VEINTE CABRAS A TREINTA PESETAS
Curioso título para comenzar un artículo, aunque a lo largo de este bonito artículo se entenderá perfectamente. De entrada, ya sabéis que la cabra es protagonista habitual de los artículos de EL CUADERNO DE SILVESTRE.
Os animo a leer este artículo sobre una antiquísima costumbre de mi pueblo y que se practicaba de forma semejante en otros pueblos de España: LA HIJUELA DE LA NOVIA.
La cabra Verata, una de las protagonistas de nuestra historia de hoy.
(c) Silvestre de la Calle Hidalgo.
En las sociedades agropecuarias, el matrimonio era uno de los acontecimientos más importantes de la vida. Suponía un auténtico contrato entre familias y en el que, muy a menudo, los propios jóvenes eran los que menos tenían que decir.
Pero antes de la celebración del sacramento del matrimonio, era fundamental la redacción de LA HIJUELA o dote que los padres de la novia entregaban a la joven con motivo del matrimonio.
Pero antes de la celebración del sacramento del matrimonio, era fundamental la redacción de LA HIJUELA o dote que los padres de la novia entregaban a la joven con motivo del matrimonio.
A los padres que tenían muchas hijas, les tocaba hacer muchas cuentas para cuadrar las hijuelas y que fuesen ·cuadradas e igualadas"
Antonio Jiménez García y su esposa Josefa Santos García.
Guijo de Santa Bárbara 1890.
(c) Colección Familia de la Calle.
En los pueblos ganaderos, lo más valorado de las hijuelas eran las cabezas de ganado. Dependiendo de las costumbres de la zona y de la posición de la familia, podían ser vacas, cabras u ovejas y su cuantía podía variar entre 1 ó 2 cabezas hasta 20 ó más. Tampoco faltaban nunca una o más bestias de carga.
Las familias más acomodadas añadían a la hijuela o dote una pareja de vacas como mínimo.
(c) Silvestre de la Calle García.
Cosas similares a las que vamos a describir, tenían lugar en cualquier pueblo de España. Nos servirá de ejemplo un matrimonio de Guijo de Santa Bárbara que, como bien saben ya los lectores habituales de este blog, es un pequeño pueblecito ganadero del norte de la provincia de Cáceres.
Viajaremos en el tiempo hasta un frío día de diciembre de 1922. En una casa de piedra y adobe, situada en la Calle Viriato, concretamente en la cocina de lumbre de la casa, se encontraban reunidas dos familias para proceder a la redacción de la hijuela de la boda de Josefa García Gonçalves (1904-1938) y Anastasio García García (1896-1974).
Cocina tradicional guijeña.
Casa de Antonia Vidal Santos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Sobre una pequeña mesa de madera con un tintero y una pluma, había unos pliegos de papel. Sentados alrededor de la mesa, estaban Esteban García Castañares, dueño de la casa y padre de la novia, y los que iban a ser sus consuegros: Juan Valentín García Hernández, natural de Nava del Barco y su esposa Vicenta García Díaz, conocida ganadera guijeña apodada "la Jambrina".
En sillas de enea en el resto de la cocina, estaban Anastasio, Josefa, tía Mariquita (madre de Vicenta), Quintina (madrastra de la novia) y Ramona, madrina de la novia, pero ninguno de ellos participaba en la negociación.
Anastasio y Josefa sabían que se querían y con eso les bastaba. Lo que decidiesen sus padres, sobraba.
En la casa de piedra y adobe de la izquierda de esta imagen, se desarrolló la historia que estamos leyendo.
(c) Acuarela de Félix Perancho.
Esteban, que había sido durante 11 años militar en Manila (Filipinas), sabía escribir perfectamente y con una bonita caligrafía, de modo que tras decir cada uno de los bienes que entregaba a su hija y el valor correspondiente y tras la aprobación de los padres del novio, escribía detalladamente cada concepto para que quedase todo claro.
Esteban García era descendiente de una de las familias ganaderas más antiguas del pueblo, por lo que lo primero que se dio a la novia fueron cabezas de ganado:
VEINTE CABRAS valoradas en TREINTA PESETAS cada una y UNA YEGUA valorada en DOSCIENTAS PESETAS.
No debemos pensar únicamente el valor económico que tenían las 20 cabras y la yegua (800 pesetas) sino en el valor real que tenían puesto que eran bienes semovientes y productivos que generarían a lo largo de su vida cuantiosos beneficios económicos.
Para una novia de Guijo de Santa Bárbara, recibir cabras en su hijuela o dote, era bastante más importante que recibir joyas de oro.
(c) Silvestre de la Calle García.
Las cabras, criaban cabritos para la recría y la venta y proporcionaban leche para elaborar queso, que era un producto de fácil comercialización en la época. Además, proporcionaban valioso estiércol para abonar las tierras de cultivo.
Gestionando bien una pequeña piarita de 20 cabras, se podían tener en muy pocos años alrededor de 80 ó 90 cabras adultas en producción, lo cual permitía vivir muy holgadamente a una familia.
Hace años, Nicolasa Sánchez García (1922-2012), nos habló de las cabras de sus tíos Anastasio y Josefa de la siguiente manera:
Eran unas cabras buenísimas. Veratas, como las llaman ahora y que entonces se llamaban "del país". Me acuerdo que mis tíos las señalaban con la "jorcá" en las dos orejas.
Eran de varios colores o pelos como decimos nosotros, pero casi todas eran "revolás" aunque había alguna "jornera", rabisca, "carrillera joriscana", galana... Eran cabras más bien pequeñas y cortas, muy buenas para andar en la sierra y muy lecheras. Venían todas las 20 cabras que le dieron a mi tía en la hijuela cuando se caso.
A todos los cabreros de entonces les gustaban mucho y cambiaban chivos con mis tíos para llevarse machos.
Preciosa cabra Verata de capa "revolá"
(c) Silvestre de la Calle García.
Las yeguas eran utilizadas como animales de silla, carga y tiro. Además, criaban todos los años. En Guijo de Santa Bárbara era corriente cubrir a las yeguas de burro para que pariesen muletos. Un muleto (mulo joven), podía valer a los 6 meses en la feria de El Barco de Ávila, que es donde iban los guijeños a vender casi todo su ganado, más dinero que la propia madre.
Ese dinero podía invertirse en la compra de más ganado, de tierras o de bienes de primera necesidad que no podían producirse en el pueblo.
En 1922 tener una yegua en Guijo de Santa Bárbara era un símbolo de riqueza. Equivaldría hoy a poseer un coche de lujo, con la diferencia de que un coche da muchos gastos y ningún ingreso.
Tras plasmar en el papel las veinte cabras y la yegua, Esteban comenzó a indicar una serie de bienes que, en memoria de su difunta esposa Alfonsa Gonçalves Castañares (1879-1904), entregaba a su hija. Las lágrimas aparecieron en los ojos de todos los asistentes al recordar la trágica muerte de Alfonsa al caer por las escaleras a causa de un mareo con tan sólo 25 años y dos días después de dar a luz a su hija.
Comenzó a detallar los bienes de la habitación: la cama, el colchón, los almohadones, la ropa de cama, la mesilla, el palanganero, el orinal....
Continuó con el "aderezo" (pendientes y gargantilla de oro), un mantón de manila, la ropa para la boda, ropa de diario, calzado....
A todo eso añadió una cosa única que jamás ninguna joven guijeña había recibido en su hijuela y que pude sorprender que estuviese en manos de un sencillo cabrero de un pueblecito extremeño: UNA BOLA DEL MUNDO.
Como antes dijimos, Esteban fue 11 años militar en Filipinas y era un hombre de gran cultura y con una educación exquisita. En aquella bola del mundo veía sus amadas Islas Filipinas. Todos sabían el valor que tenía para él aquel objeto.
Terminó añadiendo la casa en la que se desarrolla esta historia. Dicha vivienda, junto con la contigua, había pertenecido a su suegro Manuel Gonçalves Silva (1835-1901), natural de Santa Marinha de Forjães, freguesía de Esposende, en el distrito de Braga (Portugal), quien vivió en la casa desde su matrimonio en 1867 con Antonia Castañares Paz (1852-1902).
Detalle de la casa que Esteban entregó a su hija Josefa.
Una casa verata tradicional.
(c) Acuarela de Félix Perancho.
Además, entregó a su hija algunas fincas, entre las que figuraba LA CERQUILLA, finca de media hectárea que tenía una pequeña casa para vivir y secar las castañas, varios castaños e higueras, terreno para sembrar patatas, centeno y hortalizas, un corral para las cabras y la yegua y un magnífico "matón" de robles para recoger leña para la lumbre y hojas para la cama del ganado en invierno.
Una hijuela bastante sustanciosa pero aún faltaban los gastos referentes a la comida de la boda y que se reflejarían en la hijuela una vez celebrado el enlace que tendría lugar el 30 de diciembre de 1922 por ser una época de poco trabajo en el campo para ambas familias.
Para la comida de la boda se sacrificó una cabra vieja para hacer caldereta, se gastaron cuatro libras de jamón y cinco de lomo para acompañar las tradicionales migas y se gastaron cuatro arrobas de harina (46 kilos) y arroba y media de aceite (18,75 litros) para hacer los dulces.
Por supuesto tampoco faltó arroba y media de vino (24,75 litros) para los invitados a la comida.
Lo curioso, es que para abreviar la palabra ARROBA, tío Estaban y sus contemporáneos utilizaban ya el símbolo @ que tan familiar nos resulta hoy.
Detalle de una de las hojas de la hijuela de Josefa García Gonçalves
(c) Silvestre de la Calle García.
A los bienes entregados en la hijuela o dote de la novia, se añadían los bienes que ofrecía la familia del novio que, aunque no estaba obligada a ello, contribuía generosamente, a veces tanto o más que el padre de la novia, por lo que la joven pareja contaba desde el mismo momento de su matrimonio con un importante capital.
En el caso que nos ocupa, Juan Valentín y Vicenta, padres de Anastasio, aportaron numerosas fincas, aperos de labranza y un mulo. Además de eso, tía Mariquita, la abuela de Anastasio contribuyó con una casa en la que la joven pareja fijó su residencia durante varios años.
Casa de tía Mariquita donde vivieron Anastasio y Josefa.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Lo que hemos descrito aquí, podría perfectamente haber ocurrido en cualquier otro pueblo de España pues la tradición de que las jóvenes recibiesen de sus padres la dote o hijuela con motivo de su matrimonio, era una costumbre generalizada, incluso cuando las familias apenas contaban con recursos. En tales casos, la moza podía recibir un exiguo patrimonio que aún así era recibido con gran alegría por la joven y con gran aprecio por los padres del novio que serían perfectamente conscientes de la situación de la familia de la joven.
Ya que hablamos de tradiciones ganaderas relacionadas con el matrimonio, mencionaremos brevemente y a título de curiosidad, los regalos que solían recibir los novios en dos zonas de España desde donde se sigue con asiduidad este blog de EL CUADERNO DE SILVESTRE.
Viajaremos en primer lugar a la villa de Sotoserrano (Salamanca), pueblo muy querido para el que escribe estas líneas. En este pueblo de la Sierra de Francia, era corriente que los novios recibiesen como regalo un mulo cargado con productos de la tierra, normalmente cántaros de aceite. Así, días después de la boda, el joven esposo partía "por esos mundos de Dios" a vender su preciada carga, invirtiendo muchas veces el dinero en la compra de más mulos y convirtiéndose en arriero.
Un buen mulo con un carga de cuatro cántaros de aceite, era un regalo muy valioso.
(c) Silvestre de la Calle García.
La carga era dispuesta concienzudamente para que todos pudiesen ver al paso del carro los bienes que recibían los jóvenes.
Por ejemplo entre los vaqueiros de alzada de Asturias, se cargaba todo en el carro y encima se colocaba la cama con ropa incluida primorosamente bordada. La madrina aportaba una cesta con diversos productos.
Pero no era exclusiva de Asturias esta tradición, sino que era común en todo el norte de España, incluido el País Vasco, desde donde este blog cuenta no sólo con fieles seguidores sino con grandes colaboradores que desinteresadamente proporcionan fotografías para la realización de artículos como las bellísimas fotos que vemos a continuación.
Carro de boda cargado con todos los enseres.
(c) José Antonio Uriarte.
Los novios caminan delante del carro con orgullo sabiendo que la gente admirará todo lo que les han regalado.
(c) José Antonio Uriarte.
Los bueyes o vacas que tiraban del carro, eran apreciadísimos.
En el primer caso, el joven esposo podía ganarse la vida trabajando con ellos.
Si por el contrario se trataba de vacas, abastecerían a la familia de leche y producirían terneros para la venta o la recría.
(c) José Antonio Uriarte.
Las cosas han cambiado mucho. Ya no se reúnen las familias para negociar y redactar la hijuela de la novia.
Sin embargo, algunas de aquellas jóvenes guardaron con mimo y cariño el documento de su hijuela o dote para que con el paso del tiempo sus hijos y nietos pudieran verlo.
Esto hizo la protagonista de la historia con la que comenzábamos este artículo: Josefa García Gonçalves (1904-1938). Heredó el documento su hijo Juan García García (1927-2012) y de éste pasó a su hija Vicenta García de la Calle, madre de quien escribe estas líneas.
Espero, queridos lectores de EL CUADERNO DE SILVESTRE, que este artículo os haya gustado.
Sé que es un poco largo y que tiene ciertos toques personales a los que no os tengo acostumbrados ya que hoy no me limito a describir una situación sino que para ilustrar esta tradición de la hijuela o dote de la novia, he utilizado una historia real de mi familia.
Os servirá sin embargo, para entender el cariño que tengo al mundo de la ganadería puesto que forma parte de mis raíces.
Aquí estoy yo.
No me gusta presumir de nada, pero una de las cosas de las que más orgulloso me siento en esta vida es de poder decir:
SOY BISNIETO DE JOSEFA GARCÍA GONÇALVES, CABRERA DEL GUIJO DE SANTA BÁRBARA
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Un saludo.
Silvestre de la Calle García.
Bonito artículo y muy bien documentado gracias
ResponderEliminarUna historia muy bonita,impresionante,me gusta,te felicito Silvestre,un saludo...
ResponderEliminarGracias Silvestre, los que ya vamos siendo mayores, nos vienen a la memoria viejos y entrañables recuerdos de nuestra familia.
ResponderEliminarGracias por deleitarnos con este relato tan cercano y real.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu labor.
Gracias Silveste,desconocia estas costumbres....
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