LA SUBIDA A LA SIERRA CON LAS CABRAS
La ganadería caprina ha tenido siempre una gran importancia en Guijo de Santa Bárbara, pequeño pueblo situado al noreste de la provincia de Cáceres, en el centro de la comarca de La Vera y en la vertiente sur de las estribaciones occidentales de la sierra de Gredos.
Salvo en contadas ocasiones, los cabreros guijeños permanecían todo el año en el término municipal realizando cortos movimientos altitudinales en función de las estaciones del año que no podían considerarse como trashumancia.
El desplazamiento más importante tenía lugar a comienzos del verano, cuando multitud de cabreros acompañados por sus familias se trasladaban a las zonas más altas del término municipal, conociéndose esta acción como subir a la sierra.
Durante el otoño, el invierno y la primavera, las cabras permanecían en las zonas bajas del término municipal, pobladas por extensos bosques de roble y pastizales abiertos donde encontraban sustento todo el año, complementado con los arbustos como sauces y zarzas que crecían en las riberas de gargantas, gargantillas y arroyos y de ciertos residuos agrícolas como el ramo procedente de la poda o remonde de los olivos.
Las cabras pernoctaban en los tradicionales corrales, sencillas edificaciones de una sola planta con muros de piedra y cubierta a un agua formada por un entramado de vigas y cuartones de madera de roble o castaño sobre los que descansaban las tejas.
En la parte delantera contaban con un pequeño recinto descubierto conocido como majal.
Cada mañana tras ser ordeñadas, las cabras salían a pastar al campo donde permanecían hasta el anochecer vigiladas en todo momento por los cabreros debido a la abundancia de lobos y a la posibilidad de que entrasen en las numerosas fincas dedicadas al cultivo de patatas, cereales o a los prados de siega.
A lo largo del año, puesto que la mayor parte del término municipal de Guijo de Santa Bárbara está ocupado por la Dehesa Sierra de Jaranda, propiedad privada divida en acciones y perteneciente a diversos vecinos del pueblo, los cabreros debían respetar una serie de normas y límites a la hora de aprovechar los pastos.
Se marcaban unos límites conocidos como "rayas de pastoreo" que variaban según la estación que no podían ser cruzadas por las cabras.
Estos límites se trazaban siguiendo una línea de poniente a saliente (de oeste a este) utilizando como señales puntos significativos como canchales, arroyos, vaeras o pasos en las gargantas, trochas o caminos, puentes, portillas, collados....
Puente Tocino sobre la Garganta Jaranda.
Punto significativo para marcar las rayas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Las rayas variaban según la estación con el objetivo fundamental de reservar el pasto de ciertas zonas para determinados momentos del año.
En invierno, la raya obligaba a los cabreros a permanecer en la parte más baja de la Sierra o a pastar en El Coto, terreno perteneciente al Ayuntamiento y situado en los alrededores de la población.
Julián Leal con su piara de cabras en invierno.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El respeto de las rayas era vigilado por el guarda de la sierra que penaba o multaba a los infractores según lo establecido por los administradores de la finca.
Las rayas podían cambiarse de un año a otro en función de la disponibilidad de pastos y de la climatología o factores como los incendios.
Había rayas estacionales para cada especie e incluso raza: raya de invierno, raya de primavera, raya de caballerías, raya de vacas, raya de suizas (vacas lecheras) e incluso en tiempos muy antiguos raya de cerdos.
Algunos vecinos, aunque pocos, trasladaban durante este periodo sus animales a pueblos vecinos como Jarandilla de la Vera o a las dehesas más alejadas de poblaciones como Majadas de Tiétar, donde permanecían todo el invierno y la primavera.
Podemos citar como ejemplo el caso de Constantino Hidalgo del Monte y Benigna Burcio de la Calle, cabreros y carniceros, que pasaban el invierno en las dehesas de Majadas y el verano en la sierra de Guijo de Santa Bárbara.
Del mismo modo, en verano había algunos cabreros que se trasladaban con sus cabras a las sierras de pueblos vecinos. Fincas como El Hornillo (Tornavacas) o La Solisa (Jerte) acogían durante el verano algunas piaras de cabras de Guijo de Santa Bárbara.
Podemos destacar el caso de Vicenta García Díaz que trasladaba sus más de 700 cabras a la finca de La Solisa.
Pero llegado el verano, tradicionalmente el día de San Juan (24 de junio), la Sierra quedaba libre de rayas y el ganado podía pastar libremente en toda la Dehesa Sierra de Jaranda, siendo el momento en el que los cabreros subían a la sierra con sus piaras de cabras (aquí no se utiliza la palabra rebaño).
Pero antes de eso y al igual que se hacía en todas las estaciones, el ganado debía ser contado por los "contaores", encargados de contabilizar todo el ganado que pastaba en la finca y rellenar la papeleta de pastoreo o contrato en el que se especificaba el nombre y la cantidad de ganado que tenía cada propietario así como la cantidad que debía pagar por cabeza al final de la estación correspondiente, existiendo tres estaciones ganaderas:
- Invierno.
- Primavera.
- Agostadero: verano y otoño.
Algunas veces, el agostadero se dividía en verano y toñá (otoñada).
Durante su estancia en la sierra, que se prolongaba hasta la "virgen de Septiembre", festividades de la Virgen del Socorro (8 de septiembre) y de Las Angustias (9 de septiembre), o hasta San Miguel (29 de septiembre) si el tiempo lo permitía, el ganado pernoctaba en los majales al aire libre y los cabreros lo hacían en las tradicionales chozas, construcciones milenarias formadas por un muro circular de piedra seca y una techumbre cónica formada por "rajones" o troncos seccionados longitudinalmente sobre los que se colocaba una gruesa capa de escoba o piorno.
Las chozas estaban repartidas por toda la Sierra, siempre cerca de cursos de agua o fuentes permanentes, pero a una considerable distancia del pueblo por lo que para facilitar el manejo del ganado y la elaboración del queso, toda la familia del cabrero se trasladaba a vivir a las chozas, llevándose todos los animales que tenían y los enseres necesarios para la vida en la sierra.
Teodora Leal y su hija Feli junto a su choza con todos los cacharros.
Pimesaíllo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Subían las bestias, generalmente burros, cargadas con todo tipo de utensilios de cocina, cubos para ordeñar, cántaros para la leche, barreños o baños para la elaboración del queso además de empremijos y cinchos....
Los burros permanecían sueltos todo el tiempo en los alrededores de la choza, siendo habitual trabarlos para que no se fueran muy lejos.
También se llevaban los cerdos o cochinos que se tenían encerrados en cochineras construidas aprovechando algún covacho o pequeña cueva bajo un gran canchal o roca y con un pequeño corralillo de piedra.
En la cochinera estaba el camellón, rústico recipiente de madera donde se echaba de comer a los cochinos, siendo uno de sus principales alimentos el suero sobrante de la elaboración del queso.
Los cochinos, se trasladaban andando pero esto debía hacer a primera hora de la mañana y muy despacio, pues son animales muy propensos a asfixiarse con el calor.
Se subían también unas cuantas gallinas para abastecerse de huevos. Durante el día estaban sueltas junto a la choza con el peligro de ser apresadas por las abundantes aves rapaces y por la noche se encerraban en pequeños gallineros construidos de la misma forma que las cochineras.
Para trasladar a las gallinas, se las metía en grandes cestos de mimbre conocidos como covanillos que se tapaban por un saco fuertemente atado y cargaban en las bestias.
Unos poderosos enemigos para los cabreros en las chozas eran los pequeños ratoncillos que devoraban las provisiones e incluso los quesos, por lo que era obligado llevar a la choza un gato que también cazaba otros animales como las culebras que, aunque no eran dañinos, causaban gran miedo a las cabreras.
No era tarea fácil llevarse al gato porque eran animales ariscos y cogerlos y meterlos en un saco era tarea complicada.
Algunos gatos, conocedores ya de la fecha de subida, se escapaba y cuando los cabreros se daban cuenta, estaban ya en la choza.
Naturalmente, tanto en las zonas bajas como en la sierra, las cabras eran cuidadas con la ayuda inestimable de los perros, apreciando mucho los cabreros a los pequeños, rápidos y ágiles careas que se movían con gran soltura por la sierra, aunque algunos tenían también grandes mastines que defendían a las cabras de los numerosos lobos.
Careas castellano-manchegos.
Perro autóctono de esta zona y muy apreciado por los cabreros.
(c) Javier Bernal Corral.
La vida en la sierra era para los cabreros más "descansada" que en el pueblo, al no tener que realizar largos desplazamientos desde casa a los corrales ni de los corrales a las zonas de pasto.
Sin embargo, los peligros para las cabras eran los mismos o incluso más que en los pastos bajos pues podían sufrir el ataque de los lobos, las águilas reales o chiveras (especialmente los cabritos), las víboras.... lo que obligaba a los cabreros a permanecer siempre alerta.
Al amanecer, toda la familia se levantaba y tras desayunar las sopas de patata que habían sobrado de la noche anterior o bien tomar un café en el caso de las familias más "modernas", se procedía a ordeñar las cabras.
El ordeño se realizaba en cubos de lata y la leche se iba echando en cántaros también de lata que se metían en una fuente, arroyo o en la garganta para que la leche se enfriase.
Después los hombres y en ocasiones los niños de 7 u 8 años en adelante, se iban de careo o pastoreo con las cabras, llevándose el morral con la comida consistente en pan, queso y productos de la matanza.
Rara vez las niñas y sobre todo las mujeres, se hacían cargo del careo o pastoreo de las cabras aunque había excepciones en aquellas familias que no tenían hijos varones.
Los niños iban a veces solos cuando el padre tenía que bajar a las fincas situadas cerca del pueblo a regar las patatas, el vergel o huerto y otros cultivos.
Las cabras permanecían toda la jornada pastando, generalmente en las zonas más altas y dejando los regajos o praderas al lado de los arroyos para que pastasen las vacas.
Durante las primeras semanas del verano, las cabras se alimentaban de la flor del piorno serrano o carabón y de los brotes tiernos para pasar posteriormente a alimentarse de hierbas como el cervuno y de todo lo que encontraban.
Cuando había varias chozas cerca, los cabreros se organizaban de modo que las cabras no se juntasen durante el careo aunque cada ganadero conocía perfectamente a sus animales y podía localizarlos incluso a distancia por el distintivo sonido del campanillo o cencerro ya que cada piara tenía un sonido propio.
Además, las cabras estaban señaladas con cortes en las orejas propios de cada familia.
Era habitual que en las cuerdas o partes altas que sirven de límite jurisdiccional entre Guijo y los pueblos vecinos, los cabreros locales coincidiesen con cabreros de Tornavacas (al oeste y norte) y de Losar (al este).
Sin lugar a dudas, uno de los más destacados y recordados por todos los guijeños fue Paulino Gargantilla Serrano, natural de Jerte pero que pastaba en la sierra de Tornavacas durante el verano con su piara de casi 1000 cabras y que tenía gran amistad con cabreros guijeños.
Tío Paulino fue el último cabrero tradicional de estas sierras.
Las mujeres se quedaban en la choza elaborando el queso, aunque algunos hombres, especialmente si eran solteros o viudos o si la mujer no había podido subir a la sierra, hacían también el queso.
Solía decirse que los hombre, al tener la mano más caliente que las mujeres, hacían peor el queso, pero hubo siempre excelentes queseros y también malas queseras en Guijo.
Simón y Andrés "Los Calvotes".
Hermanos solteros que mantuvieron una excelente piara.
Andrés era un experto quesero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El primer paso consistía en colar la leche y echarla en un barreño o baño grande para añadir el cuajo, obtenido al desecar un cuajar de cabrito que sólo hubiese tomado leche, pues si había comido alimentos sólidos, el cuajar tendría impurezas.
Podía rasparse directamente un trozo de cuajo seco sobre la leche e incluso echar simplemente un trocito, pero era mejor macerarlo durante la noche en agua y añadir el líquido resultante a la leche para luego removerlo bien.
Tras 30-45 minutos, la leche comenzaban a cuajarse.
Cuando se estimaba que ya estaba lista la cuajada, se procedía al "apurado" que es la operación más importante de todo el proceso y para la que tener la mano fría significaba el éxito o el fracaso del proceso.
Con sumo cuidado se iba comprimiendo la cuajada para que quedase en el fondo del baño y el suero subiese a la superficie, retirándolo con una taza y echándolo en un cubo.
Este suero, conocido como "suero dulce", era utilizado a veces como alimento de los animales pero siempre se reservaba una parte para la alimentación familiar como bebida refrescante, exquisita merienda (suero migado con pan) e incluso para hacer sopas canas y un helado conocido como "lechelá".
Una vez obtenida la cuajada, se disponían los cinchos o moldes de madera sobre una tabla inclinada o empremijo para que escurriese el suero, y se iban llenando con la cuajada. Era importante apretar bien los cinchos y apretar bien la cuajada en ellos, para que el queso quedase bueno.
Al terminar, se echaba una capa de sal y, las cabreras que tenían buena maña, daban la vuelta cuidadosamente al queso y lo salaban por la otra cara aunque era mejor esperar a la tarde para hacer este proceso.
Después se llevaba el queso a la quesera, construida en una pequeña cueva junto a la garganta o arroyo más cercanos.
Cada día había que dar la vuelta varias veces a los quesos para que se oreasen bien.
Una vez a la semana, el queso se bajaba a vender al pueblo. Para ello se colocaba en unos grandes cajones de madera rellenos de helechos verdes para que el queso se mantuviera fresco. Los cajones se cargaban en los burros y se bajaban por las trochas y caminos hasta el pueblo donde se vendían los quesos generalmente a una clientela fija.
Solían bajar las mujeres acompañadas de algún muchacho, aprovechando el viaje para hacer algunas compras como el pan para toda la semana y subirse patatas, aceite, arroz, café...
Además de elaborar el queso diariamente, tras lo cual tenían que fregar todos los cacharros y cántaros para dejarlos listos para el siguiente ordeño, las cabreras tenían que hacer las labores domésticas como adecentar un poco la choza, lavar la ropa, hacer la comida...
No obstante, no era lo mismo estar en la choza que en casa por lo que el trabajo era mucho menor salvo cuando se tenían varios niños pequeños que en la sierra, estaban expuestos a más peligros que en el pueblo.
Al disponer de mucho tiempo libre, dedicaban la tarde a realizar labores de costura con las mujeres de chozas vecinas.
Al caer la tarde, se repetía nuevamente el proceso aunque conforme avanzaba el verano y sobre todo en años muy secos, muchas cabras iban "enjugándose" o dejando de dar leche siendo las tempranas que parían en el otoño las primeras que dejaban de ordeñarse o que sólo se ordeñaban una vez al día mientras que las tardías que parían en invierno y primavera mantenían la producción más o menos estable y se ordeñaban también por la tarde.
Si había poca leche, esta se dejaba en los cántaros metidos en la garganta para que estuviese fresca y se mezclaba con la de la mañana siguiente para hacer el queso, práctica que daba un sabor más fuerte y ligeramente picante al queso que no agradaba a todas las clientas del pueblo.
Llegado el mes de septiembre, en fecha variable como ya dijimos, los cabreros regresaban al pueblo aunque en ocasiones, algunas familias se instalaban en fincas situadas a bastante altitud, donde vivían en pequeñas casillas situadas junto a los corrales, llegando en ocasiones a vivir prácticamente todo el año en estas fincas.
Ya en las zonas bajas comenzaba un nuevo ciclo ganadero cuya primera tarea importante era la paridera temprana de las cabras que comenzaba a mediados de octubre y que al mismo tiempo coincidía con la cubrición de las cabras tardías que parirían en a finales del invierno y comienzos de la primavera.
Pocos cabreros tenían las cabras todo el año cerca del pueblo, siendo necesario mencionar una piara verdaderamente singular: la de las cabras caseras.
Esta piara, formada por unas 60 ó 70 cabras pertenecientes a varios vecinos del pueblo que sólo tenían 1 ó 2 cabras para abastecerse de leche y que se encerraban por la noche en la cuadra situada en la planta baja de la casa, de ahí su nombre, eran llevadas cada mañana a pastar por un cabrero a sueldo a los pastos de El Coto, entrando solamente en las zonas bajas de la sierra.
Al atardecer, regresaban al pueblo y cada cabra iba sola a su casa.
La costumbre de subir a la sierra con las cabras fue poco a poco despareciendo, primero por la emigración desde los años 20 a los años 60-70 del siglo pasado y posteriormente debido al cambio de actividad de muchos ganaderos que sustituyeron las cabras por vacas lecheras o que se dedicaron al cultivo del tabaco y la frambuesa, que requerían constantes cuidados durante los meses de verano y eran incompatibles con la vida de los cabreros que, hasta ese momento, había sido también agricultores pero dedicados al cultivo de cereales de secano, patatas, granos (alubias), castaños y olivos, que necesitaban menos cuidados.
También aumentó a lo largo del siglo XX y sobre todo a partir de los años 50, el censo de ganado vacuno de carne. Al principio eran vacas "negras" o Avileñas y poco a poco, especialmente ya en los años 80, se irían introduciendo toros de otras razas y haciendo cruces.
Las vacas también subían a la sierra el día de San Juan pero los dueños no subían con ellas o al menos no lo hacía la familia sino que en algunos casos subía algún vaquero o criado.
No obstante, en los años 70 y 80 todavía quedaban muchos cabreros.
Máximo Vasco nos contaba hace unos años que en esas fechas había en Guijo los siguientes cabreros, señalando el número aproximado de cabras que tenían la mayoría de ellos:
- Tío Casimiro: 15 cabras.
- Tito Borrega: 90.
- Ángel y Braulia: 80.
- Eustaquio: 70.
- Tío Culebrero: 100.
- Tío Güevo: "ciento y pico".
- Tío Colilla: 100. Siguió con ellas su hijo Teodoro "Serrano".
- Los Pivos. 100.
- Barrunta: 100.
- Julio Cebolla: 80.
- Julián Morcilla: 80.
- Jacinto Torralvo: 90.
- Tío Mingo El Pelao: 10.
- Tío Pascual.
- Tío Pedro Pompa. 90.
- Tío Crisantos Zorrita. 90.
- Tío Alfonso Fuelle 100. Siguió con ellas su hijo Fidel.
- Prudencio.
- Tío José Matanza. 100.
- Miguel Lagartijo. 80.
- Los Andariques: 100.
- Los Enanillos.
- Los Calvotes. Simón y Andrés. 70.
- Tía Benita la Calvota. 80.
- Tío Corzo.
- Tío Picholito. 80.
- Tío Antonio El Niño. 100.
- Tío Alonso y Cele.
- Tío Ramiro.
- Juan Pompa.
- Los Granizos: 70.
- Antonio Tedorón: 100
- Antonio Garabato: 90.
- Crisantos Migajita 100.
- Jesús y Avelina. 70.
- Tío Isaac. 80.
- Tío Juan El Afilaor.
- Gonzalo Maruso: 80.
- Tío Victorio Manteco: 80
- Tío Pedro y tía Bruna. 80.
- Gonzalo Vergara: 90.
Estimaba tío Máximo que en los años 70 y principios de los 80, había en Guijo de Santa Bárbara entre 2000 y 2500 cabras, cifra considerable comparadas con las que hay hoy pero que no tenía nada que ver a su vez con las que hubo dos décadas antes pues en 1957 se censaron 3777 cabras en el pueblo a las que se sumaban unas cuantas piaras de borregas (ovejas) y medio millar de vacas.
Tío Máximo Vasco bajando de la sierra con leña para la lumbre.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Los cabreros fueron desapareciendo poco a poco al irse retirando los mayores y no tener relevo generacional por dedicarse sus hijos a otras actividades o por haberse marchado del pueblo.
A finales de los años 80 y principios de los 90, ya no subía ninguna familia a la sierra con las cabras.
A finales del siglo XX todavía quedaban alrededor de 1500 cabras pero en la primera década del siglo XX, el descenso fue muy acusado, llegando en algunos momentos a quedar menos de 300 cabezas en el municipio.
Actualmente, quedan menos de 400 cabras en Guijo de Santa Bárbara, repartidas desigualmente entre 5 ganaderos: Alejandro Torralvo, Ángel Torralvo, Teodoro Jiménez, Juan Antonio Rodríguez y Jacinto Torralvo.
Alejandro Torralvo Gutiérrez, es el más joven de todos y a sus 24 años continúa con el oficio de su padre Florín y de su abuelo, el gran Primitivo Torralvo García, más conocido como tío Pivo y que aportó el apodo a la familia: LOS PIVOS.
Aunque aquella forma de manejo del ganado caprino durante los meses de verano desapareció, permanece aún en el recuerdo de los más mayores y no tan mayores que pasaron muy buenos veranos en la Sierra en parajes como El Biezo, El Campanario, Veguilla Los Cachorros, El Chaparral, El Galayo...y sobre todo en Pimesaíllo, lugar emblemático que merece un comentario más amplio.
Pimesaíllo es un pequeño poblado en el que había varias chozas relativamente próximas y donde en algunos momentos vivieron en verano más de una docena de familias integradas por una media de 4-5 miembros, lo que suponía una población total superior a las 50 personas.
Más de un millar de cabras de las casi 4.000 cabezas que hubo en su día en Guijo de Santa Bárbara, se juntaban durante el verano en este paraje aunque realizando cada una su careo correspondiente.
Pimesaíllo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Isidro Pérez fue uno de los habitantes de Pimesaíllo. Cada verano subía con sus padres Crisantos y Petra a Pimesaíllo donde pasaban el verano con las cabras hasta que el tiempo empeoraba y les obligaba a trasladarse a la finca de Los Migueles, situada a gran altitud.
Cabrero residente actualmente en Talayuela (Cáceres) y uno de los principales colaboradores de este blog, nos cuenta su vida en Pimesaíllo:
El día que subíamos o Pimesaíllo o que nos íbamos a la garganta como también se decía, era una fiesta para los muchachos porque allí arriba nos lo pasábamos muy bien. Era una vida dura pero éramos felices.
Yo recuerdo bien todas las familias que estábamos en Pimesaíllo en los años 60 y 70 que es cuando yo pasé allí los veranos.
A lo largo de los años vivieron en las chozas de Pimesaíllo, Los Migajitas, Los Barruntas, Los Zorritas, tía Abundia, Los Pispís, Eulalio Leal, Los Marusos, Los Pivos, Los Colillas, Los Matanzas, Valentín Pérez y su hijo Miguel Los Lagartijos, Tío Isaac el Chicha, Los Panás, Angel y Braulia, tío Quintín Pérez, Los Andariques, Los Riquillos,
Las chozas no eran de propiedad particular. Eran de la Sierra y se ocupaban cuando estaban libres si la familia que había estado en años anteriores decía que no iba a subir.
Algunas familias estuvieron siempre en la misma choza y otras que se iban cambiando cuando alguna se quedaba libre y les convenía más que la que tenían.
No había nada escrito pero todo se respetaba porque entonces la palabra valía más que un contrato y si era de los viejos, más todavía.
Había chozas por toda la sierra, estando las de los cabreros siempre cerca de la Garganta Jaranda o de alguna gargantilla para que no faltase el agua y se pudiesen tener las queseras para que el queso estuviera fresco.
Yo recuerdo las siguientes:
Mosquitos: Tía Benita la Calvota.
El Chaparral: Tío Manteco.
Las Quebrás: Simón y Andrés los Calvotes.
Veguilla Los Cachorros: Los Frailes, tío Güevo, Jesús y Avelina.
El Campanario: Los Granizos, los Cebollas, tío Pedro Pompa y Los Garabatos.
El Galayo: Los Migajitas, Los Pivos, Tío Valentín el Lagartijo.
Los Horquillos: Los Pivos, Tío Antonio Tedorón y Los Marusos.
La Nava: Tío Antonio Teodorón.
La vida de los cabreros en aquellos tiempos no era fácil. Algunas cosas es verdad que eran más fáciles que ahora porque no habían tantas leyes ni tanto papeleo y los cabreros sabían cuidar y gestionar el monte porque vivían de ello y a la vista está que cuando han desaparecido los cabreros de la sierra, se ha perdido todo el monte y ya es muy difícil recuperarlo.
Choza del Hornillo.
Donde antes había grandes pastizales hoy sólo crecen carabones.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En lo que sí se ha mejorado mucho es en la sanidad y el cuidado del ganado. Antes había muchos epidemias de gripe y gota. Recuerdo una en los años 70 en la que sólo se libraron Los Calvotes, tío Miguel el Lagartijo y Los Migajitas que somos nosotros.
Había veces que pasaban grandes desgracias como cuando un rayo mató 66 cabras de nuestra familia.
Cuando pasaban estas cosas, la gente ayudaba y se compraba la carne de las cabras mientras que otros cabreros se ponían de acuerdo para dar una cabra por cada cabra muerta por el rayo. A nosotros nos las dieron los Marusos y los Pivos.
Isidro El Migajita con sus cabras en Talayuela (Cáceres).
Isidro Pérez marchó de Guijo de Santa Bárbara con sus padres en 1979 para instalarse en la localidad cacereña de Talayuela donde a día de hoy sigue siendo cabrero, visitando su pueblo natal casi todas las semanas y aprovechando para mantener animadas conversaciones con los antiguos cabreros del pueblo y para contar sus historias y experiencias que son en muchos casos fundamentales para realizar los artículos de este blog.
Cabras de Isidro en Talayuela.
(c) Isidro Pérez.
Sin embargo, es también necesario conocer la visión que los cabreros guijeños actuales tienen de aquel sistema de explotación llevado a cabo por sus padres y abuelos en tiempos pasados.
Alejandro Torralvo Gutiérrez, nacido en 1998, representa a la perfección la unión entre el mundo de los cabreros tradicionales y modernos.
Ya no conoció aquella vida que aquí se describe, pero ha oído hablar a su padre y a su abuelo Pivo (1927-2020) de ella.
Alejandro Torralvo con un macho de raza Verata.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
"Aquella vida era muy dura, pero los cabreros de entonces eran felices porque no conocían otra. Tenían todo lo que necesitaban y nunca pasaron hambre.
Hoy en día, el manejo ha cambiado pero nos tenemos que enfrentar a otra serie de problemas. Yo creo que la ganadería es siempre una actividad difícil que, en cada momento, tiene sus problemas diferentes aunque si te gusta, pues lo haces todo con ilusión.
Los conocimientos que tenían aquellos cabreros y que a mí me han transmitido mi abuelo y mi padre, son fundamentales para llevar hoy una explotación ganadera, sabiendo combinarlos con los adelantos y conocimientos que tenemos hoy en día.
Llevar aquella vida, sería imposible ya. Ni los cabreros estamos acostumbrados a carecer de ciertas comodidades ni las propias cabras saben mantenerse como antes.
Antiguamente las cabras vivían a base de lo que comían en el campo pero hoy ya las echamos pienso, paja, sal y cuidamos mucho su salud.
Cuando el tiempo es malo, duermen en corrales cerrados protegidas del aire y de la lluvia y sin pasar frío.
El ordeño, en la mayoría de los casos, se hace ya de forma mecánica para facilitar el trabajo y garantizar la higiene de la leche y la correcta conservación en tanques de refrigeración.
Ya no se puede hacer queso con leche cruda como antes y venderlo, sino que la leche debe ser entregada a la industria a no ser que tengas una quesería propia que es algo que no todo el mundo puede permitirse.
Yo ahora mismo, tengo las cabras todo el año en la misma finca porque tengo en ella la sala de ordeño. Sólo traslado en verano a una finca alta, hasta la que puede llegar con el coche, a las cabras que no dan leche y que pueden pastar solas. Las coloco dispositivos GPS para tenerlas controladas con una aplicación en el móvil.
Como vemos, Alejandro ha sabido adaptarse a los tiempos y mantener las cabras que su padre heredó de los suyos: Primitivo Torralvo García y Flora Sánchez Vaquero.
Este fue uno de los últimos matrimonios en subir a la Sierra a parajes como Pimesaíllo o El Galayo, siendo tía Flora una de las queseras más famosas de todos los tiempos pues sus quesos frescos y mantecosos eran los más apreciados por muchos guijeños.
Con tío Pivo tuvimos la suerte de pasar muy buenos ratos en sus últimos años de vida, cuando todavía ayudaba a sus hijos y a su nieto con las cabras, aconsejándoles en todo momento lo que debían hacer y sintiéndose muy orgulloso de ellos.
EPÍLOGO.
La costumbre de subir a la sierra con las cabras y vivir allí con ellas durante el verano, se ha perdido completamente en Guijo de Santa Bárbara aunque sigue en el recuerdo de quienes la practicaron.
En otros lugares donde se crían cabras de aptitud cárnica, sí que se mantienen costumbres similares y también en los lugares donde, aún tratándose de cabras de leche que se ordeñan a mano o con ordeñadoras portátiles, hay buenos accesos para los vehículos.
Cabras en alta montaña.
Guisando (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.
Sin embargo, esta costumbre ancestral de Guijo de Santa Bárbara, forma parte del patrimonio histórico, social y cultural del municipio por lo que merece ser recordada por quienes la vivieron y por los que hoy nos interesamos por preservar viva la memoria de nuestro pueblo.
Los descendientes de aquellos cabreros que pasaron los veranos en la sierra con las cabras, debemos sentirnos profundamente orgullosos de nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos...
DEDICATORIA.
Este artículo va dedicado a todos los cabreros guijeños que a lo largo del tiempo subieron a la sierra con las cabras durante el verano.
Hemos conocido a muchos de ellos y aunque no estén con nosotros ya, su memoria seguirá viva gracias a lo que nos contaron.
El autor entrevistando a Tito "El Borrega" y a María Antonia Rodríguez.
Cocina de tío Pedro y tía Bruna.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Fundamentales han sido las investigaciones sobre los cabreros de la Sierra de Gredos en general y de Guijo de Santa Bárbara en particular, realizadas por el maestro, fotógrafo e investigador Alonso de la Calle Hidalgo.
No puedo terminar este artículo son poner, tal y como me lo contaba mi tía Nicolasa, algo sobre su vida en la sierra durante el verano:
"Nosotros teníamos muchas cabras. Eran de mi abuela Vicenta. Aunque mis abuelos habían sido cabreros, cuando mi tío Anastasio se fue a la Mili, las vendieron porque mi abuelo ya era mayor y no podía hacerse cargo de ellas.
Se quedaron sólo un par de cabras caseras para tener leche para casa.
Al quedarse viuda mi abuela, y tenernos a su cargo a mi primo Juan y a mí, decidió comprar cabras, empezando más o menos con un ciento.
En invierno las teníamos en nuestro corral de Los Chorros y en otoño en nuestro corral de Santonuncio. En primavera las llevábamos a un corral de La Cuerda que era de tía Olegaria.
En verano, subíamos con ellas a la sierra y las teníamos en el majal de Los Avesales.
Mi abuela siguió comprando cabras y llegamos a tener más de 700 en 1936, año en el que debido a los múltiples incendios que se habían producido en la sierra, muchos cabreros nos vimos obligados a salir del pueblo. Nosotros nos fuimos a Jerte, a la finca de La Solisa. Con las 700 cabras nos fuimos el criado que servía con nosotros y tenía 19 años, yo que tenía 14 y mi primo Juan que tenía 9. Entre los tres nos hicimos cargo de los animales.
La Solisa vista desde el Majal de Las Colmenillas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Unos años más tarde, mi abuela vendió las cabras y compró borregas. Seguimos con ellas bastantes años. Mi abuela murió en 1955 y yo seguí un año más con las ovejas hasta que me fui a Francia.
La vida de los cabreros era muy dura, pero éramos felices y nos faltaba nunca de nada. Aunque había que estar pendientes del ganado todo el día, a mí me gustaba más esa vida que estar trabajando en el campo."
* Nota final del autor.
Sorprenderá tal vez a los lectores de Guijo de Santa Bárbara, que en este artículo hayan aparecido numerosas fotos de Paulino Gargantilla Serrano (1929-2014), natural de la localidad de Jerte.
Esto se debe a que cuando ya había desaparecido en Guijo la costumbre de subir a la sierra con las cabras en verano, tío Paulino aún la mantenía viva en la primera década del siglo XXI.
Tuvimos la suerte de pasar muchos ratos con él en su choza de El Melocotón, en la sierra de Tornavacas, donde subía cada verano con su piara de cabras y donde elaboraba el queso a la antigua usanza.
Recordaba bien tío Paulino aquellos años en los que la sierra del Guijo estaba llena de cabras y cabreros que coincidían con él en las cumbres de la sierra.
A él (en memoria) y a su esposa Julia Cuesta que aún vive, les dedicamos también este artículo.
Técnico Forestal.
Que suerte hemos tenido algunos de haber conocido todo aquello....gracias.
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo. Un saludo.
EliminarMe encantan estas historias, cada vez que subo a pimesaillo me imagino la vida que debe haber habido en ese lugar
ResponderEliminarMe gustan tus historias, yo tb he sido cabrero y tb he vivido el verano el la sierra y en el chozo y leer tus historias me traen muchos recuerdos gracias por compartirlas, tb decirte si sabes de alguien que haga morrales de cuero tipo verato para hablar con el, tb sería una buena opción para un nuevo artículo gracias.
ResponderEliminarEsido pastor trahusumante de merinas y mi abuelo tubo cabras
ResponderEliminar