jueves, 5 de enero de 2023

UNA MUJER DE SU CASA. HOMENAJE A MARTINA DE LA CALLE VICENTE

Durante casi un siglo, Martina de la Calle Vicente (26 de septiembre de 1924-3 de enero de 2023) ha sido una de las mujeres más queridas de su pueblo, Guijo de Santa Bárbara, tanto por sus familiares y amigos como por el resto de sus vecinos.
Martina fue el claro ejemplo de lo que en tiempos antiguos se decía una "mujer de su casa" al estar siempre pendiente de que en la gran casa familiar todo funcionase a la perfección. Se trataba de una casa ganadera donde cabras y vacas eran el principal sustento complementado con un magnífico negocio hostelero.

Martina de la Calle Vicente.
Una mujer ejemplar en una casa de cabreros, vaqueros y hosteleros.

Nacida el 26 de septiembre de 1924, fue la segunda de los trece hijos del matrimonio formado por Ángel de la Calle Jiménez (1896-1975) y Justina Vicente Burcio (1902-1971). Sin embargo, desde el mismo momento de su nacimiento, fue la mayor de los hermanos puesto que la primogénita, llamada también Martina, había fallecido en 1923 poco antes de cumplir los 2 años.
El matrimonio tendría en total 13 hijos, de los que 10 llegaron a la edad adulta, siendo conocida esta numerosa familia como LOS SENAGÜILLAS, dado que ese era el mote o apodo de Ángel mientras que Justina era apodada la Galleguina por descender de Galicia, si bien este mote se perdió con el tiempo.

Ángel y Justina con sus hijos en 1942.
(c) Colección Familia De la Calle.

Ser mujer y la mayor de tantos hermanos, significaba tener el futuro claro a corto y medio plazo: trabajar mucho.
Desde pequeña, Martina tuvo que ayudar a su madre con el cuidado de sus hermanos pequeños que iban naciendo con un intervalo en muchos casos inferior a los 2 años y es que a Martina, nacida como hemos dicho en 1924, le siguieron Daniel (Nacido en 1925 y fallecido el mismo año con 5 meses de edad), Daniel (1927- ), Marcelina (1930-2009), Andrés (1931- ) y su melliza Custodia (1931-1933), Felisa (1935- ), Justino (1936-2011), Ángel (1938- ), Felipe (1940- ), Jesús (1942-2020) y Agapito (1948- ).

Martina (izquierda) con sus 9 hermanos. 1980.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Esto suponía que siempre había en casa niños pequeños que utilizaban pañal. Los pañales eran de tela y cuando se ensuciaban había que ir a lavarlos al pilón, cosa que desde los 5 ó 6 años tuvo que hacer Martina varias veces al cabo del día.t
Martina iba a lavar la ropa al pilón del huerto de su difunta abuela materna Martina, que se encontraba a escasa distancia de la casa familiar. A este pilón iban a lavar todas las vecinas del barrio y aún se encuentra en buen estado.

Pilón del huerto de abuela Martina.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Además de eso, Martina tenía que ayudar a su madre en la cocina. Los principales platos eran el cocido, que se comían al mediodía, y las sopas de patatas, que se comían para cenar. Para los niños pequeños, se preparaban papas con harina o sopas de pan con caldo del cocido y como aún no eran capaces de comer solos, Martina se ocupaba de dar de comer a algunos mientras Justina se ocupaba de los otros.
Con el paso del tiempo, el trabajo de cocina sería desempeñado por Marcelina mientras que Martina se encargaba de otros menesteres.

Sopas de patatas con el clásico acompañamiento de aceitunas y pimientos "charrascones".
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En un principio, la economía de los Senagüillas se basaba fundamentalmente en la ganadería caprina complementada con una agricultura de subsistencia basada en el cultivo de patatas y hortalizas, cereales, olivos...
Alrededor de 60 cabras adultas de raza "del país" (actual Verata) con los machos y el recrío correspondiente, componían la ganadería familiar. Ángel era el único cabrero del Guijo que complementaba de forma habitual la alimentación de sus cabras con maíz (panizos), cebada, paja, heno..., motivo por el cual su producción lechera era más elevada que la de las cabras de otros cabreros además de realizar con gran frecuencia partos dobles.

Cabra Verata.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Realizaba Ángel una rigurosa selección con sus cabras, dejando como reproductoras las chivas de mejores "hechuras" y procedentes de cabras de alta producción, comprando machos de las mejores piaras del pueblo teniendo clara preferencia por los machos "revolaos" de Josefa García Gonçalves, que años después sería su consuegra al casarse Marcelina con Juan, hijo de Josefa.

Cabra revolá.
(c) Silvestre de la Calle García.

Durante todo el año, las cabras estaban en una finca denominada "El Toril", la cual había sido heredada por Ángel de sus padres. En ella había un buen corral que servía de confortable alojamiento a las cabras durante las noches invernales y como seguro refugio ante el ataque de los abundantísimos lobos.

Corral de "El Toril"
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las cabras eran cuidadas por un cabrero asalariado pero Ángel tenía que ir cada día con los burros a recoger los cántaros de la leche para bajarlos al pueblo. Una hora de camino separaban el corral y el pueblo.
Con el paso del tiempo, serían los hijos los encargados de realizar este camino. Martina, dado que tenía que hacer muchísimas cosas en casa, no iba a las cabras pero se tenía que encargar de fregar y mantener los cántaros en perfecto estado para transportar la preciada leche, sustento básico de la familia.

Fuente de Los Correores.
En ella fregaba Martina los cántaros.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el año 1931 se produjo en casa de Los Senagüillas un hecho que era bastante curioso en la época: el nacimiento de los mellizos Andrés y Custodia. Fue un parto tremendamente duro y largo en el que Justina estuvo a punto de morir al igual que las criaturas pero, afortunadamente, y gracias a la pericia del médico y especialmente de viejas del pueblo que entendían mucho de partos, madre e hijos sobrevivieron.
Confiaba mucho tía Justina a la hora de los partos en los conocimientos de Tía Vicenta la Jambrina y de tía Juana la de tío Valentín que era tía carnal de Ángel. Estas dos mujeres habían tenido 10 y 12 hijos respectivamente, por lo que sabían muy bien cómo atender un parto. 

Tía Vicenta, una de las viejas expertas en partos en quien tía Justina confiaba mucho.
(c) Colección Familia De la Calle.

Sin embargo, Justina no tuvo leche para criar a los niños y mientras que Custodia fue amamantada por Amalia Pérez, Andrés tuvo muchos problemas para salir adelante hasta que el médico recomendó a los padres que le alimentasen con leche de vaca o de burra.
Compró entonces Ángel dos burras que estaban en la cuadra de casa y que debían ser ordeñadas varias veces al día para poder alimentar al niño. Normalmente, Ángel ordeñaba a las burras y Martina daba la leche a Andrés pero si Ángel se marchaba al campo, Martina bajaba a la cuadra y se encargaba de ordeñar y atender a las burras.

Burras.
(c) Silvestre de la Calle García.

Posteriormente, aunque siguieron teniendo cabras hasta comienzos de la década de 1950, la familia se dedicó también al ganado vacuno lechero, comprando Ángel en 1933 la primera pareja de vacas suizas (Frisonas) que hubo en Guijo de Santa Bárbara.
Su cuidado, solía estar en manos de Ángel y de los hijos varones aunque por estar en el pueblo y no en fincas alejadas, Martina y sus hermanas tenían que encargarse a veces del cuidado de estos animales.

Vaca Suiza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Tanto Ángel como Justina pertenecían a míticas familias vaqueras como los Jiménez, una de las familias más antiguas del pueblo, los García de Aguilar originarios de la villa cacereña de Cuacos, los Canalejo de la localidad abulense de Lancharejo o los renombrados Ovejero de Palacios, pequeño pueblecito situado junto a la importante villa abuelense de Becedas.
Habían destacado siempre por la cría de vacas negras, semejantes a las actuales Avileñas. De hecho, Aurora, Nicolasa y Alonso, hermanos de Ángel, eran propietarios de excelentes piaras de vacas negras.

Vacas Avileñas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Cuando Ángel compró las vacas suizas, tan diferentes de las negras autóctonas, los vaqueros del pueblo se burlaron mucho de él diciendo que aquellas vacas no se adaptarían y morirían pronto, pero al ver la gran cantidad de leche que daban y los buenos becerros que criaban, en pocos años todos los vaqueros del Guijo pidieron asesoramiento a Ángel para comprar suizas, convirtiéndose en las vacas más numerosas del pueblo durante décadas.

Ángel (hijo) ordeñando una vaca suiza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con la leche de las cabras y de las vacas, se hacía queso para el consumo familiar y la venta. Desde los 6 ó 7 años, esta tarea era llevada a cabo por Martina hasta que posteriormente sería Marcelina la encargada de realizarla por tener la mano más fría y conseguir por lo tanto un queso de mejor calidad.
Sin embargo, hacer el queso implicaba ensuciar bastantes cacharros que Martina tenía que fregar en la fuente.

Haciendo el queso.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La ganadería familiar se complementaba con las gallinas y los cochinos, animales destinados fundamentalmente al autoconsumo y que eran "cosa de mujeres", siendo estas las que se encargaban de su cuidado y alimentación.
De niña, Martina tuvo que encargarse siempre de estos animales aunque luego tanto su hermana Marcelina como ella se hacían cargo de ellos.
Las gallinas proporcionaban fundamentalmente huevos para el consumo familiar y ocasionalmente carne cuando se mataba algún pollo o gallina vieja. En tiempos antiguos se las tenía en casa pero posteriormente se construyeron gallineros en los huertos cercanos al pueblo. Había que ir cada mañana a abrirlas y echarlas de comer y a recoger los huevos y encerrarlas por la noche, tarea realizada siempre por mujeres.

Gallinas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los cerdos eran la base de la tradicional matanza, que constituía uno de los pilares fundamentales de la dieta familiar a lo largo de todo el año. Siempre destacaban los cochinos de tía Justina por su enorme tamaño, siendo raro el año que pesaban menos de 20 @s (230 kilogramos).
Los cerdos se alojaban en la cuadra de casa junto a las yeguas y burras además de algún ternero o cabra delicada y cada mañana, Martina los llevaba al "Corral de los Cochinos", cercado comunal donde permanecían todo el día. Por la tarde, los cerdos regresaban solos a casa y tía Justina presumía ante las vecinas porque sus cochinos eran los mejores.

Cochinos negros.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los cochinos eran imprescindibles en cualquier casa de pueblo porque la matanza suponía la base de la despensa durante todo el año. El tocino era un ingrediente esencial en el cocido que se comía a diario y los embutidos formaban parte fundamental de la comida que cada día llevaba el cabrero en el morral o los hombres que iban al campo.
Se hacían en casa de los Senagüillas gran cantidad de embutidos pues además de los enormes cochinos, siempre se mataba una cabra o borrego para hacer aún más embutidos como las famosas morcillas de verano.

Colgando la matanza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La matanza era una fiesta para la familia pero también daba muchísimo trabajo y era necesaria la colaboración de familiares y amigos puesto que antiguamente todo se hacía a mano al no existir las tradicionales máquinas de picar y embutir que fueron tan utilizadas en la segunda mitad del siglo XX.
Las mujeres trabajaban muchísimo en la matanza. Primero "desentresijaban" el vientre para luego lavar todas las tripas en el lavadero y poder así utilizarlas para llenar los embutidos.
Tenían que preparar y servir la comida a todos los asistentes y por la tarde comenzaba la ardua tarea de embutir a mano con rústicos embudos.
No acababa ahí el trabajo, pues después de todo eso las mujeres tenían que fregar un sinfín de cacharros.
Martina se tenía que hacer cargo de supervisar todo esto en la gran casa de los Senagüillas.

Lavando el vientre.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Sin embargo, poco a poco la familia se fue centrando en el negocio que verdaderamente les ayudaría a subsistir y prosperar. Cuando se casaron en 1920, Ángel y Justina abrieron un pequeño negocio desconocido hasta entonces en el pueblo: un bar, salón de baile, salón de cine y sala de café.
Hasta ese momento, sólo había en el pueblo pequeñas tabernas en las que únicamente se servía el vino cosechado por el dueño del establecimiento y respecto a los bailes, se celebraban al aire libre en la plaza o las eras y si llovía en alguna casa particular que tuviese una sala amplia.
Respecto al cine, era totalmente desconocido y el café era una bebida que solía bebían los hombres que salían alguna vez del pueblo.
Pero en la gran casa de Ángel y Justina, hubo espacio suficiente para todos estos negocios, además de para una fábrica de gaseosas.

La gran casa de los Senagüillas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Ángel tuvo la idea de montar un establecimiento así al realizar numerosos viajes durante su infancia y adolescencia a El Barco de Ávila donde se celebraban importantes ferias ganaderas a las que desde el siglo XVIII la familia acudía todos los años desde Guijo puesto que sus antepasados eran de originarios de las localidades abulenses de Palacios de Becedas y Lancharejo.
El padre de Ángel acudía todos los años a la famosa Feria de Octubre de El Barco de Ávila para vender novillas y potros y aprovechar para comprar productos como patatas o judías y Ángel le acompañaba en esos viajes viendo con admiración los numerosos establecimientos hosteleros que había en aquella populosa villa castellana.

Feria de El Barco de Ávila.
(c) Silvestre de la Calle García.

Y fue precisamente este negocio hostelero, el principal ámbito de acción de Martina.
Desde los 14 años, edad a la que entonces se terminaba la escuela, Martina se dedicó de lleno al cuidado de sus hermanos y a atender el negocio familiar mientras que los hermanos varones se hacían cargo de las cabras, las vacas y de los trabajos agrícolas, siendo Marcelina la encargada de la cocina y de las labores de costura.
Tanto el salón de baile como la vivienda tenían suelo de magníficas tablas que debían limpiarse con gran asiduidad para mantenerlas en perfecto estado para lo cual Martina las fregaba muy a menudo con cepillo y sosa para mantenerlas "blancas". 

Fregando las tablas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las paredes interiores de la casa estaba revocadas con barro blanco que frecuentemente se agrietaba dando lugar a hiendas que afeaban las estancias y podían dar lugar a que se cayesen "portillos". Martina estaba especialmente atenta a esto y cuando veía la más mínima hienda la reparaba para mantener la casa impoluta.

Repasando hiendas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Por las mañanas, rara vez acudía algún cliente salvo algún hombre mayor que no pudiese trabajar ya en el campo o algún labrador de paso que aprovechaba para tomar un café rápido como por ejemplo tío Máximo "El Serrano" que cada mañana pedía un café con dos terrones de azúcar, guardando uno de ellos en su bolsillo para dárselo a su caballo "Canillo".
Por la tarde, acudían bastantes hombres a echar la partida y a tomar un vino o una copita de anís pues el consumo de cerveza no se hizo popular hasta los años 50.
El bar se encontraba en la planta central de la casa, en el mismo local en el que se hacía el baile y donde se proyectaba también el cine, pero la cafetería se encontraba en la planta superior que era donde se hallaba también la vivienda. Los clientes tomaban el café en mesas altas de madera con superficie de mármol y que eran denominadas "veladores".

Abajo a la derecha, puerta de acceso al bar.
Por las escaleras se subía a la puerta que daba acceso a la "sala del café".
(c) Silvestre de la Calle García.

La entrada al bar y al café era gratuita pero cuando había baile, los hombres tenían que pagar entrada. Martina se colocaba en la puerta con la caja y se encargaba de cobrar a todos los que llegasen.
Las películas proyectadas en el cine, eran absolutamente actuales. Se estrenaban en Madrid y a la semana siguiente podían verse ya en el cine del Guijo.
Los rollos de película llegaban a Jarandilla por correo urgente donde eran recogidos por Alonso el hermano de Ángel, cartero rural hasta 1950 y posteriormente por su hijo Antonio Leandro.

Martina y su primo Antonio Leandro en la entrada del baile.
(c) Colección Familia de la Calle.

Los domingos, era el día de mayor trabajo para Martina pues era el día en el que toda la gente de la casa se cambiaba de ropa para ir a Misa. Preparaba Martina las camisas, calzonas para los niños y pantalones para los hombres, cepillaba los zapatos.... para que todo estuviese listo a primerísima hora. 
Después de eso, tocaba lavar y planchar toda la ropa para guardarla convenientemente hasta la siguiente semana.
No era sencillo manejar una casa semejante, pero gracias a la energía de Martina todo funcionaba a la perfección.

Lavando la ropa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para lavar tanta ropa era imprescindible disponer de mucho y buen jabón. Siendo niña, Martina aprendió a hacer el tradicional jabón casero con sosa, agua y grasas como aceite usado, sebo, grasa de freír los torreznos...
Tras mezclar cuidadosamente todos los ingredientes, se cocía la mezcla resultante en un bidón o caldero hasta que se obtenía una pasta densa que se echaba en cajones de madera para que se enfriase y endureciese, cortándose luego en porciones o retazos.
Martina utilizaba este jabón para lavar la ropa, fregar la casa, fregar los cacharros....

Martina elaborando el jabón.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Martina pasó de ser una chiquilla a una mujer hecha y derecha. Pese a ser muy guapa, no tuvo tiempo para echarse novio y casarse. Rara era la mujer guijeña que con 20 años aún no se había casado pero Martina, que por entonces tenía 8 hermanos y tenía que trabajar mucho en la casa familiar, decidió sacrificar su vida por la de sus hermanos.
Lo importante para ella en ese momento era que todos los varones de la casa creciesen y se convirtiesen en hombres de provecho trabajando en el campo y que las mujeres se encontrasen pronto buenos maridos y fuesen buenas mujeres de su casa.

Martina de la Calle Vicente.
(c) Colección Familia de la Calle.

En el baile, el trabajo de Martina era fundamental. Al principio, el baile se realizaba con un organillo tocado por tío Jacinto "El Pintamonas", sacristán del pueblo, pero posteriormente se realizaba con un tocadiscos que era manejado por Martina haciéndose tanto baile en el salón cuando había mucha gente como en la sala del café cuando había pocas parejas. Precisamente allí surgieron muchos noviazgos.

Mozas del Guijo.
Arriba a la derecha, Martina.
(c) Colección Familia de la Calle.

De aquella época de mocita veinteañera, conservaba la más divertida de todas las historias que le gustaba contar: el viaje a Gil-García.
Gil-García es un bello pueblo abulense al que Ángel y sus hermanos iban desde pequeños por ser de allí su madrastra. 
Subían cuando iban camino de El Barco de Ávila a vender ganado o para comprar diversos productos y asistir a las fiestas.
Hablaba Martina con gran cariño de Gil-García que, en aquella época, era un próspero pueblo de ganaderos con buenos hatajos de vacas y ovejas y de agricultores que cultivaban buenas patatas, exquisitas judías y que tenían las mejores manzanas o "peros" de la zona.


Gil-García.
(c) Silvestre de la Calle García.

En una ocasión, varios mozos y mozas del Guijo subieron con las yeguas a la fiesta de Gil-García y a medio camino les sorprendió una intensa nevada. Dudaron si seguir o regresar a Guijo, pero se armaron de valor y continuaron la ruta.
Llegaron a Gil-García donde se hospedaron en casa del tío Félix. Al día siguiente, se celebró un baile en una cuadra del pueblo previamente limpiada para la ocasión. Las mozas guijeñas, con sus buenos vestidos y siendo buenas bailarinas, causaron sensación, especialmente Martina que bailó con don Fausto, el médico del pueblo, pero como ella misma contaba "sólo dos piezas".

Pimesaíllo, poblado de chozas situado en el Camino de Castilla que une Guijo y Gil-García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Esta época de la posguerra fue muy dura en toda España pero en Guijo y otros pueblos similares, se pasó mejor puesto que toda la gente tenía tierras de cultivo, ganado, hacían matanza....
Pero en una familia como la de Los Senagüillas había que aprovechar todos los recursos disponibles.
Recordaba Martina que en 1943 una potra de su primo Emilio se mató en la sierra y bajaron la carne para aprovecharla. Tío Constante Hidalgo se encargó de cortar los filetes que Martina, Marcelina y Felisa prepararon debidamente para conservarlos en ollas de barro llenas de aceite de oliva para poder consumir los filetes a lo largo del año.

Potra en Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Para mejorar el baile en los años 50, los hijos varones de Ángel y Justina, aprendieron a tocar instrumentos musicales formando una magnífica orquesta que hacía las delicias de las parejas que acudían al baile, siendo servicios comenzaron a ser demandados por otros pueblos cercanos, teniendo Martina que ocuparse de que los trajes estuviesen en perfecto estado.
En alguna ocasión, Martina fue con sus hermanos a fiestas como a San Miguel en Robledillo, hospedándose en casa de la tía Honorata, celebre  mujer de aquel pueblo.

Felipe, Andrés, Justino y Ángel.
(c) Colección Familia de la Calle.

Aunque los hermanos iban casándose y "abandonando" la casa familiar, seguían acudiendo a menudo y ya acompañados de sus hijos. Varios sobrinos fueron criados por Martina como verdaderos hijos.
De esta forma, el trabajo de Martina aumentaba cada vez más pues tenía que hacerse cargo del negocio, de sus padres que ya iban mayores, de los hermanos que aún quedaban en casa, de los sobrinos....
Sin embargo, ella realizaba todas estas tareas encantada y con un eterna sonrisa.

Tita y Jose, los primeros sobrinos.
(c) Colección Familia de la Calle.

En 1961, Ángel y Justina cerraron el negocio y se lo traspasaron a su hijo Justino, dedicándose exclusivamente a las vacas. Martina siguió ayudando a su hermano con el bar cuando era necesario, aunque tenía que seguir en casa porque sus padres y varios hermanos todavía vivían allí.
Justina murió en 1971 y Ángel en 1975 pero hasta el último momento estuvieron plenamente activos aunque lógicamente necesitaban atención y, en aquella época, si una mujer se quedaba soltera, sabía que tendría que estar cuidando a sus padres hasta el final de sus días y a menudo sin ayuda.

Ángel con sus vacas.
(c) Colección Familia de la Calle.

Martina no se quedó sola puesto que ya hacía varios años que alguna de sus sobrinas se quedaba a dormir en casa con ella y los abuelos y posteriormente más sobrinos harían lo mismo, de forma que Martina jamás vivió sola.
Al morir sus padres, Martina siguió ayudando a sus hermanos, que eran agricultores y ganaderos, en todo lo que necesitaban: colgar y deshojar tabaco, coger aceitunas, las labores de la matanza, fregando las cántaras de la leche....

Martina ayudando a su hermana Marcelina con la calabaza para la matanza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Y con el paso del tiempo, comenzaron a llegar los sobrinos nietos que fueron acogidos y cuidados por Martina de la misma manera que había hecho siempre con todos los miembros de la familia.
En sus últimos años viviendo en la gran casa familiar, era para ella una alegría recibir a sus sobrinos nietos para comer o para merendar. Y.....pobre del sobrino nieto que no quisiese a tía Martina y no fuese a visitarla porque recibiría la regañina de sus abuelos y sus padres y tía Martina le llamaría ABISINIO.

Por las tardes, mientras el tiempo estaba bueno, se salía Los Correores con sus vecinas e inseparables amigas Sebastiana y Carmen. Si estaba mal tiempo, sus amigas iban a su casa o Martina se iba a visitar a sus hermanos que la acogían con gran alegría.

Sebastiana y Martina.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Los años comenzaron a pasar factura a Martina que, ante viendo que sus hermanos iban ya mayores y que sus sobrinos trabajaban o vivían lejos, decidió irse a una residencia de mayores donde ha pasado los últimos años recibiendo las visitas de sus familiares y acudiendo a menudo al pueblo para celebrar fiestas o su cumpleaños en casa de algunos sobrinos.

Martina con algunos de sus sobrinos en su 92º cumpleaños.

El pasado 3 de enero, a los 98 años de edad, fallecía Martina de la Calle Vicente en el hospital de Navalmoral de la Mata (Cáceres). Con ella se va una gran mujer que pese a haber permanecido soltera, ha sido una auténtica madre, abuela y bisabuela.
Durante décadas cuidó a sus padres, hermanos y sobrinos con gran cariño y esmero siendo además una gran trabajadora. 
Todos sus familiares y amigos la recordarán con gran cariño y, entre ellos, me incluyo yo, nieto de su hermana Marcelina.

Durante mi infancia y adolescencia, pasó muchos y agradables ratos con mi tía Martina y para mí fue realmente una auténtica abuela. Mucho podría decir sobre ella, pero seré breve:

GRACIAS, TÍA MARTINA.

Martina de la Calle Vicente.

Fdo: Silvestre de la Calle García.

2 comentarios:

  1. Me ha llegado muy hondo tu entrada sobre Martina de la Calle Vicente quien casualmente murió cerquita de mi, yo estaba hospitalizada en Navalmoral el 3 de enero pasado. Soy descendiente de guijeños, del Abuelo Viejo y me llega muy dentro todo lo que viene de allí

    ResponderEliminar

DIONI: CABRERO DE TODA LA VIDA.

Dionisio Prieto Cuarto (n. 1982), Dioni para los amigos, es ganadero de la localidad cacereña de Casas de Millán. Aunque tiene vacas, cochin...