UNA CABRERA CON LA MANO FRÍA
Nicolasa Sánchez García (1922-2012) fue una ganadera de Guijo de Santa Bárbara con la que tuve la suerte de compartir muchos ratos hablando de su vida como cabrera y ganadera allá por los años 30, 40 y 50 del pasado siglo.
Con impresionante claridad, lucidez y capacidad narrativa, esta vieja cabrera me contaba sus historias con el ganado. Si uno cerraba los ojos y escuchaba con atención su relato, podía imaginar perfectamente lo que ella estaba contando.
Por ello, pongo hoy por escrito su vida ganadera tal y como me la contó.
"Me llamo Nicolasa Sánchez García y nací en Guijo de Santa Bárbara el 28 de junio de 1922.
Mi padre se llamaba Máximo Sánchez García (1898-1942) y era de Santiago de Aravalle, en la provincia de Ávila, y mi madre Visitación García García (1901-1927) y era de Guijo de Santa Bárbara.
Mis abuelos paternos se llamaban Tomás García Mateos y Nicolasa García Hernández. Mi abuelo era de Santiago de Aravalle, pero mi abuela era de Nava del Barco que es otro pueblo de la provincia de Ávila.
Murieron los dos cuando mi padre tenía 13 años y también murió un hermano de mi padre que tenía 15 años.
Resulta que mi abuelo era carpintero "en fino y en basto". Hacía yugos y arados pero también muebles. Cuando mi tío, que se llamaba Francisco, terminó la escuela con 14 años, mi abuelo le dijo que si se quería quedar con él en la carpintería pero mi tío dijo que quería tener ovejas así es que le compraron 100 ovejas pero en invierno se puso malo con una pulmonía y se murió.
Mi abuelo dijo a mi padre que si quería dejaba las ovejas hasta que él acabase la escuela pero mi padre no se las quería quedar así es que mi abuelo se las vendió a un ganadero pero le dijo que se las iría pagando poco a poco y al final no se las pagó. Mi abuelo había invertido mucho dinero en las ovejas y entonces se quedó prácticamente arruinado y tuvo que emigrar a Brasil. El barco hizo escala en Casablanca y mi abuelo se puso enfermo allí y murió. Mi abuela, al enterarse se puso mala y a los pocos meses se murió.
Mi padre siguió viendo en Santiago en casa de un tío suyo en Santiago.
Mis abuelos maternos se llamaban Juan García Hernández y Vicenta García Díaz. Mi abuelo era de Nava del Barco y mi abuela de Guijo de Santa Bárbara.
Mi abuelo materno y mi abuela paterna eran hermanos por lo que mi padre y mi madre eran primos hermanos.
A mis abuelos maternos sí que los conocí bien. Mi abuelo murió en 1927 y mi abuela en 1955.
Mi madre era una mujer guapísima. Todo el mundo me decía siempre que no había habido otra moza como ella en el Guijo. Salía a mi abuelo y a las mozas de la Nava del Barco que eran altas, fuertes, guapas y morenas.
Cuando a mi padre le tocó hacer la Mili, fue excedente de cupo y sólo tuvo que estar tres meses en Valladolid así es que al terminar decidió venir al Guijo. Como mis abuelos eran tíos de mi padre, decidieron que se quedara a vivir con ellos y que se casara con mi madre.
Así eran las cosas entonces y podían salir bien o mal, pero era lo que mandaban los mayores.
La verdad es que la cosa salió muy bien. Mis padres se casaron el 19 de septiembre de 1921 y justo 9 meses y 9 días después, nací yo.
Visitación García García (de pie) y Vicenta García Díaz (sentada).
(c) Colección Familia de la Calle.
A los pocos días de nacer, me bautizaron y nos fuimos a vivir a Santiago de Aravalle.
Vivíamos en la casa que había sido de mis abuelos y en la que había nacido mi padre. Todavía se conserva aunque ya reformada por sus nuevos dueños.
Era una buena casa y estaba al lado de la iglesia y cerca de la fuente, lo cual era importante en aquellos tiempos.
Mi padre se dedicaba a trabajar en el campo, sembrando patatas y judías que es lo que mejor se da allí. Además era el sacristán del pueblo y mi madre le ayudaba limpiando la iglesia todos los días.
Cuando era niño, mi padre había sido monaguillo y el cura quiso que aprendiera a tocar el órgano y estuvo yendo al Barco de Ávila para aprender.
Casa (izquierda) donde vieron Máximo, Visitación y Nicolasa.
Santiago de Aravalle (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.
Estuvimos viviendo allí dos años. Mi abuelo Juan escribió a mis padres para que se volviesen al Guijo porque él no podía hacerse cargo de las fincas. Ya tenía 60 años y tenía una hernia en la barriga que le impedía trabajar.
Así es que nos volvimos al Guijo.
Mi abuelo había sido durante muchos años segador de guadaña. Segaba prados en La Vera y luego se iba a Castilla que es más tardío. Volvía al final del verano.
Además de eso, mis abuelos eran labradores y ganaderos. Cuando mi abuelo no estaba, mi abuela, mi madre y mi tío Anastasio, se encargaban de los trabajos del campo y del ganado.
Ya cuando nos vinimos al pueblo en 1924, mis abuelos apenas tenían ganado: una yegua y un mulo para trabajar, el cochino para la matanza, algunas gallinas y una cabra para leche.
Mucha gente mayor o que no se dedicaba al ganado, tenían estos animalillos para el gasto y se tenían en la cuadra que había en todas las casas, cada uno en su "juche" separado de los demás.
En 1927 mi abuelo empeoró mucho de su enfermedad y ya no podía levantarse de la cama. Murió el 14 de agosto de 1927.
Mi madre estaba también enferma y murió el 2 de octubre de ese mismo año.
Fue muy duro para una niña de 5 años perder a un abuelo y a una madre. Les quería a los dos con locura.
Aunque sólo tenía 5 años cuando murieron, les recuerdo perfectamente.
Mi madre era una mujer guapísima y muy trabajadora, simpática, alegre y cariñosa con todo el mundo.
Mi abuelo me quería muchísimo y siempre me estaba contando historias de su pueblo, la Nava del Barco.
Mi padre se casó pronto por expreso deseo de mi abuela. Al fin y al cabo, no era su suegra ya pero seguía siendo su tía y quería que estuviese bien atendido. Cosas de antes...
Sin embargo, mi abuela puso a mi padre la condición de que yo me quedase a vivir con ella a lo que mi padre aceptó.
Mi abuela y yo vivíamos en una buena casa. Por abajo, daba a la calle de la Mata aunque esta entrada la utilizaban más los animales para entrar a la cuadra que nosotros.
Nosotros entrábamos por arriba, por la calle del Puente que daba al huerto de la casa y desde el que se entraba en casa.
Vivíamos las dos solas aunque solía pasar mucho tiempo con nosotros mi bisabuela, María Díaz Ruiz, que era la madre de mi abuela Vicenta.
La llamábamos abuela Mariquita. Parece que la estoy viendo. Era chiquitita, vestía siempre de negro con su falda, su blusa y su "pelegrina" y llevaba el pelo recogido en un moñito. Era muy simpática y alegre. No era del Guijo, sino de Jarandilla, pero llevaba aquí desde los 10 años y todo el mundo la quería mucho.
Mi abuela y yo teníamos suficiente para vivir porque antes se tenía en casa de todo: patatas, aceite, matanza, leche, huevos, cosas del huerto, castañas, harina....
Además, mi abuela tenía muchísimos castaños y con ese dinero, podíamos comprar cosas que no se tenían en casa aunque en aquellos tiempos se sabía vivir con lo que se tenía y había que comprar pocas cosas.
Por las mañanas, mi abuela se iba a nuestra finca de Santonuncio, porque aunque tenía "medieros", le gustaba supervisarlo todo.
Los "medieros" se encargaban de cultivar la tierra del "amo" y la producción final era para los dos a partes iguales o "a medias".
Recuerdo que estaban con nosotros tío Gabriel Vidal y tía Gregoria Santos con sus hijos.
Aquí comenzó mi trabajo como "ganadera". Mi abuela se iba a la finca con las bestias y en casa se quedaban la cabra, el cochino y las gallinas.
Lo primero que tenía que hacer era sacar a la cabra de la cuadra y ordeñarla en el patio. Para que se estuviese tranquila, le echaba en un plato un puñado de cebada.
Estas cabras que se tenían en casa, se llamaban "caseras". Mucha gente tenía 1 ó 2 cabras caseras para tener leche para casa. Un cabrero pasaba por las calles recogiéndolas y se las llevaba al campo todo el día.
Yo ordeñaba nuestra cabra y cuando pasaba el cabrero la soltaba.
Después subía a la cocina y cocía la leche. Mientras tanto, preparaba la comida para el cochino. En un puchero con agua caliente, se echaban unos puñados de centeno y se removía bien, echando también "mondajas" o peladuras de las patatas. Cuando estaba todo bien cocido, bajaba y se lo echaba al cochino en el camellón.
Después iba a llevarle al Corral de los Cochinos, que era un corral grande que estaba a las afueras del pueblo donde estaban los cochinos hasta por la tarde.
En invierno se hacía la matanza. Como nos sobraba gran parte de la matanza, se vendía un jamón y parte de los embutidos que se hacían.
Volvía a casa y aviaba las gallinas. Teníamos 10 ó 12 gallinas grandes, el gallo y algunos pollos para engordar y pollas para reponer gallinas viejas. Los huevos que ponían era para venderlos y también para el gasto de casa.
A las gallinas solo había que abrirlas la puerta del gallineroy echarlas un puñado de cebada o de panizos en el patio y luego ya ellas picoteaban lo demás en la calle.
Salía y entraban por la gatera, un agujero que había en la parte baja de la puerta.
Después de esto, ya hacía todas las tareas propias de la casa. Antes con 5 ó 6 años, las niñas ya cocinábamos y hacíamos todo lo que hubiese que hacer.
Normalmente, con 6 años se empezaban a ir a la escuela pero si había que ayudar en casa, se iba poco o nada.
Yo con 6 o 7 años ya hacía la comida y la cena para mi abuela y para mí y para abuela Mariquita cuando estaba con nosotros.
Entonces para desayunar lo que se solía comer eran las castañas "empringás" que son castañas pilongas cocidas y mezcladas con un refrito de ajo, aceite o grasa de freír torreznos y pimentón.
Para comer, se hacía cocido con garbanzos, tocino y un cachillo de carne de cabra.
Para cenar siempre se hacían sopas. Canas, de tomate, de patatas... A mí me gustaban las de patatas.
En 1929 mi tío Anastasio y mi primo Juanito, se vinieron a vivir con nosotras y mi abuela decidió volver a comprar cabras porque ya con una o dos cabras, el cochino, las gallinas y el campo, no íbamos a poder vivir todos.
Anastasio García García.
Tío de Nicolasa, fue para ella como un padre.
(c) Colección Familia de la Calle.
Al principio teníamos unas 80 cabras grandes más las chivas y los machos. En total había como 100 "picos" o animales.
Eran cabras "del país" como se decía entonces y que hoy llaman Veratas. A mi abuela la gustaban las cabras oscuras de pelo: moruchas oriscanas, carrilleras oriscanas, rebiscas... Había también algunas galanas y cardenas pero pocas al principio.
También buscaba mi abuela que fuesen cabras bonitas de cuerno, casi todas machunas y que estuviesen bien entetadas.
Cabra Verata de la ganadería de José Montero.
Según Nicolasa Sánchez, este era el prototipo de cabra buscado por su abuela.
(c) Silvestre de la Calle García.
Las cabras se tenían por la leche, la carne y el estiércol. La leche era para hacer queso que se vendía fresco. Para carne se vendían los cabritos y las cabras viejas y machorras (que no paren). El estiércol se utilizaba para estercolar las fincas donde se sembraban patatas y otras cosas.
Mi abuela hacía un queso malísimo porque tenía la mano caliente y entonces no se apuraba bien la cuajada y el queso se ahuecaba pero yo era una cabrera de verdad, UNA CABRERA CON LA MANO FRÍA.
Se decía en aquella época:
Mano fría, buena quesera y mala panadera.
Mano caliente, buena panadera y mala quesera.
Tenía la mano pequeña y muy fría y hacía un queso buenísimo. Mi abuela me explicó cómo hacerlo pero estuve yendo también unos días a casa de tía Justa "la Calvota" que por entonces era la mejor quesera del Guijo. Aprendí a hacer muy bien el queso.
En invierno teníamos las cabras en las fincas de Los Chorros y Santonuncio, donde teníamos corrales que aunque no eran muy grandes, valían para encerrar por las noches a los chivos y que no se mojaran.
Las cabras dormían fuera. Esto no era muy bueno porque las cabras aguantan el frío pero el agua no. Así es que los años de mucha lluvia, daban poca leche.
En primavera y otoño, las teníamos en un corral alquilado en La Cuerda y en verano subíamos con ellas a la sierra.
En la sierra, vivíamos en una choza desde San Juan (24 de junio) hasta la Virgen de Septiembre (8 de septiembre).
De 1929 a 1935 estuvimos en Los Avesales, aquí en la sierra del Guijo. Me acuerdo que el primer año que estuvimos allí, tuvimos un percance muy serio.
Mi abuela se había roto la muñeca derecha en primavera pero como era muy dura, subió a la sierra como si tal cosa y siguió trabajando. Había comprado mi tío Anastasio un macho precioso y muy grande en Valverde. Era un macho cardeno carrillero, oriscano y con alguna mancha blanca en la barriga, así es que le llamábamos "Galano".
Cabra cardena, carrillera y oriscana.
Cada vez es más difícil encontrar cabras Veratas con esta capa.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.
Soltamos el macho con las cabras para que se cubriesen y a los pocos días se mató. Mi abuela se empeñó en hacer tasajos para aprovechar la carne. De día colgaba los tasajos dentro de la choza y por la noche los sacaba fuera para que se secasen con el aire fresco. Mi abuela se hizo una herida en la mano que tenía rota con tan mala suerte que una mosca la "cagó" como entonces se decía, y la contagio el carbunco. Se le inflamó la mano y tuvo que bajar al pueblo para que el médico la operase de urgencia, pero a los dos días ya estaba otra vez en la sierra.
Poco a poco fuimos aumentando la piara porque mi abuela criaba todas las chivas que nacían. Los chivos los vendía para carne con 1 mes o 2, menos los que dejaba para machos, pero las chivas siempre se dejaban.
Parían la primera vez entre el año y los dos años y dependiendo de si parían bien y si daban bastante leche, se dejaban o se vendían para carne.
En pocos años, tuvimos la piara más grande del pueblo, llegando en 1936 a tener casi 600 cabras grandes.
Piara de 715 cabras Veratas.
Propiedad de María Isabel Sánchez Vadillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En el invierno de 1935 a 1936 hubo muchos incendios o "camorros" en la zona donde nosotros solíamos estar de verano así es que mi abuela arrendó los pastos en las fincas de El Hornillo (Tornavacas) y La Solisa (Jerte).
El 18 de julio de 1936, el día que estalló la Guerra, nos fuimos con las cabras a La Solisa. Fuimos Juanito, que entonces tenía 9 años, el cabrero que servía con nosotros que se llamaba Felipe y era de Aldeanueva y yo.
Para llevar todos los "avíos" fue mi tío Anastasio con el mulo.
Yo tenía 14 años y Felipe el cabrero 19, así es que aquello fue criticado en el pueblo porque como a la gente le gusta mucho hablar, decían que eso no estaba bien. Poco me importaba a mí.
Allí en La Solisa estábamos en una buena choza y al lado teníamos el majal para las cabras y la cochinera. Teníamos 580 cabras de ordeño más los machos y las chivarras. Además de eso teníamos 2 cochinos y una perra que se llamaba Canela para defender a las cabras de los lobos. Era una perra lobera que se decía entonces. Hoy las llaman mastinas.
La vida en la sierra era dura pero éramos muy felices. Nos levantábamos antes del día y cuando se empezaba a ver un poco, ya estábamos ordeñando.
Se ordeñaba a mano en cubos de lata y cuando se llenaba el cubo, se vaciaba en un cántaro.
Como eran muchas cabras, se tardaba bastante en ordeñar. Solíamos acabar a las 10 o las 11 de la mañana. La verdad es que no daban tanta leche como dan ahora. De las 580 cabras que ordeñábamos, sacábamos unos 240 litros de leche entre el ordeño de la mañana y el de la noche, por lo que cada cabra daba algo menos de medio litro de leche. En primavera daban mucho más.
Al terminar de ordeñar, desayunábamos. El desayuno siempre era el mismo. Sopas de patatas que habían sobrado de la noche anterior y que se refreían en el caldero.
Después de desayunar, Felipe y Juanito se iban con las cabras y se llevaban la comida en los morrales. Llevaban pan, queso, morcilla, tocino... A Juanito le gustaba más el tocino que ninguna cosa.
Yo me quedaba en la choza y hacía el queso. Para hacer el queso de cabra, la leche tiene que estar bien fría por lo que se metían los cántaros en un arroyo mientras se desayunaba y así se enfriaba rápido la leche.
Después, se echaba la leche en un baño, colándola con un paño bien fino para que no tuviese ningún pelo ni nada de suciedad.
Luego se echaba el cuajo que se hacía secando el estómago de los chivos que sólo habían mamado. Si ya habían comido "verde", no valía.
Se metía un trocito de cuajo seco en una bolsita de tela o "muñequilla" y se movía bien. Se dejaba reposar la leche hasta que se cuajaba. En invierno tarda cerca de una hora pero en verano, en media hora o tres cuartos de hora estaba listo.
Cuando estaba ya lista la cuajada, se apuraba. Aquí estaba el secreto para hacer buen queso y si se tenía la mano caliente, no se podía hacer bien. Para apurar, se iba apretando poco a poco la cuajada para que se quedase en el fondo del baño y el suero subiese arriba. Cuando el suero subía, se quitaba y se echaba en un cubo. Este suero primero o "suero dulce", lo comíamos los cabreros migado o en sopas canas pero también valía para los cochinos y los perros.
Cuando ya se tenía la cuajada sin suero, se iba cogiendo con una taza y se echaba en los cinchos, que son los moldes de madera para hacer el queso. Los buenos cinchos son de madera de "ojaranzo" aunque también pueden ser de castaño.
Se colocaban los cinchos en una tabla inclinada o empremijo para que escurriese el suero.
Cuando los cinchos estaban llenos, se echaba sal gorda al queso por un lado, se daba la vuelta al cincho y se salaba otra vez. En verano conviene que el queso quede salado porque así no se estropea.
Se dejaba por lo menos doce horas en el cincho y luego ya se sacaba.
Cuando se sacaba del cincho, convenía darle con sal por el borde para que no se "atortara" al secarse y así tuviese forma bonita para venderlo.
Vale más que el queso quede salado que soso.
Cuando terminaba de hacer el queso y de fregar los cacharros, comía cualquier cosina y me ponía a hacer "labor". Me han gustado siempre mucho las labores de costura.
A veces, me iba con una cabrera que tenía la choza como a medio kilómetro de la nuestra y nos dábamos compañía. Ella me enseñó a hacer picos de dos agujas.
Cerca de nosotros, estaban dos cabreros. Estaba la mujer que acabo de decir que tenía cabras como las nuestras y otro cabrero que tenía una piara de unas 300 cabras de 4 cuernos. Yo no las había visto nunca pero según mi tío Anastasio, en el Valle del Jerte e incluso en Castilla, él había visto bastantes cabras de esa clase.
Por la tarde, cuando volvían las cabras, vuelta a empezar. Ordeñábamos, cenábamos y me acostaba un rato para levantarme a las tres o las cuatro y hacer el queso a la luz de los candiles para tener los cacharros desenreados para el ordeño de la mañana.
No parábamos.
Hacía 12 quesos por la mañana y 12 quesos por la noche. Eran quesos grandes que pesaban en fresco 2 kilos. Cada dos días, iba mi tío Anastasio con el mulo desde el Guijo para traerse una carga de queso. Se traía los que estaban más secos.
El resto, los bajaba yo a Jerte en cestos. Llevaba un cesto en la cabeza y otro apoyado en el "cuadril" (cadera). Tardaba casi dos horas en llegar al pueblo.
Como no llevaba romana, me tenía que esperar a que las demás mujeres vendieran sus quesos y me dejasen la romana. Aún así, todos los quesos que llevaba los vendía.
Lo vendía a 16 "perras gordas" el kilo, que eran 1 peseta y 60 céntimos.
Estuvimos en Jerte hasta finales de septiembre. Estuvimos un mes arriba en la sierra y luego nos bajamos a una finca que se llama Robleo Colorao y estuvimos otro mes y pico. Luego ya nos volvimos al pueblo.
Recuerdo que cuando íbamos a bajarnos a Robleo Colorao, una mañana mientras ordeñábamos, vimos a lo lejos un cabrero con una piara de cabras.
Nos extrañó mucho porque no nos habían dicho que se fuese instalar por allí ningún cabrero. La perra echó a correr pero sin ladrar y aunque Felipe la llamó no hizo caso.
El cabrero se fue acercando y resultó que era mi tío Anastasio que venía con más de 100 cabras nuevas que mi abuela acababa de comprar en Losar de La Vera.
Eran cabras ya grandes y todas venían dando leche. En total eran 134 cabras, así es que nos juntamos con 714 cabras grandes más las chivas y los machos.
Terminado el verano volvimos al Guijo. Mi abuela dijo que como eran muchas cabras, había que hacer una "escogía".
Llevamos todas las cabras a Los Chorros y mi abuela se encargó de hacer la selección. Entre viejas, "rastrosas" (cabras feas) y machorras (cabras que no habían parido) quitó más de 200 que se vendieron para carne a los carniceros de Guijo, Losar, Jarandilla y Aldeanueva.
Al año siguiente, en primavera, se hizo otra "escogía" parecida y nos quedamos en total con unas 300 cabras grandes.
Cabra vieja.
Para hacer la "escogía", se miraban los dientes, las ubres, se veía el historial productivo del animal....
(c) Silvestre de la Calle García.
A parte de las cabras, teníamos más ganado.
Siempre teníamos bestias para trabajar. A mi abuela le gustaba tener mulos porque son los mejores para trabajar pero los mulos no crían y por eso mi abuela siempre tenía por lo menos una yegua que además de trabajar criaba todos los años.
Se echaba la yegua a un burro para que pariese muletos (mulos pequeños) que mi tío Anastasio llevaba a vender a la feria del Barco de Ávila. Por entonces, un muleto de seis meses valía más que una yegua grande.
También criábamos cochinos. Teníamos una cochina de cría y vendíamos los cochinillos cuando se destetaban aunque a veces los vendíamos ya gordillos con 6 ó 7 arrobas.
Recuerdo una vez que una cochina parió 11 cochinillos, cosa rara en aquellos tiempos, y como no podía criarlos, quitamos los más pequeños y los metimos en un cajón de madera grande que colocamos en la cocina para que estuviesen calentitos. Había que darles todos los días de comer leche templada de cabra con una cuchara hasta que estaban grandes y se podían vender.
Antiguamente, era muy común que los cabreros tuviesen cochinas de cría y vendiesen los cochinillos. A los cochinos se les echaba mucho suero del queso porque era de mucho alimento y como nosotros teníamos mucho suero, podíamos criar muchos cochinos.
Pero había que tener cuidado porque si comían mucho suero, sobre todo en los últimos meses antes de matarlos, la carne tenía mal sabor y no valía para hacer chorizos y morcillas porque no se secaban bien.
A partir del mes de septiembre no convenía echarlos mucho suero para poder matarlos en diciembre o enero.
Teníamos además muchísimas gallinas. En todas las casas siempre había 10 ó 12 gallinas como mínimo pero nosotros teníamos muchas más. Algunos años las tuvimos también en el corral de Santonuncio y como allí estaban sueltas criaban solas y muchas veces había 70 u 80 gallinas allí más las que teníamos en casa.
Vendíamos huevos y pollos en el Guijo y en los pueblos de al lado.
Teníamos gallinas de muchas clases: negras, pardas, "empedrás", con el cogote pelado, "culonas" o sin cola, pavonas que eran muy grandes...
A mí me gustaban mucho las "empedrás".
Gallinas "empedrás"
(c) Javier Bernal Corral.
Como sólo las teníamos nosotros por aquella época, estoy hablando de los años 30, en el pueblo las llamaban las gallinas piñanas de tía Jambrina, que era el mote de mi abuela.
Luego ya regalamos pollas y pollos a mucha gente del pueblo y las tuvieron en varias casas hasta que vinieron las gallinas modernas.
Mi abuela tenía en la finca de Santonuncio muchísimos castaños y sacábamos mucho dinero con la venta de las castañas blancas o pilongas, aunque el trabajo del secado era muy duro.
Las castañas se secaban en los sequeros que podían estar en el campo o en el pueblo.
Castañas frescas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Abajo se encendía la lumbre y el humo pasaba por los huecos y secaba las castañas que estaban en el piso de arriba. Había que darlas la vuelta todos los días para que se secasen por igual porque cada día se echaban más.
Cuando estaban secas, se sacaban del sequero, se metían en un costal (saco) y se "pilaban" dando golpes al saco para que se desprendiese la piel.
Luego ya se escogían y se vendían o se guardaban en casa para comerlas.
Sequero de castañas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En el pueblo, el sequero estaba en las casas. Las cocinas tenían el techo de cintas y el humo secaba las castañas. Estos sequeros eran mçás pequeños que los de las fincas pero hacían la misma función.
También poníamos muchas patatas para casa y para vender. Como teníamos familia en Castilla, traíamos las patatas para sembrar de allí porque eran mucho mejores.
Al principio poníamos patatas tempranas que en aquellos tiempos se sacaban en el verano, pero luego ya compró mi abuela una finca en El Helechar para sembrar patatas tardías que se sacaban por Los Santos y se vendían en primavera cuando ya la gente tenía pocas patatas tempranas en las bodegas y entonces valían mucho dinero.
Si no se podían guardar todas las patatas tardías en las bodegas, se hacían hoyos en las fincas, que eran montones de patatas que se tapaban con helechos y tierra.
Trabajábamos muchísimo en aquellos años pero éramos felices. No teníamos grandes lujos pero nunca nos faltó de nada en casa. Mi abuela consideraba que la familia era lo primero y se preocupaba para que todos estuviésemos bien.
Ya por entonces, nuestras cabras habían cambiado bastante. Las teníamos de muchos pelos o colores. Al principio, a nosotros nos sorprendía mucho que mi abuela hubiese dejado de criar cabras oscuras para criarlas de todos los colores.
A ella siempre le gustó tener la piara "apelá" como se decía entonces, pero ya no era así. Los cabreros viejos del pueblo, sabían bien el motivo y mi tío Anastasio también. Nos lo explicó a Juanito y a mí:
- Abuela es corta de vista ya.
Mi abuela no veía ya muy bien de lejos y para distinguir fácilmente a las cabras, tuvo que hacer aquello.
Nosotros no decíamos nada porque mi abuela a lo que más miedo tenía en el mundo era a quedarse ciega como su bisabuela aunque gracias a Dios conservó la vista hasta el final.
Por aquellos años, me eché novio.
Entonces era común que en la familia "aviaran" las novierías y mi madrastra quiso casarme con alguno de sus dos sobrinos que eran mucho mayores que yo, pero yo me eché el novio que quise.
Fue Emilio de la Calle de la Calle, el hijo de tío Modesto. Era 4 años mayor que yo y muy guapo. Era vaquero y de una de las familias más ricas del pueblo.
Mi padre estaba muy ilusionado y me dijo que en mi boda, tocaría el armonio de la iglesia.
No pudo ser porque el pobre murió en 1942 y yo me casé el 12 de abril de 1943.
Mi boda fue sencilla. Mi padre había muerto pocos meses antes y mi suegra había muerto ya hacía muchos años pero fue una muerte triste y la familia tenía pocas ganas de fiesta.
Estuvieron tío Andrés el abuelo paterno de Emilio y tía Juana que era la abuela paterna de Emilio, mi abuela Vicenta, mi suegro, mi tío, los tíos de Emilio (Aurora, Alonso, Ángel y María y sus consortes Miguel, Marceliana, Justina y Antonio), mis primos Juanito y su hermana Alfonsa y algunos primos de Emilio porque tenía muchísimos y si hubiesen ido todos habría sido una boda enorme así es que fue una representación de cada casa.
Al casarme, con todo el dolor de mi corazón, tuve que dejar la casa de mi abuela y las cabras. Emilio y yo nos fuimos a vivir a casa de mi suegro que vivía con el abuelo Andrés y su criada, tía Juana. Vivían en la Calle del Tejar.
Emilio era vaquero, así es que seguí siendo ganadera.
Emilio de la Calle de la Calle era miembro de una de las familias vaqueras más importantes del pueblo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Las vacas que teníamos, eran vacas "negras" para carne. Ya por entonces había en el pueblo vacas "suizas" o lecheras pero nosotros no las tuvimos nunca.
En primavera, juntábamos las vacas con las de mi suegro y algunos primos de mi marido y las llevábamos a las dehesas y por San Juan se las traía aquí y se las echaba a la sierra hasta Nochebuena.
En invierno se las tenía en la parte baja de la sierra y en los prados y por la noche se las cerraba en los corrales y se las echaba heno.
Cuando las vacas estaban en los corrales, daban muchísimo trabajo porque había que recoger hojas de roble para que tuviesen buena cama. Las hojas se iban pudriendo y había que echar cama nueva. Así se hacía el estiércol.
Cuando se terminaba el heno, se llevaban las vacas a las dehesas otra vez.
Teníamos muy buenos corrales.
Yo tenía uno grandísimo al lado del pueblo y que se llamaba "El Corralón". Había sido de mis padres.
Mi suegro nos dio un corral que había sido de mi suegra en El Toril pero luego se le cambiamos a mi cuñada por otro en Cerrocolmillo.
La verdad es que las nuestras eran unas vacas preciosas, aunque yo era más de cabras que de vacas, todo hay que decirlo.
Recuerdo a una muy buena que se llamaba "Morita" y a la que ordeñábamos cuando paría porque daba mucha leche y el choto no podía mamarla toda.
Era una leche muy gorda y riquísima. Daba un queso muy bueno.
El queso de vaca, se hace como el de cabra pero hay que calentar la leche primero para echar luego el cuajo. Lo demás es igual así es que conviene tener la mano fría. La leche de vaca es más sosa y hay que echar más sal al queso porque además, se "atorta" rápido.
Vaca similar a la "Morita".
(c) Silvestre de la Calle García.
Las cabras daban más dinero que las vacas y más rápido. Se "veía" el dinero. Los cabritos se vendían pronto y el queso se vendía según se iba haciendo por lo que la ganancia era mayor.
Las vacas sólo daban el choto que se vendía con 6 ó 7 meses y en ese tiempo podían pasar muchas cosas y quedarte sin choto y sin perras.
Vaca con ternero.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
Además, las vacas tardaban más tiempo en darte dinero. Las cabras podían parir con 1 año y empezar a producir pero las vacas hasta los 2 ó 3 años no parían la primera vez. Durante ese tiempo sólo daban el estiércol que, aunque era muy necesario, no se vendía.
Además estaba el peligro de los lobos. Me acuerdo una novilla preciosa que teníamos y en Collaíllo Redondo nos la mataron una noche y tuvimos que traer la carne al pueblo para venderla porque perder una vaca era una desgracia y la gente colaboraba comprando la carne.
Durante todo el año, había que estar pendiente de los prados. Había que estercolarlos, regarlos, arrancar los hierbazos... para que así tuviesen buena hierba para las vacas y para poder segar heno para el invierno.
Nosotros teníamos buenos prados tanto por mi parte como por la de Emilio y eso valía mucho porque podíamos recoger mucho heno para el invierno.
La siega era uno de los trabajos más duros del año pero uno de los más importantes porque si no se tenía heno, las vacas no podían comer en el invierno.
Los prados se segaban en verano. Los hombres segaban con la guadaña y luego ya las mujeres y los niños dábamos la vuelta al heno.
Para llevarlo hasta los corrales, se arrastraba con bestias o se llevaba a cuestas aunque a veces se hacían también los ameales en los propios prados.
Para hacer el ameal, se clavaba un palo grande en el suelo y se iba poniendo bien colocado el heno alrededor y cerrando poco a poco hacia el palo para que el agua escurriese y el heno no se mojara porque si no, las vacas no lo querían.
Además de eso, por aquella época se empezó a sembrar tabaco en el pueblo. Mi abuela fue de las primeras en sembrarlo.
Nosotros lo sembrábamos o poníamos como se dice aquí, en la finca de La Huerta, que yo había heredado de mi padre.
El tabaco daba mucho dinero pero mucho trabajo porque entonces se sembraba en las eras, luego había que escardarlo y quitar las malas hierbas, trasplantarlo o ponerlo como se dice aquí, regarlo, estoñarlo, cortar la flor, cortarlo, acarrearlo, colgarlo, deshojarlo...Esto da para un libro.
También sembrábamos cebada y centeno para el ganado. Daba también mucho trabajo la siega y la trilla. La cebada se trillaba con un trillo arrastrado con una o dos bestias y el centeno se machaba con la zorriaga (dos palos atados con correas) para quedar la paja entera y usarla para hacer aparejos para las bestias y jergas, que eran como colchones.
El grano ya limpio, se guardaba en casa en tinajas de barro para que no se lo comieran los ratones. Se usaba para alimentar a los animales aunque en tiempos antiguos el centeno se molía para hacer harina y hacer pan.
Por aquellos años, mi abuela vendió las cabras y compró ovejas. Ella ya era mayor y no necesitaba mucho así es que nos dio las ovejas a mi tío Anastasio y a mí.
Teníamos unas 200 y las teníamos juntas, pagando los gastos entre los dos y repartiendo el dinero también a medias.
Eran ovejas entrefinas. Casi todas eran blancas pero las había también negras, piñanas, carboneras que son negras con la lana blanca....
Las ovejas que teníamos nosotros, eran para carne y lana. No se las ordeñaba como a las cabras. Alguna vez se ordeñaban algunas para hacer queso pero era si se quitaban los corderos pronto y si había mucha hierba. Si no, se "ajugaban" rápido en cuanto las quitabas el cordero.
El no tener que ordeñarlas quitaba mucho trabajo aunque es verdad que son más delicadas para comer que las cabras y hay que buscarlas mejores careos sobre todo en tiempo de calor. Había que llevarlas por sitios mejores y procurando que tuvieran agua para beber.
Para carne se vendían los corderos que se criaban mamando de las madres. Normalmente se vendían con 2 ó 3 meses aunque a veces se vendían algunos con 4 ó 5 meses, sobre todo las corderas.
Por el día estaban solos y sueltos en el corral o encerrados en chiveros, que eran juches de tablas para tenerlos controlados y más seguros si entraba alguna zorra. Por la noche, estaban con las ovejas y así mamaban.
Cuando ya iban grandecillos y las ovejas iban dando poca leche, se vendían.
Entonces no había pienso para engordarlos ni nada de eso. Aquí gustaba más el cabrito que el cordero porque ha habido más costumbre de tener cabras en vez de ovejas.
Oveja con su cordero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Las ovejas se esquilaban en mayo o más tarde si el tiempo estaba frío. Antiguamente se esquilaban a mano aunque ya cuando las teníamos nosotros empezaron a venir esquiladores que traían máquinas.
La lana se vendía sucia. Valía menos que si vendían limpia pero lavar la lana es algo muy trabajoso.
Pero a nosotros, lo que más nos interesaba de las ovejas, era el estiércol.
Se las llevaba por las noches a las fincas para que durmiesen allí y las abonasen. Para tenerlas controladas y juntas, se las encerraba en un redil o corral de red. La red era de cuerdas y tenía unas estacas de madera para clavarlas en el suelo y sostener así la red de pie.
Al lado de la red, se ponía la mampara que era una caseta de madera que se podía mover de un sitio a otro y en la que pasaba la noche el borreguero para cuidar las ovejas y defenderlas del lobo.
El estercolar con ovejas la tierra, era muy cómodo porque si se tenían vacas o cabras no se podía "redilar" con ellas y había que llevar el estiércol con las caballerías desde los corrales.
En verano, se subía con las ovejas a la sierra. Había varios majales para ovejas y se echaban a suertes entre los ganaderos. A nosotros nos tocó varios años seguidos el Majal de Las Ventosas.
Como las ovejas no se ordeñaban y no se hacía queso como pasaba con las cabras, no hacía falta que se fuese toda la familia. Con 1 ó 2 personas para cuidarlas, era suficiente.
En invierno, como aquí hacía mucho frío y llovía y nevaba bastante, las ovejas no podían dormir en la red y había que tenerlas en corrales.
Mi abuela hizo un corral grandísimo en Santonuncio dividido en dos partes. El "corral de arriba", que daba para la sierra era el de mi tío y el "corral de abajo", el mío.
Entre uno y otro había una puerta que siempre estaba abierta porque como teníamos el ganado a medias, daba igual dónde estuviese.
Corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Para cuidar las ovejas, que aquí se llaman borregas, teníamos contratado un pastor o borreguero. Al borreguero se le daba cada mañana el morral con la comida para el día y por la noche cenaba en casa.
Una vez al año se le entregaba ropa nueva y un par de botas y además se le pagaba un pequeño sueldo. También se le mantenían 15 ó 20 ovejas de "escusa".
Los gastos de estas ovejas los pagábamos los amos pero lo que se sacaba de los corderos y la lana era para el borreguero.
El que más años estuvo con nosotros fue Dionisio Vidal "el Picholito". Él y su mujer Gora Guerra, eran como de la familia.
Durante estos años, yo me encargaba de la casa y de los niños, además de estar pendiente de las abuelas y de trabajar en el campo cuando era necesario.
Entonces el trabajo de casa era muy duro porque no había comodidades. Vivimos 9 meses con el abuelo Andrés, el padre de mi suegra y luego otros 9 con la madre de mi suegro.
Estando en casa de la madre de mi suegro, me quedé embarazada por primera vez y desde el principio fue embarazo malo.
Me puse tan mala que mi abuela y mi suegro decidieron llevarme a Piornal para que me viese un médico. Resulta que las yeguas nuestras estaban en la dehesa y las de mi abuela las tenía mi tío trillando así es que me llevaron en el caballo de tío Alonso, un hermano de mi suegra y que me quería muchísimo.
Alonso de la Calle Jiménez.
(c) Colección Familia de la Calle.
El médico de Piornal me dijo que necesitaba descanso porque tenía un embarazo muy malo y que no podía agarrarme las caldas que yo me agarraba entonces cada vez que nos pasaba alguna desgracia en el campo como luego explicaré.
Después de venirnos al pueblo y tras unos meses de descanso, me recuperé bastante, gracias a mi amiga Mercedes Rodríguez que me ayudó mucho.
Mercedes ha sido para mí como una hermana. Nos hemos llevado siempre muy bien.
Su marido Leandro, era hijo de una prima de mi suegro y de mi suegra y era muy amigo de Emilio.
El 27 de enero de 1945 nació nuestro primer hijo, al que pusimos Máximo por mi padre. El parto fue malísimo. Estuve de parto 3 días y 3 noches y el médico ya no sabía ni que hacer. Emilio lo pasó muy mal porque su madre había muerto de parto y pensaba que yo me iba a morir también.
El médico hizo caso a los consejos que mi abuela y la abuela de Emilio le dieron porque las dos habían parido 10 veces y además habían ayudado a muchas mujeres en los partos. Me pusieron de pie agarrada a la cama y así nació el niño por fin, ya casi muerto el pobrecito.
Máximo de la Calle Sánchez.
(c) Colección Familia de la Calle.
Después de Maxi, que es como siempre le hemos llamado, nacieron Modesta el 29 de febrero de 1948 y Visi (Visitación) el 12 de junio de 1954.
Modesta se llama así por mi suegro y Visi por mi madre. Entonces la costumbre era poner a los niños el nombre de los abuelos. Aunque mi suegra se llamaba Nicolasa, no pusimos así a ninguna de nuestras hijas para no confundirla conmigo.
Cada uno nació en una casa diferente. Emilio y yo vivimos en 5 casas diferentes en 13 años. Primero en la Calle del Tejar, en la casa del abuelo Andrés y después en la casa de la abuela Juana que estaba en la misma calle. Luego nos mudamos a una casa de mi abuela en La Mata. En aquella casa nació Maxi pero como yo me quedé muy debilucha y la casa estaba lejos de la fuente y demás, nos cambiamos a otra casa que era también de mi abuela y que estaba también en la Calle de La Mata pero más cerca del centro del pueblo. En ella nació Modesta.
Luego nos mudamos a esta casa, que está en lo que entonces se llamaba El Lejío y aquí nació Visi.
A Maxi le tocó trabajar mucho en el campo por ser el mayor de los tres. Le tocó guardar las ovejas muchas veces. El pobre no pudo ir mucho a la escuela porque tenía que ayudar al borreguero que tuviésemos sirviendo con nosotros.
Con las vacas, las ovejas o borregas como decimos aquí y el tabaco, se vivía bien entonces siempre y cuando el año no viniese malo pero nosotros tuvimos mala suerte con muchas cosas.
En 13 años se nos murieron una docena de bestias entre grandes y chicas. Caballos, yeguas, potros y mulos. Entonces no había seguros y perder una bestia era perder mucho dinero.
Cuando nos casamos, yo tenía un caballo que había heredado de mi padre y que se llamaba "Canillo".
El pobre murió poco después de casarnos y yo puedo asegurar que no he llorado más en mi vida que aquel día porque era el último recuerdo que me quedaba de mi padre.
No sé explicar bien lo que le pasó. El caso es que se lleno de "espuncias" (bultos) y según se decía entonces, era porque había comido hierba orinada por una eriza montesina en celo y por eso se puso así.
Erizo europeo, llamado en Guijo "erizo montesino".
(c) Jonatan Rodríguez Seara.
El caso es que tenía unas heridas tremendas sobre todo en las manos y una noche, Emilio le dejó fuera del prado con la manea o traba puesta para que no se escapase y el caballo al sentir molestias, se intentó rascar, perdió el equilibrio, se cayó y se mató. No he llorado más en mi vida. "Canillo" era lo único que me quedaba de mi padre.
Cuando nos casamos, mi suegro nos dijo que quería hacernos un regalo:
- ¿Qué queréis que os regale? ¿Una cama o la potra?
Emilio dijo que lo que yo quisiera así es que le dije a mi suegro que mejor la potra que daba más provecho.
Como nos casamos en abril, mi suegro dijo que cuando subiesen las vacas de la dehesa por San Juan, la potra pasaría a ser nuestra y nos tendríamos que hacer cargo de ella.
Aceptamos el trato. Era una potra negra preciosa.
Al día siguiente, un primo de Emilio subió a la sierra con las cabras y vino a llamarnos porque la potra se había quedado atascada entre dos canchales y estaba medio muerta. Subimos y tuvimos que matarla porque era imposible sacarla.
Un tío de Emilio nos pidió la carne para hacer filetes y se la dimos.
Otra yegua muy buena que tuvimos se nos murió en Santiago de Aravalle. Habían ido mi marido y mi cuñado a vender aceite y dejaron las yeguas en la casilla de un tío mío. Por la noche, la yegua de mi cuñado se soltó y pegó una patada a la nuestra en una mano y se la rompió.
Aunque intentaron curarla, no fue posible y hubo que matarla. Estaba preñada de burro así es que murieron la yegua y el muleto sin haber nacido.
Aquella misma yegua había parido un muleto y cuando lo estábamos destetando, quiso acercarse a mamar de una vaca y la vaca le pegó una cornada y le reventó. El pobrecito murió en el acto.
Otras dos yeguas se nos fastidiaron el mismo día.
Estuvimos trillando cebada en la era de Arriba del Llano y al terminar, una de las yeguas cayó muerta. La abrimos y tenía el corazón reventado. Mi hijo se bajó a casa con la otra yegua y cuando iba llegando a casa, la yegua se tropezó y se cayó. El veterinario la curó pero dijo que estaba ciega y había que matarla.
Y así varias veces más. Yo me ponía mala cada vez que se moría una bestia en casa.
Cuando se moría una bestia, había que comprar otra inmediatamente porque no eran animales de capricho. Eran necesarios para trabajar. Hay quien dice que una bestia entonces era como un coche hoy pero no es así porque los coches dan mucho gasto y una yegua paría cada año un potro y con ese dinero había de sobra para mantener a la yegua, a la cría y sobraba. Además, la yegua daba estiércol.
La única bestia que no se nos murió ni nunca estuvo mala de nada fue un burro pero resulta que fue la peor bestia que tuvimos porque era recio y falso como una mula y nos pudo liar una muy regular porque tiró a Modesta y a una criada que teníamos sirviendo con nosotros. Las pudo matar.
Vinieron también años con inviernos muy calurosos en los que las ovejas no echaron buena lana.
Además, se nos murieron varios animales. Me acuerdo un año que hubo muchas enfermedades en el ganado y que a todo el pueblo se le murieron muchos animales. A nosotros en pocos días se nos murió el cochino, la cabra y cuatro pollas y encima el cochino iba ya gordito.
Que se te muriera un cochino era peor que se te muriera una bestia porque te quedabas sin poder hacer la matanza ese año.
Por si fuera poco, varios años cayeron tormentas de granizo poco antes de cortar el tabaco.
Me acuerdo que en el año 54 que teníamos un tabaco buenísimo. Algunas tabaqueras medían casi 2 metros y tenían muy buena hoja. Todo el mundo nos decía que pocas veces se había visto un tabaco así en el Guijo, pero el día antes de empezar a cortar, cayó una granizada tremenda.
Así es la vida del campo.
Tantas desgracias hacían muy difícil nuestra vida. Yo no "arruchaba" como es debido porque eran demasiados disgustos.
Varios familiares nos dijeron que lo mejor era irnos del pueblo y vivir de otra cosa que no fuera el campo. Yo no quería ni pensarlo.
Mi vida había estado siempre entre el ganado y el campo.
Un primo de mi madre que vivía en Madrid y tenía una carnicería, nos ofreció varias veces que nos fuésemos a vivir allí y un hermano de mi abuela Vicenta que vivía en Francia, nos quiso llevar también con él pero yo no quise porque eso suponía dejar a mi abuela en el pueblo.
El 11 de marzo de 1955 murió mi abuela. Para mí fue muy duro porque había sido como mi madre. Había vivido con ella desde los 2 años y desde los 5 que murió mi madre, se había hecho cargo de mí.
Recuerdo bien aquel día porque el cura del pueblo, que por entonces era Don Ascensio, dijo que era un día triste para El Guijo porque había muerto "la madre de los pobres".
Mi abuela fue en sus primeros años una mujer muy humilde pero que gracias a su trabajo y esfuerzo llegó a ser de las más ricas del pueblo. Ayudaba a todo el mundo, prestaba dinero a la gente y si no se lo podían devolver porque eran muy pobres, les perdonaba la deuda.
Daba siempre limosna a los pobres que por entonces venían pidiendo. Recuerdo que decía esta frase:
"Si un pobre viene pidiendo a tu casa y sólo tienes dos patatas, no le digas Dios te ampare. Le das una patata aunque te quedes tú la otra, pero no dejes que se vaya sin nada".
Los pobres sabían que en casa de tía Vicenta, siempre les darían patatas o lo que pidiesen.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
A la iglesia siempre llevaba el mejor cordero o un chivo que tuviese para el ofertorio del Día del Señor (Corpus Christi) y muchas veces pujaba por él para quedársele de nuevo.
Antes de vender los chivos o los corderos, los revisaba uno por uno y decía:
"El mejor para el Señor".
Al verla llegar con el chivo, don Ascensio decía:
- "Tía Vicenta, el mejor para el Señor pero si el segundo mejor pudiera ser para el señor cura....."
Don Paco Torres, actual cura del Guijo con un chivo verato en el corral de tía Nicolasa, propiedad actualmente de Alejandro Torralvo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Aunque ya había muerto mi abuela, al principio no pensé en irme a Madrid o Francia como me habían dicho, pero finalmente me decidí y me fui.
Busqué trabajo para Emilio y para mí y colegio para los niños. Como la gente es como es, aquello fue criticado. En aquellos tiempos que una mujer se fuera sola a buscar trabajo y un futuro para su familia estaba mal visto, pero a mí me dio igual lo que dijeran.
Volví al pueblo, vendimos las ovejas y no fuimos para Francia en 1956.
Fue lo más duro que tuve que hacer en mi vida pero lo hice por mis hijos y su futuro y no me arrepiento de ello.
Aunque nos fuimos a Francia, hemos venido al pueblo siempre que hemos podido y mientras pueda, seguiré viniendo.
Me gusta venir al pueblo, ver a la gente con la que viví cuando era joven y recordar los tiempos antiguos.
A mis hijos y a mis nietos les gusta mucho venir al pueblo porque seguimos teniendo la casa y las fincas que nos las cuidan algunos sobrinos de mi marido. En las fincas tenemos algunas higueras y otros árboles que tienen fruta en verano cuando venimos y nos gusta ir a cogerla.
En estos últimos años he ido también varias veces en verano a Santiago de Aravalle, a la Nava del Barco y al Barco de Ávila. Todavía tengo familia en Santiago aunque sólo están allí en verano.
He podido ir y ver a mis primas Virtudes, Piedad, Sabina y Pura y a Carmen, que es la mujer de mi primo Jesús que ya murió hace años.
Pero por lo que más me gusta venir al pueblo es por Juanito, que para mí es como mi hermano y tengo que venir a verle todos los años.
Hemos pasado tantísimo tiempo juntos, que nos gusta vernos todos los años unos días.
Desde que él se vino a vivir con nosotros a cuando yo tenía 7 años y él 2 añillos, hasta los 21 que tenía yo cuando me casé y él 16, estuvimos siempre juntos y después hasta que me fui a Francia, nos veíamos a diario aunque cada uno teníamos ya nuestra casa.
Muchos cuando me oyen hablar de aquellos tiempos me dicen que cómo puedo hablar con tanto cariño.
Yo fui muy feliz. Si no hubiera sido por las desgracias con las bestias y con el tabaco, a lo mejor no nos hubiésemos ido a Francia porque aquí habríamos vivido bien, pero las cosas fueron como fueron.
De las cabras no puedo hablar mal. Fueron años de muchísimo trabajo, pero yo fui muy feliz y si volviera a nacer y tuviera que elegir, volvería a ser cabrera. Las cabras me dieron mucho y me hicieron ser la mujer que soy.
Con orgullo sigo y seguiré diciendo que fui cabrera y UNA CABRERA CON LA MANO FRÍA."
Hasta el año 2011, Nicolasa Sánchez García estuvo viniendo cada verano a Guijo de Santa Bárbara y pasé muchísimos ratos con ella.
Fue una gran mujer y con la que aprendí mucho.
Habrá algunos lectores que lo sepan, pero otros muchos no. Nicolasa Sánchez García, era tía de mi madre, pues era prima de mi abuelo, su querido primo Juanito.
Para mí no fue una tía, sino que fue una abuela más y sé que yo fui para ella un nieto más.
Todo lo que diga de ella se queda corto. Una mujer buena y luchadora que fue una gran trabajadora y para la que su familia fue siempre lo primero.
En 2011 nos despedimos como todos los veranos. Ya no era por entonces la que había sido pero aún recordaba sus años como cabrera.
Al despedirla aquel año, algo me dijo que no volvería a verla más y así fue porque falleció al año siguiente.
Han pasado ya casi 10 años de aquello pero no hay día en el que no me acuerde de ella y quizás más aún desde que escribo este blog de EL CUADERNO DE SILVESTRE porque sé que la encantaría poder leerlo.
El 28 de junio de 2022, cumpliría 100 años y como no puedo felicitarla, escribo esto a modo de sencillo homenaje para ella.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
Qué bonita historia! Y qué gran mujer!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Olga!
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