cuando subían todos juntos a la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, celebrada en la Capilla-Refugio del mismo nombre construida en 1964 en el paraje de Collao Alto por el entonces párroco del pueblo D. Ascensio Gorostidi Altuna.
Sin embargo, no por tener mucha relación con sus abuelos maternos, dejó de tenerla con su abuelo paterno y su segunda esposa que, para ella era como una abuela, pasando muchos y buenos ratos con ellos en su casa de la calle del Lavadero.
La adolescencia de Vicenta acabó bruscamente al sufrir su hermano José un grave accidente, poco después del cual Marcelina sufrió un ictus.
Vicenta pasó en ese momento a ser la mujer de la casa teniendo que ocuparse de las tareas domésticas además de ayudar a su padre en el campo si bien su hermana Ángela ya ayudaba mucho especialmente con las tareas relacionadas con el manejo del ganado.
Vicenta, que estudió Formación Profesional de Primer Grado de Agricultura en Jaraíz de la Vera, no pudo continuar realizando estudios superiores para poder dedicarse así a la familia, sacrificio que no le ha pesado nunca.
Entre vacas suizas, castaños y tabaco, Vicenta se había convertido en una guapísima moza cuya melena negra causaba sensación entre los mozos del pueblo.
La gente de la familia en particular y del pueblo en general, veían en aquella moza el vivo retrato de su bisabuela Vicenta tanto en el físico como en su extraordinaria laboriosidad. Como decía su tía Nicolasa: Nadie tiene el nombre mejor puesto que ella.
Pero ningún mozo logró conquistar su corazón a excepción de Alonso de la Calle Hidalgo, nacido en Guijo de Santa Bárbara el 17 de julio de 1952 e hijo de Antonio Leandro de la Calle Jiménez (1924-2022), que era el cartero rural del pueblo, y de Visitación Hidalgo Burcio (nacida en 1929).
Causó esta relación una gran alegría a las madres de la pareja que eran muy buenas amigas de toda la vida además de ser primas segundas, siendo también Marcelina y Antonio Leandro primos hermanos.
Tras varios años de noviazgo, la pareja contrajo matrimonio el 3 de marzo de 1979 en la parroquia de Nuestra Señora del Socorro de Guijo de Santa Bárbara, oficiando la ceremonia el Rvdo. P. Pedro Ciprián Masa, gran amigo de la pareja.
La boda de Alonso y Vicenta fue una boda de las de antes. Estos eventos duraban como mínimo tres días conocidos como víspera, boda y tornaboda.
El primer día, se preparaba la comida para la boda y como Vicenta era hija de vaqueros, no podía faltar para la ocasión la carne de un choto criado en casa.
En este caso, fue una chota machorra, algo difícil de conseguir pero que Juan tuvo suerte de tener aquel año en su ganadería. Estas chotas, nacidas en un parto gemelar junto a un macho, son genéticamente estériles y tienen gran propensión al engorde.
El animal se sacrificaba y se preparaba adecuadamente.
Vaca con terneros.
(c) Pilar Domínguez Castellano.
Además, se elaboraban las flores, dulce típico de Guijo de Santa Bárbara y se dejaban echadas las migas para refreírlas al día siguiente.
Para todo esto, las familias tenían que contratar cocineras profesionales pero en el caso de Vicenta y Alonso no fue necesario porque Benigna Burcio de la Calle (1904-1992), abuela materna de Alonso, era cocinera profesional.
La abuela Benigna haciendo flores.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Al día siguiente tenía lugar la boda. A la boda de Vicenta y Alonso asistieron más de 400 invitados.
La ceremonia tuvo lugar en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Socorro y fue oficiada por el Rvdo. P. Pedro Ciprián Masa, siendo los padrinos según la costumbre de la época, los padrinos de bautismo de Alonso, Benjamín de la Calle y Elisa Pérez.
Tras la ceremonia, tuvo lugar la comida.
Vicenta y Alonso con el Padre Ciprián y tío Benjamín.
(c) Colección Familia De la Calle.
Al día siguiente, tuvo lugar la tornaboda. Este día consistía fundamentalmente en recoger y devolver todos los cacharros utilizados para el convite del día anterior y repartir lo que había sobrado de la comida.
Alonso y Vicenta no tenían casa propia por lo que se instalaron en la casa de la abuela Benigna en la Calle del Tejar hasta que unos años más tarde se trasladaron a la casa donde actualmente residen en la Calle Carretera Nueva.
Como sus antepasados, fueron agricultores y ganaderos.
Como agricultores, se centraron en un novedoso cultivo que por entonces estaba extendiéndose muy tímidamente por la comarca de La Vera: La frambuesa.
Este pequeño arbusto, que requiere clima fresco y abundante riego, se adaptó maravillosamente a las fincas guijeñas.
Alonso y Vicenta plantaron frambuesas en numerosas fincas de sus padres.
En verano, que es cuando se recogen las frambuesas, Alonso y Vicenta trabajaban mucho de día y de noche.
Durante el día, nada más amanecer, tenían que comenzar a recoger las frambuesas, que se iban depositando en cajas adecuadas que posteriormente había que llevar desde las fincas, a las que sólo se podía acceder a pie, hasta el lugar donde se podía ir con coche. Alonso marchaba después a Madrid para llevar las frambuesas a los más reputados restaurantes y pastelerías de la Capital.
Por la noche, tenía que aprovechar para poder regar las frambuesas.
Además de esto, como hemos dicho fueron ganaderos criando un ganado muy peculiar: las abejas.
Suele pensarse que las abejas no son ganado pero, ciertamente, lo son y necesitan una serie de cuidados para que gocen de buena salud y puedan proporcionar abundante miel y cera, que son los productos básicos generados por estos animalitos imprescindibles para la supervivencia humana al ser los principales polinizadores que existen.
Posiblemente sean la especie ganadera más antigua de todas, como opinan muchos autores aunque esto es realmente difícil de demostrar al tratarse de un insecto y no de un mamífero o ave en cuyo esqueleto se notan claramente los cambios efectuados por la domesticación.
Para ser apicultor, que es el nombre que reciben los ganaderos de abejas, se necesitan numerosos conocimientos y tanto Vicenta como Alonso realizaron cursos de formación en la conocida como Escuela de Capacitación Agraria de Navalmoral de la Mata.
Vicenta y Alonso en un curso de apicultura.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En la finca de Las Ardas, propiedad del padre de Alonso, este joven matrimonio estableció sus colmenas.
Algunas de ellas eran modernas colmenas movilistas de tipo Layen mientras que otras eran del tipo tradicional utilizado durante siglos o milenios en la zona: la colmena de corcho.
Colmenas de corcho.
(c) Javier Bernal Corral.
Llegado el momento óptimo, se castraban las colmenas para extraer los panales, dejando parte de ellos en la colmena para que las abejas tuviesen sustento en invierno.
Con los panales ya recogidos, se procedía a la separación de la miel y la cera.
La venta de miel suponía una fuente de ingresos importante para Vicenta y Alonso.
Extracción de la miel.
(c) Santiago Álvarez Bartolomé.
Tanto los padres de Vicenta como los de Alonso, eran labradores y ganaderos por lo que cuando lo necesitaban, sus hijos tenían que ayudarles con las tareas del campo como la recogida del heno, la cosecha del tabaco, la recolección de las aceitunas....
Especialmente ardua era la tarea de la siega y recogida del heno. Mientras los hombres segaba la hierba con la guadaña, las mujeres tenían que darlo la vuelta con las horcas para que se secase, labor que se realizaba en pleno verano y en las horas centrales del día.
Cuando el heno estaba seco, se llevaba hasta los corrales cargado o arrastrado con caballerías para luego meterlo y pisarlo en los desvanes de los corrales y conservarlo así todo el invierno.
Las tareas relacionadas con el cultivo del tabaco negro, como ya hemos comentado, requerían de múltiple mano de obra y Juan era ayudado por sus hijas Vicenta y Ángela y por sus yernos Alonso y Emilio.
Llegado el momento de cortar y colgar el tabaco, los hombres lo cortaban y las mujeres lo cargaban pero el acarreo era realizado exclusivamente por Juan dado que la yegua que tenía era sumamente recia y no podía ser manejada por ninguna otra persona.
Una serie de circunstancias como la enfermedad de su esposa, la edad, la escasa disponibilidad de tiempo y la gran distancia que la separaban del pueblo, obligó a Juan a tomar la decisión más difícil de su vida: vender la finca de Santonuncio.
Para Vicenta supuso un duro golpe pero era imposible hacerse cargo de la finca ya que no se podía llegar en coche siendo en aquel momento inviable que los hijos de Juan se la quedasen. Aunque Vicenta y Alonso hubieran querido, dedicarla en aquel momento a la plantación de frambuesas o al establecimiento de las colmenas, habría sido imposible. En aquel momento, el único aprovechamiento posible de la finca era el cultivo de castaños o la cría de cabras.
Pese a tener trabajo, tanto Alonso como Vicenta dedicaban su tiempo libre a una afición común: la música tradicional.
Durante años, juntos o por separado, pertenecieron a varios grupos folklóricos o de música folk, además de participar activamente en las populares rondas tan típicas de los pueblos veratos.
Tanto Vicenta como Alonso fueron dos personajes claves en el folklore o música tradicional guijeña en una época de cambios en la que todo lo antiguo parecía que estaba "desfasado". Gracias a ellos, aunque no exclusivamente, se conservaron aspectos tan importantes para nuestra cultura como la música y el traje regional.
Ronda en Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Alonso de la Calle, Vidal Jiménez, Jesús Antero, Vicenta García y Evaristo Pobre.
(c) Colección Familia De la Calle.
Tanto Vicenta como Alonso, habían deseado ser padres desde que se casaron, pero su ajetreada vida como agricultores y ganaderos, hacía que fuese algo muy complicado de conjugar.
Tras 9 años de matrimonio, llegaron los ansiados hijos. Primero, tuvieron un niño el 11 de agosto de 1988 y seguidamente una niña, llamada Rocío, que nació el 27 de diciembre de 1989.
Vicenta y Alonso siguieron siendo agricultores algunos años hasta que en 1992, Alonso aprobó las oposiciones de magisterio siendo maestro en Villanueva de la Vera, Madrigal de la Vera, Hernán-Pérez y finalmente en Jarandilla de la Vera.
La familia nunca abandonó Guijo aunque durante el curso 1996/1997, cuando fue maestro en Hernán-Pérez, Alonso vivía allí volviendo al pueblo una vez por semana y los fines de semana.
A partir de ese momento, dejaron de ser agricultores pero Vicenta pasó a realizar una tarea muy importante: encargarse de la casa y de los niños.
Esta tarea se valora muy poco y hoy en día con los adelantos que hay y las comodidades que tienen las viviendas modernas, aún menos. Sin embargo es una tarea fundamental y muy gratificante si se hace con el esmero y cariño que la realizaba y realiza Vicenta cada día.
Además de eso, trabajó como cartera en Aldeanueva de la Vera durante algún tiempo.
Vicenta y sus hijos con tío Crisantos Sánchez Vicente, primo de la abuela Justina.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
También tenía que ayudar a sus padres cuando era necesario, ya que al vivir sus hermanos en Madrid, no podían hacerlo muchas veces.
Ayudaba a su padre con los trabajos del campo y con el manejo el ganado pues todavía tenía vacas que se ordeñaban para cubrir las necesidades familiares de leche y queso que Vicenta y su padre hacían 2 ó 3 veces a la semana, compitiendo por ver quién hacía el mejor queso.
En 2000, el padre de Vicenta sufrió un ictus que le impidió seguir con el ganado, teniendo que trasladarse tanto él como su esposa a casa de sus tres hijos, permaneciendo un mes con cada uno de ellos.
Aunque Juan no podía hablar y la cabeza de Marcelina fallaba cada día más, siempre tuvieron una sonrisa en la boca y muestras de agradecimiento para su hija Vicenta que les cuidó admirablemente hasta que fallecieron en 2009 y 2012.
En 2001 los padres de Alonso repartieron las fincas que tenían entre sus hijos. A Alonso le tocó entre ellas, la finca del Risco de la Guija, donde habían un viejo corral que él y Vicenta rehabilitaron para utilizarlo como vivienda de recreo.
Durante los periodos en los que Vicenta no tenía a sus padres, dedicó gran tiempo a esta finca donde podía llevar a cabo una de sus mayores aficiones: la jardinería.
El corral del Risco de la Guija.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Desde 2001, el jardín de Vicenta es una auténtica maravilla que deja admirado a todo el mundo que visita la finca. Crecen por doquier rosas de vivos colores y de diversos tipos, elegantes hortensias, margaritas, gladiolos comunes y silvestres, lirios morados y amarillos, peonías...y árboles como magnolios, granados, acebos, loros, serbales, arces, madroños....
Puede que esto no resulte sorprendente pero se da la circunstancia que esta es una finca de tierra "mísere", es decir, sumamente seca y pedregosa y crear en ella semejante jardín es un logro debido al gran trabajo llevado a cabo por Vicenta durante años.
Vista del jardín de Vicenta.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Durante varios años y con el fin de mantener la finca limpia, Vicenta y Alonso tuvieron un par de yeguas que eran cuidadas por el padre de Alonso, pero en épocas determinadas toda la familia, incluida Vicenta, tenían que colaborar en ciertas tareas como la siega del heno para hacer el ameal o guardarlo en el corral para alimentar a las yeguas en invierno.
También era necesario limpiar la cuadra para almacenar el estiércol que era utilizado como valioso abono en el huerto y el jardín de Vicenta.
Posteriormente, además de hacerse cargo de sus padres, Vicenta trabajó durante algunos años como auxiliar de ayuda a domicilio del Ayuntamiento de Guijo de Santa Bárbara y también como cocinera en el Comedor de Mayores dependiente del citado Ayuntamiento y al que acudían diariamente 30 personas mayores que estaban encantados con los riquísimos platos que les preparaba Vicenta.
Uno de los platos más apreciados por los mayores que acudían al comedor eran sin lugar las sopas de tomate, muy típicas de Guijo de Santa Bárbara.
Como ya se dijo, Vicenta es una gran aficionada a la cocina, habiendo realizado numerosos cursos de cocina.
De sus magistrales manos salen platos tan tradicionales como las exquisitas sopas de patatas o las migas y otros más "novedosos" como las croquetas o el extraordinario y complicado solomillo Wellintong, además de exquisitos postres como la tarta de nata y fresa o el tiramisú.
Pero sin duda alguna, su plato estrella son las croquetas de cocido que quien las prueba una vez, repite y asegura que no las ha probado nunca iguales.
Es también una de las varias guijeñas, aunque cada vez son menos, que sabe preparar la masa o "masón" de las tradicionales flores guijeñas, dulce de sartén que, en contra de lo que muchos piensan, no se parece en nada a las floretas secas o flores de otros lugares.
Vicenta aprendió a elaborarlas con la abuela Benigna que, como ya dijimos, era cocinera profesional.
También es experta en la elaboración de otros dulces típicos guijeños como las roscas y huesecillos o los buñuelos, dulce semejante a los churros.
No en vano, hace un tiempo, Vicenta participó junto a otras mujeres del pueblo en el rodaje de dos episodios del famoso programa LOS FOGONES TRADICIONALES de Canal Cocina, dirigido por el célebre Eugenio Monesma.
Preparó Vicenta para tal ocasión las sopas de tomate y la ensalada de patatas con caldo, plato muy típico de Guijo de Santa Bárbara y que fue grandemente alabado por Eugenio Monesma.
Mujeres como Vicenta cumplen un papel fundamental conservando una parte importantísima de nuestro patrimonio cultural que a veces pasa inadvertida: la gastronomía.
Todos sabemos que hoy en día se emiten en televisión mil y un programas de cocina que permiten a los espectadores conocer infinidad de nuevas y exquisitas recetas y también sabemos que en las últimas décadas gracias a las mejoras del transporte y la conservación, han llegado a nuestros mercados numerosos ingredientes.
Las mujeres de campo y de pueblo como Vicenta, han sabido adaptarse a esta situación pero sin perder los conocimientos culinarios heredados de sus madres y abuelas, continuando con la elaboración de las ancestrales recetas.
En el caso de Vicenta, uno de los platos tradicionales que elabora con más cariño son las patatas triscás o revolconas, un plato de gran significado para una familia de origen abulense como la suya.
Las patatas triscás acompañadas por torreznos y pimientos secos fritos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Además de eso, en su tiempo libre Vicenta fue actriz de teatro en el grupo local LAS DE SIEMPRE Y ALGUNOS MÁS que representaba obras de comedia en muchos casos escritas por los integrantes del grupo: Isabel Pobre, Tani Santos, Puri Castañares, Teodori Miranda, Segunda Vergara, Prado Rodríguez, Obdulia Rodríguez y Silvestre de la Calle.
Este grupo amateur de teatro representó durante años varias obras como La Boda de la Duquesa de Alba, Crónicas de un pueblo, Los Corruptos de Marbella...
Desde 2012 Vicenta es junto, a su hijo, sacristana de la Parroquia de Nuestra Señora del Socorro, haciéndose cargo de la limpieza del templo, del lavado de ropas litúrgicas y paños y del cuidado del jardín del atrio.
Ha sido además catequista durante muchísimos años y forma parte del coro parroquial.
Sin duda alguna, la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Socorro, construida en el siglo XVIII, es el principal monumento de Guijo de Santa Bárbara causando admiración tanto a vecinos como a visitantes, pero si podemos disfrutar de ella en tan buen estado, es en gran parte gracias a la labor que realiza Vicenta y que debe ser valorada por todos.
José García de Aguilar y Domínguez (1797-1867) y su hijo Benito García de Aguilar y Martín (1822-1908), sacristanes de la Parroquia entre 1819 y 1874, que fueron además antepasados directos de Vicenta, estarían muy orgullosos de ella.
En los últimos tiempos, Vicenta ha tenido que ayudar también a sus suegros. Su suegro falleció el año pasado pero su suegra aún vive y aunque es muy independiente y vive sola, necesita ayuda de vez en cuando y siempre cuenta con su nuera que, según ella misma dice "ha sido siempre para mí como una hija más."
Hoy en día, Vicenta se dedica a las labores domésticas además de a la agricultura para el consumo familiar. El vergel, que así es como se llama tradicionalmente al huerto en Guijo de Santa Bárbara, requiere numerosos y continuos cuidados desde la preparación de la tierra hasta la cosecha de los diversos cultivos.
En su finca de El Risco de la Guija, Vicenta cultiva frambuesas, fresas, patatas, tomates, pimientos, cebollas, berenjenas, calabacines, calabazas, judías, lechugas... y tiene árboles frutales como melocotoneros, ciruelos, cerezos, membrillos, azufaifos, avellanos, nogales...
Es necesario vigilar continuamente el crecimiento y el estado de salud de las plantas para saber cuándo es necesario regarlas, abonarlas o tratar alguna enfermedad o plaga, tarea esta última que Vicenta realiza siempre con remedios naturales que aprendió de sus padres y sin recurrir nunca a productos fitosanitarios.
Aunque estas labores pueda resultar arduas e incluso aburridas para los no entendidos, no hay nada más gratificante que ver cómo las plantas van poco a poco progresando hasta dar fruto y en el caso de una madre de familia como Vicenta, eso adquiere una nueva dimensión al saber que está asegurando el alimento para la familia durante todo el año.
Llegado el momento óptimo se recogen los diversos productos. Algunos pueden consumirse frescos como los pimientos, los tomates, las berenjenas, los calabacines, los puerros... con los que Vicenta prepara exquisitos platos desde el simple pisto con huevos fritos o el calabacín rebozado hasta otros más elaborados como las berenjenas rellenas o el pastel de calabacín.
Algunos productos del huerto.
(c) Silvestre de la Calle García.
Lo más sencillo es limpiarlos convenientemente y congelarlos directamente o previamente troceados.
Pero siguiendo la tradición familiar y poniendo en práctica los conocimientos adquiridos de su madre, Vicenta prefiere recurrir a otros métodos.
Así, los pimientos los seca rajándolos o haciendo las tradicionales ristras o "riestras" mientras que los tomates, los abre por la mitad y tras retirarlos las semillas, los seca al sol sobre una criba.
Los tomates también pueden embotellarse al natural tras pelarlos y trocearlos, añadiendo su propio jugo, agua y azúcar para contrarrestar la acidez. Una vez envasados, se esterilizan los frascos al baño María y de esta forma se conservan durante meses.
Lo mismo puede hacerse con el pisto de verduras, el tomate frito o los pimientos asados.
Las frutas requieren para su conservación procesos más laboriosos aunque algunas como las ciruelas, pueden secarse directamente al sol tras retirar el hueso o "pipo".
Otras como los melocotones y manzanas, se cortan en láminas delgadas que se atan y cuelgan al sol para hacer los orejones, que Vicenta aprendió a hacer con su madre.
Los melocotones son también conservados por Vicenta en almíbar que ella misma prepara, constituyendo una forma magnífica de disfrutar de esta rica fruta en el invierno.
Pero si Vicenta destaca por un tipo de conserva es por las mermeladas. Cada año hace decenas de botes de mermelada de fresa, frambuesa, arándano, ciruela, melocotón, albaricoque, prísigo (tipo de melocotón)...además de combinar ciertas frutas para obtener mermeladas más "exóticas".
Constituyen estas mermeladas, un ingrediente fundamental para preparar uno de los postres elaborados por Vicenta que causan mayor admiración:
la tarta de cumpleaños.
Consiste en un bizcocho genovés cocido en un molde circular que una vez enfriado se corta longitudinalmente en varios discos para proceder a rellenarlo con nata, mermelada, crema pastelera, crema de moka... que después se cubre lateralmente con nata montada.
Especialmente deliciosa es la de fresa y nata.
Tarta de nata y fresa elaborada por Vicenta.
(c) Silvestre de la Calle Hidalgo.
Y, como ya hemos dicho, asociado al vergel o huerto, se encuentra el jardín que Vicenta cuida con un gran mimo, sirviendo sus bellísimas flores tanto para el deleite visual de su propietaria como para la preparación de ramos que son llevados a la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Socorro cada domingo mientras dura la campaña de flores naturales que, gracias a los esmerados cuidados, Vicenta logra alargar desde abril con las primeras rosas hasta noviembre o diciembre con los últimos crisantemos.
Puede que hoy en día Vicenta no sea ganadera y que por cultivar simplemente un pequeño huerto para el consumo familiar, no pueda ser considerada estrictamente como una agricultora pero, como bien dice el refrán popular...
"QUIEN TUVO, RETUVO"
Desde EL CUADERNO DE SILVESTRE queremos dedicar un homenaje a Vicenta García de la Calle porque es una de las principales colaboradoras de este blog debido a sus grandes conocimientos sobre agricultura, ganadera, gastronomía, folklore y cultura tradicional de Guijo de Santa Bárbara.
Vicenta García de la Calle.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
BUENA MADRE
Sí, queridos lectores. Muchos al comenzar a leer este artículo sabías claramente el lazo que me une a Vicenta, pero otros lo habréis averiguado ahora.
Así es. Vicenta es mi madre.
Con mi madre.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Yo creo que para cualquiera persona, su madre es lo principal.
¿Qué puedo decir de mi madre?
Pues simplemente que lleva 35 años ahí y, ciertamente, no ha sido fácil pero en los buenos momentos y en los malos, además de en los extraordinarios y en los peores siempre ha estado ahí.
Lo resumiré con una copla verata muy popular.
MADRE MÍA, MADRE MÍA,
NO ME CANSO DE LLAMARTE,
QUE NO HAY PALABRA EN EL MUNDO
MÁS DULCE QUE LA DE MADRE.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
Cada día te superas, un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Luis. Una madre se lo merece todo y si por sus venas corre sangre de Nava del Barco, más aún.
EliminarEs precioso , una historia muy bien contada , me encanta se haga honor y memoria a todas las personas que tanto trabajaron trabajaron para
EliminarPara levantar a España y sus familias, enhorabuena!!!
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