LAS VACAS DE "EL CORREO"

Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) es un pueblecito de montaña situado en la comarca de La Vera. La economía de este municipio ha girado siempre en torno a la ganadería y la agricultura, destacando durante siglos por su importantísima cabaña caprina aunque el ganado bovino siempre tuvo importancia y hoy en día su explotación es uno de los principales pilares de la economía guijeña.
En la segunda mitad del siglo XX, fueron muchos los ganaderos dedicados a las vacas, entre ellos Antonio Leandro de la Calle Jiménez (1924-2022), conocido popularmente como "El Correo".

Las vacas de "El Correo"

Antonio Leandro de la Calle Jiménez nació el 13 de septiembre de 1924 en el seno de una importante familia ganadera.
Hijo de Alonso de la Calle Jiménez (1893-1950) y Marceliana Jiménez Esteban (1893-1985), desde muy pequeño Antonio estuvo vinculado al mundo ganadero y en concreto a las vacas.
No en vano, cuando Antonio nació, sus abuelos Andrés de la Calle García de Aguilar (1866-1943) y Cipriano Jiménez Pérez (1864-1927), figuraban entre los vaqueros más importantes de Guijo de Santa Bárbara, tanto por el número de cabezas que poseían como por la excelente calidad de las mismas.

Cipriano Jiménez Pérez (centro).
Plaza de toros de Guijo de Santa Bárbara. 1925.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Todos los antepasados de Antonio habían sido ganaderos y en gran parte vaqueros. Muchos de ellos llegaron a Guijo desde pueblos de la comarca de El Barco de Ávila como Canalejo, Becedas y Palacios donde habían tenido siempre vacas, continuando con esta actividad en Guijo, dando lugar algunos de ellos a las familias de vaqueros más importantes del pueblo en la actualidad.
Así en el árbol genealógico de Antonio figuraban apellidos como Ovejero, procedente de Becedas, Canalejo, procedente de Lancharejo y por supuesto el apellido De la Calle llegado a Guijo en 1744 desde Palacios.

Castillo de Valdecorneja.
El Barco de Ávila (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.

Alonso, el padre de Antonio, tenía vacas "negras" las cuales eran autóctonas de la zona y que, con ciertas diferencias, eran muy semejantes a las actuales Avileñas. Además, era labrador y desde 1928 ejerció el oficio de cartero rural por lo que sus hijos Benjamín (1919-2004), Marcelino (1922-1996) y Antonio Leandro (1924-2022) tuvieron que ayudarle desde niños para cuidar el ganado cuando él tenía que repartir el correo.

Vaca Avileña con su ternero.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las vacas "negras" eran utilizadas principalmente para la crianza de terneros que se vendían para carne o para vida siendo muy cotizados los terneros para la producción de bueyes y las terneras para reposición y también para ser utilizadas como animales de labor.
Tradicionalmente, había sido utilizadas en Guijo como animales de labor pero ya en los años 20 habían sido sustituidas por las caballerías.
El propio Antonio recordaba que la última yunta de vacas la tuvo tío Emilio "Minuto", primo hermano de Alonso y de Marceliana, el cual poseía una extraordinaria piara de vacas "mulatas".

Yunta de vacas.
(c) Silvestre de la Calle García.

También se utilizaban para la producción de leche destinada al consumo familiar y precisamente así comenzó la relación de Antonio con las vacas pues cada mañana tenía que ir a la casilla que la familia poseía en la finca de El Lavadero, situada en la parte alta del pueblo, para ordeñar a la vaca que tenían siempre separada para la producción de leche y que recibía un manejo mucho más esmerado para que diese mayor cantidad de leche.
Las vacas "Avileñas" lecheras eran ordeñadas por la mañana y por la tarde, pero sólo se sacaba la mitad de la leche producida, destinando el resto a la alimentación del ternero. Por término medio, se obtenían 10 cuartillos (5 litros) de leche por vaca y día.

Vaca Avileña con gran desarrollo mamario.
(c) Miguel Alba Vegas.

Las vacas de Alonso eran manejadas de manera extensiva y trasterminante. Durante el verano pastaban en las zonas más altas de la sierra donde había grandes pastizales conocidos como "regajos" alrededor de los arroyos. Las vacas estaban solas pero había que subir de vez en cuando a vigilar que estuviesen bien porque había muchos lobos y en aquella época los terneros permanecían todo el verano con las madres y eran presa fácil de los cánidos aunque si había varias vacas juntas, hacían un círculo defensivo mirando hacia afuera y encerrando dentro a los terneros para que los lobos no pudiesen morderlos.

Las vacas en la sierra siempre estaban vigilantes.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.

Al ser el más pequeño de los hermanos, Antonio era el encargado de subir a vigilar las vacas cuando su padre estaba repartiendo el correo y sus hermanos más mayores estaban trabajando en el campo.
No pocas veces, al subir a la sierra con 9 ó 10 años, se encontró con los lobos y al llegar a la zona donde pastaban las vacas, vio que los lobos habían matado alguna y tenía que bajar rápidamente al pueblo para dar aviso a su padre y hermanos para subir lo más rápido posible a recoger la piel y la carne que los lobos no se hubiesen comido y bajarla al pueblo para venderla o para hacer tasajos destinados al consumo familiar.

Ternero atacado por los lobos.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.

En otoño, las vacas pastaban en las zonas medias y bajas de la sierra. Se aprovechaba para destetar y vender los terneros en las diferentes ferias celebradas en la zona como la de San Miguel de Navalmoral de la Mata o la feria de octubre celebrada a mediados de dicho mes en la localidad abulense de El Barco de Ávila que era a la que más solía ir Alonso tanto para vender los chotos como el muleto que cada año criaba su yegua.
Las terneras que no se vendían, se mantenían separadas de las madres y sobre todo del toro para que no se cubriesen demasiado pronto, encargándose Antonio de pastorearlas en la zona baja de la sierra. A veces, si había hierba en los prados, se aprovechaba para que las chotas pastasen durante el día, recogiéndolas de noche en los corrales.

Ternera destetada lista para la venta.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.

En invierno, las vacas seguían pastando en las zonas más bajas y abrigadas de la sierra durante el día pero por la noche eran encerradas en los corrales para que estuviesen más protegidas y para complementar su alimentación con el heno segado en verano.
Además, durante el invierno tenía lugar la paridera y había que cuidar adecuadamente a las vacas para que diesen suficiente leche para que los ternerillos creciesen fuertes y sanos.

Ternero recién nacido.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.

Terminadas las reservas de heno y llegada la primavera, la gran mayoría de las vacas eran llevadas a las dehesas de zonas más bajas donde permanecían toda la primavera.
Alonso las llevó a varias dehesas diferentes a lo largo de los años como Cuaternos (Cuacos de Yuste), Las Cabezas (Casatejada) y El Gamonital (Talayuela) ya en el límite con la provincia de Toledo.
Generalmente, Alonso se asociaba con otros ganaderos para llevar entre todos las vacas a la dehesa y pagar un vaquero entre todas para cuidarlas. Durante años las tuvo con sus cuñados Miguel y Modesto y con su primo Gonzalo.
Las vacas permanecían en la dehesa hasta el 24 de junio, día en el que regresaban a la sierra.

Vacas en la dehesa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el pueblo, sólo se quedaban algunas vacas delicadas o viejas y algunas de las más mansas para poder ordeñarlas y hacer quesos que se curaban para comerlos a lo largo del año.
El cuidado de estas vacas que quedaban en los prados del pueblo, era una de las principales tareas de Antonio, especialmente una vez que terminó la escuela con 14 años y hasta que se marchó a hacer la mili a Valladolid donde permaneció tres años.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez. 1945.
(c) Colección Familia De la Calle.

Al regresar de la mili, y como sus hermanos Benjamín y Marcelino ya se había casado y vivían fuera de casa, Antonio quedó encargado de ayudar a su padre con las vacas y el trabajo del campo mientras que él repartía el correo.
La repentina muerte de Alonso el 26 de junio de 1950, hizo que Antonio pasase a ser el cartero rural del pueblo pero siguió manteniendo las vacas de su padre, poniéndose de acuerdo con su hermano Marcelino para cuidarlas entre los dos.

Alonso de la Calle JIménez. 1950.
(c) Colección Familia De la Calle.

Sin embargo, al haber dejado ya sus tíos las vacas en manos de sus hijos, era complicado llevar las vacas a la dehesa y decidieron mantenerlas todo el año en el pueblo, vendiendo algunas para poder manejarlas mejor, especialmente en primavera ya que no estaba permitido el pastoreo de vacas en buena parte de la sierra y había que mantenerlas en los prados particulares o en las zonas bajas de la sierra con constante vigilancia para que no rebasasen los límites de los terrenos acotados.

Terrenos habituales de pastoreo de las vacas de Antonio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El 12 de abril de 1951, Antonio contrajo matrimonio con Visitación Hidalgo Burcio, también descendiente de familia vaquera aunque sus padres Constantino Hidalgo del Monte y Benigna Burcio de la Calle no se dedicaba a la cría de vacas "negras" como sus antepasados, sino que tenían vacas "suizas" (Frisonas) para la producción de leche y terneros. 
Antonio no podía por el momento tener semejantes animales que requerían grandes cuidados pues era algo incompatible con su oficio de cartero, por lo que durante años, continuó teniendo las vacas "negras" con su hermano Marcelino.

Antonio y Visitación en 1950.
(c) Colección Familia De la Calle.

Las vacas negras requerían pocos cuidados pues gran parte del año podían estar solas en la sierra siendo vigiladas periódicamente.
Antonio se levantaba temprano, montaba en su burro y bajaba hasta Jarandilla de la Vera para recoger el correo, regresar al pueblo y repartirlo.
Por la tarde, realizaba las faenas propias del campo o se iba a la sierra para comprobar que las vacas estaban bien.

Antonio regresando de recoger el correo.
Recreación realizada en 2005.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Poseían excelentes fincas en el paraje guijeño de El Toril, donde por curiosas circunstancias de la vida o acaso por la política de "alianzas matrimoniales" de los abuelos, los padres de Antonio habían juntado varios prados y dos buenos corrales para estabular al ganado durante las noches invernales.
Durante el verano, segaban prados para almacenar suficiente heno para alimentar a las vacas durante todo el invierno y gran parte de la primavera.

Finca de El Toril de Arriba.
En ella puede verse el corral de Alonso de la Calle Jiménez.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las fincas de El Toril estaban perfectamente organizadas para la explotación de vacas sin necesidad de estar todo el día vigilándolas.
Los prados se encontraban cercados por paredes de piedra que impedían que las vacas se escapasen y que permitían gestionar adecuadamente el consumo del pasto, reservando ciertos prados para la siega.

Detalle de los prados separados por paredes de piedra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los corrales para vacas que había en la finca de El Toril eran magníficos edificios construidos según la técnica tradicional.
Se trataba de edificaciones de dos plantas con muros de piedra y tejado de madera y teja árabe.
La planta inferior estaba destinada a encerrar al ganado durante las noches más frías del invierno, contando a menudo con departamentos de tablas para tener separados a los terneros pequeños y evitar que las madres pudiesen pisarlos sin querer o que otras vacas los pegasen.
Adosada a una o más paredes del corral, se encontraban los pesebres, constituidos por un muro de piedra de escasa altura sobre el que se colocaba una viga en la parte frontal. En los pesebres se echaba el heno para que las vacas lo pudiesen comer cómodamente.

Interior del corral con los pesebres.
(c) Silvestre de la Calle Hidalgo.

En algunos corrales, se colocaban sobre los pesebres los llamados peines, consistentes en palos verticales clavados a dos palos horizontales formando una especie de barandilla que se colocaba de forma paralela a la pared y ligeramente inclinada para echar el heno y que las vacas lo comiesen sin tirarlo al suelo.


Peine sobre un pesebre.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La planta baja de los corrales tenía generalmente dos puertas para permitir la salida directa de las vacas a los prados o bien a un cercado exterior o majal que daba acceso a los diferentes prados o a las callejas que conducían a los mismos.

Vista lateral del corral de El Toril de Arriba.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La planta superior o desván se utilizaba como almacén del heno segado durante el verano y, eventualmente para dormir en la época en la que estaban pariendo las vacas.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en edificaciones similares como las cabañas pasiegas de Cantabria, los corrales nunca tenían cocina ni zona destinada a vivienda sino que se construía una casilla pequeña junto a ellos para cumplir esta función de refugio temporal del ganadero ya que las familias no se trasladaban a las fincas salvo en la época de la siega.

Heno almacenado en el desván.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El heno se echaba a la planta inferior para repartirlo en los pesebres y peines a través de un agujero practicado en el suelo conocido con el nombre de "boquera".
Para evitar caídas accidentales, la boquera se situaba lejos de la puerta de entrada normalmente en una esquina del desván aunque si el corral era muy grande, se situaba en el centro junto o se hacían varias boqueras sobre los pesebres.

Detalle de una boquera desde abajo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los corrales de vacas se construían siempre aprovechando el desnivel del terreno para facilitar la recogida del heno sin tener que subir por escaleras. De esta forma, la planta baja quedaba semienterrada y la planta superior tenía la puerta de acceso a nivel del suelo.

Puerta del desván.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando los prados segados estaban un poco alejados del corral, el heno era transportado a cuestas por los propios ganaderos o arrastrado con la ayuda de caballerías hasta el corral para luego colocarlo adecuadamente en el desván.

Arrastrando heno con un caballo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Algunos años, se producía tanto heno que no podía ser almacenado en los corrales por lo que se hacían en los propios prados "ameales" o almiares, apilando el heno sobre un palo central y dando forma cónica para que el agua y la nieve no pudriesen el heno.

Ameal en invierno.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

De esta forma, explotaron Antonio y Marcelino sus vacas durante años. En verano las subían a la sierra y el resto del año pastaban en las zonas bajas y en los prados, alimentándolas con heno cuando el campo tenía poca "comida".
En el otoño, vendían los terneros, hacían las cuentas y repartían el dinero.

Chotas listas para la venta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Posteriormente, Antonio y Marcelino comenzaron a criar vacas lecheras de raza "suiza" dedicadas a la producción de leche para el consumo y para la venta y de terneros que se vendían para carne.
El manejo de estos animales era bastante diferente y complejo al tener que ser ordeñadas dos veces al día y mantenidas en buenos prados. Como son vacas de andar lento y torpe, no podían realizar largos desplazamientos diarios ni pastar en las zonas altas de la sierra donde podían despeñarse con facilidad. Además al tener que llevar la leche en cántaros cargados a lomos de los burros hasta el pueblo para su venta o su transformación en queso, no podían tenerse en fincas situadas a gran distancia del pueblo o al menos en épocas de gran producción lechera.

Vaca suiza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antonio y Marcelino decidieron separar las vacas "suizas" y explotarlas de cada uno de manera independiente en fincas situadas más cerca del pueblo aunque siguieron explotando las vacas "negras" de manera conjunta.
Visita había heredado una parte de la finca de sus padres en El Risco de La Guija. Tenía muy buenos prados ideales para las vacas "suizas" pero no tenía corral por lo que tuvieron que construir uno para poder poder encerrar a las vacas durante la noche y almacenar el heno para el invierno.

Finca de El Risco la Guija.
Corral de las vacas y prados.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Fue precisamente en esta época cuando Antonio estuvo a punto de emprender un ambicioso proyecto con las vacas lecheras, esta vez junto a su hermano Benjamín.
Ambos viajaron a Madrid con idea de comprar una vaquería situada en Cuatro Caminos para vender leche fresca en la capital. La compra incluía el inmueble y las vacas.
Ambos tenían que poner 100.000 pesetas para la compra y Antonio y Visita las reunieron pronto pero Benjamín y su esposa Elisa no terminaron de decidirse por lo que el proyecto no prosperó.
Por ello, Antonio decidió seguir con sus vacas en pueblo y con su oficio de cartero.

Antonio y Benjamín. 1997.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como no era una actividad exclusiva y además entonces no se podía comprar pienso para las vacas y su alimentación se basaba en la hierba, el heno y los productos que se pudiesen cultivar en la propia explotación, Antonio tenía un reducido número de cabezas, superando rara vez las 4 reproductoras.
La mayor parte del año, las vacas estaban en El Risco la Guija, a media hora del pueblo, pero durante los meses de verano, Antonio las llevaba al Toril.

Finca de El Toril de Abajo.
Corral y prados delimitados por paredes de piedra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En una y otra finca, el ordeño se realizaba de manera manual pues entonces se desconocían las ordeñadoras y la leche se llevaba al pueblo en cántaros que se cargaban en el burro.
Cuando estaban en El Toril, la producción lechera de las vacas era mucho más baja que en El Risco la Guija por la diferencia de la hierba. Los prados de El Toril eran de cervuno o hierba fina y cuando las vacas pastaban en ellos daban poca leche pero con un gran porcentaje de grasa mientras que en el Risco de la Guija, la hierba era más basta y la producción lechera aumentaba pero la leche tenía menor riqueza en sólidos.

Ordeñando una vaca a mano.
(c) Colección Familia De la Calle.

Aunque la principal producción de las vacas suizas era la leche, lógicamente parían todos los años y la venta de los terneros constituía un ingreso extra de vital importancia.
Los terneros suizos tienen carne de buena calidad, especialmente si las madres se alimentan en pastoreo y si ellos mismos complementan la dieta láctea con el pasto aunque eran más buscados los terneros de otras razas.
Si se quería ordeñar toda la leche de las vacas, los terneros se vendían muy pronto puesto que se desconocía la leche en polvo y tenían que ser alimentados con leche materna.
Otras veces, se dejaba algún ternero, generalmente los machos para venderlo con 6 ó 7 meses a tratantes o directamente a carniceros, consiguiendo así más dinero.

Terneros suizos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antonio tenía que madrugar mucho para ordeñar las vacas y dejarlas "aviadas" (echadas de comer y con el corral limpio) para ir luego a por el correo.
Al Risco de la Guija, finca situada más abajo del pueblo tardaba poco más de 10 minutos andando pero al Toril se tardaba casi una hora.
Aunque en 1966 compró un coche, no podía llegar a ninguna de los fincas en él por lo que tenía que ir a pie, ordeñar y llevar la leche al pueblo con el burro.

Camino Real que comunica Guijo y Jarandilla.
Al fondo, el corral del Risco de La Guija.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo

Antonio decidió vender la finca del Toril y las pocas vacas negras que aún tenía en 1972 y dedicarse exclusivamente a las suizas en El Risco de la Guija
Como no dependía exclusivamente de las vacas para subsistir sino que constituían un complemento económico decidió no tener más que dos vacas adultas con sus correspondientes terneros y alguna novilla cuando fuese necesario reponer alguna vaca vieja.

Las vacas junto al corral.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En esta época, Antonio introdujo también una nueva raza. Se trataba de la Parda Alpina destinada a la producción de leche y carne.
Es una raza bastante rústica, sobria y resistente que requiere menos cuidados que la suiza por lo que era ideal para Antonio.
La leche de esta raza se caracteriza por su gran riqueza en grasa y proteína por lo que es ideal para elaborar mantequilla y queso de gran calidad.

Vaca Parda Alpina con su ternero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los terneros de raza Parda eran muy estimados en la época tanto si se trataba de animales puros como si eran cruzados.
Antonio crió excelentes terneros cruzados hijos de vacas Pardas y toros Charoleses, alguno de los cuales fue vendido en los años 80 a un carnicero de Jarandilla de la Vera por la cantidad de 90.000 pesetas la canal, cifra realmente alta en la época.

Ternero cruzado.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antonio dividió la finca en varias parcelas para realizar un sistema de pastoreo rotacional que hoy en día causaría admiración a muchos expertos.
Por la mañana, las vacas eran ordeñadas en el corral y tras amamantar a los terneros, se abría la puerta del corral para que saliesen al majal o corral descubierto que contaba con distintas entradas o porteras para dar acceso directo a los distintos prados que se encontraban separados por vallas de madera que impedían que las vacas se escapasen.

Vallas de madera que delimitaban los prados.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Había varias parcelas a las que las vacas podían salir directamente desde el corral de forma que Antonio podía dejar abierta la puerta del corral para que las vacas entrasen y saliesen libremente.
En el interior del corral, las vacas estaban sueltas, existiendo un pequeño aparatado con un valla de madera para mantener separados a los terneros cuando no salían al pasto o para impedir que mamasen y poder ordeñar a las vacas.

La finca del Risco de la Guija.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Cuando terminaban la hierba de una parcela en la que permanecían alrededor de una semana, eran trasladadas a otra y así sucesivamente hasta que volvían al punto inicial dando de esa forma el necesario descanso al suelo.
Para favorecer el crecimiento de la hierba y dado que la finca contaba con varias charcas, se regaban los prados a menudo.

Antonio regando los prados.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El burro, destinado a la labranza, cumplía también un papel importante en los prados al consumir las hierbas duras y de peor calidad que no consumían las vacas, saneando así el pasto.
Además en el corral había una gata que mantenía limpio el desván de ratones que podían comerse la cebada y el maíz almacenados para el ganado.

El burro, la gata y las vacas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como en primavera la hierba crecía deprisa, algún prado no podía ser consumido por las vacas y se reservaba para heno, segándose en el momento en el que la hierba estaba crecida pero no pasada.
El heno era segado con la guadaña y tras voltearlo y dejarlo secar al sol durante 2 ó 3 días, se recogía y almacenaba en el desván del corral.

Recogiendo el heno.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Algunas parcelas de la finca estaban dedicadas permanentemente al pastoreo mientras que otras se destinaban a pasto unos años y otros a labor para sembrar hortalizas y verduras para el consumo familiar y maíz para el ganado.
El maíz era un alimento excepcional para las vacas que durante el verano consumían la parte superior de la planta o espiga y las hojas, mientras que el grano una vez secas y recolectadas las mazorcas, se destinaba a la alimentación de las vacas una vez molido y también a la alimentación de cerdos y gallinas.

Antonio arando con el burro.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

También se cultivaba cebada en la finca o en otras cercanas para destinar la paja a la alimentación de las vacas en los meses invernales. El grano se molía para alimentar a los cerdos y gallinas, pudiendo darse también a las vacas y especialmente a los terneros.
Para trillar la cebada, en la finca había una era que aún se conserva.

Era del Risco La Guija.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Este sistema de explotación, que recuerda al seguido en ciertas áreas del norte peninsular, era muy efectivo y plenamente sostenible, consiguiendo obtener la máxima producción pero sin dañar el terreno.
Las vacas proporcionaban a Antonio y a su familia suficiente leche para el consumo en fresco y para la elaboración de queso y mantequilla de gran calidad puesto que las vacas se alimentaban fundamentalmente de pasto. La sobrante, era vendida y el dinero podía destinarse a la compra de otros productos que no se daban en la zona. 

Útiles para la elaboración del queso.
(c) Silvestre de la Calle García.

Cada vaca criaba un ternero, choto como se dice en El Guijo, al año que se vendía con 6 ó 7 meses a carniceros de los pueblos cercanos o a tratantes de ganado.
En aquella época, un choto bueno podía dar tanto dinero como el suelo de un mes de trabajo de Antonio como cartero por lo que la venta anual de un par de chotos, suponía un ingreso importante para la familia.
Las chotas se vendían para carne siempre y cuando no hiciese falta criarlas para reponer alguna vaca vieja pero a veces se recriaban y se vendían como novillas a otros ganaderos.

Novilla suiza.
(c) Silvestre de la Calle García.

Por supuesto, las vacas producían gran cantidad de estiércol para abonar las tierras en las que se cultivaban verduras y hortalizas para el consumo familiar y plantas forrajeras para la alimentación de las vacas y de otros animales criados en casa.

Antonio y visita desgranando maíz para los animales.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A parte de las vacas y el burro para el trabajo, Antonio y Visita tenían más animales en casa.
No faltaba el cochino que cada año cebaban con gran mimo para la matanza y que se beneficiaba mucho del suero sobrante de la elaboración del queso.
También tenían unas cuantas gallinas para abastecerse de huevos y pollos.

Gallinas de Antonio y Visita.
(c) Silvestre de la Calle García.

A parte del huerto y del ganado, Antonio y Visita tenían olivos para la obtención de aceite, árboles frutales como castaños e higueras y por supuesto viñas para elaborar el tradicional vino de pitarra, aguardiente y licores artesanales.

Antonio en su bodega.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con lo que sacaban de las vacas, los productos que cultivaban, la carne de la matanza y las gallinas, prácticamente vivían ellos y sus hijos, siendo el sueldo de Antonio destinado al ahorro.
Esto puede servirnos mucho pues hoy en día la gente del medio rural hemos renunciado en gran medida a mantener estas pequeñas explotaciones de autoconsumo aunque también es verdad que desde los despachos no se ayuda....

La matanza en casa de Antonio y Visita.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antonio mantuvo este sistema de explotación hasta que en 1985 tuvo que ser operado de una lesión en la rodilla. Pensando que ya no iba a estar como antes, viendo que ya tenía 61 años y que sus hijos Alonso, Inmaculada, María Antonia y Raquel no iban a seguir con las vacas, decidió venderlas.
Fue una decisión apresurada, porque a los pocos meses estaba mucho mejor que antes y podría haber seguido con las vacas durante muchos años más pero siguió trabajando como cartero hasta 1989 y dedicándose en sus ratos libres al huerto, alquilando los pastos a otros ganaderos.

Vacas de José Miguel Jiménez Díaz en los prados de Antonio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante bastantes años más, Antonio siguió teniendo el burro para trabajar en el huerto así como cebando todos los años un cerdo para la matanza. Hasta los 90 años estuvo sembrando en el Risco la Guija verduras y hortalizas para toda la familia.
A partir de esa edad comenzó a sembrar un par de huertos que tenía dentro del pueblo donde cultivaba algunos tomates, pimientos, patatas...como entretenimiento y teniendo también unas cuantas gallinas.

Antonio recogiendo las patatas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Ya en el año 2000 Antonio decidió dividir la finca entre sus cuatro hijos para que pudieran comenzar a disfrutar de ella aunque él siguiese cultivándola en parte.
El corral de las vacas, fue para su hijo Alonso que lo restauró sin que perdiese el aspecto original para destinarlo a vivienda temporal durante los meses de verano. También Alonso pasó a ser propietario de algunos de los prados, en los que tuvo yeguas durante bastantes años.

Finca de El Risco de la Guija. 2005.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Hasta sus últimos días Antonio recordó con gran cariño sus años como vaquero, sintiéndose muy orgulloso de haber continuado con la tradición familiar.
Así nos lo contaba él:

"Todos los antiguos de la familia habían tenido vacas así es que yo seguía con ellas cuando se murió mi padre aunque tuve que tenerlas de otra manera porque como era cartero yo no podía llevarlas a la dehesa y tampoco podía pagar un vaquero para cuidarlas.
Las tuve a medias con mi hermano Marcelino porque mi hermano Benjamín las tenía de por parte.
Como eran vacas negras no daban mucho trabajo pero luego ya compramos suizas y esas eran muy trabajosas y no se podían tener de la misma manera.
Al principio las subía al Toril pero luego ya vendí aquella finca y las vacas negras y me quedé sólo con las suizas en El Risco la Guija. Después tuve también pardas que daban menos leche pero mejores chotos. No tuve nunca muchas. No pasé de 20 entre negras y suizas y luego ya tuve sólo 4 ó 5 grandes.
En el 85 me operaron de una rodilla y tuve que venderlas porque los hijos ya estaban trabajando o estudiando y no iban a seguir con ellas.
Pero me acuerdo bien de ellas y con cariño porque nos ayudaron a Visita a mí a salir adelante y a criar a los muchachos y esas cosas no se pueden olvidar".

Antonio "El Correo"
Vaquero y cartero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Dedicado a la memoria de Antonio Leandro de la Calle Jiménez, mi abuelo.

Fdo: Silvestre de la Calle García.


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