EL PASTOREO COMUNAL

El pastoreo comunal de las diversas especies ganaderas ha sido una práctica muy tradicional en la península Ibérica desde tiempo inmemorial llevándose a cabo generalmente en terrenos de propiedad comunal que pertenecían a los pueblos o aldeas y en los que los vecinos tenían derecho a pastar con un determinado número de cabezas de una especie determinada sin coste alguno.


Antes de nada, debemos hacer una división clara de lo que fueron los terrenos privados, los bienes de propios y los terrenos comunales.

Los terrenos privados de pasto solían ser enormes dehesas o zonas de montaña “improductivas” que eran conocidas como baldíos y que pertenecían a un propietario determinado que, en épocas pasadas, podía ser la Iglesia o la Nobleza. Si el propietario no disponía de ganado, podía arrendar el terreno a ganaderos para que aprovechasen los diferentes recursos como el pasto o la bellota.

Vaca Retinta en la dehesa.
(c) Miguel Alba Vegas.

Los llamados bienes de propios, pertenecían a los Concejos o Ayuntamientos y los ganaderos tenían que pagar una cantidad, generalmente muy reducida, para destinar el dinero obtenido a costear los gastos del Ayuntamiento: obras, pagos al personal (secretario, maestro, cirujano o médico…)

Cabras Veratas en un robledal.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Finalmente, los terrenos comunales pertenecían a los vecinos del Concejo o Ayuntamiento pero su aprovechamiento era gratuito para los vecinos del pueblo, asignándose a menudo un cupo de cabezas de ganado por especie y vecino o familia.

Ovejas Castellanas en Martiago (Salamanca)
(c) Deme González Calvo.

Todo esto cambiaría en el siglo XIX cuando ante la crisis económica que ocasionó la ruina total del Estado debido a las guerras y la necesidad de conseguir dinero para proyectos de Interés Nacional como la construcción del ferrocarril, llevó al Gobierno a realizar las denominadas Desamortizaciones siendo las realizadas por Mendizábal y por Madoz las que mayores repercusiones tuvieron, expropiando a sus dueños inmensas extensiones de tierra que, por pertenecer a entidades que no podían venderlas directamente, se consideraban bienes en manos muertas.

Cabras Veratas.
Al fondo, la Sierra de Gredos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Todos los terrenos desamortizados, pasaron a ser propiedad del Estado que los sacó a subasta pública para obtener dinero de esa manera. En ocasiones, los antiguos propietarios disponían de dinero suficiente y pudieron comprar sus propiedades pero en otros casos estos fue imposible, dando oportunidad a la pequeña burguesía a adquirir tales terrenos, bien de forma individual o creando pequeñas sociedades de accionistas que aún hoy perduran.
También los propios Ayuntamientos lograron en ocasiones comprar los terrenos mediante la colaboración de todos los vecinos del pueblo.
Finalmente, los terrenos que no fueron vendidos por el Estado, pasaron a convertirse en montes de utilidad pública.

Cabras en la Dehesa Sierra de Jaranda.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.


Pero hablemos del pastoreo comunal desde sus orígenes hasta nuestros días, cuando esta práctica milenaria está a punto de desaparecer como veremos.
Tras la domesticación de los animales y la aparición de la agricultura, fue necesario organizar el pastoreo para evitar que los herbívoros ya domesticados invadiesen los terrenos de cultivo. Los terrenos más fértiles situados junto a cursos de agua y cerca de los poblados, se destinaron al cultivo, mientras que los más alejados se destinaron a pastos para el ganado.

Cabrero con la piara.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La presencia de animales salvajes que podían atacar al ganado, exigía la permanencia constante de guardianes o pastores que, acompañados de sus perros, defendían permanentemente a sus animales.
Quedaba esta tarea reservada a los hombres más jóvenes y fuertes del poblado quienes además debían vigilar posibles robos de ganado por parte de otras tribus vecinas, naciendo de ahí la costumbre de marcar o señalar al ganado con diferentes símbolos propios de cada aldea.

 

Joven cabrero con la piara y el perro.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Este sistema exigía una completa especialización que suponía que los sujetos dedicados al pastoreo no pudieran dedicarse a otras actividades como la agricultura o la artesanía, por lo que necesitaban ser mantenidos ellos y sus familias por el resto de vecinos del poblado, lo cual no debió plantear grandes dificultades al principio puesto que no existía el concepto de propiedad privada sino que todo pertenecía a la tribu y se repartía por igual.

 

Cabrero con las cabras.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Pero poco a poco todo fue cambiando y al irse instaurando la propiedad privada, fue necesario cambiar el sistema.
Toda la gente de los pueblos quería controlar la producción y asegurar la manutención de su familia. Surgieron pequeñas propiedades cerca de los poblados pero extensas áreas alejadas siguieron perteneciendo a todos los vecinos que ya eran, al mismo tiempo, agricultores, ganaderos y artesanos lo que planteaba problemas a la hora de ocuparse del ganado.
Surge así el PASTOREO COMUNAL.

 

Rebaño comunal de cabras.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Fotografía cedida por Guadalupe Sánchez Jiménez.

Los vecinos de cada aldea o pueblo organizaron un sistema de pastoreo mediante el cual el ganado de cada especie perteneciente a los vecinos del pueblo era agrupado en manadas, rebaños, piaras o bandadas para ser conducido al amanecer a los terrenos de pasto y regresar al anochecer al poblado o permanecer durante una temporada en las zonas de pasto. 
Estos grupos de ganado comunal eran conocidos con diversos nombres: vecera, vicera, dula, dúa, vacada, boyada, yeguada, cabrada, porcada…

 

Ovejas regresando al pueblo.
(c) Miguel Alba Vegas.

A la hora de realizar el pastoreo podía hacerse de dos formas: por turno o contratando un pastor común.
En el primer caso, cada vecino o algún miembro de la familia, debía pastorear el rebaño o conjunto de ganado comunal durante un número determinado de días en función de las cabezas que poseía. De esta forma, los días que no tenía que pastorear, podía realizar otras actividades relacionadas con la agricultura, la artesanía u otro tipo de trabajos.

 

Labrador con su yunta de vacas.
Navacepeda de Tormes (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En el segundo caso, se contrataba un pastor asalariado que era pagado por todos los propietarios de ganado en función de las cabezas que cada uno tenía. El pago podía realizarse en dinero o en especie con una serie de productos fijados al contratar al pastor.

Pastor con las ovejas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La organización del pastoreo comunal era algo muy serio y se reflejada y dejaba totalmente claro en las ordenanzas municipales, auténticas “constituciones” que regían la vida de los Concejos o Ayuntamientos.
A la hora de abordar el tema, se señalaban en las ordenanzas los terrenos de pastoreo de las distintas especies, el ganado que podía tener cada vecino en los rebaños comunales, el sistema de turnos y las multas por incumplirlo… 

Castillo de Valdecorneja.
El Barco de Ávila (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

Generalmente, los vecinos tenían un reducido número de animales, normalmente hembras reproductoras, por lo que la reproducción era un problema de primer orden para lo cual el Concejo poseía y seleccionaba los sementales necesarios que eran cuidados también por el sistema de turno contando con una cuadra propia e incluso prados para pastar o recoger hierba para el invierno.

Semental de raza Avileña-Negra Ibérica.
(c) Miguel Alba Vegas.

El pastoreo comunal tenía una gran importancia en las zonas más desfavorecidas pues permitía a las familias con menos recursos y a menudo sin tierras propias o siendo propietarias sólo de algún pequeño huerto, la posibilidad de tener el ganado necesario para abastecerse de productos básicos como la carne, leche, lana o mantener al ganado de trabajo.

Caballos pastando.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Así, era común que las familias tuviesen algunas cabras, algunas ovejas, una pareja de vacas, alguna caballería, uno o varios cerdos para la matanza y algunas aves de corral, pastando la mayoría de estos animales en los terrenos comunales a los que iban con sus congéneres cada día o temporada.

 

Cerdos en pastoreo.
(c) Miguel Alba Vegas.

Este tipo de organización pudo verse tremendamente afectado por las Desamortizaciones pero Ayuntamientos, vecinos e incluso los nuevos propietarios de los terrenos desamortizados, lucharon para que no se perdiese, conscientes de la importancia que tenía. Hasta bien avanzado el siglo XX, el sistema se mantuvo en buena parte de la península Ibérica.

 

Rebaño de cabras.
Al fondo, Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Silvestre de la Calle García.

El progresivo aumento del tamaño medio de las explotaciones fue acabando poco a poco con los rebaños comunales dado que estos no podían ser excesivamente grandes para poder manejarlos de manera adecuada pues había que tener en cuenta que a menudo no eran conducidos por pastores especializados y en ocasiones eran los niños, los ancianos o las mujeres los encargados del pastoreo mientras que los hombres realizaban tareas más duras en el campo, la mina, el mar, la industria….

 

María Isabel Sánchez Vadillo con sus cabras.
El Raso, Candeleda (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

También hay que tener en cuenta para la desaparición de los rebaños comunales factores como la emigración y el envejecimiento población, los cambios de actividad y la desastrosa política forestal al realizarse en muchos casos repoblaciones forestales en montes dedicados durante milenios al pastoreo pero que comenzaron a considerarse como “improductivos” por servir sólo de zona de pasto a cuarto cabras.

Fidel García Blázquez con sus cabras Guisanderas entre pinares.
(c) Silvestre de la Calle García.

Aún así, en muchos pueblos varios vecinos agrupaban su ganado y lo pastoreaban por turno o contratando un pastor común del mismo modo que se hacía con los rebaños comunales y hasta finales del siglo XX y principios del XXI, el sistema ha estado absolutamente vigente.

Rebaño de cabras.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.


Hoy en día, el pastoreo comunal tal y como se realizaba en el pasado, prácticamente ha desaparecido pero no ya por las razones citadas más arriba sino por otras de índole legal y sanitaria que no siempre son fáciles de comprender.

Vacas Tudancas.
(c) Miguel Alba Vegas.

Atrás quedaron los tiempos en los que la ganadería comunal era muy importante e incluso vital para la supervivencia de las familias del medio rural que hoy en día, en caso de dedicarse a la ganadería, se centran a menudo en una única especie principal siendo las otras un mero complemento que se maneja a tiempo parcial. Las explotaciones actuales tienen además un tamaño mayor acorde a las necesidades familiares y al personal disponible.

Vacada en El Puerto del Pico (Ávila).
(c) Silvestre de la Calle García.


Sin embargo, muchas explotaciones extensivas carecen de tierras propias, por lo que es necesario el arriendo de pastos para la alimentación del ganado o bien aprovechar los pastos municipales o privados cercanos a la explotación pastoreando el rebaño de manera independiente pero en el mismo terreno en el que lo hacen otros vecinos.

Piara de cabras Veratas.
(c) Alejandro Torralvo Gutiérrez.


Según la legislación vigente, esto no es posible y entraña riesgos sanitarios para el ganado y la población humana aunque el ganado esté debidamente vacunado, desparasitado y se realicen las campañas de saneamiento obligatorias.

Vacas Avileñas.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En muchos casos, se exige que el ganado, aún pastando en esas zonas de pasto, lo haga de forma totalmente aislada respecto al ganado de otras ganaderías lo cual no siempre es posible teniendo en cuenta que, como ocurría hace miles de años, los pastaderos se encuentran en zonas alejadas de la población y a menudo en altas montañas donde es imposible realizar una parcelación que mantenga al ganado separado.

 

Manada de caballos en el Puerto de Sejos (Cantabria)
(c) Raquel Cayón Campuzano.

Es por ello importante, que a la hora de redactar y dictar las leyes, se tengan en cuenta los conocimientos milenarios de los ganaderos y las características de cada territorio pues en ocasiones ciertas normativas son imposibles de llevar a cabo sin que ello suponga la desaparición de gran parte o de todo el ganado extensivo de una zona determinada.

 

Tío Pivo a los 88 años.
Sabiduría cabrera.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

El ganado extensivo mantenido en tales pastizales supone una fuente de ingresos fundamental, cuando no única, para los habitantes de las zonas afectadas contribuyendo a la fijación de población en el medio rural, al mantenimiento de la biodiversidad y a la producción de alimentos de gran calidad y a menudo producidos de forma totalmente ecológica destinados al consumo humano.

 

Vacas Casinas en Potes (Cantabria)
(c) Miguel Alba Vegas.

Desde EL CUADERNO DE SILVESTRE, queremos dar a conocer, apoyar y fomentar esta milenaria práctica del PASTOREO COMUNAL.

Fdo: Silvestre de la Calle García.

Comentarios

ENTRADAS MÁS VISITADAS