GANADERA DE TODA LA VIDA.
Si el otro día hablábamos de mujeres que trabajaron y trabajan mucho en casa, en el campo, con el ganado y fuera de casa, hoy hablaremos en de una ganadera en concreto.
Posiblemente, nos encontremos ante una de las ganaderas más emblemáticas que vivieron en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) en la segunda mitad del siglo XX.
Nos referimos a MARCELINA DE LA CALLE VICENTE (1930-2009), conocida cariñosamente como tía Marce "La Senagüilla" o tía Marce "La Peseta".
Marcelina de la Calle Vicente.
Ganadera de toda la vida.
En numerosas ocasiones, nos relató su vida como ganadera desde que nació hasta después de jubilada cuando por enfermedad, tanto ella como su marido tuvieron que dejar el ganado.
"Me llamo Marcelina de la Calle Vicente y nací en Guijo de Santa Bárbara, en la provincia de Cáceres, el 10 de marzo de 1930.
Todo el mundo me conoce como Marce "La Senagüilla" que era el mote de mi padre o como Marce "La Peseta" que es el mote de la familia de mi marido.
He sido ganadera toda la vida y hoy contaré mi historia.
No puede entenderse nada de mi vida sin la ganadería pues desde que nací hasta los 70 años, he vivido entre cabras, borregas (ovejas) y vacas.
Mis padres se llamaban Ángel de la Calle Jiménez y Justina Vicente Burcio y mis abuelos Andrés de la Calle García y Marcelina Jiménez Pobre y Daniel Vicente Santos y Martina Burcio García.
Cuando nací, mi único abuelo vivo era Andrés. Mi abuela Marcelina murió cuando mi padre tenía 2 años y mis abuelos Daniel y Martina murieron cuando mi madre tenía 3 años.
Entonces era costumbre poner el nombre de los abuelos a los niños y por eso a mí me pusieron Marcelina y también a otras dos primas mías que eran mayores que yo.
Marcelina de la Calle Vicente. 1931.
(c) Colección Familia De la Calle.
Mis padres y mis cuatro abuelos, nacieron en El Guijo como yo, pero de ahí para atrás, muchos vinieron de otros pueblos de por aquí cerca y también de muy lejos.
Un bisabuelo de mi madre, Manuel Vicente Castellano, era de El Rosal, en la provincia de Pontevedra y por eso a mi madre la llamaban "La Galleguina" aunque a nosotros ya nos conocen por el mote de mi padre que era "Senagüillas".
Según me contaba mi abuelo Andrés, tanto su familia como la de mi abuela Martina, descendía de los García de Aguilar, una famosa familia ganadera de Cuacos de Yuste.
Los "Aguilares" eran muy ricos y mi tatarabuelo fue dueño de gran parte de la sierra del Guijo.
Juana García de Aguilar y Martín. 1900
Tía del abuelo de Marcelina, Andrés de la Calle García.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.
(c) Colección Familia De la Calle.
Mi abuelo ya ni le conoció pero se acordaba perfectamente de él a los viejos y es que mi abuelo tuvo mucho suerte porque su abuelo se murió con 95 años y le contaba muchas cosas de los tiempos antiguos. Mi abuelo nació en el año 1866 y su abuelo se murió cuando él tenía 29 años.
Al amor de la lumbre, tío Andrés "El Magüillo" contaba las historias de sus antepasados a su nieta Marce.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Por el apellido De la Calle, me explicó mi abuelo que descendemos de un pueblo de Ávila que se llama Palacios, al lado de Becedas, pueblo del que descendemos por parte del apellido Jiménez-Ovejero de mi abuela Marcelina y de la madre de mi abuela Martina.
También por esa parte, descendemos de Lancharejo, un pueblo que es anejo de La Carrera y que está cerca de El Barco de Ávila.
Hemos conservado mucha relación con esos pueblos de Ávila porque resulta que además de descender de allí, al quedarse mi abuelo viudo con 32 años, se casó con una mujer que era de Gilgarcía.
Todas estas familias tuvieron vacas negras y también borregas.
Castillo de Valdecorneja.
El Barco de Ávila (Ävila).
Los antepasados de tía Marce descendían de esta comarca abulense.
(c) Silvestre de la Calle García.
Se murieron Martina que era la más mayor, Daniel que iba entre Martina la que vive y Daniel el que vive también y Custodia que era melliza de Andrés.
Mis padres eran cabreros. Bueno, más bien hay que decir que tenían cabras porque resulta que además de eso, tenían un bar, un salón de baile, una sala de café, un salón de cine y una fábrica de gaseosas y además de todo eso, sembraban también muchas tierras.
Para cuidar a las cabras, tenía mi padre contratado un cabrero o criado como entonces se decía.
Mis padres tenían las cabras en un corral en la finca de El Toril, que había sido de mi abuelo Andrés.
Corral de El Toril.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Son cabras medianas y muy buenas para andar en la sierra. Las hay de muchos pelos o colores: moruchas que son negras, "revolás" que son "colorás" con el espinazo y la cara negros, "cardenas", "galanas", "oriscanas", "carrilleras"....
A mí me gustaban mucho las "revolás" y recuerdo que mi padre tuvo algunas muy buenas que eran hijas de un macho de Josefa García Gonçalves, una cabrera del pueblo que tenía muy buenas cabras.
¡Quién le iba a decir a mi padre que con el paso de los años aquella mujer iba a ser su consuegra....!
Cabra Verata "revolá".
(c) Silvestre de la Calle García.
A mí me parecían muy buenas cabras cuando era pequeña porque eran muy bonitas. Luego, con el paso del tiempo se lo he oído a muchos cabreros e incluso a mi marido, que también fue cabrero de chico y conoció bien las cabras de mi padre. Todos decían que eran unas de las mejores cabras que hubo en El Guijo en aquellos tiempos.
La leche también se bebía y se usaba para hacer las sopas canas, la leche migá y postres y dulces como los sapillos, las natillas, el flan o el arroz dulce.
Quesos de cabra.
(c) Silvestre de la Calle García.
Las cabras viejas también se vendían y valían buenas perras porque antiguamente era la carne que se comía todos los días en el cocido. Se echaban los garbanzos, el tocino y un cachillo de cabra.
Cabritos Veratos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Mi padre solía tener entre 60 y 70 cabras grandes. Cuando pasaba de las 70, vendía las más viejas o las peores que hubiera.
Como él no estaba siempre pendiente de ellas, no quería tener más. Además, antiguamente había muchos lobos y el cabrero tenía que estar pendiente para que no las mataran. También había muchas fincas en la sierra puestas de patatas y de centeno y si se metían las cabras en ellas, era un problema.
Piara de cabras Veratas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cuando las cabras se ordeñaban también por la tarde, el cabrero se traía la leche en las alforjas.
Yo fui muchas veces a por la leche aunque me daba miedo porque entonces había muchos lobos. Se echaba la leche en cántaros de hojalata que se cargaban en las aguaderas de los burros.
Las muchachas aprendíamos pronto a hacer el queso. Con 7 u 8 años ya lo hacíamos aunque al principio no nos saliese muy bueno. Yo aprendí a hacer el queso pronto y siempre me quedaba bastante bueno porque tenía "manos de cabrera" como se decía entonces que era tenerlas pequeñas y frías.
Quesos de cabra recién hechos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El queso de cabra se hace de una manera distinta al de vaca. Se hace con la leche bien fría.
Como desde el corral nuestro hasta el pueblo hay una hora de camino, la leche llegaba ya bien fría pero con todo y con eso, a veces se metían los cántaros en la fuente.
Después se colaba la leche y se echaba en un baño de barro o de zinc y se echaba el cuajo que se hacía secando el cuajo de los chivos que se mataban para casa. Ni punto de comparación entre el queso hecho con cuajo de chivo al hecho con cuajo comprado de ahora.
Se movía bien y cuando estaba cuajada la leche, se apuraba. Esto consistía en apretar poco a poco la cuajada para que el suero suba y se pueda quitar. Si se tiene la mano caliente, no se apura bien la cuajada y el queso sale con ojos y no queda bueno.
Se quita el suero con una taza y se va echando en un cubo. Este suero, al no tener sal, sirve para guisar y para bebérselo pero otras veces era para los cochinos.
Después se iba echando la cuajada en los cinchos y se daba forma a los quesos, que se salaban con sal gorda. Luego ya cuando estaban un poco secos se los quitaba el cincho y se los dejaba orear para venderlos.
Como he dicho, en casa teníamos cabreros o criados que solían ser muchachos jóvenes de familias que no tenían posibles y servían por la comida y la cama. Vivían en la casa como si fuesen un hijo más.
Solían estar hasta que se iban a la Mili aunque a veces en algunas casas seguían sirviendo si no encontraban otra cosa, pero entonces ya se les solía pagar algo de dinero si se podía.
Por la mañana, se preparaba el morral para que el cabrero comiera en la sierra con las cabras. Se echaba un buen trozo de pan, chorizo, morcilla y lo que hubiera.
Cuando venía el cabrero por la noche, comía con los amos. No es como eso que cuentan de muchos sitios que se los trataba mal. No, no. Aquí eran uno más de la casa.
Cabrero con las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Me acuerdo de un cabrero que tuvimos que era muy buen cazador de lagartos. Todas las noches cuando llegaba a casa, traía unos pocos de lagartos.
La carne de lagarto es buenísima y en aquellos años, era una de las que más se comían. ¡Poquillo rico estaba el cocido con los lagartos!
A mí me daba mucho asco verlos sin pelar, pero luego ya pelados no. Tienen una carne muy blanquita.
Ahora ya dicen que no se pueden cazar y además hay muy pocos porque se cura mucho la tierra y se mueren los bichos que comen los lagartos.
Lagarto ocelado o "lagarto de comer" como se le llamaba antiguamente.
(c) Silvestre de la Calle García.
Es una historia muy curiosa. Resulta que cuando nacieron mis hermanos Andrés y Custodia, que eran año y medio más chicos que yo, vamos y Andrés lo es todavía, mi madre se quedó sin leche. A Custodia la crió una mujer del pueblo pero a Andrés no les sentaba bien ninguna leche y estuvo muy malo.
El médico le dijo a mi padre que tenían que darle leche de vaca o de burra. Mi padre compró dos burras paridas y con aquella leche se crió mi hermano.
Como yo era muy pequeña, lloraba porque quería que me dieran también leche de burra como a mi hermano y mi madre decía siempre que era para el niño porque estaba malito pero al final siempre me daba un vasito. ¡Qué rica y dulcecita estaba!
Pero las burras son muy complicadas de tener para sacar leche. Hay que separar al buche y ordeñarlas cada dos horas porque tienen la ubre muy pequeña. En cada ordeño dan poca leche.
Burras en un prado.
(c) Silvestre de la Calle García.
Después de eso, mi padre compró vacas de leche. No me acuerdo bien ya de cuando fue pero tendría yo 4 ó 5 años porque yo me acuerdo de haberlas tenido siempre.
Compró la primera pareja de vacas suizas que hubo en El Guijo. Ahora llaman a estas vacas Frisonas, pero aquí siempre han sido suizas y lo van a seguir siendo.
La cosa es que a mi padre le tupieron de tonto porque decían los demás vaqueros del pueblo que esas vacas no valían para criarlas aquí porque eran muy grandes y torpes para andar por la sierra.
Hasta entonces, las vacas que había en El Guijo, eran las negras o Avileñas que dicen ahora. Eran vacas que se criaban muy bien en la sierra pero que sólo daban de beneficio el choto. No daban mucha leche así es que aunque se ordeñaban algunas, era sólo para el gasto de casa.
Había muy buenas piaras de vacas negras entonces. De hecho, en mi familia siempre se habían tenido. Mi abuelo Andrés y todos los antiguos las tuvieron y también mi abuela Martina y sus hermanos. De hecho, el que más vacas tenía era tío Juan Burcio García, que era el hermano mayor de mi abuela Martina.
También mi tío Alonso, hermano de mi padre, y mis tíos Modesto y Miguel que estaban casados con hermanas de mi padre, tenían muy buenas vacas negras.
Nosotros también hacíamos queso de vaca que se hace de diferente manera como dije antes. El de cabra se hace con leche fría y el de vaca con leche calentada en la lumbre. Tiene que estar caliente pero no cociendo.
Siendo yo moza, de 15 ó 20 años, hacía mucho queso de las dos maneras.
Marcelina de la Calle Vicente. 1950.
(c) Colección Familia De la Calle.
Pero aunque éramos tantos, cada uno teníamos una tarea y la casa funcionaba perfectamente. Yo era la encargada de la cocina y de la costura.
Desde bien pequeña, cuando salía de la escuela por las tardes, tenía que pelar una cesta de una arroba de patatas, que son 11 kilos y medio para hacer un caldero de sopas de patatas para cenar. Había noches que en casa nos juntábamos 15 ó 20 personas a cenar.
Sopas de patatas, plato típico del Guijo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Los cochinos eran también cosa mía. Les echaba de comer por la mañana el brebajo de patatas y centeno y les limpiaba la cuadra. Después, se los llevaba al "Corral de los cochinos", que era un corral grande donde se llevaban todos los cochinos del pueblo para que pasasen el día hozando en el barro.
Por las tardes, cuando volvían a casa, les echaba el suero del queso.
En 1951, poco antes de casarme, mi padre dijo que quería vender las cabras porque ya tenía 55 años y era mucho trabajo para él. Me dijo que si quería quedármelas. A mí me gustaban mucho pero resulta que la familia del que iba a ser mi marido tenía borregas (ovejas). Mezclar borregas y cabras no es lo dado en sitios de sierra.
La verdad es que en aquel momento, las borregas daban mucho más dinero y menos trabajo que las cabras. Las cabras son un ganado muy esclavo porque hay que ordeñarlas todos los días 1 ó 2 veces según la leche que den y dan mucha calda en el careo.
Las borregas no se ordeñaban, eran tranquilas y la lana y los borregos valían mucho dinero entonces.
Así es que mi padre vendió las cabras y dejó 12 chivas para la comida de mi boda que fue el 27 de marzo de 1952
Me casé con Juan García García que era 3 años mayor que yo. Ya llevábamos unos años de novios. No es porque sea mi marido y lo diga yo, pero era el mozo más guapo del pueblo. Un quinto navarro.
Juan García García, marido de Marcelina. 1950.
(c) Colección Familia De la Calle.
Era amigo de mi hermano Daniel y estaba muchas veces en nuestra casa pero no me decía nada. Yo le gustaba a él y él a mí pero claro, en aquellas años no estaba bien visto que las mujeres "hablásemos" primero.
El caso es que cuando por fin se decidió y me dijo algo, yo me hice de rogar. En su casa le daban la tabarra porque no nos hacíamos novios y en mi casa me la daban a mí, pero al final nos hicimos novios y aquí seguimos después de cincuenta y tantos años.
La verdad es que nos parecíamos poco porque él siempre ha sido más serio y a mí de moza me gustaba mucho bailar y él no sabía, así es que cuando venía al baile de mi padre siendo ya novios, se quedaba encargado de la barra.
Marcelina y sus amigas y su hermano Andrés. en carnavales. 1950.
(c) Colección Familia De la Calle.
Ya éramos novios cuando se fue a la Mili. Le tocó Melilla y estuvo 2 años sin venir pero la cosa siguió adelante porque era amor de verdad.
Cuando vino de la Mili, nos podíamos haber casado porque él tenía trabajo seguro con el campo y las borregas pero resulta que hacía poco que se había muerto su abuela Quintina y entonces, nos habríamos tenido que casar de luto y de noche y yo no quería eso así es que nos esperamos un tiempo.
Al final, como he dicho, nos casamos el 27 de marzo de 1952. ¡A buena nos agarramos! porque dos meses después se murió el abuelo de mi marido, el abuelo Esteban. Si no nos llegamos a casar entonces, otros dos o tres años esperando.
Así es que dejé de ser cabrera para ser borreguera.
Teníamos borregas entrefinas, que son las que se han criado aquí de toda la vida. Ni son Churras, ni son Merinas pero no son un cruce de estas dos razas como se cree mucha gente.
Son ovejas que tienen sangre de Merina y que se han cruzado con razas que aguantan mejor el invierno y dan mejor carne, aunque también tienen una lana bastante buena.
Las había de muchos colores. La mayoría eran blancas porque era la lana que más valía, pero también las había negras, galanas o piñanas, negras y muchas carboneras. Las carboneras eran negras pero tenían la lana blanca. De esas teníamos muchas.
Ovejas entrefinas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Las primeras que tuvo la madre de mi suegro, las compró en El Barco de Ávila, de donde trajo también carneros varias veces. No iba ella personalmente a comprarlos porque ya era mayor. Iba mi marido pero siguiendo los consejos de la abuela.
Luego ya se compraban en Jarandilla carneros cuando hacía falta renovar la sangre. Por aquellas fechas, se estilaba mucho cruzar con carneros Talaveranos. La raza Talaverana tiene muy buena lana, es buena para carne y también para leche por lo que criaba muy bien los corderos.
Son ovejas blancas, mochas y que se crían bien aquí. Salía siempre alguna con cuernos, sobre todo los carneros pero no gustaba eso.
Ovejas Talaveranas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Aunque en la Talaverana no se quieren hoy las ovejas negras, siempre salía alguna. Nosotros si eran buenas las dejábamos porque nos gustaban aunque era siempre decisión de la abuela que era la jefa de la ganadería. Allí los demás. ver, oír, callar y hacer lo que dijera ella.
Ovejas Talaveranas Negras.
Actualmente, no están oficialmente reconocidas ni aceptadas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Teníamos unas 200 borregas pero eran en realidad de la abuela de mi marido, Vicenta García Díaz, conocida como "tía Jambrina".
Ella se encargaba de administrar la ganadería. Cuando cobraba el dinero de la venta de los corderos y de la lana, echaba las cuentas. Primero pagaba el arriendo de los pastos de la sierra donde pastaban las ovejas todo el año y después pagaba al pastor o borreguero y ya después de eso dividía el dinero que quedaba en dos partes. Una parte era para mi suegro, que era su hijo, y otra parte era para Nicolasa, que era una prima de mi marido, hija de una hermana de mi suegro que ya se había muerto.
Tengo que decir que la abuela Vicenta era una mujer buenísima. Es verdad que tenía mucho genio pero quería a mi marido como si fuese su hijo porque le había criado. Mi suegra se murió cuando mi marido tenía 11 años pero llevaba ya muchos años enferma así es que la abuela se encargó de él desde que era muy pequeño.
A mí me trató siempre como una hija. Desde que fuimos novios. Y cuando me casé me dijo que le pidiera siempre lo que me hiciese falta. Ella hacía por su familia lo que fuera.
Y lo mismo tengo que decir de tía Rufina, la mujer de mi suegro. Se portó también muy bien conmigo y para mis hijos fue su abuela.
De Nicolasa tengo que hablar también. Su madre, que se llamaba tía Visita, era hermana de mi suegro y murió en 1927. La abuela Vicenta se hizo cargo de Nicolasa y de mi marido, que tenía madre pero estaba enferma.
Como se criaron juntos, Juan y Nicolasa se trataban como si fuesen hermanos y la verdad es que para mí, Nicolasa es mi cuñada y ha sido siempre una mujer buenísima conmigo y con mis hijos.
Además, un primo hermano mío que se llama Emilio, está casado con ella.
Nicolasa Sánchez García y Emilio de la Calle de la Calle.
Cuñada y primo de Marce.
(c) Colección Familia de la Calle.
Cuando nos casamos, la abuela Vicenta nos dio una casa muy grande. El único problema para mí es que estaba lejos de la fuente y en aquellos tiempos eso era malo porque como no había agua en las casas había que ir a la fuente todas las mañanas con los cántaros para tener agua.
Al casarme, ya me tenía que hacer cargo de nuestra casa y ayudar a mis padres que iban ya mayores y mis hermanos seguían en casa. Gracias a que mi hermana Martina era moza y estaba en casa porque si no, yo no hubiese podido hacerlo todo.
Muchas noches, Juan se tenía que quedar en el campo con las ovejas porque había lobos. Entonces se quedaba a dormir en la mampara, que es una caseta de madera en la que puede dormir muy bien una persona.
Yo iba por la tarde a llevarle la cena y por la mañana a llevarle el desayuno.
Por la noche me quedaba sola en casa y como todavía no teníamos muchachos, me daba mucho miedo al estar la casa como he dicho a las afueras del pueblo.
Me decían mi madre, abuela Vicenta y Nicolasa que me fuese con ellas pero yo quería estar en mi casa, así es que se venía conmigo mi amiga Sebastiana que era moza y siempre ha sido para mí como una hermana.
Sebastiana, gran amiga de Marce.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Con el tiempo, la abuela Vicenta partió las borregas. Nicolasa se quedó con la mitad y mi suegro con la otra mitad. Había unas 220 entre ovejas y corderas cuando se partieron por lo que tocamos a 110 cada parte.
También se echó a suertes con quién se iba a servir el pastor y quién se quedaba con la perra. Puede parecer una tontería, pero para un ganadero, un buen perro es como un pastor más.
A Nicolasa "le tocó" el pastor, que era Dionisio Vidal "El Picholito" y a nosotros la perra, una mastina preciosa que se llamaba Leona.
Unos años después, Nicolasa y Emilio se fueron a Francia y nos quedamos al cargo de sus fincas.
Mastín español.
(c) Silvestre de la Calle García.
Decidimos aumentar la piara y criamos unas 50 corderas de las mejores borregas Durante varios años tuvimos unas 160 borregas grandes, las borras o corderas y los carneros. Había unos 5 ó 6 carneros, algunos borros y siempre algún carnero capado para ponerle un campanillo grande cuando se llevaban las ovejas de una finca a otra porque iba delante de ellas y las guiaba.
Ya dije antes que las borregas nuestras eran para carne y para lana.
Para carne se vendían los borregos o corderos cuando tenían 1 mes o 2 o ya cuando tenían 5 ó 6 meses y pesaban más kilos.
Aquí no había mucha costumbre de comer cordero. Gustaba más el cabrito porque siempre hubo más cabras que ovejas.
Las ovejas viejas también se vendían para carne pero pasaba lo mismo que con los corderos. Valían poco.
Borrega con su cordero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
La lana sí valía dinero en aquellos tiempos. Venían esquiladores de fuera. Cuando llegaba el mes de mayo o junio, se esquilaba. Utilizábamos el corral de El Corralón, un corral muy grande que estaba al lado del pueblo y que era de Nicolasa.
Se metían las ovejas en un corral para que estuviesen muy apretadas unas contra otras y sudasen para que fuese más fácil esquilarlas. Luego se las iba sacando a un majal donde estaban los esquiladores y ya peladas pasaban a otro corral.
La lana la vendíamos sucia o recién esquilada. Se metía en sacos y venían a recogerla.
Para casa se dejaba algo de lana para rellenar colchones y almohadas. Normalmente se quedaba la lana negra que valía menos.
Aunque no eran borregas de leche, se ordeñaban algunas cuando se quitaban los borreguillos y con la leche se hacía queso para casa. Es una leche muy fuerte para beber. A mí no me gustó nunca beberla pero la abuela Vicenta la bebía y hacía hasta sopas canas con ella.
La verdad es que tuvimos algunas que daban tanta leche o más que una cabra si estaban bien asistidas.
Además de las borregas, poníamos tabaco y teníamos muchos castaños, por lo que entre unas cosas y otras, sacábamos para vivir.
La abuela de mi marido tenía muchísimas tierras. Tenía una finca muy grande que se llama Santonuncio donde había castaños, tierra de regadío y de secano con su era para machar el centeno. Además había sequeros para las castañas y un corral grandísimo partido en dos: una parte para Nicolasa y otra para mi suegro.
Cuando Emilio y Nicolasa se fueron a Francia, como su parte del corral no nos hacía falta, la tuvieron arrendada un matrimonio de cabreros del pueblo que se llamaban Antonio y Cándida.
Yo me hacía cargo de la casa y de los niños, ayudando en el campo a Juan y a mi suegro siempre que hacía falta.
En 1954 nació nuestro hijo José que es el mayor y al año siguiente nació Tita (Vicenta).
Les pusimos así por mi suegra que se llamaba Josefa y se murió cuando mi marido tenía 11 años y por la abuela Vicenta que se murió el 11 de marzo de 1955.
A mí el nombre de Vicenta no me gustaba. Yo quería ponerla Olvido o Loreto pero entonces había que seguir las costumbres.
José y Tita.
(c) Colección Familia De la Calle.
Mi hermana Martina los llamaba el "Principito de oro y la Muñequita de cartón".
Luego en 1961 tuvimos a Angelita y la pusimos Ángela por mi padre. Aunque no se había muerto, yo quise ponerla así y a Juan le pareció bien porque los otros dos ya llevaban nombres de su familia.
Marcelina con sus hijos José, Ángela y Vicenta y su hermano Agapito. 1962.
(c) Colección Familia de la Calle.
Era un negocio muy bueno y con la clientela asegurada pero muy esclavo y a veces toca aguantar a gente muy pesada así es que yo dije que tenía bastante con el ganado y el campo. Ayudé a mis padres mientras el bar fue de ellos y luego ya se lo quedó mi hermano Justino que lo sigue teniendo.
En aquellos tiempos, mucha gente se estaba yendo del pueblo. A Madrid, al País Vasco, a Francia....
Nosotros tuvimos varias oportunidades para irnos. Primero, un primo de mi suegro que vivía en Vallecas y no tenía hijos, nos ofreció irnos allí porque tenía una carnicería y la iba a dejar ya. Juan había estado allí de mozo, antes de irse a la Mili y fue donde aprendió a leer y a escribir porque de chico no pudo ir a la escuela así es que quería a su tío Marcelino muchísimo, pero como estaba aquí mi suegro, no nos podíamos ir.
Nicolasa y Emilio también nos ofrecieron irnos a Francia porque un hermano de la abuela Vicenta vivía allí y nos podía conseguir trabajo, pero no quisimos irnos tampoco.
La verdad es que luego con el tiempo lo hemos dicho muchas veces y ¿Qué hubiéramos hecho nosotros sin ganado en esos sitios? Todavía si hubiésemos puesto una vaquería en Cuatro Caminos como estuvieron a punto de hacer unos consuegros míos, a lo mejor nos hubiésemos ido pero si no, no.
En 1960 vendimos las borregas. El precio de la lana había bajado mucho y sólo con lo que se sacaba de vender los corderos no había bastante para pagar los gastos y el borreguero. Además, como ya he dicho antes, era todo a medias con mi suegro y había que partir el dinero.
Nos dio mucha pena venderlas. Realmente todos los ganados son trabajosos y esclavos pero las borregas se manejaban bien y al no tener que ordeñarlas daban menos trabajo que las cabras o las suizas, aunque en tiempo de paridera sí que daban mucho trabajo.
Decidimos comprar vacas suizas porque en aquel tiempo estaban empezando a dar bastante dinero.
La idea fue de la mujer de mi suegro. Él no quería vender las borregas porque las había heredado de su madre y a Juan tampoco le hacía gracia la idea pero cuando la abuela Rufina se proponía algo, lo conseguía. A mí no tardó en convencerme porque yo al fin y al cabo sabía bien lo que eran las suizas.
Entre las dos convencimos a Juan y a mi suegro y dejamos de ser borregueros para ser vaqueros.
Igual que nosotros, hicieron los demás borregueros del pueblo y desde entonces sólo ha habido algún hatajillo o borregas sueltas en las piaras de cabras.
Vacas Suizas.
No son las de Marcelina. Se trata de las vacas de Jesús García, de Aldeanueva de La Vera.
Son las últimas vacas de esta raza que quedan en la zona, donde hace 40 ó 50 años había cientos de ellas.
(c) Ana Belén Bermejo Pérez.
La Clavellina fue una vaca muy buena para leche pero era muy mala para los partos porque el primer parto le hizo siendo todavía joven.
Como Juan no había tenido vacas nunca, no sabía atender partos de vaca así es que en el segundo parto tuvo que ir a buscar al veterinario.
Viendo al veterinario, Juan aprendió a atender partos y luego ha sido durante muchos años al que llamaban todos los vaqueros del pueblo cuando alguna vaca tenía un mal parto, porque se daba mucha maña para sacar los chotos.
Juan García fue un gran vaquero.
(c) José García de la Calle.
La verdad es que a mí me hizo mucha ilusión ser vaquera porque mis padres eran vaqueros todavía, mis abuelos lo habían sido y según me había contado mi abuelo Andrés, los bisabuelos y tatarabuelos, también lo habían sido.
Teníamos las vacas en un corral que había hecho mi suegro en la finca de La Huerta. Allí teníamos muchos prados porque resulta que los tenían mi padre y mi suegro, así es que al casarnos, Juan y yo juntamos una finca muy grande.
Al principio era un corral muy pequeño. Abajo estaban las vacas y arriba metíamos el heno. Luego ya lo ampliamos para poder utilizarlo para secar el tabaco, porque ya dije antes que también nos dedicábamos a eso.
Juan García García con su yegua cargada de tabaco.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
De las vacas sacábamos entonces mucho dinero. Los chotos nos los compraba un pariente de Juan que era Santiago de Aravalle (Ávila).
Resulta que además de descender yo de Ávila, la familia de mi Juan también venía de allí. El marido de la abuela Vicenta, de la que tanto he hablado ya, era de la Nava del Barco pero descendía de Santiago de Aravalle y una hermana suya que se llamaba Nicolasa y era la otra abuela de Nicolasa nuestra prima, se casó allí, así es que hubo mucho trato con la gente de Santiago. Aunque eran familia lejana ya, al tener mucho roce éramos como de casa.
Iglesia de Santiago de Aravalle (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.
El que venía a comprarnos los chotos, se llamaba Jesús. Venía con un camión a vender patatas para sembrar y también para comer. Cuando venía que se quedaba en nuestra casa y al irse, se llevaba los chotos pequeños que tuviésemos para vender y también los de más gente.
Luego él los recriaba allí con las vacas que tenía y los vendía cuando ya eran grandes a los carniceros si eran chotos o a otros vaqueros si eran chotas.
Entonces se quitaban los chotos en cuanto se podía para poder vender toda la leche de las vacas. Sólo se dejaba alguna chota si había que vender alguna vaca vieja o si se había muerto alguna.
Luego empezaron a traer leche en polvo en sacos y se criaba con ella a los chotos para venderlos cuando eran grandes y sacar más dinero.
Chotillo suizo.
(c) Ana Belén Bermejo Pérez.
Lo principal que sacaba de las suizas, era la leche. Entonces daban menos leche que dan ahora porque comían mucha hierba y poco pienso.
Luego ya se las fue cuidando más y daban más leche. Una buena vaca daba unos 20 litros diarios por entonces y si era muy buena de 25 a 30. Las que pasaban de ahí, eran ya vacas muy muy buenas.
Se las ordeñaba dos veces al día.
Se ordeñaba en un cubo o "calderilla" como decimos aquí de zinc, con la boca bastante ancha para que no caiga leche fuera. Te sentabas al lado de la vaca en un tajo o asiento de tres patas y sujetabas el cubo entre las rodillas y ordeñabas con las dos manos. Primero dos tetas y luego las otras dos, apurando bien para que no quedase nada de leche en la ubre.
Ángel de la Calle Vicente, hermano de Marce, ordeñando una vaca.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Después se echaba la leche en cántaras y se cargaba en las bestias para subir al pueblo. Nosotros solíamos tener siempre una yegua.
Unas veces subía Juan la leche y otras yo.
Al principio, venían con un camión a recoger la leche. Medían la grasa de la leche y apuntaban los litros y al final de mes pagaban. Luego ya se pusieron unos tanques en la cooperativa.
Después se fregaban las cántaras en la fuente y se volvían a cargar en la bestia para llevarlas al corral y que estuviesen listas para la tarde.
El último mulo que recorrió los caminos del Guijo con las cántaras de leche, propiedad de Ángel, hermano de Marcelina.
(c) Silvestre de la Calle García.
La leche de por las tardes, se dejaba en los cántaros metidos en agua para que se conservase fresca para poder entregarla por la mañana, aunque gran parte de esa leche se vendía directamente en el pueblo o se dejaba para el gasto de casa y para hacer queso.
No había mucha costumbre de comer queso de vaca ni de venderlo por lo que solía hacer para casa aunque había una familia que lo compraba para luego venderlo en Madrid y sí que se vendían algunos quesos.
También hacíamos para el gasto de casa mantequilla, pero era muy trabajosa de hacer.
Por eso, la mayoría de la leche que se dejaba, se vendía como ya he dicho. Hubo un tiempo en el que casi todo el mundo tenía vacas o cabras, así es que se vendía poca leche pero luego ya mucha gente fue dejando el ganado y entonces fue cuando empezamos a hacer negocio con la venta de leche.
Yo la vendía en el patio de mi casa a una serie de clientas fijas. A las que compraban siempre la leche a la misma vaquera, se las llamaba "veceras".
Cuando llegaban a mi casa con el cantarillo, la lechera o el pucherillo, yo ya sabía lo que quería cada una. La leche se medía con un cuartillo, que es un recipiente de lata de medio litro.
Algunas venían todos los días y otras un día sí y otro no. Había gente que quería la leche muy fresca. Me acuerdo siempre de tía Ángela "La Fraila" que se llevaba la leche todos los días pero como era para ella sola, se llevaba un cuartillo cada día en un pucherillo colorado.
Cuartillo para medir la leche.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Además de las vacas y las bestias para trabajar, normalmente una yegua o un mulo, teníamos también 1 ó 2 cochinos para la matanza, algún borrego también para la matanza y gallinas.
Los cochinos solían ser negros o colorados que tienen buen tocino. A mí los blancos no me gustaban porque eran muy magros y no tenían gordo para las morcillas.
Las gallinas eran de muchas clases. Siempre me acuerdo de las que tenía la abuela Vicenta. Tenía unas piñanas preciosas.
Luego ya empezaron a llegar las coloradas, las blancas y unas negras muy buenas que ponían huevos pardos y no blancos como la auténtica gallina negra de aquí.
Las gallinas y los cochinos eran cosa mía. Algunos días, lo primero que hacía cuando me levantaba era cocer las mondajas y el centeno para hacer el brebajo y aviar al cochino y limpiar la cuadra y luego ya aviaba también las gallinas, que al principio las teníamos sueltas por la calle cuando vivíamos en la primera casa.
Luego ya nos mudamos a otra que tenía un huerto al lado y allí hicimos una granja que se dice aquí, que es una casetilla para que estén las gallinas de noche con un corral cerrado con tela metálica para que estén por el día. En los últimos tiempos las hemos tenido en el corral de las vacas.
Gallinas en una granja.
Las últimas gallinas de Marcelina eran de este tipo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Con las gallinas teníamos huevos y pollos para el gasto de casa y también para vender.
Yo todas las primaveras echaba 10 ó 12 huevos cuando alguna gallina se quedaba "cuecla" y así sacaba los pollillos. Siempre rezando para que saliesen más pollas que pollos y para que no hubiese huevos "güeros" o vacíos.
Las pollas se quedaban para reponer las gallinas viejas que se iban matando para el cocido y los pollos se iban matando cuando hacía falta o se vendía alguno, dejando siempre uno para gallo y cuando ya era grande, se quitaba el gallo viejo que hubiese.
No eran gallos muy grandes, pero tenían una carne riquísima. Siempre dejábamos uno para la cena de Nochebuena.
Los huevos eran para casa y para vender. En casa no se gastaban mucho porque había que reservarlos para la venta. Se comían normalmente los domingos con patatas fritas y los viernes de la Cuaresma cuando se hacían tortilla de patatas o de espárragos. Si había muchos, se hacían dulces pero sólo algunas veces.
Antiguamente, como casi todo el mundo tenían gallinas, no se vendían muchos huevos pero luego ya cuando la gente se empezó a ir a Madrid y venían los fines de semana al pueblo, les gustaba llevarse una docenita de huevos de verdad.
Con el tiempo, también mucha gente del pueblo fue quitando las gallinas y entonces se vendían más. Yo los he vendido hasta que he quitado las gallinas en el año 2000.
Cesta de huevos.
(c) Silvestre de la Calle García.
Todo esto que estoy contando, era en los años 60 y principios de los 70. El tabaco, las vacas y las castañas eran a medias con mi suegro como dije antes. Sólo las gallinas eran propias.
En estos años, yo me encargaba sobre todo de las cosas de casa, de los cochinos y de las gallinas. Bajaba a por la leche casi todos los días y luego iba a llevar otra vez la bestia, pero lo que es a trabajar en el campo, iba solamente cuando había mucho trabajo: al heno, a las aceitunas, las castañas.... cosas de esas.
A la recogida del heno iban los hombres, las mujeres, los niños y los viejos.
Toda la familia colaboraba en la tarea más importante del año.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Pero en aquellos años, hicimos una casa nueva en el pueblo y hicimos una cuadra para los cochinos, la yegua y los chotos chicos, que se tenían hasta que venía el pariente de Santiago de Aravalle a recogerlos. Aviar a todos estos animales, era cosa mía. Echarles de comer y limpiar la cuadra. Y así fue como tuve el peor accidente de mi vida ganadera.
Habíamos comprado una yegua joven y preciosa para trabajar y para criar pero era recia y falsa como una mula. Criamos un potro buenísimo de ella pero que era más falso todavía así es que no volvimos a echarla al caballo.
Un día la eché de comer y cuando estaba limpiando la cuadra, pasé por detrás de ella y me pegó una coz en la cabeza que yo no sé cómo no me mató. Se me ve bien la señal todavía.
La yegua de tía Marce en 1980.
(c) Colección Familia De la Calle.
Mis padres gracias a Dios estaban bien y además vivía mi hermana Martina con ellos porque era soltera y se hacía cargo de todo. Mi madre murió en el 71 y mi padre en el 75.
Mi suegro y su mujer eran más mayores y ya necesitaban ayuda para algunas cosas. Los cuidábamos entre la hija de la mujer de mi suegro y yo. Mi suegro murió en el 74 y su mujer en el 76.
Justina Vicente Burcio y Ángel de la Calle Jiménez, padres de Marcelina.
(c) Colección Familia De la Calle.
No sé cómo, pero lo sacaba. Me gustaba mucho coser desde moza y se me daba bien. En aquellos años que estoy contando, una empresa de Oropesa me traía telas para hacer manteles que luego venían a recoger para venderlos ellos. Yo hacía los manteles y ellos me pagaban el trabajo, pero también hacía algunos para mí que todavía conservo.
También enseñé a hacer manteles a algunas mozas del pueblo y cuando me traían las telas, yo las repartía entre las mozas y cuando venían de la empresa a recoger los manteles y me pagaban, yo les pagaba a ellas.
Así se ganaban unas perrillas. Muchas se acuerdan de aquello y me lo recuerdan todavía.
Manteles realizados por Marce.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
La verdad es que teníamos mucha suerte. Juan y yo habíamos sacado la casa adelante y con las vacas, el tabaco, las castañas y otras cosillas vivíamos bastante bien. Sin lujos, pero sin deber nada a nadie.
Además no nos faltaba nada para comer. Teníamos la leche, el queso, la matanza, los huevos, patatas, aceite, manzanas....de todo. Lo único que se compraba era el pan porque ya no lo hacíamos en casa y pescado, café y algunas cosas de esas que no se podían producir aquí.
Pero las cosas no pueden ser siempre buenas y a veces vienen cosas malas y peores.
Mi hijo José tuvo un accidente bastante grave y yo me puse enferma. Me dio un "paralís" (ICTUS) como entonces se decía y perdí la movilidad en toda la parte izquierda del cuerpo.
Entonces no había rehabilitación ni cosas de esas y si no llega a ser por mis hijas y mis cuñadas que me ayudaron muchísimo, yo me había quedado en una cama. Pero en cuanto me vi un poco regular, seguí para adelante y conseguí valerme para hacer las cosas de casa.
Marcelina de la Calle Vicente y su hija Vicenta García de la Calle. 1980.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Ya no podía ir al campo por lo que cuando mi marido necesitaba ayuda, tenían que ir mis hijas.
Pero por aquel entonces yo tenía 45 años y mi marido 48. Nos quedaba mucho para jubilarnos, así es que había que seguir con el ganado y el campo.
Yo me quedaba en casa y hacía las cosas. Aunque nada más movía la mano derecha, yo podía hacer casi todas las cosas y aunque tardara más y me costara trabajo, lo hacía.
Me empeñaba hasta en coser y aunque no lo dejaba muy allá, lo hacía.
Me daba mis paseos, bajaba a la finca alguna vez a ver las vacas y demás aunque no hiciese nada...
Y por supuesto en el pueblo iba a Misa y al Rosario. Oía la campana y a la iglesia derecha. Decía don Pedro, el cura que estaba aquí entonces, que yo tenía el cielo ganado.
Como nos iba bastante bien, pusimos junto con otros ganaderos del pueblo, ordeñadoras para ordeñar las vacas y así tener menos trabajo.
Mis hijos mayores se casaron en el 79 y ya pues hacían su vida. Mi hija la pequeña seguía en casa y ayudaba muchísimo a mi marido.
Tuvimos que tomar en esa época la decisión más dura de nuestra vida que fue vender la finca de Santonuncio. No podíamos atenderla de ninguna manera porque estaba muy lejos del pueblo y aunque nos costó muchas lágrimas, la vendimos.
En tiempos antiguos, aquella finca valía mucho pero cuando la vendimos, no se podía llegar en coche y una finca así, valía cuatro perras. Hoy en día, llega el carril hasta allí.
Imagen del interior del Corral de Santonuncio.
Actualmente es propiedad de la familia Torralvo quienes tienen en él su magnífica piara de cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Hasta el año 87, que fue cuando se casó mi hija pequeña, seguimos con las suizas y con el tabaco.
Ese año se casó mi hija pequeña y para la comida de la boda matamos el último choto suizo puro que tuvimos para cubrir las vacas.
Aquí era costumbre en las bodas matar un choto cebado que a lo mejor tenía ya año y medio y pesaba 600 kilos en vivo. Nosotros dimos choto a nuestros tres hijos para sus bodas. Al mayor y a la pequeña un choto y a la del medio una chota machorra.
A partir del año 87, al quedarnos ya solos y como Juan tenía 60 años, decidimos no criar más vacas suizas puras y empezar a cruzarlas con toros charoleses y dejar las chotas cruzadas cuando se vendiese alguna vaca vieja.
Vaca cruzada de Marcelina de la Calle Vicente. 1992.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En aquellos años, daban una subvención por quitar las vacas de leche. Daban un plazo para irlas vendiendo poco a poco y así poder cambiarlas por vacas de carne compradas o criadas. A nosotros nos vino muy bien aquello.
En 1992 cuando se jubiló Juan, sólo nos quedaba ya una suiza pura y teníamos otras dos cruzadas y una novilla.
Con la pensión de jubilación de Juan, una pensión pequeñita por invalidez que cobraba yo y lo que sacábamos vendiendo los chotos y algunas cosillas más que teníamos, podíamos vivir bien y descansar, pues nos lo merecíamos.
La Blanca, una de las últimas vacas de Marce.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Las últimas vacas, no daban tanta leche como una suiza aunque nosotros las cuidábamos bien y se las echaba un poco de pienso y daban leche de sobra para el choto y para el gasto de casa.
Hasta el año 97, tuvimos una vaca que daba bastante leche y hacíamos algunos quesos para el gasto de casa.
Luego ya, como era mucho enreo y los tenía que hacer Juan después de estar todo el día con las vacas y en el campo, dejamos de hacerlos. Entonces, yo aprovechaba la leche para hacer natillas todos los días. Todo el que venía a mi casa se comía un vasito de natillas o se bebía un buen café de puchero con leche de verdad y no esta de los cartones que es como agua. Hasta el cura del pueblo y las monjas venían algunas tardes a casa a tomarse el café.
Pese a ser cruzadas, las vacas de Marcelina eran buenas lecheras y criadoras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Pero se puso enfermo. También le dio un "paralís" como a mí pero a él le cogió toda la parte derecha y quedó peor que yo, así es que no quedó mas remedio que vender el ganado porque los hijos no se podían hacer cargo.
Y así terminó mi vida de GANADERA.
Ahora ya no tenemos nada pero yo sigo diciendo que SOY GANADERA DE TODA LA VIDA.
Las últimas vacas de tía Marce. 28 de junio de 2000.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
EL FINAL DE TÍA MARCE "LA PESETA".
Hacia 1995, la salud de tía Marce comenzó a deteriorarse poco a poco. Su salud física desde que sufrió el ICTUS era aceptable pero poco a poco su memoria a corto plazo se fue deteriorando. Todavía, en sus últimos años como ganadera, se hacía cargo de la casa aunque cada vez necesitaba más ayuda de su marido, sus hijos y sus nietos.
Cuando tío Juan, su marido, sufrió un ICTUS en junio de 2000, la salud de Marce era ya bastante mala. Por eso, fue necesario vender el ganado y que se fuesen a vivir a casa de sus tres hijos en periodos de un mes.
La salud mental de Marce comenzó a deteriorarse rápidamente con una demencia senil que poco a poco le hizo ir olvidando los acontecimientos recientes aunque recordaba con lucidez sus vivencias como ganadera.
Murió en el hospital de Navalmoral de la Mata el 1 de octubre de 2009 a los 79 años de edad.
Su muerte fue muy llorada en El Guijo pues fue una gran mujer a la que todos los que la conocieron y trataron recuerdan con grandísimo cariño.
NOTA FINAL DEL AUTOR.
Tuve la inmensa suerte de pasar en mi infancia y adolescencia horas y horas con Tía Marce, escuchando sus historias.
Ya en los últimos tiempos, como decían todos los que la conocieron en su juventud, no era ni la sombra de lo que era y la memoria empezaba a flaquearle, pero se acordaba perfectamente de las historias de su juventud como ganadera.
Mujer luchadora, trabajadora incansable, con un gran afán de superación y profundamente cristiana. Siempre tenía una sonrisa en la cara.
Buena hija, buena nieta, buena mujer, buena madre, buena hermana y cuñada, buena tía....pero por encima de todo fue una....
BUENÍSIMA ABUELA
Así es, queridos lectores de EL CUADERNO DE SILVESTRE. Marcelina de la Calle Vicente era mi abuela y podría decir que mi segunda madre.
Es imposible describir con palabras lo que era mi abuela para mí. Cada 10 de marzo, día de su cumpleaños, vienen a mi memoria cientos de anécdotas vividas con ella.
Se que le hubiera encantado leer estos artículos y en ella pienso muchas veces cuando los escribo.
A ella va dedicado este artículo.
Me encantaría terminar con una foto en la que estuviésemos mi abuela y yo con el ganado.
Sin embargo y pese a estar muchas veces con ella en nuestra finca de La Huerta viendo las vacas, lamentablemente no tengo ninguna.
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