LOS ARRIEROS

Durante milenios, el medio más seguro y prácticamente el único para cruzar cordilleras, estepas y desiertos a lo largo de todo el mundo, han sido los animales de carga y montura.

En las altas mesetas Asia, se utiliza el Yak, animal semejante a la vaca y que sirve además de como animal de carga, como motor animal, como productor de carne, leche y pelo y como productor de estiércol utilizado como abono o como combustible en las áreas donde no crece ningún árbol o arbusto para poder disponer de leña.

En los desiertos fríos de Asia Central, el camello bactriano ocupa dicho lugar, mientras que en los desiertos calurosos del sur de Asia y de África es el dromedario o camello de una joroba, el que cumple tales cometidos.En la cordillera de los Andes, la llama, semejante a un pequeño camello sin jorobas, se ocupa de tales menesteres.

Pero en nuestras latitudes y en gran parte del mundo, son los équidos los que se encargan, o mejor dicho se encargaban, del transporte a lomo de todo tipo de mercancías siempre y cuando no hubiese caminos adecuados que permitiesen el uso de carros tirados por bueyes.                                                      Caballos, burros y mulos (yeguatos y burreños) eran los encargados de realizar estos transportes y sus dueños o conductores eran conocidos como ARRIEROS.

Arriero examinando dos mulos en la feria de Navarredonda de Gredos. Los arrieros acudían a las ferias en busca de buenas caballerías que elegían en función de su gusto y sus intereses.
(C) Foto: Silvestre de la Calle García.

En todas las zonas montañosas de España, la arriería tuvo siempre una importancia vital puesto que normalmente las dos vertientes de una cordillera se complementan por la diferencia del clima y por lo tanto por los distintos cultivos que se pueden producir.

También en las zonas extremadamente pobres, sus habitantes se vieron obligados a recurrir a la arriería en un principio como medio de subsistencia pero llegando en ocasiones a convertirse en un lucrativo negocio como ocurrió con los celebérrimos arrieros maragatos de la provincia de León.

Nos centraremos hoy, en los arrieros de la Sierra de Gredos. Aclaremos que entenderemos como Sierra de Gredos al espacio comprendido entre el Cerro de Guisando, que se alza en El Tiemblo sobre los toros de Guisando, y el Puerto de Béjar. Muchos, acortan este espacio y lo terminan en el Puerto de Tornavacas pero hoy lo incluiremos para hablar de los arrieros del antiguo Ducado de Béjar.

En la vertiente norte de la Sierra, existía una arriería más modesta y “desorganizada” puesto que el transporte carretero era mucho más fácil al existir numerosos caminos bien preparados y a que los miembros de la Real Cabaña de Carreteros de Gredos eran expertos en este tipo de transporte desde finales del siglo XV como mínimo.

Existieron sin embargo, núcleos arrieros importantes en Solana de Béjar (hoy Solana de Ávila), Barco de Ávila y Candelario.

Los arrieros de Solana, eran los más activos. Salían desde su pueblo a vender el lino producido en los pueblos del Aravalle e incluso para vender los lienzos fabricados en los telares del pueblo. Se dirigían a la populosa villa cacereña de Plasencia donde tras vender su carga, compraban aceite que vendían en su pueblo o pueblos del valle del Duero como Rueda o Nava del Rey.  Compraban aquí vino que llevaban para su casa o para venderlo en el pueblo, llevando también cargas de hierro y herramientas para el campo que solían bajar a la meseta los carreteros de Reinosa.

Los arrieros de El Barco de Ávila, se dedicaban al comercio de un singularísimo producto que era abundantísimo en la zona: las truchas. Pero este producto era sumamente perecedero por lo que viajar a largas distancias era…¿imposible? Para nada. Los barcenses idearon una fórmula segura no sólo de conservar las truchas sino de mejorar incluso su sabor: el escabechado. Una vez escabechadas, colocaban las truchas en vasijas de barro y partían con su carga a distintos pueblos y ciudades, llegando a Madrid.

Castillo de Valdecorneja, dominando la villa de El Barco de Ávila y el caudaloso río Tormes, donde los pescadores de esta villa cogían las truchas para luego escabecharlas y exportarlas.(C) Foto: Silvestre de la Calle García.

En los pueblos cercanos al Barco de Ávila, existían al igual que en las cercanías de otros pueblos grandes, una serie de modestos arrieros y arrieras que iban desde las aldeas a llevar productos de primera necesidad cada mañana como leche, huevos o leña para los hogares. Juan García García (1927-2012), de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), nos contaba hace años que su abuelo Juan García Hernández, del que hablaremos detalladamente más adelante en este mismo artículo, se dedicó durante su adolescencia y juventud a llevar diariamente desde Nava del Barco cargas de leña para casas particulares con la burra de su padre. Por la mañana, cargaba la burra y llevaba la leña a Barco y por la tarde volvía a cortar una nueva carga y al día siguiente la llevaba nuevamente.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez, con la burra de Gonzalo Vergara cargada de leña. (C)Foto: Alonso de la Calle Hidalgo.

Finalmente, estaban los arrieros de Candelario que, como no podía ser de otro modo, se dedicaban a la exportación de los famosos chorizos de este precioso pueblo salmantino de obligada visita.

Todos estos arrieros, utilizaban la bestia de carga más sobria, resistente y fuerte para estos trabajos: el mulo yeguato. Estos mulos, hijos de yegua y burro, tenían el tamaño y la fortaleza de un caballo pero la resistencia y la extrema sobriedad de un burro.

Aunque en la zona se criaban buenas yeguas para producir mulos, habitualmente se compraban en las ferias de Béjar o Barco a tratantes gallegos que vendían mulos pequeños pero muy duros. Con el paso del tiempo, se importaron los famosos burros catalanes de Vich, que daban unos mulos extraordinarios.

Estos arrieros, se dedicaban muchas veces casi de manera exclusiva al oficio arriero, pero siempre lo complementaban con el cultivo de la tierra y la ganadería. Durante sus ausencias, mujeres, niños y viejos quedaban en el pueblo al cargo de los animales y de los huertos.

Viajamos ahora a otro punto de la Sierra de Gredos donde la arriería tuvo una gran importancia: el Barranco de las Cinco Villas. Fértil valle situado bajo el Puerto del Pico, en él se encuentra las villas de Cuevas del Valle, Villarejo del Valle, San Esteban del Valle, Santa Cruz del Valle y Mombeltrán, conocido popularmente como LA VILLA por ser el más importante de los cinco y donde se alza el famoso castillo de don Beltrán de la Cueva, hombre de confianza del rey Enrique IV el Impotente.

Monumento a los arrieros en Villarejo del Valle (Ávila). Posan a ambos lados del monumento, dos carros de bueyes pertenecientes a la Real Cabaña de Carreteros de Gredos que luchan intensamente para conservar las tradiciones de nuestra Sierra, realizando cada año la subida del Puerto del Pico con sus carros y sus bueyes rememorando lo que antaño hicieron arrieros y carreteros. 
(C) Foto: Alonso de la Calle Hidalgo.

Los arrieros del Barranco eran modestos agricultores que siempre tenían 1 ó 2 caballerías para la labranza de sus huertas y olivares, aprovechando las épocas de menor trabajo o en las que producían algún producto perecedero que necesitaba rápida salida, para ejercer el oficio arriero. Por el Puerto del Pico, así como por el de Serranillos, cruzaban la sierra para dirigirse a los pueblos de la vertiente norte de la Sierra. Los que subían el Puerto del Pico, se dirigían principalmente a Navarredonda, Barajas y Hoyos del Espino, mientras que los que optaban por subir el Puerto de Serranillos, lo hacían rumbo al propio Serranillos, a Navarrevisca, Hoyocasero, Navalosa e incluso Burgohondo y Navaluenga.

En este grupo entraban podemos incluir también a los arrieros de El Arenal, especializados en el comercio de cebollas.

Comerciaban estos arrieros con productos abundantes en la vertiente sur de la Sierra que debido a los rigores climáticos de la vertiente norte, no podían producirse allí: aceite, vino, higos, aceitunas, frutas diversas… El aceite y el vino se transportaban en pellejos de piel de cabra mientras que las frutas se llevaban cestos de mimbre o en banastas de castaño.

El viaje duraba apenas 1 ó 2 jornadas de ida y otras tantas de vuelta. El viaje de vuelta, no se hacía de vacío sino que se adquirían productos que, aunque podían conseguirse en la vertiente sur, no eran de tanta calidad como por ejemplo las patatas o las judías, así como diversos cereales. Unas veces, el producto que se traía de vuelta se destinaba al consumo familiar o se revendía.

Las fondas, posadas y tabernas de los pueblos serranos como Navarredonda, Barajas y Hoyos del Espino, dependían de los arrieros del Barranco para estar permanentemente abastecidos de vino y aceite. Existieron arrieros célebres y recordados como “El Cuco” que acudía a la posada del tío Venancio y al que en ocasiones el dueño de la posada le gastó buenas bromas.

En el pueblo de Serranillos, situado en la vertiente norte de la Sierra, surge un importante grupo de arrieros que se van a especializar en dos productos de manera casi exclusiva. Este pueblecito, situado a gran altitud y en laderas pobladas de espesos matorrales, tenía pocos recursos. Sus naturales, comenzaron a producir carbón vegetal que llevaban a vender a los pueblos del sur, donde cargaban sus caballerías con aceitunas y pimentón. Con sus bestias, los de Serranillos recorrían media España, aprovechando para regresar al pueblo con todo tipo de productos. El pimentón, que compraban directamente a los agricultores de Candeleda, muy apreciado en toda Castilla donde era imprescindible para las matanzas.

Nos trasladamos ahora casi al punto de inicio de nuestra “ruta” para hablar de otros singulares arrieros: los del Valle del Jerte. Se trataba de labradores, principalmente de Tornavacas, que con sus caballerías cargadas de fruta, subían a los pueblos del Aravalle. Una vez vendida la carga, compraban patatas, judías o harina para su sustento o para la reventa en el pueblo.

Llegada la primavera, cuando los serranos sembraban las patatas, escogían las más gordas y con más yemas, las partían en trozos y apartaban el corazón para echárselo a los animales. Muchos arrieros de Tornavacas, compraban una carga de corazones de patata y al llegar a su pueblo voceaban “¡se venden corazones!”. La gente los compraba para alimentar a los cerdos por poco dinero.

Finalmente, hablaremos de la comarca de La Vera, en la que se encuentra Guijo de Santa Bárbara. La Vera es una región muy rica en la que se cultivan multitud de productos y a través de las diversas portillas y puertos de la sierra, estaba en permanente contacto con los pueblos del Partido del Barco de Ávila. Cuando los labradores tenían poco trabajo, cargaban sus bestias con lo que producían en casa e iban a venderlo a los pueblos serranos para regresar con otros productos que allí eran de mayor calidad o que aquí no se producían. Se utilizaban diversas rutas que partían desde los distintos pueblos veratos y se atravesaba la sierra por el Collao la Yegua (Aldeanueva), la Portilla de Jaranda (Guijo), las Portillas de los Caballeros y de Palomo (Losar), la Portilla de la Lucia (Villanueva)….

Subían las bestias cargadas con aceite, vino, pimentón, tabaco, higos secos… y regresaban con patatas, judías, harina de trigo e incluso con chocolate de las fábricas del Barco primero y Navatejares después.

Concretamente en Guijo de Santa Bárbara, todo esto era algo muy frecuente, dado que muchos guijeños estaban casados con serranas y viceversa. Aunque tenían su residencia en el Guijo, mantenían relaciones con los familiares de Castilla y eso facilitaba grandemente el intercambio comercial.

El mulo de Ángel de la Calle Vicente. Antiguamente, los labradores que tenían que trabajar mucho, preferían los mulos a cualquier otra bestia porque servían también para el arrastre de madera y para el transporte arriero. 
(C) Foto: Silvestre de la Calle García.

El camino más utilizado por los guijeños, era el llamado Camino de Castilla que comunicaba Jarandilla de la Vera con Barco de Ávila, poblaciones que pertenecían a señoríos de distintas ramas de la poderosa familia Álvarez de Toledo pero muy relacionadas entre sí. Este camino seguía el curso de la Garganta Jaranda hasta la Portilla homónima para entrar allí en término de Tornavacas. Bajaba a la Angostura y continuaba hasta la Garganta de San Martín, donde comenzaba la subida al Puerto de Tornavacas. Desde el citado puerto, unos se dirigían a Gilgarcía y otros a las Casas del Puerto de Tornavacas (hoy Puerto Castilla), Santiago (hoy Santiago de Aravalle) o al Barco de Ávila, capital de la comarca e importante centro comercial.

Otro camino menos utilizado era el que subía hasta el Collao Rodrigo para entrar en la jurisdicción de Losar, continuar hasta la Portilla de los Caballeros y ya desde allí bajar a la aldea de Navalguijo, anejo de Navalonguilla.

Citaremos algunos ejemplos de labradores y ganaderos guijeños que ejercieron además la arriería y el intercambio entre Guijo y Castilla:

Antonio Castañares. Ganadero, labrador y arriero de Guijo que se casó con Manuela Canalejo, natural de la aldea de Lancharejo a principios del siglo XIX. Aunque tenían su residencia fija en el Guijo, acudían varias veces al año con sus bestias a visitar a la familia y aprovechaban para subir alguna carga de aceite o de vino y bajarse una carga de patatas o de harina de trigo, ya que en el Guijo se producían mucha cebada y centeno pero poco trigo.

Eugenio Jiménez Ovejero. Poderoso ganadero y arriero, hijo de María Ovejero, panadera. Yerno del anterior, aprovechó los contactos de sus suegros para ir con sus bestias en busca de harina para el horno de su madre, subiendo además aceite, vino e higos de la famosa finca de La Viruela, propiedad de su madre hasta 1831, fecha en la sería heredada por Antonio Jiménez García (el Abuelo Viejo) que siguió aprovechando los contactos familiares para el intercambio de productos y para otros negocios de índole ganadera.

Juan García Hernández. Segador, labrador y ganadero natural de Nava del Barco (Ávila) que en 1892 se casó con la joven guijeña Vicenta García Díaz. Como decíamos al comienzo de este artículo, en su adolescencia y juventud fue arriero y llevaba cada día cargas de leña desde su pueblo natal a Barco de Ávila. Mantuvo una intensa actividad arriera, realizando numerosos viajes anuales con su yegua cargada fundamentalmente de aceite que llevaba a Santiago de Aravalle, donde residía su hermana Nicolasa. Compraba allí patatas para siembra que luego cultivaba en sus fincas del Guijo, sirviéndole las patatas recogidas para el consumo familiar y para engordar numerosos cerdos y vender luego los jamones y los lomos en diversos pueblos de la Vera. Aunque fallecido en 1927, su hijo Anastasio y su nieta Nicolasa continuaron con la actividad hasta los años 50, cambiando luego el sistema cuando uno de sus familiares castellanos adquirió un camión viniendo al Guijo a vender patatas y a comprar terneros suizos. Anastasio y su hijo Juan realizaban entonces las gestiones para el negocio de su pariente serrano.

Andrés de la Calle García: Importantísimo labrador y ganadero, casado con una Jiménez Ovejero, se valió de los contactos familiares durante sus primeros años. Cuando subía a vender ganado a la feria del Barco, aprovechaba para realizar algunas compras como patatas para sembrar o judías. Entabló gran amistad con Mateo Martín y María Santos, de Gilgarcía. Al quedar viudo en 1899, se casó con Eugenia, hija de Mateo y María. Aunque con residencia en el Guijo, esas relaciones familiares supusieron un gran impulso para los negocios familiares, realizando anualmente el propio Andrés y sus hijos numerosos viajes al cabo del año subiendo con las caballerías cargadas de aceite y bajando con patatas para sembrar y harina. Hasta bien entrado el siglo XX los nietos de Andrés mantuvieron relaciones de amistad y comerciales con gentes de Gilgarcía.

            A lo largo de la primera mitad del siglo XX, realmente fue rara la familia guijeña que poseyendo buenas caballerías, no realizase viajes a los pueblos serranos para el intercambio comercial de productos.

            Todo esto queda ya en el recuerdo, pero los más viejos del lugar, aún nos cuentan sus viajes con las caballerías al otro lado de la Sierra. Martina de la Calle Vicente, nacida en 1924, nos cuenta la siguiente historia.

A Gilgarcía íbamos muchas veces toda la mocedad de la familia. Como mi abuelo al quedarse viudo se casó con una mujer de allí, conocíamos a mucha gente. Íbamos juntos los primos y los hermanos con las caballerías. Solíamos ir por las fiestas. Subíamos por la Portilla. Eran las fiestas en el mes de mayo. Una vez se nos puso a nevar y no sabíamos si seguir o si darnos la vuelta pero decidimos seguir.

Allí nos acogía toda la gente. En casa de tío Félix y de tío Felipe nos solíamos quedar, pero si no había sitio, en cualquier casa nos acogían encantados y nos trataban muy bien. Me acuerdo que comíamos cordero, que aquí no se comía porque entonces no había ovejas en el pueblo.

Mis hermanos eran los músicos. El baile se hacía en alguna cuadra. La limpiaban y ponían unos tablones en los pesebres y allí tocaban los músicos. Al principio, el baile lo hacían músicos de allí que tocaban la dulzaina y el redoblante, pero más adelante fueron mis hermanos los que empezaron a tocar ya con los saxofones y demás.

 Nosotras llevábamos vestidos muy buenos y bailábamos muy bien y las mozas de allí se enfadaban porque los mozos querían bailar solo con nosotras y no con ellas.

Yo bailé con el médico, que se llamaba don Fausto. Baile dos piezas con él. Una prima mía bailó con el secretario.

Cuando volvimos, trajimos las bestias cargadas de patatas para sembrar y para comer y entonces tuvimos que venir por el camino de abajo. Bajamos el Puerto y pasamos por Tornavacas. Subimos por la Solisa y vinimos al pueblo.

Algunas veces subíamos con las caballerías cargadas de aceite y vino para venderlo allí. Nuestros padres, nos decían dónde teníamos que llevarlo y el dinero que nos tenían que dar y nos decían dónde teníamos que comprar las patatas para sembrar o para comer. Siempre les solíamos llevar algún regalo como frutas y cosas que allí no tenían y ellos nos daban manzanas o judías.

           

Martina de la Calle Vicente, quien nos ha contado la historia de los arrieros de la primera mitad del siglo XX. A sus 96 años, aún recuerda con nitidez aquellos viajes llenos de anécdotas curiosas y divertidas camino de la villa abulense de Gilgarcía.

Terminaremos este artículo con el caso de un singular “arriero”: El cartero rural de Guijo de Santa Bárbara Antonio Leandro de la Calle Jiménez, nacido en 1924. En los años 50 y 60, no había coches en Guijo de Santa Bárbara por lo que quien necesitaba algo de fuera del pueblo, tenían que ir andando o en caballería a comprarlo pero eso suponía perder un día de trabajo y además era un engorro si no había que ir a por otra cosa. Sin embargo, tío Antonio “El Correo”, bajaba a diario a Jarandilla con su burro para recoger el correo. Aprovechaba entonces la gente para ir la tarde anterior a casa de tío Antonio, primero en la Calle del Portal y después en la Calle del Monje, para hacerle algún encargo especial. Él mismo nos lo cuenta:

Yo bajaba a Jarandilla todas las mañanas. Me levantaba cuando todavía era de noche, aviaba y ordeñaba las vacas y luego me bajaba con el burro a Jarandilla a recoger el correo y a hacer los recados a la gente. Subía de todo: medicinas de la botica, los rollos de película para el cine de mi tío… Cuando llegaba al pueblo repartía el correo y los encargos y por la tarde otra vez a las vacas. Todas las noches iba alguien a casa para encargar algo. Pero es que compré el coche y dejé de bajar en el burro y seguí haciendo recados porque era el único coche que había en el pueblo.

Podemos decir por tanto, que tío Antonio “El Correo” con su burro, fue el último “arriero” del Guijo. Realmente, los arrieros obtenían un beneficio económico por su trabajo por lo que estrictamente, no podríamos considerar a tío Antonio como un arriero profesional pero sí como uno de los últimos guieños en realizar transporte de diversas mercancías de vital necesidad entre dos poblaciones, motivo por el cual tiene bien merecido un lugar en este artículo.


Antonio Leandro de la Calle Jiménez, cartero rural y ganadero, el último "arriero" guijeño. Tío Antonio se montaba en su burro y subía por la carretera leyendo tranquilamente el periódico. El animal conocía perfectamente el camino y no necesitaba indicación alguna. En eta fotografía, vemos a tío Antonio montado en la burra de Gonzalo Vergara para hacer una recreación de sus años como cartero rural.
(C)Foto: Alonso de la Calle Hidalgo.

El cambio de los tiempos, la emigración, la mejora de los transportes y otra serie de condicionantes, terminaron con la arriería en toda España. Hasta los puntos más aislados, llegaban las carreteras. Los caballos consiguieron resistir dedicándose a la equitación o a la producción cárnica mientras que los mulos prácticamente han desaparecido y los burros se mantienen por capricho aunque cada vez hay menos.

            Sirvan estas líneas de homenaje a todos los arrieros.

Fdo: Silvestre de la Calle García.

Comentarios

  1. Gracias a lo que escribes todos saben más del pasado y hasta del presente, diría yo. Porque sin historia no habría presente.

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  2. Precioso. Como siempre, interesante e instructivo

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  3. jo que gozada...mil gracias de nuevo

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  4. Muy muy bueno, en el barranco de las cinco villas has repetido Cuevas y te has dejado Santa Cruz del Valle. Un saludo.

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