EL TABACO EN GUIJO DE SANTA BÁRBARA
Guijo de Santa Bárbara es un pueblecito cacereño situado en el centro de La Vera, comarca famosa por su pimentón y por su tabaco.
Si bien la economía guijeña se ha centrado más en la ganadería, la agricultura ha tenido también una gran importancia y durante la segunda mitad del siglo XX, el tabaco fue sin duda alguna uno de los principales cultivos.
Tradicionalmente, las mejores tierras de regadío de Guijo de Santa Bárbara se dedicaron al cultivo de patatas tempranas. También se dedicaban algunas tierras al cultivo de los "verjeles", donde se sembraba un poco de todo para el gasto de casa: cebollas, tomates, pimientos.....
Las tierras más alejadas del pueblo o de peor calidad, se destinaban al cultivo de cereales o a prados para el ganado.
Vaca con su ternero en un prado.
Las zonas más inaccesibles o de peor calidad, se destinaban a prados.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Sin embargo, en el siglo XX aparece en escena el tabaco. No sería hasta mediados de la centuria cuando se comenzase a cultivar de manera generalizada en el Guijo.
Aunque bastante "trabajoso", pronto se vio que era un producto lucrativo.
En Guijo se cultivaba únicamente tabaco negro mientras que en el resto de La Vera se cultivaba con mayor intensidad el tabaco rubio.
Antes de realizar la plantación del tabaco, era necesario preparar la tierra, estercolándola para abonarla y posteriormente arándola y surqueándola.
Al principio, algunos tabaqueros tuvieron ovejas y practicaban con ellas el redileo, práctica consistente en establecer un redil o cercado para que las ovejas durmiesen en las tierras de cultivo y de esa manera lo abonasen con sus deyecciones. El redil se cambiaba cada noche con el fin de abonar todo el terreno.
Posteriormente, las ovejas se sustituyeron principalmente por vacas lecheras que eran mantenidas en cuadras, en cuyo caso el estiércol debía ser transportado con caballerías.
Tras abonar la tierra, se extendía el abono y se araba con las caballerías. Cuando la tierra ya estaba lista, se realizaban los surcos bien con arado si se traba de grandes superficies o bien con azada en las parcelas más pequeñas.
Arriba: José Miguel Jiménez Díaz arando la tierra.
Abajo: José Miguel prepara los surcos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
La siembra se realizaba en pequeñas parcelas conocidas con el nombre de "eras", que se cuidaban con sumo mimo, regándolas a menudo y retirando todas las hierbas que no interesaban.
Cuando nacían las plantitas, se entresacaban para que creciesen mejor. Cuando ya estaban listas, se trasplantaban a su lugar definitivo.
El mayor peligro cuando las plantitas de tabaco estaban en las "eras", eran los topos, que podían hacer galerías y destruir las raíces ocasionando pérdidas irreparables.
Con el paso del tiempo, las semillas se comenzaron a sembrar en bandejas de corcho blanco divididas en multitud de pequeños huequecitos con tierra que se mantenían en balsas de agua para facilitar el crecimiento de las plantitas.
Finalmente, los últimos tabaqueros guijeños, compraban ya las plantitas listas para el plantarlas.
Con la tierra lista, se plantaba el tabaco. En El Guijo, se conocía esta labor como "poner el tabaco".
Primeramente, se regaba la tierra para asegurar el arraigo de las plantas.
Las plantitas dispuestas en grandes cestos, se iban plantando una por una haciendo un orificio en el lomo del surco con una estaquilla.
Cuando las plantas habían crecido un poco, se binaban, labor consistente en "arrimar" parte de la tierra del fondo del surco a las plantitas para que la raíz se desarrollase mejor. Con esto se conseguía además, eliminar las malas hierbas que podían competir con las plantas de tabaco.
Ya desarrolladas un poco las plantas o tabaqueras, se pasaba regularmente el cultivador, especie de arado con una rueda que era tirado por una sola caballería. Con esta práctica, se mantenían limpios los surcos de hierba.
El tabaco requiere para su crecimiento temperaturas relativamente elevadas y abundante riego.
Téngase en cuenta que esta planta es originaria de zonas tropicales de América.
Por ello, la plantación en la tierra se realizaba en el mes de mayo aunque en tiempos antiguos, como hacía bastante más frío, se retrasaba la plantación.
El riego se realizaba tradicionalmente a surco y con azada pero posteriormente se introdujo el riego por aspersión.
Cuando el tabaco estaba crecido, era preciso cortar los brotes laterales o "toños" para que las hojas pudieran desarrollarse adecuadamente.
Esta era una de las labores más tediosas del cultivo del tabaco pero había que hacerla si se quería obtener una cosecha de calidad.
A mediados del verano, el tabaco comenzaba a florecer. La flor tenía que cortarse para favorecer el desarrollo final de la planta y evitar así el excesivo consumo de energía que provocaría un crecimiento deficiente de las hojas.
Arriba: Juana Díaz Díaz cortando la flor del tabaco.
Abajo: Ángel de la Calle Vicente realizando la misma operación.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Una vez que se cortaba la flor, la planta crecía un poco pero pronto comenzaban a amarillear las hojas de la parte inferior de la planta, anunciando al tabaquero el momento de cortar las plantas.
Antiguamente se comenzaba a cortar el tabaco en septiembre pero en los últimos tiempos, la corta se adelantaba a principios de agosto.
Tabaco en bancales o "naves" listo para cortarlo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Posteriormente el corte se realizaba ya con desbrozadoras.
Cuando se tenían bastantes plantas cortadas, se cargaban en las caballerías para transportarlas a los secaderos.
Esta es la gran diferencia entre el tabaco negro y el rubio. El rubio no se corta, sino que se recolecta hoja por hoja cuando éstas están ya listas para arrancarse con sumo cuidado de la planta. Es lo que se conoce como "repelar".
La carga se realizaba colocando a las betias el aparejo, sobre el que se colocaban las "parihuelas" que permitían cargar cuidadosamente las tabaqueras para que no se estropeasen.
Se requerían bestias tranquilas y bien domadas para realizar esta tarea. En ocasiones, los recorridos entre el lugar de cultivo y el secadero eran bastante largos.
Arriba: Emilio Jiménez García y Ángel de la Calle Vicente cargan el tabaco en las caballerías.
Abajo: José Miguel Jiménez Díaz descarga el tabaco en el secadero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Para realizar todas estas tareas se reunían varios miembros de la familia y mientras unos cortaban, otros cargaban y otros iban con las caballerías hasta los secaderos, donde esperaba más gente preparada para la siguiente tarea.
Ángel de la Calle Vicente y Juana Díaz Díaz, preparando las tabaqueras para colgarlas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En principio, al no disponer de edificaciones exclusivas para el secado, el tabaco se colgaba en los desvanes de corrales de ganado e incluso en los desvanes de las propias casas del pueblo.
Con el tiempo se construyeron secaderos consistentes en edificios de piedra, ladrillo o bloques de hormigón con numerosas ventanas y huecos de ventilación con el fin de que el tabaco se secase de forma adecuada en el menor tiempo posible.
Se trataba de edificios de planta baja y principal, muy semejantes en su construcción a los corrales o casillas utilizadas para encerrar tradicionalmente a las vacas.
Ejemplo de un secadero tradicional hoy en desuso.
Construido por Vicenta García Díaz (1874-1955)
En la planta superior se colgaba el tabaco y en la inferior se encerraban las ovejas.
Actualmente, el edificio pertenece a la familia Torralvo Sánchez, quienes lo utilizan como corral para sus cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En las plantas superiores, el tabaco se colgaba de pequeñas púas clavadas en los cuartones que sostenían el tejado. Para poder colgar cada tabaquera de las púas, se ataban por la base con una cuerda o con una correa hecha con la piel de las mimbres que se pelaban para hacer las típicas cestas.
El sistema de las correas fue el más antiguo y era también el más económico y ecológico aunque requería una preparación previa compleja al tener que pelar las mimbres y mantener las correas húmedas para que fuesen flexibles y poder así atarlas sin que se rompiesen.
Posteriormente, las correas se sustituyeron por cuerdas de las alpacas o paquetes de paja.
En las plantas bajas, también se colocaban púas en los cuartones pero posteriormente se procedió por colocar alambres que cruzaban todo el secadero longitudinalmente.
En este último caso, para colgar las tabaqueras, se las clavaba una púa en la parte inferior de la planta y se las colgaba del alambre.
Como decimos, lo de los alambres fue una "modernidad" y muchos eran los que preferían las cuerdas y correas con respecto a las púas.
Con las plantas ya colgadas, quedando la parte de las hojas hacia abajo y la caña hacia arriba, el tabaco se iba secando poco a poco. El tabaquero debía estar pendiente constantemente del secadero.
Tenía que revisar si alguna tabaquera se caía y volver a colgar, abrir y cerrar puertas y ventanas para favorecer el secado y vigilar el secadero en todo momento.
También se aprovechaba mientras se secaba el tabaco para preparar la tierra para una futura cosecha. Para ello había que arrancar con la azada las cepas o raíces del tabaco que habían quedado en la tierra.
En ocasiones, se araba la tierra nada más cosechar el tabaco y cuando comenzaban las primeras lluvias se aprovechaba para sembrar centeno que era recolectado antes realizar de nuevo la siembra del tabaco.
Vacas pastando el forraje invernal en una de las últimas fincas guijeñas
dedicadas al cultivo de tabaco.
(c) Silvestre de la Calle García.
Cuando el tabaco estaba seco, se procedía al deshojado. El tabaco tardaba varios meses en estar listo para realizar esta práctica. Variaba en función del tiempo que hiciese, tardando más si llovía o estaba el tiempo húmedo.
Para realizar esta tarea, convenía que ya hubiese refrescado y el tiempo no fuese excesivamente seco para que las hojas no se moliesen en exceso.
Toda la familia volvía a reunirse en el secadero. Se iban descolgando las tabaqueras y se iban retirando las hojas con sumo cuidado agrupándolas en las llamadas "manillas", especie de manojos que después se iban colocando en un cajón de madera donde se iban compactando con cuidado para formar un "fardo" que se ataba para evitar que se desmoronase y facilitar su transporte.
Realizados los fardos, se entregaban en los lugares de recogida establecidos para realizar su traslado a los centros de fermentación donde se realizaban ya las labores necesarias para preparar el tabaco y enviarlo a las fábricas de cigarrillos que, curiosamente, no suelen estar cerca de los lugares donde se cultiva la planta del tabaco.....
Tabaco cultivado en Guijo de Santa Bárbara, muy lejos de una fábrica de cigarrillos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Actualmente, este cultivo queda en el recuerdo. Aunque gozó de una gran importancia entre los años 1950 y 1980, poco a poco fue siendo sustituido por nuevos cultivos como la frambuesa, la higuera, el cerezo, el arándano....
Hoy ya no se cultivaba ninguna parcela de tabaco en Guijo de Santa Bárbara.
Los secaderos ya han perdido su utilidad original.
Algunos se utilizan como alojamientos para el ganado y para almacenar el heno segado durante el verano.
Otros muchos secaderos han sido transformados en viviendas o se utilizan simplemente como almacenes de herramientas y maquinaria agrícola.
Ciertamente, aunque el tabaco sea pernicioso para la salud, no podemos silenciar esa época de Guijo de Santa Bárbara y a algunos nos causa nostalgia el recuerdo de los verdes campos de tabaco, las caballerías acarreando el tabaco por los caminos, los secaderos llenos de tabaco en el otoño y las familias reunidas en los secaderos a finales del otoño realizando las labores de deshojado y enfardado.
Antonio Leandro de la Calle Jiménez "El Correo" y su hijo Alonso con el burro cargado de tabaco en 1960.
(c) Luis Martín Ramos.
Juan García García "Tío Peseta", acarreando tabaco con su yegua en 1980.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
No podemos terminar este artículo sin dejar por escrito el testimonio de una antigua tabaquera guijeña que hace unos años nos describía con toda detalla el cultivo del tabaco. Nos referimos a doña Nicolasa Sánchez García (1922-2012):
"Yo me acuerdo bien cuando se empezó a sembrar el tabaco aquí en el pueblo. Siempre fue muy trabajoso pero daba dinero si el tiempo venía bueno porque muchas veces caían lluvias fuertes o granizos poco antes de cortarlo y quedaban sólo las cañas.
Antes se sembraba el tabaco en eras y había que regarlas mucho y vigilar que no entraran los topos. Cuando ya estaban las plantas listas, se ponían en la tierra.
Había que regarlas mucho porque el tabaco quiere calor y agua. Después había que binar, pasar el cultivador (que esto ya fue muy moderno porque antes había que hacerlo con azada), "estoñar" y cortar la flor.
Luego ya se cortaba el tabaco y se llevaba a los secaderos para colgarlo y cuando estaba seco, se deshojaba, se enfardaba y se entregaba.
Entonces el tabaco daba buen dinero y con lo que se sacaba de vender unos cuantos fardos de tabaco y con el "ganao", vivía bien una familia."
El autor de de este artículo realizando una de las últimas entrevistas a Tía Nicolasa una noche de agosto de 2011.
(c) Modesta de la Calle Sánchez.
NOTA FINAL DEL AUTOR.
Durante varias décadas, la economía de numerosas familias guijeñas giró en torno al cultivo del tabaco que, posteriormente fue paulatinamente sustituido por otros cultivos que daban menos trabajo ya que aquí es muy difícil emplear maquinaria.
En el resto de la comarca de La Vera, el cultivo de tabaco sigue teniendo una gran importancia y da de comer directa o indirectamente a muchas familias.
A título personal, tengo que decir que no me ha tocado directamente trabajar en el cultivo del tabaco, pero mis abuelos fueron cultivadores de tabaco durante décadas y gracias a eso, estoy yo aquí escribiendo estas líneas.
Cultivo de tabaco.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Técnico Forestal.
Agradecimientos.
En primer lugar quiero agradecer a Alonso de la Calle Hidalgo el facilitarme la inmensa mayoría de las fotografías para este artículo.
En segundo lugar, agradecer la colaboración prestada por Emilio Jiménez García (fallecido) y su esposa Juana Díaz Díaz, Ángel de la Calle Vicente y su esposa Antonia Santos Vaquero y José Miguel Jiménez Díaz y su esposa Olga de la Calle Santos, quienes fueron los últimos tabaqueros de Guijo de Santa Bárbara.
Y por supuesto, un agradecimiento especial a tía Nicolasa Sánchez García (1922-2012) a quien entrevisté en muchas ocasiones para conocer la cultura tradicional de Guijo de Santa Bárbara.
Muchos recuerdos, aún me sueño con este mundillo del tabaco, mañana a tabaco jaaa. Aterrar el tabaco, los anjeos, se solían aprovechar para secarlo hasta los salientes y portales de las viviendas
ResponderEliminargracias Silvestre por removerme esos añorados tiempos
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