LA CABRA, EL COCHINO Y LAS GALLINAS DE TÍA NICOLASA.
Nicolasa Sánchez García (1922-2012) fue una importante ganadera y labradora de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) dedicada fundamentalmente a la cría de ovejas y vacas pero que también tuvo bestias para el trabajo y cabra, cochino y gallinas para el gasto de casa. De estos últimos animales, hablaremos en el presente artículo contando la curiosa historia que con ellos le ocurrió a Nicolasa.
Contar toda la vida en tía Nicolasa es verdaderamente complicado y complejo aunque ya hace justamente dos años en este mismo blog y el día que ella hubiese cumplido 100 años, se publicó un artículo titulado UNA CABRERA CON LA MANO FRÍA que el lector lo desee puede consultar (Ver enlace al final).
Una cabrera con la mano fría.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Tía Nicolasa tenía una memoria prodigiosa y una impresionante capacidad para narrar historias vividas en tiempos pasados que, quien las escuchaba era capaz de imaginarlas perfectamente. Por eso, transcribimos aquí la historia de la cabra, el cochino y las gallinas tal y como ella la contaba.
Tía Nicolasa. 2011.
(c) Modesta de la Calle Sánchez.
"Me casé el 12 de abril de 1943 con Emilio de la Calle de la Calle. Él era de una familia de vaqueros de toda la vida y mi suegro nos regaló una vaca, una erala, una añoja y un choto. Eran vacas negras, las que había habido aquí de siempre.
Se tenían para criar chotos para venderlos y también porque en invierno se las cerraba en los corrales y se las echaba buena cama de hojas de roble o castaño o de paja y así se hacía el estiércol para el campo porque entonces era el abono que se echaba en la tierra.
Vaca "negra" (actualmente raza Avileña).
(c) Miguel Alba Vegas.
A mí me gustaban más las cabras que las vacas porque me había criado entre ellas pero es verdad que es un ganado mucho más esclavo que las vacas y aunque teniendo cabras ves el dinero día a día al vender el queso mientras que con las vacas no lo ves en bastante tiempo, no seguimos con las cabras así es que mi abuela vendió casi todas las que tenía porque al irme yo de casa, no tenía quién hiciera el queso.
Piara de cabras.
(c) Silvestre de la Calle García.
Así es que entre las vacas y las tierras, íbamos tirando. Además, al principio vivimos "a gasto abierto", o lo que es lo mismo sin pagar nada y comiendo lo que quisiésemos a cambio de trabajar, en casa del abuelo Andrés, el padre de mi suegra, que la pobre ya se había muerto. Vivía también con nosotros mi suegro y mis cuñados Marce y Braulio. Yo me encargaba de hacer la comida para todos y Emilio se hacía cargo del ganado porque de campo no entendía mucho.
Vivimos allí 9 meses pero luego nos tuvimos que ir a casa de la abuela Juana, la madre de mi suegro, porque nos tocaba cuidarla. Allí estuvimos bastantes meses hasta que yo, que estaba embarazada, me puse algo muy mala y nos fuimos a vivir a una casa que nos dejó mi abuela Vicenta.
Nicolasa y Emilio.
(c) Familia De la Calle.
Aquí ya se acabó el estar "a gasto abierto" pero como yo estaba mala, mi abuela se hizo cargo hasta que nació mi hijo y luego ya nos ayudó para que comprásemos una cabra, un cochino y unas gallinas porque se decía entonces que con eso, el huerto y poco más, se tenía por lo menos para comer. Y era verdad.
En la casa en la que vivíamos, teníamos una buena cuadra para tener todos los animales. Teníamos la yegua para trabajar, la cabra, el cochino y las gallinas y sobraba sitio. Si hubiéramos querido o hubiese hecho falta, podríamos haber tenido hasta vacas en el invierno pero esas las teníamos en un corral al otro lado del pueblo y que se llamaba El Corralón.
Yegua con su potrillo en la cuadra.
(c) Raquel Cayón Campuzano.
Tener estos animales en casa, eran una comodidad. Necesitaban bastantes cuidados y así se los podía atender bien. Todos los animales que se tenían en las cuadras de casa o dentro del pueblo, eran "cosa de las mujeres". Los hombres se encargaban del ganado que estaba en la sierra, en la dehesa y en los corrales, pero lo del pueblo era cosa nuestra y eso que además teníamos que hacernos cargo de la casa, de los niños, de los abuelos... y todo sin las comodidades que hay ahora.
La vida de las mujeres de antaño era muy dura.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El tener una cabra, un cochino y gallinas, solucionaba mucho a una familia porque de esa forma, había leche casi todo el año, no faltaba nunca la carne y era raro que faltasen los huevos.
Con eso, las patatas del huerto, el aceite y algunas cosillas más, se iba tirando.
Cochinos y gallinas tenía todo el mundo en las casas, pero las cabras caseras, que se llamaban así por tenerlas en casa, sólo las teníamos, los vaqueros, la gente mayor o los que eran muy pobres y no tenían piaras de cabras ni de vacas.
Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.
En el año 1945, tuvimos nuestra primera cabra propia. No tuvimos que comprarla porque nos la crio mi abuela. Yo pensé que la estaba criando para ella pero nos dio una gran sorpresa cuando nos la regaló y nos dijo:
- La cabra mía tiene 3 años todavía y la queda mucho tiempo por vivir. A lo mejor me muero yo antes que ella, así es que buena gana tengo de criar chiva y si acaso al año que viene dejo una. Esta está ya preñada para parir en el mes de marzo y vuestra es. Ya os toca a vosotros haceros cargo de ella.
Tía Vicenta "La Jambrina".
Abuela de Nicolasa. 1945.
(c) Familia de la Calle.
Los chivos de las cabras de piara siempre se vendían a los carniceros pero como los de las caseras, como no se las tenía para vivir de ellas, se los mataba para el gasto de casa. Era un lujo poder comer cabrito en salsa o caldereta.
Cabrito en salsa o en caldereta.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
La principal producción de una cabra era leche. Cuando quitamos el chivillo, pudimos empezar a ordeñar a nuestra cabra.
Daba bastante leche que era para hacer las papas a Maxi, mi hijo. Si sobraba algo, la tomábamos Emilio y yo o hacía sopas canas. Con una cabra sola no se podía hacer queso porque como mucho se podía sacar litro y medio o dos de leche y eso era ya raro.
De todas formas yo guardaba el cuajo de los cabritos y alguna tarde hacía un "cerruco". Esto se hacía echando la poca leche que se tuviera en un caldero o cazuela y echando un poquillo de cuajo. Después se escurría el suero y se echaba la cuajada en la tapa de un puchero que se ponía un poco volcada para que terminase de escurrir. Se comía de postre con un poco de azúcar.
Calderillo con leche.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
También estaban mucho más abrigadas por las noches en la cuadra.
Vivían más años que las cabras de piara porque no gastaban tanto los dientes ni sufrían tantas penas. Muchas pasaban de 10 ó 12 años.
Las cabras caseras se tenían en la cuadra de casa, pero cada mañana después de ordeñarla, se la soltaba con las demás cabras caseras del pueblo. Un cabrero recorría las calles tocando un campanillo para que las mujeres soltásemos nuestras cabras. Otras veces, dependiendo de si el careo iba a ser por un sitio o por otro, teníamos que llevar la cabra a la Plaza los Toros o al Corral de los Cochinos, que estaba al lado de mi casa.
El cabrero se las llevaba al Coto, que es un terreno del Ayuntamiento alrededor del pueblo, para que comiesen durante todo el día y por la tarde volvía con ellas al pueblo. Al llegar, cada cabra iba sola a su casa y si estaba la puerta abierta, entraba pero si no, se esperaba o empezaba a berrear para que se la abriera.
Cabras caseras junto a la Fuente de Tía Josefa. 1960.
(c) Fotografía cedida por Concha Jiménez.
También en 1945 mi abuela compró a primeros de año un cochinillo y nos lo regaló para que lo engordásemos y pudiéramos hacer la matanza en el invierno.
En la cuadra de casa, en un juche separado de la cabra y sobre todo de la yegua para que no le diese alguna patada, teníamos a nuestro cochino y en una pila de piedra o camellón, le echábamos de comer. Se le echaban las sobras de la comida y el brebajo, que se hacía cociendo patatas "menúas" (pequeñas), mondajas (peladuras de las patatas) y un puñado de centeno en grano. Se mezclaba todo en un caldero y se le daba al cochino dos veces al día.
Camellón para echar de comer al cochino.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Los cochinos se tenían en la cuadra por la noche, pero de día se los llevaba al Corral de los Cochinos, que era un majal grande con su puerta para que no se saliesen los cochinos, donde se los dejaba todo el día hozando y bañándose en un arroyo. Por la tarde, alguien los abría la puerta y cada cochino, igual que las cabras, volvía solo a su casa.
Recogiendo el cochino.
(c) Foto cedida por Jesús Leal de la Calle.
A partir del verano, se echaba cada día más comida al cochino y se le echaba todo lo que hubiese: el brebajo, patatas, fruta, harina de cebada, castañas, bellotas....
Lo único que no se los echaba en este tiempo, era el suero del queso, porque entonces la matanza no se secaba bien.
Se intentaba que el cochino engordase cuantos más kilos o arrobas mejor. Para hacer una buena matanza, el cochino tenía que pesar 12 ó 14 arrobas (138-161 kilogramos) como mínimo aunque si pasaba de 15 (172,5 kilogramos) mejor todavía.
Cochino.
(c) Abel Pache Gómez.
La matanza era muy importante porque era la carne que se comía durante todo el año. Entonces en las carnicerías sólo se vendía carne de cabra vieja para el cocido.
Se hacían muchas morcillas de calabaza que llevaban gordo del cochino y calabaza cocida, morcillas de verano que eran parecidas pero con algo de magro del cochino, de cabra o de borrego, chorizos, salchichones...lo mejor eran los lomos y los jamones, pero se solían guardar para alguna ocasión especial o se vendían para comprar el cochino para la matanza del año siguiente.
Secando la matanza.
(c) Silvestre de la Calle García.
Cuando estábamos en casa del abuelo Andrés y luego en casa de la abuela Juana, no nos hacían falta gallinas propias porque ellos tenían muchas pero al cambiarnos a la otra casa, nos quedamos sin ellas así es que mi abuela nos regaló unas cuantas porque ella tenía muchas al dedicarse, entre otras muchas cosas a vender huevos y pollos.
Gallinas Castellanas Negras.
(c) Carlos Sánchez Burdiel.
Las gallinas no se solían tener en la cuadra porque si alguna se metía en el juche del cochino, no salía viva de allí y si se metía donde la yegua o la bestia que hubiera, la podía pisar también. Se hacía el gallinero debajo de las escaleras que desde el patio subían al piso de arriba o, si había sitio en la cuadra, se hacía un gallinero cerrado con tablas pero al que las gallinas entrasen desde la calle o desde el patio.
Lo normal era tenerlas debajo de las escaleras. Por la mañana, se las abría y se las echaba de comer en el patio y luego se las dejaba sueltas por la calle, pero dejando la gatera, un agujero que había en la puerta, abierta para que pudiesen entrar a poner los huevos. Por la noche se las cerraba.
Puerta con gatera.
(c) Silvestre de la Calle García.
También se hacía algún dulce los domingos o días de fiesta como los sapillos, que eran como los rellenos pero cocidos en leche, flanes, natillas...
Huevos.
(c) Javier Bernal Corral.
Con las gallinas, siempre se tenía un gallo. En la primavera, cuando alguna gallina se ponía "cuecla", se ponían en un cesto 8 o 10 huevos para que los engorase y sacara los pollillos.
Siempre gustaba que nacieran más pollas para así poder matar alguna gallina vieja para echarla al cocido pero también nacían pollos que se vendían, dejando siempre uno para renovar el gallo que se mataba siempre para la cena de Nochebuena.
La casa en la que vivíamos, era grande y estaba muy bien preparada pero estaba lejos de la fuente y además tenía muchas escaleras, así es que nos mudamos a otra casa que tenía mi abuela vacía y aquella la alquiló mi abuela aunque nos quedamos con la cuadra para seguir utilizándola.
Sólo cambiamos las gallinas, porque al lado de la casa nueva teníamos un huerto con un buen gallinero y así era más fácil atenderlas.
Gallinas Castellanas Negras.
(c) Alexis Hernández Llorente.
¡Qué felices éramos nosotros con nuestro ganado! Pero no todo es tan bonito en la vida y en la de un ganadero, lo bueno dura poco.
Desde que nos casamos habíamos tenido una suerte malísima con las bestias o caballerías.
Una semana después de casarnos, se nos murió un caballo y a los 3 meses, una potra. Compramos una yegua en octubre del 43 y parió un mulo en el 44. Era precioso y a mí siempre me han gustado mucho los mulos así es que decidimos criarlo, pero lo separamos para destetarlo y una vaca le corneó y le mató. La yegua, que estaba preñada, se nos accidentó ese invierno y hubo que matarla...
Así podría seguir porque entre 1943 y 1956 se nos murieron 13 bestias entre grandes, chicas y yeguas que abortaron o se murieron preñadas, pero eso lo contaré otro día.
Yegua con muleto.
(c) Isidro Pérez Jiménez.
Teníamos 2 ó 3 vacas y con lo que sacábamos de vender el choto había para ir tirando aunque lo que más nos interesaba de ellas era el estiércol porque poníamos tabaco y se necesitaba estercolar bien la tierra.
Estas vacas no daban leche más que para el choto. Sólo se las ordeñaba cuando estaban recién paridas y el choto no podía mamar toda la leche, aprovechando para hacer algún queso.
Vaca con su ternero recién nacido.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
Tuvimos también ovejas o borregas aunque al principio las teníamos a medias con mi tío Anastasio. Daban bastante dinero porque la lana y los corderos valían dinero aunque lo mejor era que no había que ordeñarlas como a las cabras así es que daban menos trabajo. A nosotros nos interesaban mucho por el estiércol porque con las vacas había que hacer el estiércol en los corrales y luego llevarlo con la bestia hasta las fincas pero las ovejas se llevaban por las noches directamente a las fincas y se las encerraba en corrales de red para que estercolasen el terreno.
También pasaban cosas malas con las borregas porque los lobos mataban algunas y esta sierra es muy trabajosa para las ovejas y rara era la semana que no se mataba alguna o se patiquebraba y había que matarla.
Ovejas o borregas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Pero lo peor de todo fue lo que pasó en 1948 con la cabra, el cochino y las gallinas. A muchos les podrá parecer una tontería pero aquello fue para mí una de las peores desgracias, caldas y disgustos de mi vida.
Aquel invierno fue uno de los peores que se habían vivido en el pueblo. No llovió casi nada y tampoco nevó en la sierra. La Fuente del Pueblo, que era siempre la que mejor manaba y de la que cogíamos agua mucha gente para beber y para el gasto de casa, prácticamente se secó.
Fuente del pueblo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Como en la Sierra y en el Coto había poca comida, las cabras no tardaron en empezar a ponerse malas porque, como decían los viejos, la cabra cuando está sana tiene siete males, queriendo decir que tiene muchas enfermedades y problemas aunque se suelen salvar de todo.
Pero pronto empezaron a decir que había cabras con gripe y yo me empecé a temer lo peor y no me equivoqué. La cabra nuestra y casi todas las caseras y también las de muchas piaras, tuvieron gripe. A la nuestra parecía que no la había afectado mucho pero una mañana cuando fui a ordeñarla, me la encontré muerta. Fue una gran pena porque aunque muchos piensen que sólo era una cabra, yo la tenía mucho cariño porque me la había regalado mi abuela. Por cierto que, la cabra de mi abuela fue de las pocas que se salvó de la epidemia.
Por si fuera poco, aquel año nació mi hija Modesta y quedarse sin cabra teniendo una niña recién nacida y un niño de tres años, era un problema.
Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.
Cada día, cuando las mujeres íbamos a la fuente a por agua, teníamos que hacer esperar porque como manaba poco, hablábamos de lo que estaba pasando con los animales. Algunas empezaron a decir que los cochinos se estaban poniendo malos y alguno ya se había muerto.
No tardó el nuestro en ponerse malo y en dejar de comer. Poco pudimos hacer y al final se acabó muriendo. Iba ya bastante gordo porque pesaría como 4 ó 5 arrobas.
Si malo era quedarse sin una cabra, peor era quedarse sin un cochino y más si para comprarle habías tenido que vender ya un jamón o los dos de la matanza anterior.
La cosa no paró ahí. Las gallinas también se pusieron malas. Yo tenía 5 ó 6 gallinas grandes y estaba criando 4 pollas que habían empezado a poner. Se salvaron 4 gallinas y el gallo, pero las pollas se murieron todas en pocos días.
Esto al fin y al cabo era una desgracia pero menor que las otras, aunque después de lo otro parecía que se estaba acabando el mundo.
Gallo y gallinas de raza Pintarazada.
(c) Javier Bernal Corral.
Sin cochino y sin gallinas no se podía estar así es que tuvimos que comprar un cochino ya gordito y mi abuela nos regaló unas cuantas gallinas.
No quise volver a tener cabra porque me dio tantísima pena que se me muriera otra, que le dije a mi abuela:
- Cuando paran las vacas nuestras las ordeñaremos y cuando no tengamos leche, como ya hay muchas vacas suizas, se puede comprar leche si hace falta y ya está.
La verdad es que podíamos habernos comprado una vaca suiza, pero si a mí no me gustaba las vacas negras, estas menos y encima con la suerte que teníamos, a lo mejor la comprábamos y mañana se patiquebraba.
Vaca Suiza.
(c) Silvestre de la Calle García.
Podría seguir contando muchas historias con el ganado pero hoy, hay bastante con esto.
Con esto se ve que la vida del ganadero no es tan fácil como parece y más en aquellos tiempos cuando no había medicamentos como hay hoy, ni piensos ni nada. Si se te moría un animal, no te quedaba más solución que aguantarte y comprar otro si podías o pedir dinero prestado para poder comprarlo porque no se tenían por capricho."
Muchas son las historias que podría contar de tía Nicolasa porque ella misma me las contó hace muchos años cuando tuve la inmensa suerte de pasar largos ratos con ella.
Y es que Nicolasa Sánchez García era prima hermana de mi abuelo Juan García García aunque se habían criado juntos con la abuela Vicenta y se trataban como hermanos. Por si fuera poco, su marido Emilio de la Calle de la Calle era primo hermano de mis abuelos Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Marcelina de la Calle Vicente.
En el día en que mi tía Nicolasa cumpliría 102 años, me ha parecido adecuado escribir algo sobre ella y he elegido esta historia de LA CABRA, EL COCHINO Y LAS GALLINAS DE TÍA NICOLASA que, por otra parte, nos permite conocer cómo era la vida de Guijo de Santa Bárbara en los años 40 del pasado siglo.
Quiero dedicar este artículo a la memoria de mis tíos Nicolasa y Emilio, teniendo la total seguridad de que a ellos les habría encantado leerlo.
Mis tíos Nicolasa y Emilio.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
Cronista oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.
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