LAS VACAS DE AGÜELO CIPRIANO
Cipriano Jiménez Pérez (1863-1927) fue sin lugar a dudas uno de los vaqueros más importantes y emblemáticos de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), población en la que nació, vivió y murió y en la que siguen viviendo gran parte de sus descendientes, algunos de los cuales siguen siendo vaqueros como el "agüelo" Cipriano.
Vaca Avileña Bociblanca.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
Cipriano era un hombre perteneciente a una influyente familia de ganaderos y labradores que ocupaban siempre cargos importantes en el gobierno local y en la administración de la Dehesa Sierra de Jaranda, siendo él mismo juez de paz municipal durante varios años.
Era un hombre de estatura media, delgado, enérgico, trabajador y alegre, pues protagonizó anécdotas verdaderamente graciosas.
Era apodado "El Tartaja" por un pequeño problema a la hora de hablar.
Cipriano arando con la yunta.
Recreación. Actor, Juan Manuel Yuste Apausa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cipriano vino al mundo el 26 de septiembre de 1863 siendo hijo de Antonio Jiménez Castañares (1823-1889) y de Justa Pérez Burcio (1823-1897).
Gran lío había en esta casa puesto que Antonio se había casado tres veces y Justa dos, teniendo hijos de sus anteriores matrimonios.
Así, Antonio había contraído primeras nupcias con Isabel Lorencia Santos García la cual murió de parto como la criatura que Antonio y ella esperaban. Posteriormente Antonio contrajo matrimonio con Rosa de Arriba Breña con quien tuvo cuatro hijos llamados Liboria, Ramona, Florencio y Félix Simplicio, sobreviviendo sólo los dos varones.
Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Por su parte, Justa había contraído matrimonio con José Pobre, teniendo 6 hijos llamados Mª Nieves, Leandra, Nicanora, Fulgencio y Claudio, sobreviviendo únicamente Leandra, Fulgencio y Claudio.
Cuando ya contrajeron matrimonio entre sí, Antonio y Justa tuvieron en común cuatro hijos más llamados Ramona, CIPRIANO, Laureano y Simón, siendo estos dos mellizos. Sólo sobrevivieron a la muerte de sus padres Cipriano y Simón.
La familia residía en una vivienda sita en la Calle del Tejar, conocida popularmente como "calle del oro" por vivir en ella las familias más ricas del pueblo.
Antonio Jiménez Castañares era hijo de Eugenio Jiménez Ovejero y de Manuela Castañares Canalejo, perteneciendo por tanto a una de las familias más ricas e influyentes del pueblo cuyos antepasados figuraban entre los primeros pobladores documentados del lugar allá por el siglo XVII cuando en 1764 Guijo tuvo parroquia.
No obstante, los Ovejero descendían de villa de Becedas (Ávila) mientras que los Canalejo descendían de la pequeña aldea de Lancharejo, anejo de La Carrera (Ávila).
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.
Becedas (Ávila)
(c) Luis Martín Martín.
Justa Pérez Burcio era hija de Marcelino Pérez Moreno y de María Burcio Gómez, ambos naturales de Guijo, perteneciendo María a uno de los linajes más antiguos de la localidad mientras que los antepasados de Marcelino habían llegado a Guijo procedentes de Vallejera de Riofrío (Salamanca) donde se habían establecido tras emigrar desde la localidad soriana de Cabrejas del Pinar.
Antonio y Justa fueron ganaderos y labradores, dedicándose fundamentalmente a la cría de ganado vacuno pues no en vano el padre Antonio era a mediados del siglo XIX uno de los vaqueros más importantes de la Villa, figurando entre aquellos que cada año vendían LA VACA DE SANTA BÁRBARA para la celebración de la fiesta del pueblo.
Cipriano siguió los pasos de su padre y fue vaquero y labrador, especialmente desde que se independizó tras casarse.
El 1 de febrero de 1890 contrajo matrimonio en la Parroquia de Nuestra Señora del Socorro de Guijo de Santa Bárbara con Josefa Esteban Jiménez (1869-1951) hija de Pedro Esteban Rosado y de Trinidad Jiménez Santos, siendo preciso destacar que los abuelos maternos de la joven eran Antonio Jiménez García (1810-1898) y Josefa Lorencia Santos García (1812-1896), conocidos popularmente como "Los Abuelos Viejos".
No fue del todo fácil celebrar el matrimonio puesto que Antonio Jiménez Castañares, ya fallecido y padre de Cipriano, era primo hermano del mencionado Antonio Jiménez García, abuelo materno de la novia. Pero los contactos e influencias de este último hicieron que la Iglesia concediese el permiso necesario para que, pese a la relación de consanguinidad de los contrayentes, el matrimonio se celebrase en la Parroquia antes citada y siendo oficiado por el párroco D. Juan Mateos Muñoz.
Tardaron poco tiempo Cipriano y Josefa en tener descendencia, pues justo 10 meses después de la boda, el 1 de noviembre de 1890, nació su primera hija a la que bautizaron con el nombre de María de la Paz. A partir de entonces, y en un intervalo que en ocasiones no superaba los dos años, nacieron Félix, Marceliana, María Trinidad, María Esperanza, María del Amparo, Antonio y Agapito, sobreviviendo todos ellos menos Félix que murió a los pocos días de nacer en 1891.
Trinidad (izda.) y Marceliana (dcha.) hijas de Cipriano, con su prima Modesta Sánchez.
(c) Familia de la Calle.
Cipriano y su esposa tuvieron que trabajar mucho para sacar adelante a tan numerosa familia.
Por suerte contaban con muchas fincas heredadas de sus padres y abuelos tales como las Cercas de Pierdelana y El Piornal, La Morata, El Toril, El Llano, Las Ardas, Pulguillas, Majaseca, El Barranco, Las Ardas, Cerrocarazo...en término de Guijo de Santa Bárbara y El Convento en término de Jarandilla.
En estas fincas, cultivaban patatas, cebada, centeno, verduras y hortalizas y tenían higueras, olivos y parras.
La venta de patatas, aceite y vino tenía gran importancia para Cipriano y su esposa.
Las patatas se vendían en el propio pueblo en Losar de la Vera, ya que la finca de Pierdelana en la que Cipriano cultivaba las patatas tardías, estaba más cerca de esa localidad que de Guijo. Se consideraba que las patatas cultivadas a mayor altitud eran de más calidad que las de las fincas bajas y Pierdelana era una de las fincas más altas del término municipal.
Cipriano y su esposa pesando patatas.
Recreación. Actores: Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Visitación Hidalgo Burcio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Aunque algo de aceite se vendía en el pueblo, Cipriano exportaba este producto fundamentalmente a Castilla, a los pueblos del Aravalle y a El Barco de Ávila donde conservaba buenos contactos de la época de su abuelo.
Cipriano y su esposa recogiendo aceitunas.
Recreación. Actores: Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Visitación Hidalgo Burcio.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Pero era sin lugar el vino, uno de los productos cuya venta generaba mayores beneficios para Cipriano, aunque una buena parte de la cosecha era consumida en casa por Cipriano y sus amigos pues en aquella época se bebía muchísimo vino ya que se consideraba más seguro que beber agua.
En su bodega, en la que aún se conservan algunas tinajas de más de 100 @ de capacidad, se elaboraba y envejecía el vino hasta su consumo y venta en los mismos pueblos en los que se vendía el aceite.
Cipriano meciendo las tinajas.
Recreación. Actor: Antonio Leandro de la Calle Jiménez.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Fue precisamente en su bodega donde tuvo lugar una de las divertidas anécdotas que protagonizó.
Llevaba días en el Ayuntamiento tratando de poner paz en un pleito entre dos vecinos pero era imposible conseguirlo y él nunca había fracasado, de modo que citó a los dos hombres en su bodega, donde les puso un buen plato de jamón, otro de queso y buen pan además de acompañarlo todo con buen vino de pitarra.
Tío Cipriano corriendo el vino.
Recreación. Actor: Antonio Leandro de la Calle Jiménez.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Poco a poco el vino fue logrando el efecto deseado por Cipriano y cuando los dos vecinos iban ya bastante bebidos, logró que arreglasen sus diferencias y para evitar futuros problemas, les hizo firmar un documento que previamente había redactado.
Días más tarde, los hombres reprocharon la actitud de Cipriano, que les dijo: "lo habéis firmado ya, así es que en paz quedáis vosotros y más en paz me quedo yo".
Al final, todos rieron y dieron por zanjado el conflicto.
Bebiendo vino en la bodega de tío Cipriano.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cipriano era un hombre muy católico y jamás faltaba a la misa dominical, invitando después al cura y a otros hombres del pueblo a tomar unos chatos de vino en su bodega.
Un Viernes Santo por la mañana, siendo párroco del pueblo D. Gregorio María Cruz Aparicio, Cipriano le invitó como solía a su bodega y sirvió al sacerdote y a los demás invitados vino y un plato de queso fresco pero D. Gregorio, mirando el jamón que había colgado en la bodega dijo:
- Déjate de queso y baja esa guitarra que la templemos.
- ¡Don Gregorio! - dijo Cipriano - es Viernes Santo y no se puede comer carne.
- ¡Tonterías! - replicó el sacerdote - se paga la Bula y el que paga no peca.
El cura cogió un cuchillo, partió el jamón y empezó a comer ante la atónita mirada de los asistentes, algunos de los cuales comieron aunque Cipriano no lo hizo.
Por su parte, Josefa era panadera, habiendo comprado a una prima suya la panadería que había pertenecido a sus abuelos Antonio y Josefa. Dicha panadería o casa-horno como se decía entonces, se encontraba frente a la denominada Fuente del Monge, hoy conocida como Fuente de Tía Josefa precisamente porque desde que Josefa se hizo cargo de la panadería estaba continuamente cogiendo agua con los cántaros para el uso en su negocio.
La Fuente de Tía Josefa.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Pero como hemos dicho ya y por eso lleva este artículo el título que lleva, Cipriano era ante todo VAQUERO.
Criaba vacas "del país" o "serranas", nombre dado entonces a las vacas criadas en la zona y cuyas características morfológicas coincidían aproximadamente con las de la actual Avileña-Negra Ibérica variedad Bociblanca o beciblanca.
Se trataba de vacas de tamaño medio, cabeza grande y poderosa, de perfil ligeramente cóncavo y grandes y potentes encornaduras. Presentaban el dorso levemente ensillado, las patas fuertes y el vientre voluminoso, con sistema mamario bastante desarrollado.
Eran de color negro o negro con reflejos rojizos y con una orla blanquecina o parduzca alrededor del hocico.
Cuando algunas vacas tenían una tonalidad francamente acastañada, especialmente durante el verano al cambiar el pelo, eran conocidas en Guijo popularmente como vacas mulatas.
Cipriano prefirió siempre las vacas serranas mientras otros ganaderos como su sobrino político Emilio de la Calle Esteban preferían las mulatas.
La principal diferencia entre estas vacas "serranas" y las enteramente negras o "moruchas", cuya cría se generalizó con el tiempo, era que los terneros nacían de color rojizo y poco a poco iban tomando el color de los adultos.
Al hablar de coloraciones es necesario apuntar que ocasionalmente nacían terneros berrendos o jardos y muy rara vez alguno atigrado o bardino.
Eran denominadas vacas "del país" por ser las que siempre se habían criado en la zona y "serranas" porque cuando los vaqueros guijeños necesitaban toros para renovar la sangre o querían comprar alguna vaca más, siempre acudía a la feria de octubre de El Barco de Ávila, para lo cual tenían que atravesar la sierra y por ello, todo animal o persona procedente del norte de la mencionada sierra, era denominado "serrano".
Estas vacas se dedicaban fundamentalmente a la crianza de terneros que se destetaban a los 6-7 meses, momento en el que eran vendidos en la feria de octubre de El Barco de Ávila (Ávila) o en la de San Andrés de Navalmoral de la Mata (Cáceres).
Los terneros se vendían para sacrificio o para ser recriados, castrados, domados y utilizarlos como bueyes mientras que las terneras se vendían para sacrificio o para recría como futuras reproductoras.
Ternero bociblanco.
(c) Juanma Manuel Yuste Apausa.
Ni Cipriano ni el resto de vaqueros guijeños sacrificaban para el consumo de casa vacas o terneros.
El aprovechamiento cárnico sólo se realizaba cuando algún animal se mataba o despeñaba en la sierra e incluso cuando los lobos mataban algún animal y no lo consumían por completo. También si un animal se accidentaba y tenía que se sacrificado, se aprovechaba su carne pero la primera opción siempre era la venta a los vecinos del pueblo, utilizando la carne sobrante para la elaboración de tasajos (carne adobada y secada) o para hacer filetes que se conservaban en ollas de barro con aceite de oliva.
La mayoría de los labradores guijeños utilizaban bestias (equinos) para trabajar por su fácil doma y mantenimiento, pero tradicionalmente se había usado yuntas de vacas e incluso de bueyes para arar, trillar y arrastrar piedra y madera. Cipriano era uno de esos labradores que, aún teniendo bestias para utilizarlas como animales de carga, araba la tierra con una yunta de vacas siendo de hecho junto a su sobrino político Emilio de la Calle Esteban uno de los últimos en utilizar vacas para trabajar en Guijo de Santa Bárbara.
Aunque no daban gran cantidad de leche, era común ordeñar a las vacas o por lo menos a las que más leche daban, durante las semanas siguientes al parto con el fin de obtener leche para el consumo familiar y para la elaboración de quesos e incluso mantequilla.
Estas vacas proporcionaban una leche gorda con gran riqueza en grasa y proteína, siendo ideal para la elaboración de productos lácteos.
Se decía que Josefa, la esposa de Cipriano, era la guijeña que elaboraba el mejor queso de vaca de Guijo de Santa Bárbara.
Vaca con buena ubre.
(c) Juan Manuel Yuste Apausa.
Cipriano, como todos los ganaderos guijeños, explotaba sus vacas de forma extensiva y trashumante.
Durante el verano, las vacas pastaban en la Sierra de Jaranda, perteneciente a Guijo de Santa Bárbara y de la que Cipriano era uno de los principales accionistas.
En otoño, las vacas permanecían en las zonas bajas de la sierra mientras el tiempo lo permitía, pastando también en los prados particulares donde la hierba comenzaba a crecer tras las primeras lluvias otoñales.
Conforme avanzaba el otoño o ya en pleno invierno, las vacas eran encerradas en los corrales durante la noche, dejándolas salir durante el día a los prados para que hiciesen ejercicio.
La estabulación invernal respondía a varios objetivos. Por un lado, al ser la época en la que solían parir las vacas, se pretendía protegerlas a ellas y a los terneros de los numerosos lobos.
Por otro lado, al no disponer el campo de suficiente pasto ni tampoco los prados particulares, era necesario alimentar a las vacas adecuadamente con el heno segado y almacenado durante el verano en los corrales. El heno, se distribuía en los pesebres para que las vacas lo comiesen cómodamente y no lo pisotearan.
A veces, los corrales no eran lo suficientemente grandes para almacenar todo el heno segado y había que hacer ameales en los propios prados y echar allí el heno a las vacas si el tiempo era seco porque si llovía, era preferible hacer una carga de heno y trasladarlo con una bestia hasta el corral más cercano para que no lo estropeasen.
Cipriano y uno de sus hijos haciendo un ameal.
Recreación. Antonio Leandro de la Calle Jiménez y Silvestre de la Calle García.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Finalmente, otro objetivo de la estabulación invernal, acaso el más importante para ganaderos que, como Cipriano era también labradores, era la producción de estiércol para abonar las tierras de cultivo, para lo cual se cubría el suelo de los corrales con una capa de hojas de roble que se iban removiendo y cambiando continuamente para que fermentasen y el ganado se mantuviese siempre seco.
Cuando el heno se agotaba a finales de invierno o principios de primavera, las vacas eran llevadas las dehesas de las zonas bajas donde permanecerían hasta el día de San Juan, fecha en la que regresaban al pueblo para subir a la sierra.
Durante el verano, cuando la hierba de los prados había crecido lo suficiente, los vaqueros la segaban con la guadaña y cuando estaba bien seca, era llevada hasta los desvanes de los corrales cargándola o arrastrándola con caballerías e incluso a cuestas por parte de los propios vaqueros para almacenarla ya como heno en los desvanes y así tener asegurada la alimentación de las vacas durante los meses invernales.
Cipriano picando la guadaña para segar.
Recreación. Actor: Antonio Leandro de la Calle Jiménez.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Año tras año, este era el ciclo seguido por todos los vaqueros guijeños y el caso de Cipriano no era una excepción.
En verano sus vacas pastaban en la zona de El Cuchillar mientras que en otoño permanecían cerca de la finca de El Toril donde Cipriano tenía prados y un buen corral donde encerraba a las vacas por las noches.
En invierno, se las bajaba al pueblo y las encerraba en una casilla situada en El Llano donde las tenía durante los meses más crudos para luego llevarlas durante las últimas semanas del invierno a la finca conocida como Cerca del Chorrillo, en uno de los parajes más abrigados de la sierra y donde, si el tiempo acompañaba un poco, la hierba crecía.
Desde allí, las llevaba a la dehesa donde permanecerían hasta el 24 de junio.
Corral de El Toril.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Las vacas de Cipriano eran mansas y tranquilas aunque mantenían cierto carácter o genio para poder defender a sus chotos del ataque de los numerosos lobos.
En cierta ocasión tuvo una llamada Serrana, que era bastante arisca y que hizo que su dueño protagonizase otra graciosa anécdota.
Como dijimos antes, en invierno Cipriano encerraba sus vacas en una casilla en El Llano pero tenía que sacarlas diariamente a beber a la cercana Fuente del Llano donde hay un buen pilón o lavadero al que acudían las mujeres del pueblo a lavar la ropa.
Siempre que soltaba a la vaca Serrana, Cipriano avisaba a las mujeres para que se retirasen, las cuales se subían rápidamente un poco más arriba del lavadero y no bajaban hasta que la vaca hubiese bebido.
Un día, cuando varias mujeres lavaban en el pilón, Cipriano gritó desde la casilla:
- ¡Ahí va la Serrana!
Las mujeres se retiraron pero ni la Serrana ni el resto de vacas acudieron a beber por lo que las mujeres riñeron a Cipriano que no paraba de reírse.
Hizo lo mismo otros dos días más y se repitió la misma escena, pero al tercer día avisó a las mujeres que le dijeron:
- ¡Ni Serrana ni Serrano! ¡Se deje usted de tonterías!
Sin embargo, Cipriano soltó a la Serrana y cuando las mujeres se dieron cuenta, empezaron a chillar asustando a la vaca que amenazó con tirarse a ellas, por lo que unas corrieron como pudieron y otras se metieron dentro del pilón ante las risas de tío Cipriano.
¡Ahí va la "Serrana"!
(c) Silvestre de la Calle García.
Cipriano destacó siempre por sus buenos toros, siempre más grandes que las vacas, y que solían ser aún más mansos y tranquilos que las vacas para facilitar su manejo especialmente durante su estancia invernal en los corrales.
Cuando aquellos toros eran molestados por alguna persona o por el lobo, sacaban a la luz su genio y de ahí el dicho "del toro manso me libre Dios que del bravo me libro yo".
Cada año, con motivo de las fiestas de Nuestra Señora del Socorro, que se celebraba el 8 de septiembre, existía la costumbre de celebrar la corrida del toro.
Desde finales del siglo XIX se celebra la fiesta citada el día 8 y el día 9 la de Nuestra Señora de las Angustias.
Misa en la ermita de Nuestra Señora de las Angustias. 1896.
(c) Familia de la Calle.
El día 9 de septiembre cuando el Reloj de la Villa, situado en la torre del Ayuntamiento, construido en 1841 y posteriormente conocido como Ayuntamiento Viejo y hoy Centro de Interpretación de la Reserva de Caza La Sierra, daba las 5 de la tarde, tenía lugar en la antiquísima plaza de toros de la villa la peculiar corrida del toro que era totalmente distinta a lo que puede pensarse.
El toro era cedido por alguno de los vaqueros del pueblo y era llevado a la plaza donde al verse encerrado y ante el griterío de la gente daba vueltas y corría tratando de escapar. Algún valiente le daba un pase con un improvisado capote que solía ser un saco o una vieja camisa.
Cuando el toro se cansaba, se daba por concluido el festejo y cuando la gente se había marchado el ganadero sacaba el toro de la plaza y tras dejar que bebiera en el pilón, se lo llevaba a la sierra o algún prado para que descanse por la noche.
Normalmente, el toro utilizado para estos menesteres era de Cipriano por tener la posibilidad de encerrarlo en su casilla del llano situada junto a la plaza.
El Día del Toro. 1925
En el centro, Cipriano.
(c) Familia de la Calle.
Aunque era fundamentalmente vaquero y así se definía y consideraba él mismo, Cipriano criaba también otros tipos de ganado.
Nunca faltaban en su casa las buenas bestias, fundamentalmente yeguas, las cuales eran utilizadas como animales de carga y montura puesto que el laboreo de la tierra y la trilla del cereal se realizaban con la yunta de vacas. Además, las yeguas criaban potros y muletos que, vendidos anualmente en la feria de octubre de El Barco de Ávila, constituían una de las principales fuentes de ingresos para la economía familiar puesto que un buen muleto de 6 meses valía lo mismo que varios terneros de la misma edad.
Yegua con su potrillo.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Siempre tenía Cipriano una cabra para cubrir las necesidades familiares de leche fresca ya que, como se ha dicho antes, las vacas daban poca leche y sólo se las ordeñaba durante un breve periodo.
Además, la cabra paría todos los años uno o dos chivos que se reservaban para la comida de algún día especial.
Cabra Verata con sus cabritillos recién nacidos.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Como en todas las casas del pueblo, en la de Cipriano se hacía buena matanza, cebando para ello 1 ó 2 cochinos.
Cipriano no tenía cochinas de cría puesto que estos animales daban muchísimo trabajo y bastante gasto necesitándose para su alimentación mucho suero sobrante de la elaboración del queso y en casa de Cipriano se hacía sólo el queso necesario para el consumo.
Por ello, se compraban los cochinillos cuando eran pequeños y se los engordaba hasta la matanza.
Cochino.
(c) Abel Pache Gómez.
Tampoco faltaban las gallinas para abastecer de huevos a la familia y para vender algunos a las vecinas.
Tanto las gallinas como los cochinos e incluso la cabra, estaban bajo el cuidado de Josefa puesto que los hombres no solían hacerse cargo de estos animales menores, siendo sus esposas las que se encargaban de abrir, cerrar y echar de comer a las gallinas, preparar el brebajo y limpiar la cuadra de los cochinos y de ordeñar la cabra y sacarla para que se la llevase el cabrero al campo.
El 30 de de julio de 1927, a los 64 años de edad, falleció Cipriano.
En ese momento, aunque ya la mayoría de sus hijos se habían independizado, seguía estando plenamente activo y teniendo una docena de vacas, tres caballerías y numerosas fincas.
Hizo testamento entre todos sus hijos repartiendo las vacas y caballerías de la siguiente manera:
- María: 1/7 parte de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas.
- Marceliana: 1/7 de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas.
- Trinidad: 1/7 de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas más 1 vaca valorada en 200 pesetas.
- Esperanza: 1/7 parte de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas.
- Amparo: 1/7 parte de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas.
- Antonio: 1/7 parte de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas, 1 vaca valorada en 200 pesetas y una caballería valorada en 348 pesetas.
- Agapito: 1/7 parte de nueve vacas y un caballería, por valor de 307 pesetas, 1 vaca valorada en 200 pesetas y 1 caballería valorada en 348 pesetas.
Aunque este testamento ganadero pueda parecer que no estaba compensando, Cipriano ya había entregado vacas a varios de sus hijos al contraer matrimonio y por eso decidió entregar una vaca a los hijos que aún permanecían solteros. Legó dos caballerías a sus hijos varones porque sus hijas ya disponían de caballerías propias.
Hoy en día, puede parecernos imposible e incluso gracioso que alguien con 12 vacas fuese uno de los vaqueros más poderosos del pueblo, pero tener más vacas era algo realmente impensable si tenemos en cuenta que durante el invierno, las vacas se ataban en los pesebres de las casillas, desatándolas dos veces al día para llevarlas a beber a la fuente, tarea realmente ardua.
Además, las vacas dependían de la cantidad de heno, paja y grano que pudiera almacenarse, pues el pienso era desconocido.
Inicialmente, todos los hijos de Cipriano se casaron y vivieron en el pueblo continuando con el oficio de ganaderos y labradores a excepción de Esperanza que se casó con Manuel María Cruz Aparicio, carpintero.
Por su parte, Trinidad había estudiado magisterio y desde 1917 ejercía como maestra en la escuela de niñas de la villa cacereña de Zorita.
Trinidad, que tras ser maestra en Zorita fue destinada a Junzano (Huesca) en plena guerra civil y posteriormente a Roturas (Cáceres) regresaba al pueblo cada verano para pasar las vacaciones con su madre. Su vida fue muy dura, como la de otras maestras de la época, pero a eso había que sumar su minusvalía al ser coja de nacimiento y tener una pierna 10 cm más corta que la otra.
Trinidad Jiménez Esteban.
Maestra Nacional.
(c) Familia De la Calle.
Josefa Esteban Jiménez, la esposa de Cipriano, vivió en su casa mientras pudo, siendo atendida en todo momento por su familia, especialmente por su hija Marceliana en cuya casa falleció el 24 de diciembre de 1951 a los 82 años de edad.
A la muerte de Cipriano, todos sus hijos vivían en Guijo de Santa Bárbara a excepción de María de la Paz que vivía en la vecina localidad de Jarandilla de la Vera.
Posteriormente, Esperanza se trasladó a vivir a Aldeanueva de la Vera y Agapito a Talavera de la Reina (Toledo).
El resto de los hijos de Cipriano, salvo Trinidad que vivía temporalmente como dijimos en el pueblo, permanecieron siempre en el pueblo y se dedicaron a la ganadería.
Marceliana, se casó con Alonso de la Calle Jiménez ganadero perteneciente a una de las familias más poderosas de la villa, siendo también labrador y cartero rural durante 22 años.
Marceliana y su esposo Alonso.
(c) Familia de la Calle.
Alonso fue vaquero pero ya no tenía vacas serranas, sino que se dedicó a la cría del llamado ganado morucho que no tenía nada que ver con la raza Morucha actual sino que era similar a la raza Avileña-Negra Ibérica actual aunque debido al régimen de explotación netamente extensivo y al manejo en áreas montañosas, era más pequeño.
Vaca Avileña-Negra Ibérica.
(c) Miguel Alba Vegas.
Los tres hijos de Marceliana, Benjamín, Marcelino y Antonio Leandro, fueron vaqueros como el abuelo Cipriano teniendo inicialmente vacas negras pero pasándose luego a las suizas (Frisonas), alpinas (Pardas) y cruzadas.
De los nietos de Marceliana, el único que fue ganadero fue Víctor, hijo de Benjamín, que tuvo vacas, cabras y cerdos.
Actualmente, ninguno de los descendientes de Cipriano por la rama de su hija Marceliana, es ganadero.
Vacas de Antonio Leandro de la Calle Jiménez. 1985.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Antonio Jiménez Esteban, hijo de Cipriano, casó con Dolores González Esteban, siendo inicialmente cabreros y posteriormente vaqueros de suizas.
Todos los hijos de Antonio y Dolores marcharon a vivir fuera del pueblo aunque con el paso del tiempo, su hijo Antonio regresó y durante algunos años tuvo un pequeño rebaño de ovejas.
Oveja con su cordero.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Hemos dejado para el final a Amparo Jiménez Esteban, la más ganadera de las hijas de Cipriano. Contrajo matrimonio con su primo hermano Constantino Jiménez Bermejo, hijo de Simón Jiménez Pérez, hermano de Cipriano, y de Catalina Bermejo Jiménez que, a su vez, era prima hermana de Simón y Cipriano.
Catalina con sus padres Tomás e Isabel (1885).
(c) Familia de la Calle.
Constantino Jiménez Jiménez era un hombre similar a su tío Cipriano, inteligente y trabajador, ocupando durante mucho tiempo cargos en la Administración de la Sierra y en el Ayuntamiento.
Conocido como Tío Siguerilla, fue sin lugar a dudas uno de los vaqueros guijeños más emblemáticos de todos los tiempos.
Constantino Jiménez Bermejo.
(c) Familia Jiménez.
A excepción de María Nieves, el resto de los hijos de Constantino y Amparo, Jesús, Cipriano, Constantino y Asunción fueron ganaderos, concretamente vaqueros como su padre y sus abuelos.
Curiosamente, aunque Constantino (padre) fue uno de los más enérgicos detractores de la vaca suiza cuando introdujo la raza en Guijo de Santa Bárbara el ganadero Ángel de la Calle Jiménez, todos sus hijos se dedicarían a la cría de vacas suizas siendo Jesús Jiménez Jiménez, conocido como Tío Cacharro, el vaquero de suizas más importante, seguido de sus hermanos.
Vaca suiza.
(c) Pilar Domínguez Castellano.
Sin embargo, nunca abandonaron las vacas negras y posteriormente las cruzadas, siendo algunos nietos de Constantino, y por lo tanto bisnietos de Cipriano, los principales vaqueros guijeños de los últimos tiempos e incluso en la actualidad como Simón Jiménez Castañares, hijo de Cipriano y recientemente jubilado y los hermanos José y Jesús Vicente Jiménez, hijos de Asunción y conocidos como Los Patachulas, que tiene un gran número de vacas trashumantes.
También, aunque esta sea una familia de vaqueros, hay en ella un cabrero en la actualidad. Se trata de Teodoro Jiménez Castañares, hijo de Cipriano Jiménez Jiménez, que mantiene un hatajo de preciosas cabras de raza Florida.
Pero no acaba aquí la cosa pues, ya hay tataranietos de Cipriano y bisnietos de Amparo, que se dedican a la ganadería. Ambos son nietos de Cipriano Jiménez Jiménez. Uno de ellos es Miguel Jiménez de la Calle, hijo de Simón Jiménez Castañares y el otro es su primo Carlos Jiménez Hidalgo, hijo de Cipriano Jiménez Castañares.
Aunque Cipriano falleció, como ya se ha dicho, el 30 de julio de 1927 y sus restos reposan en la ermita de Nuestra Señora de las Angustias, y sus hijos y nietos ya han fallecido a excepción de su nieta Trinidad Jiménez González la cual ni siquiera conoció a su abuelo, podemos aún escribir toda la historia del mítico AGÜELO CIPRIANO pero....¿Cómo es esto posible?
Pues gracias a su nieto Antonio Leandro de la Calle Jiménez (1924-2022) que, aunque apenas conoció a su abuelo, se preocupó mucho de hablar con su madre y su abuela y de conocer todo aquello relativo a su abuelo.
Y ¿Por qué titulo yo este artículo así? Pues porque soy hijo de Alonso de la Calle Hidalgo, nieto de Antonio Leandro de la Calle Jiménez, bisnieto de Marceliana Jiménez Esteban y TATARANIETO DE CIPRIANO JIMÉNEZ PÉREZ.
Pasé mi vida hasta hace dos años oyendo a mi abuelo habar del agüelo Cipriano y por eso quiero dedicar este artículo a la memoria de los dos.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.
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