jueves, 21 de abril de 2022

ENTRE VACAS Y CHIVOS

Guijo de Santa Bárbara es un pueblo situado en el centro de la comarca de La Vera, al noreste de la provincia de Cáceres.
Extensos bosques de roble y pastizales de alta montaña ocupan la mayor parte de su término municipal por lo que la economía de sus habitantes ha girado siempre entorno a la ganadería siendo la cabra y la vaca las especies dominantes.

En primer plano un macho cabrío castrado y detrás vacas Avileñas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En épocas pasadas, los rebaños o piaras de cabras eran muy numerosos, llegando el censo de cabras a rondar las 4000 cabezas en algún momento. Las vacas, eran por el contrario mucho menos numerosas, no superando el medio centenar de cabezas.
Actualmente,  la situación ha cambiado mucho pues sólo hay 3 rebaños de cabras que agrupan menos de 500 cabezas en total mientras que el censo de vacas duplica esa cifra, encontrándose repartidas en algo más de una docena de ganaderías. 

Vacas en un prado de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Por ello, la vida de los guijeños ha transcurrido y transcurre todavía entre vacas y chivos. La palabra chivo no designa al macho de la cabra como ocurre en el norte de España sino que se utiliza como sinónimo de cabrito o cría de la cabra mientras mama.

Cabrero con un chivo Verato.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante siglos, los niños guijeños crecieron entre el ganado. Con 4 ó 5 años ya realizaban pequeñas tareas con el ganado para irse familiarizando con el ganado.
Hablemos primero de los niños cabreros.
A la edad citada, ya se les daba un pequeño cantarillo de hojalata de 1 cuartillo de capacidad (aproximadamente medio litro) para que aprendiesen a ordeñar y cada mañana mientras sus padres, abuelos y hermanos mayores ordeñaban, ellos ordeñasen a las cabras más dóciles. Cuando llenaban el cantarillo, lo vaciaban en un cántaro grande o en un cubo y según el número de cantarillos vaciados se les daba un premio. De esa forma se conseguía que empezasen a ser conscientes de la responsabilidad que tendrían en el futuro.

Ordeñando en el cantarillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Muchas veces oímos contar esto a Juan García García (1927-2012):

A mi me daban un cantarillo chico de un cuartillo y cuando le llenaba iba a vaciarlo en uno grande y ponía una piedrecilla al lado y luego mi abuela, según las piedrecillas que hubiese, me daba alguna cosilla. Dinero no porque entonces había poco. A lo mejor unos higos, unas nueces o un cachillo de chocolate pero así aprendíamos a trabajar. 

Juan García García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con 6 ó 7 años, los niños se iniciaban en el pastoreo. Se ocupaban de pastorear los chivos y las cabras que por diversas razones no podían seguir al resto de la piara. No se alejaban mucho de la majada pero eso les servía de entrenamiento para el futuro.
Alfonso Rodríguez Romero (1915 - 2009 ) nos contaba:

Con 6 ó 7 años ya nos mandaban con las chivas y las cabras cojas en el tiempo de primavera. Los padres o algún hermano más grande se iban con las cabras y los chicos nos íbamos con el ganado más chico. Lloviera, nevase o calentase el sol. Entonces no había pienso.

Alfonso Rodríguez Romero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con 8 ó 9 años, ya empezaban a ir con la piara de cabras adultas acompañando primero al padre, abuelo o criado pero cuando ya estaban acostumbrados al oficio, iban solos mientras que los adultos se quedaban haciendo alguna tarea en la majada o en las fincas.
Nos lo contaba así Crisantos Sánchez Vicente (1908-2010):

Con 8 o 9 años yo iba solo muchas veces con las cabras a la sierra. Y entonces no era como ahora que si está el día malo se sacan las cabras un rato y si hace falta se las echa pienso y ya está. Entonces había que estar todo el día con ellas lloviese, nevase o calentase el sol.
La sierra estaba llena de lobos y tenías que tener cuidado porque te quitaban una chiva o una cabra y ni te enterabas. Además había muchas fincas puestas de centeno y patatas y había que estar atentos para que las cabras no se metieran en ellas. 

Crisantos Sánchez Vicente.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con 12 ó 13 años, un niño cabrero tenía ya las mismas responsabilidades que un adulto, habiéndose dado casos de niños huérfanos de 11 años que se hacían cargo totalmente solos de piaras de 70 u 80 cabras como fue el caso de Antonio Jiménez García (1810-1898) que en 1821 quedó huérfano y se hacía cargo de las cabras y del cultivo de las fincas además de ayudar a su abuela que era panadera.

Antonio Jiménez García.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.
Fotografía de Alonso de la Calle Hidalgo.


Los niños vaqueros tenían una infancia un poco distinta porque era peligroso que los niños de 4 ó 5 años anduviesen entre las vacas. Sin embargo, cuando se llevaban las vacas a los prados, los niños iban con el padre o el abuelo para cuidarlas y con 6 ó 7 años ya había veces que algún adulto les acompañaba desde el corral hasta el prado pero luego se quedaban solos todo el día mientras con 8 ó 9 años, ya se encargaban ellos de sacarlas del corral, llevarlas al prado, estar con ellas todo el día y llevarlas de nuevo al corral al atardecer.
También se encargaban los niños de pastorear las chotas en el otoño una vez destetadas.

Vacas en un prado de Guijo de Santa Bárbara junto a corrales tradicionales.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.


Nos lo cuenta Antonio Leandro de la Calle Jiménez (nacido en 1924):

"Desde bien chicos estábamos con las vacas cuando estaban en los prados. Entonces los prados estaban abiertos y teníamos que vigilar a las vacas para que no se escapasen ni se metiesen en otros prados que se dejaban para segarlos.
Las sacábamos del corral, las llevábamos a los prados y estábamos con ellas hasta que se hacía la hora de recogerlas."

Antonio Leandro de la Calle Jiménez.
(c) Rosa María Rodríguez Leal.

Cuando se trataba de vacas lecheras, los niños de 6 ó 7 años ya aprendían a ordeñar. Ordeñaban a las vacas más tranquilas pero para evitar que les diesen alguna patada, el padre o algún adulto ataba las patas a la vaca.
Después de ordeñar, se llevaban las vacas a los prados y se pasaba el día con ellas. Al principio, los niños iban con el padre o el abuelo pero a los 8 ó 9 años realizaban esta tarea solos y ordeñaban también a cualquier vaca por recia que fuese. 

Vacas lecheras de raza Frisona, llamadas aquí Suizas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Nos lo cuenta Daniel de la Calle Vicente (nacido en 1927):

"Con 8 ó 9 años ya ordeñábamos a las vacas y después las sacábamos de la cuadra y se las llevaba a beber a la fuente y luego al prado con ellas y por la tarde, vuelta a casa con ellas. Se las cerraba, se las echaba de comer y se las ordeñaba otra vez.
Si tenían chotos chicos, había que darles un poco de leche en un cubo. Además había que limpiar todos los días la cuadra."

Daniel de la Calle Vicente.
(c) Antonia de la Calle Vaquero.

Pero en Guijo de Santa Bárbara las VACAS y los CHIVOS no son sólo animales sino que estas palabras se utilizan para designar a dos tipos de agallas que aparecen en las ramas de los robles, árbol más abundante de la flora guijeña.

Agallas en un roble.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las "VACAS" son agallas grandes son producidas por una especie de insecto similar a una pequeña avispa denominado Andricus quercustozae.
El insecto, al poner el huevo en las yemas de los robles, les induce a producir la agalla. La larva va creciendo dentro de la agalla hasta que está lista para salir transformada ya en adulto.
Estas agallas son redondeadas, de color marrón oscuro y que tienen una especie de corona formada por pequeños cuernecillos.


"VACAS" comparadas con una moneda de 1 €.
(c) Silvestre de la Calle García.

Los "CHIVOS" son otro tipo de agalla de menor tamaño producida por otro insecto denominado en este caso Andricus kollari.
Estas agallas son más pequeñas que las anteriores, presentando un color amarillo dorado y tienen la superficie lisa y sin cuernecillos.

"CHIVOS" comparados con una moneda de 1 €.
(c) Silvestre de la Calle García.

Pero ¿Qué relación tienen las agallas con las vacas y los chivos para llamarse así? 
Durante siglos, las agallas fueron un juguete muy apreciado por los niños guijeños para quienes las agallas grandes y con cuernos representaban a las vacas y las pequeñas y lisas a los chivos.
Quizás lo más lógico es que si las grandes se llamaban vacas, las pequeñas se llamasen chotos (terneros), pero el caso es que eran conocidas así.


Las clásicas cajas redondas de galletas, pastas o bombones eran muy buscadas por los niños para guardar sus agallas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Los niños pequeños de 3 ó 4 años que aún no podían trabajar todavía con el ganado, se quedaban en casa siendo cuidados por las madres, las abuelas o las hermanas mayores.
Para entretenerse, jugaban en casa en el "sobrao" o en la cocina con las agallas o bien en la calle con otros niños.

Volvemos a recurrir al testimonio de Juan García García (1927-2012):

"Antiguamente, no teníamos más juguetes que las agallas. Cuando éramos chicos y todavía no podíamos ir al campo, los padres nos las traían y así nos entreteníamos en casa.
Jugábamos en el suelo. Si era en el "sobrao" o en la sala, las tablas del suelo eran los prados  o la sierra y los huecos entre las tablas eran los caminos, las trochas y las callejas. Si jugábamos en la cocina, que tenía el suelo de terrazos, cada terrazo era un prado y las líneas entre ellos los caminos.

"Vacas" en el prado con la portera cerrada.
(c) Silvestre de la Calle García.

Si estábamos en el campo, mientras los padres trabajaban, nosotros estábamos sentados y sin molestar entretenidos con las agallas haciendo corralillos con palos y piedras. Hacíamos hasta los pesebre ahuecando ramillas de caña.

"Vacas" en un clásico corral guijeño de "dos bujeros" con su "juche" para los chotos y su "majal" descubierto delante.
(c) Silvestre de la Calle García

Cuando ya éramos grandecillos y salíamos a la calle a jugar con otros niños, cada uno marcaba sus agallas con una señal para no confundirlas.
Con los "chivos" jugábamos como si fuesen bolindres (canicas). Se jugaba al "guás" haciendo un hoyo en el suelo y el que metiese más "chivos" en el hoyo ganaba y a veces se quedaba con todos los chivos que habían tirado los demás.

Los "Chivos" se utilizaban del mismo modo que las canicas en otros lugares.
(c) Silvestre de la Calle García.

Hasta los 5 ó 6 años jugábamos con las agallas. Luego ya tocaba trabajar y no había tiempo para jugar. Si nos mandaban con las chivas o las cabras, no podíamos estar jugando."

Los juegos se terminaban cuando el niño ya se convertía en zagal.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Todo esto que se cuenta aquí, puede parecer extraño, especialmente a los lectores más jóvenes.
En muchas zonas de España donde había robles, encinas, alcornoques...y otros árboles en los que se producían agallas, estas se utilizaban para jugar. Donde había pinos, se utilizaban las piñas.
Los niños de mi generación, ya jugábamos con animales de plástico y con los célebres "Playmobil" pero como aún pasábamos tiempo con nuestros abuelos, al menos en mi caso, todavía conocimos las agallas y jugamos mucho con ellas.

En mi caso, como tenía mucha imaginación de pequeño, montaba auténticas granjas con diversos apartados. Las "vacas" o agallas grandes eran vacas, yeguas, añojas... mientras que los "chivos" o agallas pequeñas eran chotos, cabras, ovejas, cerdos....

Una de mis granjas infantiles.
(c) Silvestre de la Calle García.

Ahora ya los niños no juegan ni con eso. Ya lo que no esté en la pantalla del móvil o de la tablet, no interesa a los niños. Creo que lo llaman.....¿PROGRESO?


Yo fui uno de esos niños vaqueros que creció junto a su abuelo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico Forestal. 




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