lunes, 13 de febrero de 2023

LOS PERROS DE TÍO PESETA

Anastasio García García, más conocido como Tío Peseta, fue uno de los ganaderos más importantes de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) a lo largo del siglo XX, compaginando esta actividad con la agricultura y la arriería. Tuvo cabras, ovejas, cerdos, yeguas y vacas suizas, sin que por supuesto jamás faltasen en su casa perros para la conducción y defensa del ganado.


Anastasio García García nació en Guijo de Santa Bárbara el 5 de enero de 1896 y falleció en el mismo pueblo el 19 de noviembre de 1974. Era hijo de Juan Valentín García Hernández (Nava del Barco, Ávila, 1864 – Guijo de Santa Bárbara, 1927) y de Vicenta García Díaz (Guijo de Santa Bárbara, 1874 – 1955). 
Juan era segador y pasaba largas temporadas segando en los pueblos cercanos (Robedillo de la Vera, Losar de la Vera, Jarandilla de La Vera…) y en los pueblos de su tierra (Casas del Puerto de Tornavacas, Santiago de Aravalle, Gil-García, Nava del Barco…)

 

Segador.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Sin embargo, con los jornales de la siega, no se podía mantener la numerosa y creciente familia de Juan y Vicenta, por lo que compaginaban esa actividad con la cría de cabras y la agricultura, haciéndose cargo Anastasio de la piara desde los 6 ó 7 años. 
Se trataba de un pequeño hatajo formado por unas 70 u 80 cabras adultas además de las chivas de reposición y los machos. Eran cabras de la denominada raza “del país”, llamadas así por ser las autóctonas que se criaban en la zona desde siempre y cuyas características coincidirían aproximadamente con las de la actual raza Verata.

 

Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.

En la sierra de Guijo de Santa Bárbara era imposible mantener piaras de cabras más grandes en aquella época, debido por un lado al gran número de piaras que había y por otro a la dificultad de manejo a la hora de respetar las lindes de las pequeñas fincas dedicadas al cultivo de centeno y patatas repartidas por las zonas bajas y medias de la sierra. 
La abundancia de lobos, águilas chiveras (águila real) y zorras, dificultaba también el manejo de grandes piaras.

Lobo ibérico.
(c) Leticia Pato Martín.

Para ayudarse durante el pastoreo, o careo como se decía en este pueblo ganadero, así como para vigilar los corrales y majales donde dormía el ganado durante la noche, los cabreros disponían de dos tipos de perros:

Mastines. Perros de gran tamaño cuya función era defender al ganado de posibles ataques de depredadores, fundamentalmente durante la noche.

 

Mastín Español.
(c) Alberto Sánchez Sacristán.

-    Careas. Perros pequeños y veloces cuya función era permanecer todo el día junto al cabrero y la piara, estando atentos a las órdenes precisas que recibiesen para correr y dirigir al ganado hacia donde el cabrero deseaba.

Carea Castellano-Manchego.
(c) Javier Bernal Corral.

Los mastines eran difíciles de mantener, por lo que no todos los cabreros se podían permitir tenerlos, prefiriendo poseer buenos careas para manejar al ganado durante el día y manteniendo a las cabras durante la noche en buenos corrales, especialmente en invierno, a los que no pudiese acceder el lobo.

Corral de cabras.
Corral Viejo.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Por ello, Juan y Vicenta, que eran ganaderos humildes y disponían de una piara de cabras de pequeña dimensión, tenían solamente 1 ó 2 careas que ayudaban a Anastasio diariamente con el manejo del ganado. No obstante, estos perros no defendían al ganado de los ataques de los poderosos lobos o de otros depredadores menores, lo que obligaba a Anastasio a pasar largas temporadas en la sierra, durmiendo en el propio corral o en una casilla anexa. Sin embargo, si durante la noche algún animal trataba de entrar en el corral, los ladridos de los pequeños careas lo disuadían y además despertaban al cabrero.

 

Casilla junto a un corral.
La Morata.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

 

Precisamente por este hecho, le pusieron el mote de PESETA pese a que su padre era conocido como EL SERRANO y su madre era apodada LA JAMBRINA.
En cierta ocasión, un amigo de Anastasio se casó pero al ir varias noches a su casa para invitarlo a la boda y no encontrarlo, llegó el día de la boda y Anastasio no asistió. Al enterarse del suceso, manifestó su enfado a su amigo que le dijo:

-      Mira. La comida de la boda ha costado 1 peseta por persona. Si quieres te pago 1 peseta o te invito a comer.
-      A mí no me hace falta la comida. Prefiero la peseta.

De esta forma, se ganó el apodo de EL PESETA.

 

Moneda de 1 peseta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Juan y Vicenta tuvieron las cabras hasta 1920 cuando debido a una enfermedad de Juan, se vieron obligados a venderlas para que Anastasio pudiera hacerse cargo junto a Vicente del cultivo de la tierra.
El 30 de diciembre de 1922, Anastasio contrajo matrimonio con Josefa García Gonçalves (Guijo de Santa Bárbara, 1904-1938), hija de Esteban García Castañares (Guijo de Santa Bárbara, 1873 – Jarandilla de la Vera, 1952) y de Alfonsa Gonçalves Castañares (Guijo de Santa Bárbara 1879 – 1904).
A partir de ese momento, volvió a dedicarse de manera exclusiva a las cabras puesto que su suegro era propietario de una excelente piara que mantenía en la finca de La Cerquilla, en Guijo de Santa Bárbara.

Casilla en la finca de La Cerquilla.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante años, Anastasio se hizo cargo de las cabras de su suegro con la ayuda de perros careas aunque realmente no eran estrictamente necesarios puesto que la piara realizaba el careo por zonas de monte donde apenas había terrenos de cultivo. No obstante, siempre venían bien por ladrar ante cualquier cosa extraña de día o de noche.

 

Cabrero con las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En 1929, dos años después de la muerte de Juan Valentín, Vicenta, la madre de Anastasio, decidió volver a comprar cabras y como necesitaba ayuda para manejarlas, Anastasio y Josefa tomaron una curiosa decisión que fue muy criticada en la época, pues aunque llevaban 7 años casados y tenían dos hijos llamados Alfonsa y Juan, decidieron vivir cada uno con su padre y con uno de sus hijos, de manera que Josefa y su hija Alfonsa se quedaron a vivir con Esteban y su segunda esposa Quintina mientras que Anastasio y Juan se trasladaron a casa de Vicenta, que vivía con Nicolasa, su nieta y sobrina de Anastasio.

 

Nicolasa, Juan y Alfonsa. 1928.
(c) Colección Familia De la Calle

A partir de aquí comenzó una vida de gran ganadero para Anastasio pues aunque las cabras eran de su madre, era él el encargado de pastorearla con la ayuda de un criado o pastor contratado.
Vicenta compró unas 100 cabras, pero había algunas que no le gustaban y quería hacer una selección rigurosa. Para ello, optó por un sistema habitual en la época que consistía en dejar como reproductoras todas las chivas que nacieran y valorar si eran buenas o malas según su producción tras el primer o segundo parto.
De esta forma, en unos años, llegaron a tener más de 700 cabras adultas, comenzando posteriormente con el proceso de las denominadas escogidas, consistente en ir vendiendo poco a poco partidas de cabras viejas y defectuosas hasta conseguir una buena piara.

Piara de cabras Veratas.
(c) Silvestre de la Calle García.

Vicenta, Anastasio, Nicolasa, Juanito el hijo de Anastasio y los distintos cabreros que trabajaron en la casa, se apañaban bien para manejar las cabras pero necesitaban ya la ayuda de perros y como ahora eran ganaderos fuertes, optaron por tener buenos mastines o perros loberos como se les llamaba en la zona aunque no deben confundirse con el auténtico lobero cántaro o perro lobo de características lupoides. Normalmente, dado que las cabras transitaban por terrenos de monte libres de cultivos, bastaba con tener un perro o como mucho una pareja.

Pareja de mastines.
(c) Silvestre de la Calle García.

En el caso de tener uno solo, se prefería siempre una perra porque son más fieles a la piara y no la abandonan nunca, mientras que los perros, en época de celo, tendían a alejarse de la majada en busca de perras fértiles e incluso de lobas, lo que acarreaba grandes problemas tanto por quedarse el ganado solo como por el riesgo de que el perro fuese atacado por los lobos.

 

Mastín.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

De todas formas, para proteger a los perros, se les colocaba al cuello un collar de recias púas fabricado por los herreros locales y que recibía el nombre de carlanca o carrancla. Este collar podía ajustarse a la medida del cuello del perro y retirarse de vez en cuando por si el animal sufría alguna herida o matadura.

 

Mastín con carlanca.
(c) Óscar Martín.

Los mastines ganaderos, en casa de Tío Peseta y en cualquier otra, recibían un trato extraordinario pues se les consideraba tan eficaces como un buen pastor y, en muchos casos, más fiel al no moverse por intereses monetarios. 
Desde cachorros, se les criaba entre las cabras, a menudo mamando de una de ellas para que de esa forma, al crecer, se considerasen un auténtico miembro más de la piara y la defendiesen a muerte.

 

Cachorro de mastín.
(c) Miguel Alba Vegas.

Su alimentación cuando eran adultos, variaba según las zonas. 
En casa de Tío Peseta, se les daba diariamente una perruna, pan de centeno de aproximadamente un kilo de peso. Este pan se hacía en el horno de la propia casa y con la harina de centeno producida en la finca de Santonuncio, propiedad de los padres de Anastasio desde 1914.

Cociendo el pan.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La perruna se remojaba con el suero sobrante de la elaboración del queso, que también se destinaban a la alimentación del ganado porcino e incluso a la alimentación humana. Es preciso distinguir aquí entre el suero dulce obtenido al apurar o comprimir la cuajada en el baño o barreño donde se había echado el cuajo a la leche, del suero salado que era el que escurría de los quesos tras añadir la sal.
El primero, que era el de mayor calidad, se destinaba a la alimentación humana y de los perros mientras que el segundo era para los cerdos.

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Elaboración tradicional del queso.
Retirada del suero dulce.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.


También se les daba diariamente un puñado de higos pasaos o secos, alimento muy energético pero que no se debía administrar en exceso a los perros debido a que podía causarles trastornos intestinales.
Generalmente, se daba a los perros higos de inferior categoría comercial una vez escogidos los buenos para la venta o bien higos de variedades de escaso interés comercial como los cordobeses o cordobises, unos higos pequeños y que al secarse se ponen muy duros sirviendo sólo para alimentación animal.

Secando higos al sol.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En la mayoría de las casas, y entre ellas en la de tío Peseta, no se daba ningún tipo de alimento cárnico a los perros, con el fin de evitar que desarrollasen el gusto por la carne y pudiesen atacar al ganado en algún momento.
Se evitaba por tanto que comiesen las pares o placentas de las cabras así como la carne de cualquier animal que muriese.

Cabra recién parida con las "pares" colgando.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.


En esta época en la que nos encontramos, finales de los años 30 y principios de los 40, tío Peseta tuvo una perra extraordinaria llamada LEONA. Se trataba de una gran mastina ligera que corría tras los lobos sin miedo alguno aunque sólo con su potente ladrido, lograba poner en alerta a las cabras y a sus propietarios.
El motivo del nombre no se debía a su fiereza sino a su color leonado. Tío Peseta, como muchos otros ganaderos, prefería perros de colores claros para que se los distinguiese fácilmente del lobo. De esta forma, el ganado asociaba el color claro con la defensa y el oscuro con el peligro, poniéndose en alerta al ver un perro oscuro por la duda de si era perro o lobo.

 

Perra de aspecto similar a Leona.
(c) Miguel Alba Vegas.

Era una perra excelente para el ganado, vigilante ante la más mínima amenaza, huraña y reservada con los extraños que se acercaban a las cabras a los que vigilaba con la mirada y “saludaba” con un sonoro ladrido pero sin hacer ademán de atacar a no ser que se acercasen demasiado y comportándose tierna y dulce con sus propietarios y los distintos empleados de la casa.

 

Nicolasa, Juan y Alfonsa. 1938.
(c) Colección Familia De la Calle.

Con el paso de los años, Tío Peseta ya se iba haciendo viejo y su madre también, por lo que tomaron la decisión de ir vendiendo poco a poco las cabras para finalmente comprar ovejas ya que tras la Guerra Civil, el precio de la lana aumentó considerablemente y las ovejas, que además daban menos trabajo que las cabras al no ser necesario ordeñarlas, comenzaron a ser muy rentables.

Ovejas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

 

Coincidió este hecho con el ocaso de LEONA que ya iba vieja. Preocupados por perder una perra semejante, Anastasio y su madre buscaron el mejor perro que hubiese en toda la zona para que LEONA tuviese cachorros, con el fin de quedarse con una buena perra y esperar que fuese como ella. 
Lograron encontrar un perro ideal para ella pero no fue fácil que LEONA aceptase al pretendiente al no estar acostumbrada a convivir con otros perros y menos a que se acercasen tanto a ella. 
Sin embargo, finalmente aceptó y al cabo de dos meses trajo al mundo a sus cachorros, siendo todos regalados a amigos cabreros de los propietarios excepto una cachorra a la que pusieron por nombre CANELA.

 

Mastina con sus cachorros.
(c) Jonatan Rodríguez Seara.

El rebaño o piara de ovejas de Vicenta, contaba con unas 200 cabezas, un número ideal para que las manejase un solo pastor con la ayuda de un perro. 
Vicenta decidió que ya era demasiado mayor para estar pendiente de todo, por lo que dividió el rebaño en dos partes: una para su nieta Nicolasa y otra para su hijo Anastasio.
Estos decidieron mantener unido el rebaño funcionando con el sistema de “a medias”.

Vicenta García Díaz.
(c) Colección Familia De la Calle.

Al principio LEONA seguía cumpliendo su cometido pese a tener más de 10 años, edad realmente avanzada para un mastín. Sin embargo, su hija CANELA observaba y repetía todo lo que hacía su madre. Finalmente, la vieja LEONA murió, siendo una gran pena para la familia.

Preciosa perra similar a CANELA.
(c) Juan Antonio Rodríguez Vidal.

Las ovejas seguían un manejo similar al de las cabras pero sin ser sometidas a ordeño. Durante el día pastaban en la sierra y por la noche dormían en el viejo corral de Santonuncio que se quedaba un poco pequeño por lo que Vicenta decidió demolerlo y construir uno nuevo de grandes dimensiones y dividido interiormente en dos secciones.

 

El magnífico corral de Santonuncio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Durante el invierno y parte de la primavera, las ovejas pasaban la noche en rediles o corrales de redes fijadas por fuertes estacas que se clavaban en el suelo. El redil se colocaba en las fincas de cultivo para que las ovejas abonasen el terreno durante la noche, cambiándolo cada día o cada dos ó tres días de lugar hasta que toda la finca quedase abonada.

 

Detalle de un redil.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.

Para llegar desde la sierra a las fincas, las ovejas debían transitar por caminos y callejas entre cultivos protegidos únicamente por pequeñas paredes de piedra por lo que CANELA cumplía una función fundamental dirigiendo a las ovejas que con sólo escuchar su potente ladrido, sabían que debían mantener la formación.

Ovejas en un camino.
(c) Cristina Martín Peral y Javier Gañán.

Junto al redil, se colocaba la mampara, caseta portátil y complemente desmontable con madera y tejado chapa metálica. En ella dormía el pastor mientras el perro lo hacía al raso junto a las ovejas para prevenir ataques de los depredadores.

 

Mampara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Una vez al año, las ovejas eran conducidas al pueblo para ser esquiladas en El Corrralón, propiedad de Nicolasa. Encabezaba la comitiva alguno de los propietarios, transitando las ovejas detrás en una larga fila de dos para dejar el resto de la calle libre, mientras que CANELA se colocaba al final y vigilaba la formación, emitiendo un potente ladrido cuando veía a alguna oveja abandonar la formación establecida. El proceso se repetía tras llevar a las ovejas ya esquiladas de nuevo a la sierra.

Ovejas por la calle.
(c) Miguel Alba Vegas.

Finalmente, Anastasio y Nicolasa decidieron dividir el rebaño para gestionar cada uno sus ovejas de manera independiente. Sin embargo, surgía un gran problema puesto que CANELA y Dionisio Vidal, que era el pastor en aquel momento, tenían que irse cada uno con uno de los rebaños. Al ser sobrino de Rufina, la segunda mujer de tío Peseta, Nicolasa dijo que no tenía problema que se fuese con el rebaño de sus tíos pero el tío Peseta no estaba dispuesto a quedarse sin la perra, por lo que lo echaron a suertes y finalmente resultó vencedor y se quedó con CANELA.

Mastina con las ovejas.
(c) Miguel Alba Vegas.

Desde este momento, Anastasio y su hijo Juan se hicieron cargo de la piara con la ayuda de CANELA que ya iba vieja también por lo que fue necesario criar una cachorra suya que llevó por nombre LEONA como su abuela, aunque no fue ni tan buena como ella ni como su madre. 
Junto a la nueva LEONA, tío Peseta y su hijo tuvieron un perro llamado SULTÁN que resultó ser extraordinario y que junto a LEONA fue padre del mítico MANOLO un enorme y extraordinario mastín que acompañó a las ovejas y las protegió de los lobos, llegando a luchar cuerpo a cuerpo con ellos en el paraje guijeño de La Nava donde habitualmente acarraban o sesteaban las ovejas los días de más calor.

Ovejas y mastines.
(c) Miguel Alba Vegas.


Todo acabó en 1960 cuando tío Peseta tomó la decisión de vender las ovejas pues ya tenía 64 años y no quería que su hijo siguiese la dura vida de pastor en la sierra. Con las ovejas, el nuevo propietario, se llevó también a MANOLO.
Terminaban así varias décadas en las que tío Peseta había vivido dedicado a la ganadería menor y a la tenencia y cría de perros careas y mastines.

 

Mastín con las ovejas.
(c) Jesús Carreras Delgado.

Pero no sabía estar tío Peseta sin ganado. El ganado había sido la esencia de la familia desde siempre, aunque fuesen también agricultores, por lo que decidió seguir la corriente de la época y comprar vacas suizas (Frisonas), vacas lecheras de fácil manejo para tenerlas en sus prados de La Huerta. 
No tuvo tío Peseta muchas vacas. 5 ó 6 vacas grandes, algunas chotas y novillas cuando era necesario reponer alguna vaca vieja y un novillo de engorde para hacer la función de semental.
Las tenía a medias con su hijo Juan, pero él se encargaba de su cuidado en los prados.

Vaca Suiza.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Como simplemente había que sacarlas del corral y llevarlas a prados cercanos, no era necesario tener un perro. Con su vara en la mano, careaba tío Peseta a las vacas y pasaba el día en el prado con ellas, cerrándolas en el corral por la noche o al mediodía cuando se iba a comer al pueblo. 
Pero sentado en el prado y siempre con un cigarro en la boca, hecho del tabaco que él mismo cultivaba, pensaba en sus historias pasadas con sus cabras y sus ovejas y recordando con gran cariño a sus perros: LOS PERROS DE TÍO PESETA.

Mastín.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

A MODO DE EPÍLOGO.

En estos días, ante las noticias de la nueva Ley de Bienestar Animal, se habla mucho de los perros ganaderos y de los perros de caza.
Estos perros no son mascotas, aunque se les tenga el mismo cariño o posiblemente más todavía en el caso de los perros ganaderos, sino que son animales necesarios para la realización de ciertas actividades que no podrían realizarse sin ellos.

El carea es para el ganadero algo más que un simple perro.
Javier con su carea.
(c) Javier Bernal Corral.

Hemos tomado como ejemplo para hablar de los perros ganaderos la vida de TÍO PESETA, pero podríamos haber tomado como ejemplo a otro cualquier ganadero o cazador y ver con qué cariño y respeto trataron siempre a sus perros y cómo cuando fue necesario, criaron cachorros de sus mejores perras para seleccionar las razas que forman el rico patrimonio canino español, sin necesidad de recurrir a criadores ni nada por el estilo.
Que nunca se pierda nuestros perros ganaderos y de caza porque son un importante patrimonio genético, histórico y cultural.

 

Mastín español.
(c) Alberto Sánchez Sacristán.


Nota final del autor.
El motivo de elegir a TÍO PESETA para ilustrar la importancia del perro en el medio rural, se debe a que fue mi bisabuelo.
Lamentablemente, no tuve la suerte de conocerlo en persona pero escuché muchas veces hablar de él a mi abuelo materno Juan García García (1927-2012), a mi madre, a mi tía Nicolasa (1922-2012) y a su hijo Maxi y todos hablan de un gran ganadero.
Criador de perros durante décadas, sin necesidad de cursillos ni de más conocimientos que la milenaria sabiduría ganadera que le legaron sus antepasados y tratando adecuadamente a sus perros pues de ellos dependía el cuidado del ganado y la consiguiente buena marcha de la piara de cabras y ovejas.
A él quiero dedicarle este sencillo homenaje.

Anastasio García García 
Tío Peseta.
(c) Colección Familia De la Calle.

Fdo: Silvestre de la Calle García.

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