LAS VACAS DE TÍO ALONSO
Alonso de la Calle Jiménez (1892-1950) fue uno de los principales vaqueros trashumantes de la localidad cacereña de Guijo de Santa Bárbara en la primera mitad del siglo XX, siendo además labrador y durante los últimos 22 años de su vida, fue cartero rural del municipio.
Su historia nos permite conocer con detalle cómo era la vida de los principales vaqueros de Guijo de Santa Bárbara en la primera mitad del pasado siglo.
Alonso nació en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) el 6 de abril de 1892, siendo el segundo hijo y el mayor de los varones del matrimonio formado por Andrés de la Calle García de Aguilar (1866-1943) y Marcelina Jiménez Pobre (1871-1899): Aurora, Alonso, Nicolasa, Ángel y Antonio, muriendo el último pocos meses después que su madre.
Posteriormente, Andrés contrajo segundas nupcias con Eugenia Martín Mateos, viuda de Gil-garcía (Ávila), que tenía un hijo de su anterior matrimonio que se llamaba Antonio (1892-1906). Con Eugenia, Andrés tuvo una hija llamada María.
Guijo de Santa Bárbara. 1900.
Acuarela de Francisco Martín Rivera.
Como todos los niños de su edad, Alonso pasó los primeros años en casa bajo el cuidado de su madre y de Quintina Castañares García (1868-1948), criada a la que Alonso siempre tuvo mucho cariño por el apoyo prestado a la familia tras la repentina muerte de la madre de Alonso en 1899 víctima de una epidemia de fiebre tifoidea.
Alonso tuvo la suerte de poder ir a la escuela, que se encontraba muy cerca de su casa, donde aprendió a leer, a escribir y "las cuatro reglas" con el maestro D. César Sánchez Mariscal (1870-1922) gran amigo del insigne poeta José María Gabriel y Galán.
D. César Sánchez Mariscal.
Fotografía aparecida en la Revista Nuevo Mundo. 1902.
Andrés de la Calle García de Aguilar se dedicaba fundamentalmente a la cría de vacas negras, similares a las actuales Avileñas Bociblancas. Eran vacas de tamaño medio, color variable entre el castaño oscuro y el negro y con el hocico blanco o pardo. Tenían cuernos largos y gruesos. Se trataba de animales sumamente rústicos y resistentes, capaces de desplazarse por la sierra sin problema alguno, donde pasaban largas temporadas.
Se dedicaban a la cría de terneros que se vendían para carne o para bueyes y de terneras que, igualmente eran vendidas para carne o para yunta salvo aquellas destinadas a la recría.
Nunca se destinaban al sacrificio para el consumo familiar, aprovechando únicamente la carne de algún ternero atacado por el lobo o de alguna vaca despeñada en la sierra o que tuviese que ser sacrificada de urgencia por un accidente, vendiendo entonces la carne a los vecinos y destinando una parte al consumo en fresco y el resto a la elaboración de tasajos o conservándola en ollas de aceite.
Ternera.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
La producción de leche se destinaba enteramente al consumo de las crías. Solamente en los días inmediatamente posteriores al parto, se ordeñaban los riquísimos calostros a las vacas más dóciles y, si durante las semanas siguientes la cantidad de leche producida era mayor de la que podía consumir el ternero, se descargaba la ubre de las vacas y se aprovechaba la leche para el consumo familiar tanto en fresco como transformada en queso.
Ternero mamando.
(c) Miguel Alba.
No obstante, los vacunos del Guijo tenían gran fama para el trabajo y eran demandados en ferias y mercados en pueblos de la provincia de Cáceres como Navalmoral de la Mata y Jarandilla de la Vera así como en la localidad abulense de El Barco de Ávila.
Yunta de vacas Avileñas.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
Estas vacas eran trashumantes, realizando una trashumancia de corto recorrido conocida como trasterminancia, aunque los vaqueros guijeños siempre se han referido a este movimiento como subir a la sierra y bajar a la dehesa.
La mayor parte del año, las vacas pastaban en la dehesa o en la sierra pero en invierno tenían que ser alimentadas con heno que Andrés segaba en la Cerca de Praocartas, propiedad de su hermano Lope, y que era el prado de siega situado a mayor altitud del municipio. Desde allí, Alonso y su hermano Ángel bajaban el heno a cuestas hasta el corral de Pielguijo para almacenarlo, mientras el caballo iba tras ellos sin carga alguna por ser un animal de recreo y no de trabajo...
Aspecto actual de la Cerca de Praocartas.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
A los 19 años, Alonso marchó al Servicio Militar siendo destinado a África donde le tocó luchar además en la Guerra del Rif.
Cuando marchó, Alonso era un joven muy guapo pero tras casi 6 años sufriendo un sinfín de penalidades, regresó al pueblo con el rostro quemado por el sol y el viento del desierto. Según decía su propia familia, marchó siendo un niño y vino siendo un viejo.
Alonso, durante sus años como militar, fue cabo. Eso, unido a su estatura relativamente baja, hizo que fuese conocido como El Cabillo.
Alonso cuando marchó a África en 1911.
(c) Familia de la Calle.
Poco después de regresar de África, contrajo matrimonio con su novia Marceliana Jiménez Esteban (1893-1985).
Al estar emparentados por diversas vías y en diferentes grados de parentesco, fue necesaria la obtención de una dispensa eclesiástica para que el matrimonio pudiera celebrarse y es que en aquella época, los matrimonios pactados por los padres eran algo habitual y Andrés de la Calle García de Aguilar casó a sus 5 hijos con primos hermanos o parientes muy cercanos asegurando de esa forma que el patrimonio familiar no se perdiese sino que se conservase y acrecentase.
Obtenida la dispensa, el matrimonio fue celebrado el 4 de octubre de 1917, oficiando la ceremonia el párroco Gregorio María Cruz Aparicio.
Marceliana y Alonso.
(c) Familia de la Calle.
Se trataba en su mayoría de prados y tierras de cultivo que contaban además con corrales y casillas para almacenar heno y estabular al ganado durante las noches invernales.
La finca de Alonso.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Lo más importante fueron sin embargo las reses recibidas como regalo de boda y procedentes de las vacadas de los padres de ambos contrayentes, aportando cada uno de ellos 3 cabezas por lo que nada más casarse, el joven matrimonio tuvo ya la respetable cifra de 6 vacas reproductoras.
No obstante, el tipo de vacas antes descrito estaba en grave peligro de desaparición en Guijo de Santa Bárbara, predominando ya los ejemplares enteramente negros.
De esta forma, el joven matrimonio pudo empezar a vivir, estableciéndose de manera independiente en una casa situada en la Calle del Portal de Guijo de Santa Bárbara junto a la Fuente de La Chorrera.
En ella, vendrían al mundo los cuatro hijos del matrimonio: Benjamín (1919-2004), Marcelino (1922-1996), Antonio Leandro (1924-2022) y Eva (1932-1934).
Eva de la Calle Jiménez.
Retrato pintado por Francisco Martín Rivera.
Alonso se dedicaba a trabajar en el campo y con el ganado, mientras Marceliana se quedaba en casa realizando las labores domésticas y cuidando a los niños.
En sus fincas, Alonso cultivaba patatas, cebada, centeno, verduras, hortalizas, legumbres...y recogía muchas castañas. Estos productos se destinaban fundamentalmente al consumo familiar salvo las patatas y castañas que además se vendían.
Unos años más tarde, al morir el padre de Marceliana en 1927, ésta recibió en herencia una finca con la mitad de un magnífico corral a escasos metros de la finca de Alonso, en el denominado Toril de Abajo. Pese a su cercanía, las fincas no podían unirse por estar separadas por una calleja que daba paso a la finca de un hermano de Ángel y al ganado de otros vecinos del pueblo.
La finca de Marceliana.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En 1928, Alonso pasó a ser el cartero rural de Guijo de Santa Bárbara. Cada mañana, bajaba con su caballo hasta Jarandilla de la Vera para recoger el correo y regresar a Guijo para repartirlo. Al mismo tiempo, recogía las cartas que le entregaban los vecinos para llevarlas a la oficina de correos a la mañana siguiente.
Repartiendo el correo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Vaca Avileña.
(c) Miguel Alba Vegas.
Entre todos juntaban alrededor de 50 cabezas, lo que les permitía alquilar una dehesa para llevar las vacas en primavera, época en la que su pastoreo estaba restringido en la sierra de Guijo de Santa Bárbara.
Hacia el mes de febrero o marzo, Alonso y los demás ganaderos asociados, llevaban las vacas a la dehesa, contratando para su cuidado a un vaquero llamado tío Marianito que, junto a su esposa Rogelia, pasaban el invierno en la dehesa con las vacas.
Durante bastantes años, tuvieron arrendada la dehesa de Cuaternos, en el término municipal de Cuacos de Yuste.
Vacas en la dehesa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El día 24 de junio, las vacas regresaban al pueblo y pastaban durante todo el verano y parte del otoño en la Dehesa Sierra de Jaranda de Guijo de Santa Bárbara, encargándose ya cada uno de los ganaderos antes mencionados de sus propias vacas.
Precisamente en los meses de verano, cuando las vacas estaban en la sierra, se aprovechaba para segar los prados y almacenar el heno en los corrales o los clásicos ameales (almiares) para así conservarlo para el invierno y poder alimentar al ganado.
Heno almacenado en el desván de un corral.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En otoño, las vacas eran bajadas a los prados y en invierno eran encerradas durante la noche en los corrales para alimentarlas con el heno y para hacer al mismo tiempo el estiércol necesario para abonar las tierras de cultivo. Para ello, se cubría el suelo de los corrales con hojas de roble que eran removidas y renovadas periódicamente para que se fuesen pudriendo y para que el ganado se mantuviese abrigado y seco.
Interior de un corral de vacas tradicional.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Terminadas las reservas de heno, la vacada se reagrupaba y era llevada nuevamente a la dehesa. Allí parían y criaban a sus terneros y se cubrían para parir de nuevo al año siguiente.
Llegado el día 24 de junio, las vacas y sus terneros regresaban a la sierra. Únicamente los terneros más grandes se vendían estando las vacas en la dehesa, llevándolos a Navalmoral de la Mata, donde eran embarcados en tren con destino a distintas regiones de España.
Vacas bajando de la sierra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Al menos dos vacas permanecían en el pueblo todo el año, siendo cuidadas de forma diferente a las demás para que produjesen leche para el consumo familiar. Durante la mayor parte del año, Alonso las tenía en su finca de El Lavadero, ordeñándolas cada mañana y cada tarde pero compaginando siempre esto con la cría del ternero. Lograba obtener así hasta 10 litros diarios de leche entre las dos vacas que destinaba al consumo o a la elaboración de queso, llevando en este último caso el cántaro de leche a su suegra Josefa Esteban Jiménez (1869-1951), la mayor experta en la elaboración de queso de vaca que ha habido en Guijo de Santa Bárbara en todos los tiempos.
Estas dos vacas tenían, naturalmente, nombre propio: Cachorra y Chamorra.
Con estas dos vacas convivía una cabra, que abastecía de leche a la familia durante los periodos en los que las vacas no daban leche o se destinaba toda a la elaboración del queso.
Buena parte del año, la cabra pastaba en los prados con las vacas pero durante los meses de invierno, Alonso la echaba en la piara de las cabras caseras, que eran aquellas pertenecientes a vecinos del pueblo que sólo tenían una o dos cabras para leche y que pagaban entre todos a un cabrero para cuidarlas.
Cabra Verata.
(c) Silvestre de la Calle García.
Además de eso, la familia tenía algunas gallinas y cebaba uno o dos cerdos para la matanza, si bien estos animales eran atendidos por Marceliana y los niños por tenerse en casa o en cuadras cercanas situadas dentro del pueblo.
Cochino para la matanza.
(c) Javier Bernal Corral
Compaginar el trabajo de cartero con el de ganadero y labrador, era complicado para Alonso.
Durante el curso, Alonso no permitía que sus hijos le ayudasen a diario pues se preocupaba mucho de su educación y no quería que faltasen a la escuela más de lo estrictamente necesario pero poco a poco y especialmente cuando terminaron la escuela a los 14 años, ya ayudaban a su padre.
Fue Antonio Leandro, por ser el más pequeño, el que más tuvo que trabajar para ayudar a su padre sobre todo cuando en 1936 Benjamín tuvo que marchar a combatir en la Guerra Civil.
Benjamín de la Calle Jiménez.
(c) Familia De la Calle.
Fueron años difíciles para la familia al recibir pocas noticias del Frente, pero Alonso, Marceliana y sus hijos Marcelino y Antonio continuaron con su vida de la mejor manera posible.
Con el sueldo de cartero y lo que obtenían de la venta de patatas y castañas, la familia se mantenía bien aunque los principales ingresos procedían, como ahora veremos, del ganado.
Marceliana y Alonso con sus hijos Antonio Leandro y Marcelino.
(c) Familia De la Calle.
La venta de terneros para carne o para bueyes y de terneras para carne, yunta o recría.
En los años 30, un ternero valía alrededor de 245 pesetas por lo que si Alonso vendía 10 ó 12 terneros anuales podía obtener unos ingresos que oscilaban entre las 2450 y las 2940 pesetas. No obstante a esa cantidad había que descontarle los gastos ocasionados por el arriendo de pastos para las vacas, pudiendo quedar limpias alrededor de 1000 pesetas, cifra realmente importante. Estos precios irían subiendo poco a poco para situarse en torno a las 500 pesetas a finales de los años 40.
A eso había que añadir alguna vaca vieja que se vendía y cuyo valor no superaba mucho al de un ternero debido a que era un animal ya inútil.
No obstante, no todo era tan sencillo pues la sierra de Guijo de Santa Bárbara estaba habitada por numerosos lobos que mataban algún ternero e incluso alguna vaca adulta casi todos los veranos.
Además había que tener en cuenta que si moría alguna vaca, era necesario criar una ternera para sustituirla y era dinero que se perdía.
También enfermedades como el carbunco causaban bajas y todo eso había que tenerlo en cuenta.
Ternero parcialmente devorado por los lobos.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
Alonso no solía gastar el dinero obtenido de la venta de los terneros sino que lo iba guardando para cuando era necesario comprar un toro para cubrir a las vacas puesto que rara vez se dejaban como toros terneros nacidos en la propia ganadería para evitar así que cubriesen a sus madres, abuelas, hermanas...
Si se hacía, se corría el riesgo de obtener peores terneros.
Pero además de las vacas, Alonso tenía un animal que aportaba más beneficios a la familia. De hecho, vivían básicamente de ella. Nos referimos a una yegua mulatera.
Desde que comenzó a trabajar como cartero en 1928 hasta su muerte en 1950, Alonso tuvo una preciosa yegua de la que obtuvo 2 potras y 15 muletos o mulos pequeños. Cada año, vendía un muleto de 6 meses por cifras verdaderamente fabulosas que llegaban a superar el valor de 10 terneros.
El dinero de la yegua era empleado para todos los gastos corrientes de la casa desde la compra de carne de cabra, garbanzos, arroz y otros productos a la compra del cochino para la matanza.
Yegua con muleto.
(c) Isidro Pérez Jiménez.
Junto a la yegua, Alonso tenía un caballo castrado y lo utilizaba como animal de montura para recorrer el camino de Guijo a Jarandilla y viceversa a la hora de recoger el correo, para arar, transportar cargas y para el arrastre del heno desde los prados hasta los corrales.
Aunque no generase ingresos, era el animal más valorado por Alonso ya que era imprescindible para su trabajo como cartero y para la buena marcha de la explotación agropecuaria.
Arrastrando heno con un caballo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
A finales de los años 30, Alonso y sus cuñados decidieron separar las vacas puesto que ya tenían demasiadas y muchos sobrinos se iban casando y comprando vacas también.
Alonso y sus hijos continuaron manejando a sus vacas de la misma manera y criando algunas terneras más hasta alcanzar la cifra de 33 vacas adultas. En primavera las llevaban a dehesas como Las Cabezas (Casatejada) o El Gamonital (Talayuela).
Aunque Benjamín y Marcelino se casaron e independizaron, siguieron teniendo las vacas con su padre mientras que Antonio, que todavía era soltero, siguió viviendo con sus padres y ayudando en todo lo que fuera necesario.
Al casarse cada uno de sus hijos, iba recibiendo los beneficios de su parte correspondiente de vacas.
Vacas Avileñas.
(c) Silvestre de la Calle García.
Aunque ejercía el cargo de Presidente, realizaba también las funciones de contador, dado que había muchísimo ganado en la Sierra y debía ser censado en muy pocos días por lo que siempre se ofrecía a ayudar.
Contando las cabras.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El 26 de junio de 1950 a Alonso le tocaba ir a contar las cabras pero pidió a su hijo Antonio que se ocupase de ayudar a los contadores puesto que él tenía que curar las patatas de la finca de La Vergara. Alonso, que tenía 58 años y estaba delicado del corazón, sufrió un infarto y murió en la finca. Todo el pueblo lloró su muerte.
La flor de la patata.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Sus tres hijos continuaron siendo vaqueros hasta que se jubilaron en los años 80. Actualmente, ningún descendiente de Alonso es vaquero.
Respecto a la profesión de cartero, la continuó su hijo Antonio Leandro entre 1950 y 1989 y también el hijo de éste Alonso de la Calle Hidalgo, durante breves periodos.
Más de 70 años después de su muerte, todavía quedan quienes le recuerdan con gran cariño, especialmente su nuera Visitación Hidalgo Burcio, viuda de Antonio Leandro.
Visitación Hidalgo Burcio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Sin embargo, para que veamos que Alonso era un hombre especialmente valorado por todo el pueblo, contaremos el testimonio de Nicolasa Sánchez García (1922-2012), esposa de Emilio de la Calle de la Calle, sobrino de Alonso:
"Nunca conocí a nadie tan bueno como tío Alonso que para mí fue muy querido y especial de toda la vida, mucho antes de que fuese mi tío, ya que se llevaba muy bien con mi padre y con mi abuela Vicenta quien por cierto dijo el día que se murió tío Alonso, que en el cielo había desde ese día un santo más.
Le recuerdo como un hombre tranquilo, educado, siempre con una sonrisa cuando iba por el pueblo repartiendo las cartas y montando a los niños en su caballo. Nadie en el pueblo hablaba mal de él porque hacía favores a todo el mundo desde escribir cartas a quien no sabía hacerlo a recoger cosas en la botica de Jarandilla.
A casa de mi padre o de mi abuela iba muchas noches a pasar un ratillo de conversación, sobre todo a casa de mi padre que vivía en su misma calle.
Mi padre murió muy joven y antes de morir, como yo era menor de edad, nombró tutor legal a mi futuro suegro Modesto de la Calle Jiménez y albaceas a mis futuros tíos Miguel García Bermejo y Alonso de la Calle Jiménez, encargándose éste último de administrar los bienes que yo tenía con gran acierto.
Ya cuando me casé con Emilio y tío Alonso fue mi tío, me di cuenta del gran cariño que le tenían su padre, sus hermanos, cuñados y sobrinos. En 1944 yo estuve muy enferma y para llevarme a un médico hasta Piornal, tío Alonso fue el primero que se ofreció a ceder su caballo los días que hiciesen falta. Le estuve siempre agradecida por eso.
También nos ayudó mucho cuando hicimos el corral de Santonuncio, arrastrando piedra y madera y llevando cargas de tejas desde el pueblo con el caballo y la yegua.
Recuerdo perfectamente el día que se murió porque fui a llevar el burro al prado y estuve hablando un rato con él sólo unos minutos antes de que muriese.
Como persona, no he conocido ha nadie mejor que él en la vida y como ganadero, y eso que a mí no me gustan las vacas, había pocos como él."
Tras leer este artículo y con lo que contaba de él su sobrina Nicolasa, además de otros miembros más cercanos de la familia, podemos definir a tío Alonso como un gran ganadero y una gran persona de quien sus descendientes deben sentirse profundamente orgullosos.
Bueno...en lugar de deben, mejor será decir que DEBEMOS puesto que yo tengo el inmenso orgullo de ser bisnieto de Alonso de la Calle Jiménez, abuelo de mi padre Alonso de la Calle Hidalgo y padre de mi abuelo Antonio Leandro de la Calle Jiménez.
Puede pensarse que mi bisabuelo no hizo gran cosa siendo un sencillo ganadero y humilde cartero rural, pero gracias a eso sacó adelante a su familia y luchó porque su pueblo siguiese adelante en una época en la que muchos empezaron a marcharse del pueblo.
No sé otros miembros de la familia, pero yo debo decir con orgullo:
GRACIAS, ABUELO ALONSO.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.
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