LA PERDIZ ROJA: LA REINA DE NUESTRA AVES.

La perdiz roja es una de las aves más emblemáticas de la fauna ibérica, siendo considerada por muchos como la reina de nuestras aves desde el punto de vista ecológico, cinegético y gastronómico.
Presente en la mayor parte de la Península, es un símbolo de nuestros montes, pudiendo convertirse en un recurso económico de primer orden en zonas desfavorecidas y cumpliendo un importante papel ecológico al ser la base de muchas cadenas tróficas.

Perdiz roja.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

La perdiz roja es un ave del orden de las Galliformes y de la familia de las Fasiánidas, siendo conocida científicamente como Alectoris rufa.
Es un ave de tamaño medio, con una longitud de 32-34 cm y una envergadura de 45-50 cm.
Su plumaje es inconfundible pero lo que más sobresale en su coloración es el color rojo encendido del pico, alrededor del ojo y las patas, motivo por el que es conocida popularmente como "patirroja".
No existe prácticamente dimorfismo sexual entre ambos sexos si bien los machos presentan regularmente pequeños espolones que, ocasionalmente, pueden aparecer también en algunas hembras.

Perdiz roja.
(c) Silvestre de la Calle García.

Autóctona de la península Ibérica, habita en terrenos abiertos con matorrales dispersos que le sirvan de refugio y lugar para anidar, evitando las zonas boscosas.
Es más abundante en el sur que en el norte de la Península, ya que prefiere los lugares de clima seco y soleado.
Presenta hábitos terrestres, recorriendo el suelo picoteando en busca de alimento y basando su defensa en el camuflaje, permaneciendo quieta y pegada al suelo hasta que pasa el peligro aunque si se siente amenazada, levanta el vuelo con un estridente sonido al batir las alas, semejante a un motor, que asusta a los depredadores.

Perdices en una zona de hierba alta.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las perdices tienen su época de cría en primavera, anidando en un pequeño hoyo en el suelo donde ponen 10-12 huevos que son incubados durante 22-26 días por ambos sexos.
Tras el periodo de incubación nacen los polluelos o perdigones, que son totalmente nidífugos, esto es, que son capaces de seguir a sus padres a los pocos minutos de nacer, comenzando rápidamente a alimentarse.
Como no pueden volar, basan su defensa en su plumaje mimético que se confunde con las hierbas y tierra del suelo, permaneciendo absolutamente quietos ante la más mínima amenaza o refugiándose bajo las alas de su madre.
Los polluelos de perdiz crecen muy rápido y a las pocas semanas ya son capaces de volar.

Polluelos de perdiz.
(c) Silvestre de la Calle García.

La perdiz cuenta con numerosos enemigos naturales. Al anidar el suelo, son muy vulnerables durante el periodo de incubación y aunque los adultos pueden escapar volando, los huevos son un alimento muy codiciado para los zorros, jabalíes, culebras y otros animales terrestres.
Por su parte, las perdices adultas suelen conseguir escapar de los depredadores terrestres pero son presa fácil de las grandes rapaces como el águila-azor o águila perdicera.
Sin embargo, gracias a su elevada tasa reproductiva, las perdices logran sobrevivir sin problemas.

El jabalí es un peligroso enemigo para las perdices.
(c) Silvestre de la Calle García.

Desde tiempo inmemorial, las perdices han sido cazadas como alimento. Las aves voladoras fueron difíciles de cazar hasta la invención de las armas de fuego, por lo que los cazadores tenían que agudizar el ingenio para conseguir cazarlas.
En zonas como la Sierra de Gredos, donde las perdices siempre han sido abundantes, se han conservado hasta épocas relativamente recientes arcaicos pero efectivos métodos de caza de perdices.

Sierra de Gredos.
(c) Silvestre de la Calle García.

El más antiguo sea posiblemente la trampa de losas o lanchas, consistente en excavar un pequeño hoyo en el suelo sobre el cual se colocaba una losa o lancha de piedra en posición inclinada apoyada sobre un palo. Como cebo para atraer a las perdices se colocaba un pequeño palito sujetado con la losa en el que se pinchaba un bulbo o "cebolla" del azafrán serrano o flor de la perdiz. 
Al intentar coger el bulbo, la perdiz tocaba el palo de sujeción de la losa y la trampa caía, quedando el ave atrapada dentro.

Flor de la perdiz.
(c) Silvestre de la Calle García.

Otro método arcaico pero algo más sofisticado, era la trampa de tablillas, consistente en un bastidor cuadrado de madera con dos tablillas colocadas a modo de trampillas abatibles atadas con pelo de cola de de caballo.
La trampa se colocaba en una trocha o paso habitual de las perdices y se camuflaba con hierba. Podía colocarse directamente sobre un hoyo en el suelo o sobre un cuadrado de piedras.
Al pisar la perdiz sobre la trampa, las tablillas se abrían y el ave caía al hoyo, volviendo a cerrarse automáticamente las tablillas.

Base para colocar la trampa de tablillas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Con el paso del tiempo, comenzaron a cazarse las perdices con armas de fuego pero hasta bien entrado el siglo XX, los cabreros de la Sierra de Gredos han utilizado las trampas de losas y de tablillas.
La caza con escopeta fue poco común hasta tiempos relativamente recientes ya que tener un arma no estaba al alcance de cualquier persona.
Una forma común de cazar las perdices ya en tiempos recientes, ha sido el reclamo. Para ello, se mantenía un macho de perdiz cautivo en jaulas adecuadas y llegado el momento de la caza se le metía en una pequeña jaula para llevarla al campo y colocarla en un puesto elevado. El macho de perdiz cantaba y atraía a otras aves que eran abatidas por el cazador debidamente camuflado.

Perdiz en jaula tradicional para la caza con reclamo.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las perdices en la Sierra de Gredos eran muy numerosas pero su caza estaba perfectamente regulada. 
Buen ejemplo de esto son las Ordenanzas de la Villa del Barco de Ávila. Estas Ordenanzas se basaban en el respeto de viejos usos tradicionales que habían sido secularmente respetados pero que el 30 de agosto de 1509 fueron recogidas y puestas en vigor por Don Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II Duque de Alba.

Perdices y pesca de truchas:
Que ningunos sean osados de sacar perdices y truchas a fuera del término de la Villa, y que el que lo contrario ficiese pierda las perdices, las truchas y la bestia en que las saca, e si fuera de a pie, pierda las perdices y truchas e peche por cada vegada 60 maravedíes.
Quien quitase los nidos de perdices teniendo huevos o pollos, o las llamase a reclamo, pague en pena 200 maravedíes la primera vez y 400 por la segunda. 

Castillo de Valdecorneja.
El Barco de Ávila (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.

Las perdices de esta Villa castellana y de su Tierra, eran sumamente estimadas y apreciadas, contándose que Carlos I de España y V de Alemania tras abdicar y retirarse al Monasterio de Yuste, en la provincia de Cáceres, mandaba que le llevasen perdices del Barco al haberlas probado tras su breve estancia en la Villa.

Restos de la portada de la casa de Pedro Lagasca.
En ella pernoctó Carlos I camino de Yuste.
(c) Silvestre de la Calle García.

En los montes de Jarandilla, villa situada en la vertiente sur de la Sierra de Gredos y en la que pasó 3 meses entre 1556 y 1557 el gran monarca citado, las perdices también fueron siempre abundantes y estimadas como dejó por escrito el historiador jarandillano Gabriel Azedo de la Berrueza y Porras en 1667:

Abundan estos montes de muchos jabalíes, corzos, cabras monteses, liebres conejos y famosas perdices grandes y buenas.

Antiguos montes de Jarandilla.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

En 1845 en el llamado Manuscrito del Seminario al hablar de lo que se produce en la villa de Guijo de Santa Bárbara, se dice lo siguiente de la caza:

Hay caza de perdices, corzas, lobos, zorras, jabalíes y cabras monteses.

A finales del siglo XIX, cuando don José González Castro escribió su obra Estudio clínico de la epidemia de fiebre tifoidea precedido por la topografía de la villa, este médico habla de las perdices de la localidad en los siguientes términos:

Viven en gran número perdices comunes de carne exquisita y superior a la de la perdiz de los llanos, aunque es algo más pequeña.

La sierra del Guijo es un hábitat ideal para las perdices.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Las perdices son muy sensibles a la alteración de su hábitat. Tan la deforestación y el cambio de usos del suelo como las repoblaciones forestales tan populares en épocas pasadas, ocasionaron una gran disminución de las poblaciones de perdices.
Por otro lado, el abandono del pastoreo en muchos montes que pasaron a convertirse en impenetrables matorrales, redujeron el hábitat idóneo para las perdices a la vez que estos terrenos se convertían en morada de sus depredadores.

Los pinares son lugares poco aptos para las perdices.
(c) Silvestre de la Calle García.

Las perdices se adaptan bien a la vida en cautividad, reproduciéndose sin ningún tipo de problema.
Al conservar plenamente la capacidad de vuelo, deben mantenerse en jaulas o en recintos totalmente cerrados pues si tienen oportunidad, regresarán pronto a su vida salvaje.

Perdiz en cautividad.
(c) Silvestre de la Calle García.

Durante siglos, ha sido frecuente que los propios cazadores cogiesen huevos de perdiz en el campo para incubarlos en casa utilizando gallinas cluecas y tras criar los polluelos, devolverlos a la naturaleza una vez que estaban listos para volar.
Para esto solían emplearse gallinas enanas como la Flor d´ametller, capaces de incubar hasta 15 huevos de perdiz.
La recogida de huevos de perdiz salvaje está hoy totalmente prohibida. 

Gallo y gallinas Flor d´ametller.
(c) Mariano Martín Ayuso.

Hoy en día existen granjas comerciales de perdices en las cuales las aves criadas pueden tener tres destinos diferentes:
- Suelta para repoblación de cotos de caza o montes.
- Suelta para caza directa.
- Consumo.
En el primer caso, las perdices son liberadas cuando llegan a la edad adulta para que se reproduzcan en la naturaleza y puedan en un futuro ser cazadas o simplemente para reforzar las poblaciones salvajes.

Curiosa imagen de una perdiz recién liberada posada en un roble.
(c) Silvestre de la Calle García.

En el segundo caso, las perdices son liberadas en cotos de caza cuando van a ser cazadas o en los días previos, pasando las que no son cazadas a quedarse libres en el monte.
En ambos casos y para favorecer el carácter salvaje de las perdices, son criadas en grandes recintos o voladeros donde pueden ejercitarse y en los que tengan un contacto mínimo con el ser humano con el fin de que asocien al hombre con una amenaza y huyan al verlo una vez liberadas.

Perdiz roja en el campo.
(c) Silvestre de la Calle García.

En el último caso, las perdices son criadas de forma similar a cualquier ave destinada a la producción de carne para, una vez que han alcanzado el desarrollo óptimo, ser sacrificadas en mataderos autorizados y comercializadas en fresco o en conservas diversas como patés o platos preparados.
La carne de perdiz es un auténtico manjar apreciado desde la más remota antigüedad cuando se reservaba a ocasiones festivas. De ahí el popular dicho de "y fueron felices y comieron perdices" con el que terminaban los cuentos infantiles....cuando los abuelos contaban cuentos a sus nietos al amor de la lumbre.

Perdices en una jaula.
(c) Silvestre de la Calle García.

Quien escribe estas líneas sabe bien lo que es la cría y reproducción de las perdices para suelta.
Entre 2007 y 2009 estudié el ciclo formativo de grado superior Gestión y organización de los recursos naturales y paisajísticos en el por entonces Centro de Formación Agraria de Navalmoral de la Mata (Cáceres).
Allí teníamos una modesta granja dedicada a la cría de perdices para luego liberarlas en la extensa dehesa en la que se encontraba el Centro citado.
Las perdices reproductoras permanecían en jaulas situadas en un recinto al aire libre, recogiéndose los huevos durante la temporada de puesta para su posterior incubación.

Perdices reproductoras.
(c) Silvestre de la Calle García.

En cada jaula se mantenía una pareja de perdices, macho y hembra, para llevar un control riguroso del número de huevos producidos por cada hembra.
Cada perdiz estaba debidamente anillada y sus datos se recogían en una ficha individual.

Anotando los datos relativos a una perdiz.
(c) Silvestre de la Calle García.

Cuando se reunía el número de huevos necesario para llenar una bandeja de la incubadora, se ponían a incubar anotando en una hoja el número de huevos, la fecha en la que entraban en la incubadora, la fecha prevista de nacimiento...
Llegado el día del nacimiento, se iban sacando los pollitos y colocándolos en un pequeño recinto con una bombilla para que estuviesen protegidos del frío.
Los polluelos permanecían en recintos cerrados donde eran alimentados con pienso especial hasta que estaban lo suficientemente desarrollados como para pasar al voladero, recinto de gran tamaño y enteramente cerrado con malla metálica para que terminasen su desarrollo antes de ser liberados en la naturaleza.

Polluelos en proceso de crecimiento.
(c) Silvestre de la Calle García.

Llegado el momento, las perdices ya plenamente desarrolladas, eran transportadas en cajas adecuadas hasta el lugar escogido para su liberación.
Tras colocar las cajas en el suelo, se abrían las trampillas para que las perdices pudiesen salir.
En este caso, las perdices eran liberadas en una dehesa dedicada a la conservación natural con el fin de reforzar la población de perdices.

Alumnos del CFA de Navalmoral liberando las perdices.
1 de octubre de 2008.
(c) Silvestre de la Calle García.

Terminamos este artículo dedicado a la perdiz, con el testimonio de un ganadero de la sierra de Gredos especializado en su caza con métodos tradicionales.
Juan García García (1927-2012) fue ganadero durante toda su vida y administrador de la Dehesa Sierra de Jaranda de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) durante tres décadas:

Había muchísimas perdices. Aquí poca gente tenía escopeta para cazarlas y además eran muy difíciles de cazar así.
Se cazaban casi siempre con las trampas de tablillas que se hacían con un marco de madera y dos tablillas atadas con pelo de cola de caballo, no de yegua, porque el de yegua se rompe rápido porque al orinar se mojan la cola y el pelo es más fino que el de los caballos.
Se hacía un hoyo en el suelo y se colocaban unas piedras grandes alrededor para colocar encima la trampa, que se tapaba con hierba para que las perdices no la vieran. Había que colocarla en una trochilla por la que pasasen las perdices.
Al pisar encima la perdiz, como las tablillas eran muy finas, se abría la trampa y la perdiz caía dentro, cerrándose otra vez las tablillas. Si el hoyo era hondo, podían caer varias perdices.
Yo he cazado muchísimas así cuando estaba en la sierra con las cabras y las ovejas. Ponía la trampa por la noche y por la mañana revisaba a ver si había caído alguna perdiz.
Así lo hacía también mucha gente.

Juan García García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.

Bibliografía y fuentes consultadas:
- Azedo de la Berrueza y Porras, G. (1667) Amenidades, recreos y florestas de la Vera.
- De la Fuente Arrimadas, N. 1925. Fisiografía e historia del Barco de Ávila.
- González Castro, J. (1899). Estudio clínico de la epidemia de fiebre tifoidea.

Fdo: Silvestre de la Calle García.
Técnico forestal.

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