EL PASTOREO COMUNAL
El pastoreo comunal de las diversas especies ganaderas ha sido una práctica muy tradicional en la península Ibérica desde tiempo inmemorial llevándose a cabo generalmente en terrenos de propiedad comunal que pertenecían a los pueblos o aldeas y en los que los vecinos tenían derecho a pastar con un determinado número de cabezas de una especie determinada sin coste alguno.
Antes de nada, debemos hacer una división clara de lo que fueron los terrenos privados, los bienes de propios y los terrenos comunales.
Los llamados bienes de propios, pertenecían a los Concejos o Ayuntamientos y los ganaderos tenían que pagar una cantidad, generalmente muy reducida, para destinar el dinero obtenido a costear los gastos del Ayuntamiento: obras, pagos al personal (secretario, maestro, cirujano o médico…)
Finalmente, los terrenos comunales pertenecían a los vecinos del Concejo o Ayuntamiento pero su aprovechamiento era gratuito para los vecinos del pueblo, asignándose a menudo un cupo de cabezas de ganado por especie y vecino o familia.
Todo esto cambiaría en el siglo XIX cuando ante la crisis económica que ocasionó la ruina total del Estado debido a las guerras y la necesidad de conseguir dinero para proyectos de Interés Nacional como la construcción del ferrocarril, llevó al Gobierno a realizar las denominadas Desamortizaciones siendo las realizadas por Mendizábal y por Madoz las que mayores repercusiones tuvieron, expropiando a sus dueños inmensas extensiones de tierra que, por pertenecer a entidades que no podían venderlas directamente, se consideraban bienes en manos muertas.
También los propios Ayuntamientos lograron en ocasiones comprar los terrenos mediante la colaboración de todos los vecinos del pueblo.
Finalmente, los terrenos que no fueron vendidos por el Estado, pasaron a convertirse en montes de utilidad pública.
Tras la domesticación de los animales y la aparición de la agricultura, fue necesario organizar el pastoreo para evitar que los herbívoros ya domesticados invadiesen los terrenos de cultivo. Los terrenos más fértiles situados junto a cursos de agua y cerca de los poblados, se destinaron al cultivo, mientras que los más alejados se destinaron a pastos para el ganado.
Quedaba esta tarea reservada a los hombres más jóvenes y fuertes del poblado quienes además debían vigilar posibles robos de ganado por parte de otras tribus vecinas, naciendo de ahí la costumbre de marcar o señalar al ganado con diferentes símbolos propios de cada aldea.
Este
sistema exigía una completa especialización que suponía que los sujetos
dedicados al pastoreo no pudieran dedicarse a otras actividades como la
agricultura o la artesanía, por lo que necesitaban ser mantenidos ellos y sus
familias por el resto de vecinos del poblado, lo cual no debió plantear grandes
dificultades al principio puesto que no existía el concepto de propiedad
privada sino que todo pertenecía a la tribu y se repartía por igual.
Surge así el PASTOREO COMUNAL.
Estos grupos de ganado comunal eran conocidos con diversos nombres: vecera, vicera, dula, dúa, vacada, boyada, yeguada, cabrada, porcada…
En el primer caso, cada vecino o algún miembro de la familia, debía pastorear el rebaño o conjunto de ganado comunal durante un número determinado de días en función de las cabezas que poseía. De esta forma, los días que no tenía que pastorear, podía realizar otras actividades relacionadas con la agricultura, la artesanía u otro tipo de trabajos.
En el segundo caso, se contrataba un pastor asalariado que era pagado por todos los propietarios de ganado en función de las cabezas que cada uno tenía. El pago podía realizarse en dinero o en especie con una serie de productos fijados al contratar al pastor.
A la hora de abordar el tema, se señalaban en las ordenanzas los terrenos de pastoreo de las distintas especies, el ganado que podía tener cada vecino en los rebaños comunales, el sistema de turnos y las multas por incumplirlo…
Generalmente, los vecinos tenían un reducido número de animales, normalmente hembras reproductoras, por lo que la reproducción era un problema de primer orden para lo cual el Concejo poseía y seleccionaba los sementales necesarios que eran cuidados también por el sistema de turno contando con una cuadra propia e incluso prados para pastar o recoger hierba para el invierno.
El pastoreo comunal tenía una gran importancia en las zonas más desfavorecidas pues permitía a las familias con menos recursos y a menudo sin tierras propias o siendo propietarias sólo de algún pequeño huerto, la posibilidad de tener el ganado necesario para abastecerse de productos básicos como la carne, leche, lana o mantener al ganado de trabajo.
Este tipo de organización pudo verse tremendamente afectado por las Desamortizaciones pero Ayuntamientos, vecinos e incluso los nuevos propietarios de los terrenos desamortizados, lucharon para que no se perdiese, conscientes de la importancia que tenía. Hasta bien avanzado el siglo XX, el sistema se mantuvo en buena parte de la península Ibérica.
El
progresivo aumento del tamaño medio de las explotaciones fue acabando poco a
poco con los rebaños comunales dado que estos no podían ser excesivamente
grandes para poder manejarlos de manera adecuada pues había que tener en cuenta
que a menudo no eran conducidos por pastores especializados y en ocasiones eran
los niños, los ancianos o las mujeres los encargados del pastoreo mientras que
los hombres realizaban tareas más duras en el campo, la mina, el mar, la
industria….
También hay que tener en cuenta para la desaparición de los rebaños comunales factores como la emigración y el envejecimiento población, los cambios de actividad y la desastrosa política forestal al realizarse en muchos casos repoblaciones forestales en montes dedicados durante milenios al pastoreo pero que comenzaron a considerarse como “improductivos” por servir sólo de zona de pasto a cuarto cabras.
Aún así, en muchos pueblos varios vecinos agrupaban su ganado y lo pastoreaban por turno o contratando un pastor común del mismo modo que se hacía con los rebaños comunales y hasta finales del siglo XX y principios del XXI, el sistema ha estado absolutamente vigente.
Hoy en día, el pastoreo comunal tal y como se realizaba en el pasado, prácticamente ha desaparecido pero no ya por las razones citadas más arriba sino por otras de índole legal y sanitaria que no siempre son fáciles de comprender.
Atrás quedaron los tiempos en los que la ganadería comunal era muy importante e incluso vital para la supervivencia de las familias del medio rural que hoy en día, en caso de dedicarse a la ganadería, se centran a menudo en una única especie principal siendo las otras un mero complemento que se maneja a tiempo parcial. Las explotaciones actuales tienen además un tamaño mayor acorde a las necesidades familiares y al personal disponible.
En muchos casos, se exige que el
ganado, aún pastando en esas zonas de pasto, lo haga de forma totalmente aislada
respecto al ganado de otras ganaderías lo cual no siempre es posible teniendo
en cuenta que, como ocurría hace miles de años, los pastaderos se encuentran en
zonas alejadas de la población y a menudo en altas montañas donde es imposible
realizar una parcelación que mantenga al ganado separado.
Es por ello importante, que a la
hora de redactar y dictar las leyes, se tengan en cuenta los conocimientos
milenarios de los ganaderos y las características de cada territorio pues en
ocasiones ciertas normativas son imposibles de llevar a cabo sin que ello
suponga la desaparición de gran parte o de todo el ganado extensivo de una zona
determinada.
El ganado extensivo mantenido en
tales pastizales supone una fuente de ingresos fundamental, cuando no única, para
los habitantes de las zonas afectadas contribuyendo a la fijación de población
en el medio rural, al mantenimiento de la biodiversidad y a la producción de
alimentos de gran calidad y a menudo producidos de forma totalmente ecológica
destinados al consumo humano.
Desde EL CUADERNO DE SILVESTRE, queremos dar a conocer, apoyar y fomentar esta milenaria práctica del PASTOREO COMUNAL.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
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