lunes, 23 de enero de 2023

EL GANADO DEL ABUELO VIEJO

Antonio Jiménez García (1810-1898), conocido popularmente como "El Abuelo Viejo", fue sin lugar a dudas el personaje más importante de la historia de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), pueblo en el que nació, vivió y murió.
El currículum de Antonio era extenso puesto que fue escribiente, secretario municipal, alcalde y diputado provincial aunque él mismo decía que era PASTOR, ya que su actividad económica se centró siempre en la ganadería complementada con la agricultura y la comercialización de los productos generados en su explotación.

El Abuelo Viejo y su esposa Josefa.
Cabreros, vaqueros y borregueros.

Antonio nació en lo que por entonces era El Guijo de Jarandilla, barrio perteneciente a la Villa de Jarandilla que no consiguió su independencia definitiva hasta el 27 de agosto de 1816, tomando en ese momento el nombre de Guijo de Santa Bárbara.
Fue el primogénito de Alonso Jiménez Ovejero (1788 -1822), natural de El Guijo de Jarandilla y de Francisca García Jiménez (1790 - 1864), natural de Navalmoral de la Mata.
Residía este matrimonio en la Calle del Lavadero, en una casa que había sido construida tres años antes del nacimiento de Antonio y en la que había vivido Alonso con su primera esposa, que murió sin descendencia.

Casa natal de Antonio Jiménez García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Desde pequeño, como todos los niños del pueblo, Antonio ayudaba a su padre con el ganado. Un centenar de cabras, algunas ovejas, la yunta de vacas para el trabajo, algunas caballerías, cerdos y gallinas componían la ganadería familiar.
Desde los 5 o 6 años, Antonio se ocupaba de llevar la leche desde el corral al pueblo en los cántaros de hojalata que se cargaban en las aguaderas del burro y al volver al corral, mientras su padre o el cabrero o criado que servía con ellos llevaba las cabras a la sierra, Antonio se encargaba del cuidado de las chivas y las cabras que por diversos motivos no podían seguir al resto, sacándolas a pastar por los alrededores del corral donde no había peligro de que fuesen atacadas por lobos y águilas chiveras.

Cabras junto a un corral tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A partir de los 7 u 8 años, Antonio ya acompañaba durante todo el día al cabrero en el careo diario para ir aprendiendo así el oficio familiar, conociendo los recorridos más adecuados según el tiempo y la época del año. Se necesitaban muchos conocimientos para manejar una piara de cabras pues aunque contaban los cabreros con la valiosa colaboración de los careas, pequeños y veloces perros entrenados para el manejo del ganado, y la de los soberbios mastines para proteger a las cabras del ataque del lobo, había que vigilar permanentemente a las cabras para que no invadiesen sembrados o lugares donde no se podía pastar.

El cabrero con las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Alonso, el padre de Antonio, ordeñaba las cabras por la mañana para dedicarse el resto del día al trabajo en la finca de La Viruela. Según la época del año, realizaba distintas tareas como llevar el estiércol para abonar la tierra a lomos de las caballerías, arar la tierra con la yunta, cavar, sembrar, regar, recolectar los distintos productos....
En ocasiones necesitaba la ayuda del criado y Antonio se hacía entonces cargo de las cabras él sólo cuando contaba con apenas 9 o 10 años.

Arando con la yunta de vacas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

No acababan ahí las tareas de Antonio, que tenía que ayudar a su abuela María Teresa Ovejero Gómez (1759-1831) en la tahona o panadería que regentaba. Natural de Aldeanueva de la Vera (Cáceres) pero descendiente de Palacios de Becedas (Ávila), María Teresa llegó a Guijo en 1884 cuando contrajo matrimonio con Francisco Jiménez Gómez (1755-1807). Al quedar viuda y con varios hijos aún muy jóvenes, tuvo que buscar algún trabajo para sacar adelante a la familia, haciéndose así panadera.
Cuando Antonio era niño, la abuela María ya iba mayor pero seguía haciéndose cargo del negocio, aunque necesitaba bastante ayuda.

Horno tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El 11 de septiembre de 1822 una gran desgracia golpeó a esta familia de ganaderos guijeños. Alonso Jiménez Ovejero falleció a los 34 años dejando a su mujer y a sus 5 hijos Antonio, Claudio, José, Andrés y Cándida en una difícil situación.
Antonio, a sus 12 años se convirtió en el cabeza de familia y con gran esfuerzo logró sacar adelante a su madre, a sus hermanos y a su abuela gracias al ganado, las fincas y la tahona.

Cabrero con cabritos en las alforjas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Pese a sus múltiples ocupaciones, Antonio quiso aprender a leer y a escribir. No había podido asistir a las clases que el maestro del pueblo por lo que pidió ayuda a Fray Pedro Merchán Vidal (1783-1868), religioso franciscano que se hacía cargo de la parroquia llamada por entonces de Santa Bárbara y hoy de Nuestra Señora del Socorro. El religioso accedió encantado a enseñarle a leer y a escribir por las noches en la casa parroquial a la luz de la lumbre y de los candiles.

Candil.
(c) Silvestre de la Calle García.

Fue un alumno aplicado y aprendió muy pronto a escribir por lo que las autoridades municipales, siguiendo el sabio consejo del sacerdote, decidieron dar a Antonio un trabajo como escribiente para redactar todo tipo de documentos del Ayuntamiento, dándole un pequeño sueldo que permitiese mejorar las condiciones económicas de la familia. Al darse cuenta de su eficiencia, le nombraron secretario municipal.

Firma de Antonio Jiménez García.
(c) Silvestre de la Calle García.

Antonio no dejó por ello su trabajo como ganadero y agricultor pues la familia dependía de ello.
Pese a que su madre contrajo nuevamente matrimonio en 1826, Antonio siguió ayudándola del mismo modo que ayudó a sus hermanos por ser menores que él.
El 12 de marzo de 1829 Antonio contrajo matrimonio con Josefa Lorencia Santos García (1812-1896) , hija de José Santos Castañares (1789-1849) y de Dionisia Lorencia García (1787-1865). 
Aunque natural de Guijo, la familia paterna de Josefa descendía de Jarandilla mientras que la materna era originaria de Losar de la Vera.

Josefa Santos García.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.

Antonio y Josefa tuvieron 10 hijos: Antonio Modesto, Rufina, Casimira, Trinidad, María Asunción Micaela, Felipa, Manuel, Víctor, Decoroso Valentín y Anacleta Elvira.
Salvo Rufina y Decoroso Valentín que murieron con pocos días de vida, el resto sobrevivieron hasta la edad adulta.
Algunos de los hijos de Antonio, marcharon del pueblo pero varios se casaron y vivieron en el pueblo continuando con la actividad ganadera familiar.

Antonio Modesto Jiménez Santos.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.

La familia vivía al principio fundamentalmente de la ganadería caprina complementada con la agricultura.
Las cabras de Antonio eran de raza "del país", como entonces se decía para referirse al ganado autóctono de una zona determinada y que se criaba desde tiempo inmemorial en el lugar o país. Sus características venían a coincidir con las de la actual cabra Verata, si bien eran un poco más pequeñas debido al manejo extensivo y en zona montañosa.

Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.

Se trataba de cabras caracterizadas por su tamaño medio, perfil recto o ligeramente cóncavo, cuernos en forma de espiral a largada (cabras machunas) o en forma de arco (cabras cornivanas) y con coloraciones variables: negras o moruchas, revoladas, cárdenas, rubias, galanas...con diversas particularidades que daban lugar a una rica y variada terminología.
Las principales producciones de estas cabras eran la leche, la carne, el estiércol y las pieles.

Piara de cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La leche, a parte de una pequeña cantidad destinada al consumo directo en fresco tanto en casa como para la venta a los pocos vecinos del pueblo que no tenían cabras, se destinaba fundamentalmente a la elaboración de queso fresco que se vendía tanto en Guijo como en los pueblos cercanos.
Josefa se encargaba de hacer el queso y venderlo en el pueblo, mientras que cuando había que ir a otros pueblos, Antonio se encargaba de ir con las caballerías cargadas con los preciados quesos que se cubrían con helechos para mantenerlos frescos y se introducían en cestos o cajas de madera que se cargaban sobre el aparejo de las caballerías.
Iba Antonio a pueblos como Losar, Jarandilla o Aldeanueva aprovechando los contactos familiares para vender el queso.

Queso fresco de cabra recién hecho.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los cabritos o chivos se vendían para carne con 1 ó 2 meses de vida. La paridera tenía lugar generalmente en los meses de marzo o abril aunque con un esmerado manejo, se podía conseguir que un porcentaje elevado de cabras pariesen en el otoño con el fin de vender los cabritos en Navidad, época en la que había mayor demanda. Además, las cabras que parían en otoño producían leche durante más tiempo.
Tras el nacimiento, los cabritos permanecían mamando hasta su venta o sacrificio que tenía lugar cuando pesaban unos 10 ó 12 kilogramos.

Cabra con cabritos recién nacidos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los cabritos se vendían directamente a carniceros locales o de pueblos vecinos aunque a veces el propio Antonio sacrificaba algunos cabritos para vendérselos directamente a vecinos del pueblo.
El motivo de venderlos o sacrificarlos siendo tan pequeños, se debía a la necesidad de poder ordeñar a las cabras para elaborar queso, cuya venta era más sencilla puesto que siempre había una gran demanda.

El cabrero con un cabritillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Importante era también la venta de cabras para carne, tratándose de cabras viejas, poco productivas o "machorras", estas últimas especialmente apreciadas, que eran compradas por los carniceros para su posterior sacrificio ya que la carne de cabra era la más demanda y consumida en fresco. Además de eso, en la época de las matanzas, las cabras viejas eran muy demandas para la producción de embutidos mezclando su carne con la grasa de los cerdos y "aumentando" así la matanza elaborando las curiosas morcillas de verano.

Cabra Verata adulta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Respecto al estiércol, por curioso que pueda parecer, era una de las producciones más valoradas por los cabreros que, como Antonio, compaginaban la ganadería con la agricultura.
Se distinguía entre el estiércol seco y molido, conocido como poliso, producido en los majales al aire libre y el verdadero estiércol producido en los corrales al cubrir el suelo con hojas de roble durante los meses invernales.
El estiércol y el poliso de cabra eran un valioso abono para las tierras de cultivo.

Cabras en un majal.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antonio abonaba con el estiércol su finca de La Viruela, situada al sureste del pueblo. 
Se trataba de una finca de 79 áreas dedicada fundamentalmente al cultivo de olivos y parras pero al tener derecho a riego con las aguas del cauce de El Toril, podían cultivarse en ella productos como patatas, judías, coles, pimientos, tomates...
Bajo los olivos, se sembraban cereales de secano como la cebada o de regadío como el maíz según las necesidades de cada año.
Para el buen desarrollo de todos estos cultivos, además del esmerado trabajo de Antonio, el estiércol de las cabras era imprescindible.

Corriendo la canilla en la bodega de Antonio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La piel de las cabras y de los cabritos era muy estimada. Normalmente, eran los carniceros que compraban las cabras y cabritos los que vendían las pieles de dichos animales a los "pieleros", por lo que el beneficio era nulo para los cabreros.
Algunos ganaderos como Antonio, mataban algunos cabritos y cabras personalmente para el consumo familiar y vendían las pieles o las utilizaban para fabricar los tradicionales pellejos o "zaques", utilizados para el transporte de vino y aceite. Como ya hemos dicho, Antonio producían vino y aceite principalmente para el consumo propio pero también para venderlo en pequeña escala, necesitando los pellejos para el transporte.

Macho capón, los más apreciados por su piel.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Pero Antonio tenía que compaginar la actividad agropecuaria con otro puesto en el Ayuntamiento, pues en 1833 cuando contaba con 23 años, había sido elegido alcalde.
Durante su mandato se preocupó por solucionar algunos aspectos fundamentales para el sector agropecuario como la redacción y aprobación del acuerdo de aguas y pastos entre los municipios de Guijo de Santa Bárbara y Jarandilla de la Vera. Desde 1816 se habían producido continuos altercados entre los vecinos de ambas poblaciones por la utilización para el riego del agua de la garganta Jaranda y la gargantilla de El Toril o garganta Jarandilleja así como por el aprovechamiento de los pastos en época invernal cuando los vecinos de Guijo se veían obligados en numerosas ocasiones a dejar el término municipal debido a las intensas nevadas.

Antonio Jiménez García.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.

Además de las cabras, Antonio tenía también algunas vacas que, como ocurría con las cabras, eran denominadas vacas del país o serranas que por su coloración oscura eran también denominadas moruchas. Sus características eran similares a la de la actual Avileña bociblanca, siendo utilizadas como animales de trabajo, para la cría de terneros, la producción de estiércol y ocasionalmente para la producción de leche.

Vaca Avileña Bociblanca.
(c) Silvestre de la Calle García.

En Guijo de Santa Bárbara se empleaban fundamentalmente vacas para el trabajo, siendo muy raros los bueyes aunque siempre había alguna yunta de estos animales dedicada al arrastre de madera y piedra para la construcción de casas y corrales.
Las vacas se utilizaban para arar y trillas el trigo y la cebada. Al contrario que en otros lugares, en Guijo ningún ganadero o agricultor poseía carros debido a que los caminos eran muy estrechos y con grandes pendientes.

Yunta de vacas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Los terneros criados por las vacas, se vendían al destete con 6 ó 7 meses a carniceros de pueblos cercanos o como animales para vida en los mercados y ferias cercanos, fundamentalmente en El Barco de Ávila y en Navalmoral de la Mata, zonas en las que Antonio tenía numerosos contactos gracias a sus familiares.
En ocasiones, se recriaban tanto machos como hembras para vender los primeros como añojos para ser domados como bueyes y las segundas como futuras reproductoras cuando ya eran añojas o eralas, obteniendo así un beneficio mayor.

Vaca con ternero recién nacido.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.

Las vacas viejas, al final de su vida reproductiva, se vendían también para carne a carniceros de fuera del pueblo, pues los carniceros guijeños nunca sacrificaban vacas para el abastecimiento de sus carnicerías por no contar con infraestructuras adecuadas para el sacrificio de animales tan grandes.
Sólo una vez al año el oficial de la toza o encargado de la carnicería municipal sacrificaba una vaca: el día de Santa Bárbara.

Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Desde tiempo inmemorial, existía en Guijo la costumbre de sacrificar una vaca que era comprada por la Cofradía de Santa Bárbara para entregar a cada cofrade 4 libras de carne, vendiendo los despojos y la carne sobrante al resto de vecinos o a los cofrades que quisiesen más cantidad.
Antonio vendió vacas a la Cofradía en 1848 por 450 reales, en 1859 por 800 reales y en 1863 por 875 reales. 
La costumbre de la vaca de Santa Bárbara desapareció en 1867 pero Antonio siguió vendiendo vacas de forma particular durante el resto de su vida.

Vaca Avileña.
(c) Silvestre de la Calle García.

Como en el caso de las cabras, la producción de estiércol tenía una gran importancia pues, aunque no se destinaba a la comercialización, era muy necesario para el abonado de las tierras.
Durante el invierno, las vacas eran encerradas en casillas y corrales cuyo suelo se encamaba con hojas de roble recogidas en los extensos bosques del pueblo. Las hojas se recogían en grandes sacos o con redes que eran cargadas a lomos de las caballerías para llevarlas a los corrales. Había que removerlas varias veces e ir añadiendo más cada pocos días para que el ganado estuviese seco. Cuando las hojas estaban totalmente podridas, se consideraba que el estiércol estaba listo para cargarlo en las caballerías y llevarlo a las tierras de cultivo.

Corral de vacas con cama de hojas de roble.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La producción lechera tenía menos importancia. Sólo se ordeñaba a las vacas más lecheras durante unas semanas tras el parto siempre y cuando el ternero no pudiese consumir toda la leche aunque en ocasiones, se cuidaba con más esmero a estas vacas para prolongar el ordeño durante algunos meses.
La leche obtenida se destinaba al consumo familiar tanto en fresco como transformada en queso y mantequilla.

Vaca Avileña con gran desarrollo mamario.
(c) Miguel Alba Vegas.

Con las vacas, siempre tenía Antonio alguna yegua dedicada fundamentalmente a la crianza de potros o muletos (mulos pequeños) que tenían mejor venta, llegando a valer al destete con 6 meses tanto dinero como la madre e incluso más.
También tenía algún mulo para carga y algún burro para que los niños se montasen mejor cuando tenían que ir al campo.

Yegua con su potrillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Naturalmente, como todas las familias del pueblo, Antonio y Josefa cebaban cada año 1 ó 2 cerdos o cochinos para la matanza. Se trataba de cerdos de tipo ibérico que alcanzaban gran tamaño y proporcionaban una canal muy engrasada aunque de carne exquisita. Su crecimiento era lentísimo pues no estaban listos para la matanza hasta el año y medio o dos años.
Con 1 ó 2 cerdos podía alimentarse la familia durante todo el año puesto que proporcionaban gran cantidad de tocino y embutidos como morcillas frescas y de calabaza, morcillas de verano, chofes, chorizos y salchichones. Los jamones y lomos a menudo se vendían para comprar cochinillos para la próxima matanza o para comprar tocino destinado a la alimentación familiar ya que éste era un ingrediente básico para el cocido.

Cochinos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

También tenían gallinas para abastecerse de huevos y pollos. Se prestaba poca atención a la selección de las gallinas, existiendo muchas variedades. Eran gallinas de tamaño pequeño a mediano que pasaban el día sueltas por la calle alimentándose de lo que podían y recibiendo como complemento las sobras de la comida y algo de grano o pan duro remojado.
Los huevos se destinaban al consumo y a la venta. Cada año, se dejaba que una o dos gallinas incubasen huevos para obtener las pollitas necesarias para reponer las gallinas viejas, pero como también nacían pollitos, estos se engordaban y se vendían o se sacrificaban para el consumo, dejando siempre el mejor de todos como gallo reproductor.

Gallo y gallinas.
(c) Javier Bernal Corral.

Ante el continuo aumento de la familia, Antonio vio que era necesario poder criar más cochinos y gallinas y al mismo tiempo disponer de más tierra de cultivo, por lo que en 1838 adquirió la Huerta del Monge, situada a las afueras del pueblo. Esta huerta de 26 áreas de superficie, denominada así por ser muy húmeda y tener mucho monge o musgo, había pertenecido a la Parroquia pero con la Desamortización de los bienes eclesiásticos llevada a cabo por el ministro Juan Álvarez de Mendizábal, salió a pública subasta, siendo comprada por Antonio.
En ella podría cultivar diversos productos para el consumo familiar y del ganado.

Parte de la Huerta del Monge.
(c) Silvestre de la Calle García.

Sin embargo, la manutención del ganado preocupaba profundamente a Antonio pues por falta de tierra propias, no podía tener todo el ganado que quisiera y sabía que antes o después iba a necesitar más animales para mantener a la familia.
Las cabras podían pastar todo el año en la sierra, complementando su alimentación con heno, paja y cereal únicamente en casos muy excepcionales pero las vacas necesitaban terrenos más abrigados para pasar el invierno o bien disponer de suficientes prados para almacenar gran cantidad de heno en los corrales o para hacer ameales (almiares) en los prados.

Haciendo un ameal.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Por este motivo en 1843, Antonio adquirió en subasta pública la finca conocida como El Convento, en el término municipal de Jarandilla de la Vera.
Se trataba de la propiedad que circundaba el convento franciscano de Santo Domingo de Guzmán. Tras la exclaustración de los frailes en 1835 y la Desamortización antes citada, la finca pasó a ser propiedad del Estado que procedió a subastarla posteriormente.
La finca contaba con numerosos prados, extensos olivares y buenos viñedos. El edificio del convento se encontraba ya en estado ruinoso.

Ruinas de la capilla del Convento.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La adquisición de esta finca, permitió a Antonio producir anualmente grandes cantidades de aceite y vino que destinaba a la exportación. Aprovechando que su bisabuelo José Ovejero era natural de Palacios de Becedas y que su tía Manuela Castañares Canalejo descendía de Lancharejo, ambas localidades situadas en la cercanía de El Barco de Ávila, Antonio aprovechó los contactos con sus familiares para comercializar el vino y el aceite que producía en aquellas tierras castellanas.
Cuando subía a vender terneros, potros y muletos a las ferias y mercados de El Barco de Ávila, aprovechaba para llevar caballerías cargadas con el vino y el aceite. Estos líquidos se llevaban normalmente en pellejos de piel de cabra y más raramente en cántaros.
Aprovechaba para invertir el dinero obtenido de la venta del ganado, del vino y del aceite en la compra de otros productos como patatas, judías o harina de trigo.

Feria de El Barco de Ávila.
(c) Silvestre de la Calle García.

Con la compra de prados en el Convento, Antonio solucionó la alimentación de las vacas en invierno al disponer de abundante heno. Cuando se agotaba la reserva de heno al final del invierno o principios de la primavera, tenían que ser trasladadas a dehesas situadas lejos del pueblo, pagando costosos arriendos. 
En las dehesas permanecían hasta el 24 de junio, momento en el que regresaban al pueblo. De esa forma, se permitía el crecimiento de los pastos comunales y también el crecimiento de la hierba de los prados particulares para poder segarla y almacenarla como ya se dijo antes.

Vacas camino de la dehesa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Por este motivo, Antonio compró en 1843 la Dehesa de Centenillo, situada en término municipal de Talayuela (Cáceres). Se trataba de una inmensa dehesa de 1242 hectáreas de superficie, algo a todas luces excesivo para Antonio que al año siguiente, vendió 2 de los 4 cuartos en los que se hallaba dividida la dehesa a un ganadero de Losar de la Vera (Cáceres), quedándose él con los cuartos denominados Los Rodeos y El Baldío de las Barcas.
Con esto se aseguraba pasto gratuito para sus vacas durante el invierno y la primavera, alquilado el sobrante a ganaderos guijeños por una módica cantidad.

Vacas en la dehesa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Junto a la dehesa, había en venta un terreno de regadío de 38 hectáreas conocido como La Vega de la Barca. Contaba con una casa denominada "Casa del Colorín", varios secaderos de pimiento y una rueda o máquina hidráulica para elevar el agua del río Tiétar y poder regarla. 
Aprovechó Antonio la oportunidad y compró esta finca, dedicándose desde ese momento al cultivo del pimiento y a la elaboración y venta del afamado pimentón de la Vera. Lo vendía en el pueblo pero también en la zona de El Barco de Ávila donde era muy demandado.

Pimentón de la Vera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Muy cerca de estas propiedades, pero en la orilla opuesta del río Tiétar y el término municipal de Valverde la Vera, se encontraba el molino del Pozo del Rey, que estaba también en venta.
Se trataba de un molino de sólida construcción que contaba con dos muelas o piedras.
No podía Antonio dejar pasar semejante oportunidad pues un molino era el negocio más lucrativo que existía en La Vera en esos momentos pues era una zona cerealista de gran importancia.
Los molinos privados funcionaban por el sistema de maquila o maquileo, consistente en que los labradores que fuesen a moler debían entregar como pago al molinero una determinada cantidad de harina una vez que se moliese el cereal. Normalmente, el molinero era un simple trabajador contratado por el amo del molino por lo que la maquila se repartía entre ambos.

Ruinas del Molino del Pozo del Rey.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los molinos de dos muelas, como el de Antonio, transformaban el cereal en harina fina destinada al consumo en una de las muelas y en harina basta o pienso para el ganado en la otra.
De esta forma, una vez recibida la parte correspondiente de la maquila, Antonio disponía de gran cantidad de harina y de pienso.
Decidió abrir en Guijo de Santa Bárbara una "caso-horno", tahona o panadería que fue regentada por su esposa Josefa y en la que elaboraban pan y dulces típicos además de ofrecer la posibilidad de cocer el pan a los vecinos que no disponían de horno previo pago de dos libras de masa de pan por cada tablero que se llevase a cocer, siendo una libra para la hornera y otra para el ama del horno.

Aspecto actual de la casa-horno (izquierda) y de la vivienda de Antonio.
(c) Silvestre de la Calle García.

El pienso permitió a Antonio aumentar su ganadería y criar los animales destinados a la venta hasta la edad adulta, incrementando así su valor en el mercado.
Fundamentalmente utilizaba el pienso para alimentar mayor número de cochinos o cerdos, haciendo buenas matanzas todos los inviernos y vendiendo los jamones y lomos a gente acomodado de los pueblos cercanos e incluso de ciudades como Cáceres.
También le permitía esta gran disponibilidad de pienso, mantener cochinas de cría para vender los cochinillos al destete y algunos cochinos ya cebados listos para la matanza a aquellas gente que no quería cebarlos.

Cochina con sus cochinillos.
(c) Javier Bernal Corral.

Antonio fue prosperando poco a poco gracias a su gran esfuerzo y a su gran visión empresarial. La compra de la Dehesa del Centenillo le dio una gran tranquilidad al disponer de pasto seguro para sus ganados durante los meses de invierno y primavera. El arriendo de los pastos sobrantes, le aportaba además unos ingresos extra que siempre venían bien.
Tanta importancia tenía para Antonio el asegurarse los pastos de invierno, que en años sucesivos compró algunas partes de la dehesa de Torreseca, en término municipal de Cuacos.

Vacas en la dehesa.
(c) Miguel Alba Vegas.

Durante el verano, el ganado pastaba sin problema alguno en la Dehesa Boyal de Guijo de Santa Bárbara que era propiedad del Ayuntamiento y en la finca denominada Baldío de Jaranda que se encontraba en el término municipal de Guijo de Santa Bárbara pero que pertenecía a la Comunidad de Pueblos de Plasencia como heredera del extinto Sexmo de Plasencia.
En estos terrenos, los ganaderos guijeños tenían derecho exclusivo para pastar con sus ganados desde 1468 debiendo pagar una cantidad meramente simbólica.

Cabras en la sierra de Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Pero en 1855 la Desamortización de Pascual Madoz hizo que todos los bienes comunales y municipales pasasen a ser propiedad del Estado para ser subastados.
Esto causó una enorme preocupación entre los guijeños, que en su mayoría eran humildes ganaderos y labradores incapaces de comprar aunque fuese entre todos la Dehesa y el Baldío de Jaranda. Tras siglos de tranquilidad pudiendo pastar con sus ganados en aquellos terrenos, los guijeños tenían miedo puesto que si un forastero que desconociese las costumbres locales compraba los terrenos, podía prohibir a los vecinos utilizarlos, suponiendo la ruina del pueblo.
Antonio no lo dudó y el 10 de diciembre de 1859 adquirió en subasta pública por 45100 reales el Baldío de Jaranda, de 965 hectáreas. Posteriormente, dividió la finca en 45 acciones de las que cedió 41 a vecinos del pueblo, reservándose él las 4 restantes.
Con esta medida, se aseguraba disponer de pastos para sus ganados durante todo el año.

Baldío de Jaranda.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Respecto a la Dehesa Boyal, fue dividida en 5 partes comprando en subasta pública 3 de ellas denominadas Los Guatechos, Las Umbrías y La Lanchuela don José García de Aguilar y Domínguez, mientras que las 2 restantes denominadas Las Arguijuelas y El Cuchillar, fueron compradas por Antonio Modesto Jiménez Santos, hijo de Antonio y yerno de José.
Estos dos ganaderos se decidieron a comprar las fincas citadas siguiendo el consejo de Antonio.

Las Umbrías y al fondo La Lanchuela.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Estas 5 fincas volvieron a fusionarse para crear una sola denominada Dehesa Sierra de Jaranda que, con el paso de los años, se fusionó con el Baldío de Jaranda para formar una única propiedad que abarca la mayor parte del término municipal de Guijo de Santa Bárbara.
Sin lugar a dudas, este fue el mayor logro realizado por Antonio puesto que salvó al pueblo de Guijo de Santa Bárbara de la ruina total si un extraño hubiese adquirido el Baldío.

Vacas cruzando el Puente de la Estaca.
Dehesa Sierra de Jaranda.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En esa época, Antonio fue elegido diputado provincial de Cáceres por el partido judicial de Jarandilla de la Vera, ejerciendo este cargo entre 1864 y 1866.
Se preocupó especialmente en ese periodo de aspecto como la mejora de la educación infantil y femenina y de la mejora de las comunicaciones en la provincia, mostrando especial interés por el ferrocarril. Consideraba que la comarca de La Vera, debía disponer de buenas comunicaciones ferroviarias y de caminos vecinales aptos para el uso de carros para dar rápida y eficiente salida a sus productos agropecuarios y dar así mayores beneficios a sus agricultores y ganaderos pues hasta entonces sólo podían venderse pocos animales y escasas cantidades de productos agrícolas por tener que ir a los mercados a pie, en caballerías o en el mejor de los casos en carros.

Arriero con una burra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Ya pasaba Antonio de los 50 años y varios de sus hijos se habían independizado, entregándoles como regalo de boda algunas tierras y cabezas de ganado puesto que él y su esposa Josefa ya no precisaban tanto para vivir.
En los últimos años había dejado las cabras y se había centrado en las vacas pero al independizarse sus hijos y debido a sus constantes viajes a Cáceres, Antonio se centró en la explotación de otra especie ganadera: las ovejas.

Antonio y su esposa en la Huerta del Monge. 1865.
(c) Colección Familia de la Calle.

Las ovejas, conocidas como borregas en Guijo de Santa Bárbara, eran unos animales bastante rentables y que daban menos trabajo que las cabras.
Debido a las abundantes precipitaciones en otoño y primavera y a los rigurosos inviernos, las ovejas de raza Merina no se adaptan bien a vivir en Guijo de Santa Bárbara, por lo que Antonio criaba ovejas entrefinas procedentes del cruzamiento entre diversas razas como la Merina, la Castellana y la Manchega.

Ovejas entrefinas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Se trataba de ovejas de tamaño medio, perfil cefálicoligeramente convexo en las hembras y más pronunciado en los machos y generalmente mochas, aunque algunas ovejas presentaban pequeñas cornamentas y los machos presentaban a menudo grandes cuernos en espiral.
Solían ser blancas aunque abundaban también las negras y como no se llevaba a cabo un control reproductivo, era frecuente la aparición de individuos galanos o piñanos.

Ovejas blancas y negras.
(c) Cristina Martín Peral y Javier Gañán.

La producción de carne se centraba en el cordero tanto lechal como el denominado pastenco. El primero era un animal criado exclusivamente con leche materna y sacrificado con 1 ó 2 meses mientras que el pastenco era un cordero de mayor peso y edad se criaba del mismo modo que el lechal pero que desde los 2 meses acompañaba a la madre en el careo o pastoreo diario, alimentándose de leche y pasto. Se vendían a los 4 ó 5 meses e incluso más.
Al mamar los corderos durante tanto tiempo, las ovejas no podían ordeñarse. Sólo si se quitaban algunos corderos lechales, se ordeñaba a las ovejas para hacer algunos quesos.

Oveja con cordero recién nacido.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Antonio era de esos ganaderos que vendían los corderos ya bastante grandes por lo que en 1872 tuvo lugar en su ganadería un curioso suceso cuando los contadores encargados de contabilizar el ganado que pastaría en el Sierra, fueron al corral de Antonio para contar las ovejas. Sólo se contaban los animales mayores de 1 año pues lo más jóvenes podían pastar sin pagar. Al ver que todos los animales tenían un tamaño parecido, los contaron con si fuesen todos adultos pero al presentar la cuenta a Antonio, este les dijo que se habían equivocado y que habían contado 92 borregos como si fuesen ovejas. El error fue subsanado sin mayor problema.

Oveja con su cordero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los carniceros guijeños no solían comprar muchos corderos debido a que la gente prefería la carne de cabrito o de cabra, por lo que Antonio vendía la mayoría de sus corderos a carniceros de fuera. Precisamente por ese motivo, vendía animales bastante grandes ya que tenían que ser llevados a pie hasta pueblos como Losar, Jarandilla o Aldeanueva.
No obstante, al igual que ocurría con los cabritos, Antonio vendía alguno directamente a los propios carniceros del pueblo y también a ganaderos que no tenían ovejas y que compraban un cordero grande para las matanzas y elaborar las morcillas de verano mezclando su carne con la del cerdo.

Pastor con un cordero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La lana, aunque de menor calidad que la de oveja Merina, era bastante apreciada para el hilado y la fabricación de paños. El esquileo se realizaba a final de la primavera y la lana se vendía en sucio a industriales de Talavera de la Reina, importante mercado lanero.
Algunos vellones se hilaban para confeccionar prendas de abrigo destinadas al uso familiar y también se guardaban algunos para rellenar colchones, todo un símbolo de estatus social en la época puesto que en Guijo de Santa Bárbara lo habitual era dormir sobre jergones rellenos de paja de centeno (bálago) u hojas de las mazorcas de maíz.

Esquilando un ovejas.
(c) Leticia Pato Martín.

La producción de estiércol, tenía una gran importancia pues se consideraba que era el mejor abono para los cultivos, siendo mucho mejor que el de oveja o vaca.
Sin embargo, aprovechando la docilidad de las ovejas, se realizaba con ellas una operación que ahorraba el transporte del estiércol con las caballerías desde los corrales a las tierras de cultivo. Se trataba del redileo.
Tras pastar durante el día en la sierra, las ovejas eran llevadas a dormir a las fincas de cultivo siendo encerradas en cercados formados por una red de cuerda sujetada por estacas que se clavaba en el suelo. Durante la noche, las ovejas abonaban el terreno con sus excrementos y orina, cambiándose la red de sitio cada noche o cuando el pastor veía que el terreno estaba bien abonado.

Ovejas en un redil de teleras metálicas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Debido a la gran abundancia de lobos, no podían dejarse las ovejas solas durante la noche, siendo necesario que el pastor durmiese junto a los animales. 
Para evitar el frío y en ocasiones la lluvia o la nieve, el pastor dormía en la mampara, una pequeña caseta de madera portátil y desmontable. Cuando se movía el redil de sitio dentro de la finca, la mampara era cambiada también de sitio por dos hombres pues presentaba en la base unos mangos que permitían moverla con facilidad como si de unas andas procesionales se tratase.
Cuando se terminaba de abonar todo el terreno y se cambiaba a las ovejas a otra finca, la mampara se desmontaba totalmente, cargándola en una caballería para llevarla allá donde fuesen las ovejas.

Mampara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los propietarios de ovejas no solían encargarse directamente de su cuidado sino que contaban con pastores asalariados. El pastor se encargaba del careo de los animales pero en ocasiones era ayudado por el propietario o algún familiar, especialmente en las épocas de más trabajo como la paridera.
Durante el redileo, algunas noches el dueño de las ovejas o algún familiar, dormía en la mampara para que el pastor pudiera descansar en casa. Antonio iba algunas noches a dormir en la mampara aunque como ya era bastante mayor, solía mandar a alguno de su nietos.

Pastor con las ovejas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las ovejas pastaban durante el verano y el otoño en la sierra, siendo recogidas por la noche en el corral que Antonio poseía en Las Dueñas, una de las fincas guijeñas situadas a mayor altitud pero en un terreno muy "andible" o descansando para las ovejas, ya que estos animales no son tan ágiles como las cabras.
En invierno, pastaban en zonas más bajas y durante la primavera eran llevadas cada noche a redilar a las fincas.

Corral de Las Dueñas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las ovejas eran vigiladas por recios mastines. Estos perros defendían al ganado de posibles ladrones y del ataque de lobos y zorros. Para que estuvieran en buena forma física se les alimentaba con perruna, pan de centeno que elaboraban los propios ganaderos y cocían en los hornos y con higos secos y suero sobrante de la elaboración del queso en caso de que el borreguero tuviese algunas cabras.
En su horno, Josefa elaboraba perruna con la harina de centeno procedente de la maquila del molino del Pozo del Rey.

Mastín con las ovejas.
(c) Miguel Alba Vegas.

El tiempo fue pasando y todos los hijos de Antonio se independizaron por lo que poco a poco fue deshaciéndose del ganado y de algunas fincas, conservando otras hasta el final de su vida junto con el molino y el horno para poder vivir.
Se centró también en llevar a cabo ciertas actividades sociales y religiosas que escapan al contenido de este artículo.

Antiguas escuelas. 
Construidas por Antonio en 1878.

Pasó sus últimos años Antonio en compañía de su esposa Josefa, de sus hijos, nietos y numerosos bisnietos.
Precisamente debido a sus bisnietos, se les conoció como "El Abuelo Viejo". Cuando las nietas de Antonio mandaban a los niños a algún recado a casa de Antonio, ellos preguntaban:

- ¿A casa de qué abuelo, madre?
- Del ABUELO VIEJO.

El 5 de abril de 1896 falleció Josefa, siendo enterrada en la ermita de Nuestra Señora de las Angustias, que había sido construida unos años antes por Antonio.
El 23 de enero de 1898, falleció este gran ganadero y fue sepultado junto a su esposa.

Antonio y Josefa. 1890.
(c) Colección Familia De la Calle.

Antonio había pasado de ser un humilde cabrerillo a un importante ganadero y propietario de grandes fincas. 
Había recibido por orden de la Reina Isabel II de España el título de Caballero de la Real y distinguida orden de Carlos III por sus servicios al país y el Santo Padre León XIII le había otorgado una indulgencia plenaria perpetua para el perdón de sus pecados.
Pese a todo esto, nunca olvidó quien fue y en los últimos días de su vida dijo a sus hijos:
Poned en mi lápida lo que queráis pero antes de nada tenéis que poner esta frase:
FUE ALGÚN TIEMPO PASTOR.

Lápida de Antonio Jiménez García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

EL LEGADO GANADERO DEL ABUELO VIEJO
De los hijos de Antonio y Josefa, 5 se quedaron en el pueblo: Antonio Modesto, Casimira, Trinidad, María Asunción Micaela y Felipa. Los cuatro primeros, fueron ganaderos y se dedicaron fundamentalmente a la cría de vacas aunque María Asunción Micaela tuvo también una tahona conocida como Horno de los Perales, situado frente a la iglesia.
Felipa fue maestra y propietaria de la llamada Prensa de Abajo, magnífico edificio en el que funcionaban una prensa de aceite o almazara, un molino de harina y pienso, una minicentral hidroeléctrica o "fábrica de la luz" y una panadería.
Víctor marchó a vivir a Jaraíz de la Vera (Cáceres) donde abrió una farmacia.
Manuel y Aniceta Elvira, marcharon del pueblo y aunque contrajeron matrimonio murieron sin sucesión antes que sus padres.

Felipa Jiménez Santos y su esposo Quintín Moreno y Poblador.
Al fondo, la Prensa de Abajo. 1885.
(c) Colección Familia de la Calle.

Sin lugar a dudas, los más ganaderos de todos fueron Trinidad Jiménez Santos y su esposo Pedro Esteban Rosado, conocido como "Tío Perico".
A finales del siglo XIX poseían 13 vacas, cifra nada despreciable en la época. Los cuatro hijos de este matrimonio llamados María, Josefa, Agapito y Alonso, fueron también ganaderos, heredando además Josefa el horno de su abuelo Antonio.

Toro de Josefa Esteban Jiménez. 1925.
(c) Colección Familia de la Calle.

A lo largo de los siglos XX y XXI, muchos de los descendientes de Antonio han seguido siendo ganaderos, teniendo fundamentalmente vacas de carne y de leche pero también cabras y ovejas.
Actualmente hay en Guijo de Santa Bárbara varios vaqueros descendientes del Abuelo Viejo como José y Jesús Vicente Jiménez, Miguel Jiménez de la Calle y Carlos Jiménez Hidalgo. 
Otro descendiente de este gran ganadero, es Teodoro Jiménez Castañares que es uno de los últimos cabreros de Guijo de Santa Bárbara.
El último descendiente de Antonio que tuvo ovejas en el pueblo hasta hace 2 décadas fue Antonio Jiménez González.

Vacas de Miguel Jiménez de la Calle, bajando de la sierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La vida como ganadero de Antonio Jiménez García, conocido aún hoy por sus descendientes y por todos los vecinos de Guijo de Santa Bárbara como EL ABUELO VIEJO, es sin lugar a dudas un ejemplo a seguir pues nos sirve para darnos cuenta que pese a las grandes dificultades que puedan surgir en la vida, se puede llegar muy lejos con trabajo y esfuerzo pero sin olvidarse nunca del lugar del que viene uno.

Dedicado a la memoria de Antonio Leandro de la Calle Jiménez (1924-2022), ganadero y tataranieto de Antonio Jiménez García.

Antonio Leandro de la Calle Jiménez.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Bibliografía y fuentes consultadas.
Para escribir este artículo, se ha utilizado como bibliografía básica el libro El Abuelo Viejo. Antonio Jiménez García.
Esta obra fue escrita y publicada en 2016 por Silvestre de la Calle García, Raquel de la Calle Hidalgo y Alonso de la Calle Hidalgo.

Fdo: Silvestre de la Calle García.

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