viernes, 8 de octubre de 2021

LA VENDIMIA EN LA VERA

La comarca cacereña de La Vera, situada al noreste de la provincia de Cáceres y al sur de la Sierra de Gredos, es famosa por su fertilidad, cultivándose en ella una gran variedad de productos y criándose numerosas especies ganaderas.
Uno de los principales cultivos tanto de esta comarca como de las comarcas aledañas como el Valle del Jerte (Cáceres) y el Valle del Tiétar (Ávila), es la vid.


Tío Antonio vendimiando en Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tradicionalmente, todas las familias veratas tenían una pequeña viña para obtener las uvas necesarias para el consumo familiar y para la elaboración del vino, conocido en esta zona como vino de pitarra. 
En ocasiones, algunas familias producían más vino del necesario para el consumo y lo exportaban a regiones vecinas como la vertiente norte de la Sierra de Gredos, donde la parra no podía cultivarse debido al clima frío.
Tomaremos como ejemplo el modo de realizar la vendimia en una casa de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), concretamente en la de tío Antonio Leandro de la Calle Jiménez (n.1924) y tía Visitación Hidalgo Burcio (n.1929).

Tío Antonio y Tía Visita.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para el cultivo de la vid, se reservaban generalmente los terrenos de suelo más pobre, seco y pedregoso. Dichos terrenos eran poco aptos para otro tipo de cultivos salvo cereales, olivos e higueras.
En ocasiones, en los terrenos formados por terrazas o bancales, las parras se plantaban en el borde exterior del bancal para poder aprovechar el resto del terreno para otros cultivos.

Tío Antonio y Gabriel Vidal, dos de los grandes bodegueros de Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las parras no necesitaban grandes cuidados. A finales del invierno, se podaban para controlar su crecimiento. Posteriormente, se curaban con azufre para evitar la proliferación de plagas y en verano, cuando las uvas comenzaban a madurar, se retiraban algunas hojas para favorecer la incidencia del sol sobre los racimos.
El bodeguero probaba las uvas regularmente hasta que consideraba que estaban en su punto para ser recolectadas.

Tío Antonio vendimiando.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los racimos de uvas se iban cortando con sumo cuidado utilizando navajas y se iban depositando en cestas de mimbre, que una vez llenas se vaciaban en los covanillos, que son grandes cestos de mimbre.

Covanillo lleno de uvas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los covanillos se tapaban con un saco o un trozo de arpillera denominado "anjeo" y se cargaban al hombro para transportarlos hasta un lugar adecuado para cargarlos en las caballerías.

Tío Antonio con un covanillo de uvas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Llegados a un camino adecuado para el tránsito de las bestias, los cestos o covanillos se cargaban en los animales, para ir hasta el pueblo. Aunque cualquier bestia de carga es apta para este tipo de transporte, el burro era el mejor, por ser más bajo y dócil, lo cual facilitaba grandemente las labores de carga.

Transporte de uva con una burra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Al llegar a casa, los cestos se iban depositando en la bodega, situada generalmente en la planta baja de las casas junto con la cuadra y otras dependencias para el almacenaje de productos y herramientas.
Para facilitar la entrada de las caballerías cargadas hasta el patio interior de la casa y poder descargar los covanillos junto a la bodega, las casas disponían de anchas puertas de dos hojas.


Puerta tradicional de una casa guijeña.
(c) Silvestre de la Calle García.

Normalmente, cuando se trataba de pequeños propietarios, se ponían de acuerdo para vendimiar por turno y así se ayudaban con las caballerías disponibles para poder transportar la uva y así realizar la tarea con mayor rapidez.

Uvas en la bodega.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Ya en la bodega, se procedía al pisado de la uva para obtener el mosto. Para ello, se disponía la uva en el "camellón", lugar donde se metía un hombre con los pies descalzos para ir pisando poco a poco la uva. El mosto escurría a un recipiente colocado a un nivel inferior.

Tío Antonio pisando la uva.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Una vez pisada la uva, era necesario pasarla por la "ceranda" o "zaranda", bastidor de madera con una red de cuerdas sobre el que se restregaban las uvas para que escurriese todo el líquido posible.

Tío Antonio y su yerno Luis Rodríguez con la ceranda.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Posteriormente, el mosto se pasaba a las tinajas, grandes vasijas de barro en las que se llevaba a cabo la fermentación.
Para obtener vino de calidad era necesario impregnar previamente las tinajas con pez derretida, proceso que recibía el nombre de empegado, asegurando así que el vino no adquiriese sabores extraños.

Ceranda y covanillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En Guijo de Santa Bárbara, se elabora un licor muy tradicional denominado GLORIA que también se elabora en otros pueblos de la zona. Para elaborar este licor se necesita mosto y aguardiente, pero el mosto no puede utilizarse recién exprimido sino que debe sacarse de la tinaja tras un mínimo de 12 horas de reposo para que adquiera color.

Tía Visita y tío Antonio sacando el mosto de la tinaja.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para filtrar el mosto, tío Antonio y tía Visita utilizaban una cestita de mimbre evitando así que el mosto tuviese hollejos e impurezas. Con un cuartillo, recipiente de hojalata de medio litro de capacidad, iban sacando el mosto y echándolo en un recipiente.

Midiendo el mosto con el cuartillo y colándolo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para asegurar aún más la pureza del mosto, tras sacarlo de la tinaja se pasaba por un colador fino para echarlo en un recipiente donde el licor iba a macerar. Medido el mosto, añadían tío Antonio y tía Visita el aguardiente hecho por ellos mismos con el orujo u hollejo fermentado de la uva.

Era necesario añadir 1 litro de aguardiente fuerte (80º) por cada 4 ó 5 litros de mosto, dependiendo de lo fuerte que gustase la Gloria.
La Gloria tenía que reposar varios días en el recipiente hasta que estuviese clara y adquiriese un bonito color antes de ser embotellada.

Tía Visita embotellando la Gloria.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Mientras tanto, el vino iba fermentando poco a poco en las tinajas. Los primeros días había que vigilar para comprobar que el vino "cociese" adecuadamente, teniendo cuidado para que las tinajas no rebosasen. Pasados unos días, se procedía a "mecer las tinajas".

Tío Antonio meciendo las tinajas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para ello, se introducía un sencillo utensilio denominado "mecedor" consistente en un palo de 1 metro de longitud que terminaba en un pequeño disco de madera.
Tras 15 días de fermentación o cocción, se empezaba a mecer y se realizaba esta tarea a diario durante un periodo variable (unos 45 días) hasta que el vino estaba listo, lo cual se sabía porque el líquido de la tinaja no burbujeaba y se quedaba en la superficie, acumulándose las materias sólidas en el fondo de la tinaja.
Llegado este momento, tocaba "correr la canilla".

Detalle de la canilla.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Se calentaba en la lumbre el "sevellón", utensilio formado por un grueso clavo metálico con un mango de madera, y se hacía con sumo cuidado un orificio en el tapón de corcho que cerraba el "canillero" u orificio situado en la parte inferior de la tinaja.
Esta operación, aparentemente sencilla, es muy complicada pues si no se clava el "sevellón" en el centro exacto del tapón, este puede estallar y salir así todo el vino de golpe.
Realizado el orificio, se inserta una pequeña caña para que el vino salga en forma de un fino chorrito y caiga a un recipiente colocado debajo.

Tío Antonio comprueba que el vino sale adecuadamente.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

"Correr la canilla" es una actividad larga y para la que hay que tener suma paciencia, especialmente si las tinajas son grandes. No se puede acelerar el proceso pues el vino tiene que salir de forma constante, continua y lenta para que no se enturbie.

Observando la salida del vino.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Se aprovechaba para ir probando de vez en cuando. Lo normal era avisar a los vecinos para pasar el rato probando el vino y acompañándolo de alguna cosilla: unas lonchitas de jamón, unas rodajas de chorizo, unos trozos de queso....

Tío Antonio prueba el vino con la cuerna.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando los recipientes estaban llenos, se procedía a echar el vino en las garrafas donde reposaría hasta el momento de consumirlo.
Se trataba de garrafas de cristal recubiertas de mimbre denominadas "damajuanas" y que tenían una capacidad de una "arroba de vino", equivalente a unos 16 litros.
El vino se iba cogiendo de los recipientes con un puchero o una taza y se echaba en las garrafas con un embudo fabricado tradicionalmente con una calabaza seca.

Tío Antonio pasa el vino a la damajuana.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Quedaba el vino ya listo para su consumo aunque lo ideal era dejarlo algunos días reposando en las garrafas y luego embotellarlo. 
Podía estar todo el tiempo que fuera necesario en las garrafas siempre y cuando estuviesen en sitio fresco.
Cuando se iba necesitando, se iba sacando de la bodega y consumiendo.

Tío Antonio bebiendo del porrón.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antiguamente, el vino no se embotellaba puesto que no había botellas, por lo que cuando era necesario se llenaba un porrón y se bebía directamente de él.
Para llevar el vino al campo, los hombres no se olvidaban cada mañana de llenar una calabaza a la que colocaban un tapón de corcho para que no se derramase el vino. De esta forma, podían llevarlo al campo y conservarlo fresco.

Camino del campo con la cesta de la merienda y la calabaza de vino.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Pero no todas las uvas se pisaban el día de la vendimia para hacer vino. Los mejores racimos se colgaban en los techos de las cocinas en púas dispuestas en los cuartones para que poco a poco se fuesen secando y durasen todo el invierno.
De aquí venían auténticas "guerras domésticas" porque las mujeres querían colgar todas las uvas posibles y los hombres querían hacer todo el vino posible.
En ocasiones, para evitar problemas, las uvas de las viñas formadas por parras o vides bajas, se destinaban a la elaboración de vino y las uvas de los emparrados situados en los huertos de las casas, se destinaban al consumo directo o para secar.

Uvas colgadas para secarse.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Alrededor del vino, se ha generado en Guijo de Santa Bárbara y en toda la comarca de La Vera una auténtica cultura, como ha ocurrido en todo el mundo pues el vino no es una simple bebida para el consumo familiar.
Los hombres acudían todos los días después de trabajar en el campo a las tabernas para tomarse su chatito de vino y los jóvenes pasaban las noches rondando a las mozas con sus guitarras y almireces sin olvidarse de llevar la bota de vino para templar las gargantas.
Surgen así una gran variedad de coplas o cantares alusivos al vino.

Venga vino con un carro
y agua con una borrica,
el carro que vaya y venga
la burra se esté quietita.

Vicente García, conocido como Vicentín el Senaguas, el mejor cantante folklórico de La Vera, bebiendo vino del porrón.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tío Antonio, a sus 97 años, nos habla de la elaboración del vino en su casa de Guijo de Santa Bárbara:

En esta casa se ha hecho vino de toda la vida. La bodega la hizo en el siglo XIX mi tatarabuelo Antonio Jiménez García (1810-1898) que en 1843 compró las fincas que habían pertenecido al Convento de los franciscanos de Jarandilla de La Vera.
En aquella finca había una viña enorme. Sacaban muchísimas cargas. Aquí tengo todavía una tinaja que hace 80 o 100 arrobas y como esta había varias y las llenaban todas.

Antonio Jiménez García.
(c) Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.

De mi tatarabuelo, la bodega pasó a mi bisabuela Trinidad Jiménez Santos (1837-1913) y de ella a mi abuela Josefa Esteban Jiménez (1869-1951) que estaba casada con mi abuelo Cipriano Jiménez Pérez (1864 - 1927) que fue un gran bodeguero.
Mi abuelo era también vaquero y juez de paz del pueblo. Una vez le tenían tan harto en un juicio que se trajo aquí a los dos implicados y los empezó a dar vino hasta que consiguió que se entendiesen.

En la parte inferior derecha, en el centro, Cipriano Jiménez Pérez.
(c) Colección Familia de la Calle.

Luego heredó la bodega mi madre, Marceliana Jiménez Esteban (1893-1985) y de ella, la heredé yo.
Yo he hecho vino toda la vida. Tengo 97 y lo he hecho hasta los 95 pero ya les toca a los que vienen detrás.
Aún así tengo una tinajilla este año para hacer un poquillo de vino. Yo me bebo un vasillo comiendo, no bebo más. El vino es muy bueno y más el que se ha hecho aquí toda la vida que no lleva nada raro.

Tío Antonio echando el vino en la damajuana.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Nota:
Para el lector interesado, tío Antonio y tía Visita son mis abuelos paternos. A ellos va dedicado este artículo.
En Guijo de Santa Bárbara, como en cualquier pueblo español, los jóvenes hemos aprendido a elaborar el vino con nuestros abuelos. Gracias a ellos, se han conservado antiguas tradiciones y, aunque algunas se van perdiendo, con artículos como este, pretendemos que se recuerden y nunca se olviden.

Mi abuelo Antonio y yo en la bodega de la casa familiar.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario

DIONI: CABRERO DE TODA LA VIDA.

Dionisio Prieto Cuarto (n. 1982), Dioni para los amigos, es ganadero de la localidad cacereña de Casas de Millán. Aunque tiene vacas, cochin...