LA VIDA DE LOS CABREROS DE AYER, DE HOY Y DE MAÑANA.
La vida de todos los ganaderos y trabajadores del campo en general, pero de los cabreros en particular, ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, especialmente en los últimos 100 años.
Decir que la vida de los cabreros de hoy es más sencilla que la de los cabreros de ayer, es algo incorrecto puesto que con el paso del tiempo se han solucionado unos problemas pero han aparecido otros nuevos mientras que algunos se mantienen y mantendrán siempre de manera parecida.
LOS CABREROS DE AYER.
Con la frase que sirve de título a este epígrafe, nos referimos a la vida de aquellos cabreros de hace 40, 50, 60...o 100 años.
Sin embargo, esto no es algo fijo porque en pleno siglo XXI ha habido en algunas regiones montañosas cabreros que, manteniendo a su ganado en sistemas extensivos y trashumantes o trasterminantes, han llevado una vida similar por no decir idéntica a la de los cabreros de tiempos ya lejanos.
Este sería el caso de tío Paulino, Paulino Gargantilla Serrano (1929-2014), de la localidad cacereña de Jerte y al que dedicamos un artículo en cierta ocasión:
Tío Paulino ordeñando una cabra.
El Melocotón, Tornavacas (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Aunque de una manera más dulcificada o "evolucionada" la misma vida llevó tía Benigna, Benigna Juliana Blázquez Garro (1935-2021) en la localidad abulense de Guisando y que fue una de las últimas cabreras verdaderamente trashumantes de la Sierra de Gredos. También le dedicamos en cierta ocasión un artículo.
Tía Benigna haciendo el queso.
La Lancha, Guisando (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Pero ¿Cómo era el día a día de un cabrero de aquellos tiempos antiguos a los que nos hemos referido?
Antes de amanecer, cuando los gallos ya empezaban a cantar barruntando el día, los cabreros se levantaban de su cama en la confortable casa del pueblo.
Normalmente, las mujeres de la casa eran las primeras en levantarse y en comenzar a preparar la lumbre y el desayuno, consistente normalmente en las sopas que hubiesen sobrado de la noche anterior o bien en un tazón de leche migada con pan.
El café tardaría bastante en llegar a las casas cabreras como todos aquellos productos que no se podían cultivar o criar en el pueblo.
Cocina tradicional en una casa de cabreros.
Casa de Tía Bruna. Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Después de desayunar, el cabrero miraba por la ventana de la cocina para asegurarse de cómo estaba el tiempo o "la orilla", aunque habiendo visto las nubes el día anterior al caer la tarde, sabía perfectamente el tiempo que iba a hacer.
Si iba a hacer frío, el cabrero cogía la manta de lana con rayas blancas y pardas pues abrigaba y no era excesivamente pesada, pero si llovía o podía hacerlo a lo largo del día, el cabrero prefería llevar el berrendo, manta de lana tejida muy apretada y con rayas de varios colores. Aunque el berrendo era más pesado que la manta, si se colocaba bien y se prendía con un alfiler grueso hecho con las varillas de los paraguas antiguos, era como un moderno impermeable.
Además de eso, el cabrero cogía su morral o bolso de cuero con la comida para el día. Le tocaría comer "a seco" en el campo: pan, tocino, morcilla y algunos tasajos.
Cabrero junto al berrendo y el morral.
Casa de Tía Bruna. Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Así salía a la calle y cuando aún no había amanecido, ya partía para el corral, majada o enramada caminando por los estrechos y empinados caminos empedrados tardando a veces 1 hora o más en llegar.
Gonzalo Vergara con su burra.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Solían ser edificios de construcción menos cuidada que las casas del pueblo aunque cumplían perfectamente su función contando con una cocina y un par de alcobas además de una planta superior que se utilizaba como secadero de castañas y almacén y como dormitorio extra si hacía falta.
Casilla de Tío Esteban y tía Quintina.
La Cerquilla. Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
En los tiempos más antiguos, se utilizaba un peculiar recipiente denominado "cuerna" por estar fabricado con la sección más ancha y cercada a la base del cuerno de un buey, vaca o toro, cerrando la parte más estrecha con un corcho y colocando una tira de cuero que hacía las veces de asa.
Para ordeñar, se sujetaba la cuerna con una mano por el asa y con la otra mano se ordeñaba primero una teta de la cabra y luego la otra.
Ordeñando una cabra en la cuerna.
Las Sanchas, Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Los cubos permitían apoyarlos en el suelo y ordeñar a dos manos lo que suponía un gran ahorro de trabajo.
Juan Antonio Rodríguez Vidal ordeñando a mano en cubo metálico.
Los Manzorreros, Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
Si el rebaño o piara no era muy grande, una sola persona podía realizar el ordeño sin problema. Un rebaño medio de 100 animales, contaba con 70 u 80 cabras adultas, 10-15 chivas, 2-3 machos y 1-2 chivos. De las 70-80 cabras adultas, es probable que sólo diesen leche unas 50 debido a a que algunas se quedaban horras (no parían), abortaban y no "entraban en leche", dejaban de dar leche pronto (se ajugaban)...
No obstante, si había muchas cabras que ordeñar, ayudaban los hijos, la madre y en ocasiones los cabreros o criados que se tuviesen contratados.
Tía Julia ordeñando.
El Matón, Tornavacas (Cáceres)
(c) Familia Gargantilla Cuesta.
Una ver llenado el recipiente, se iba vaciaba la leche en un cántaro metálico empleado para transportar la leche desde la majada al pueblo cargado en las aguaderas que se colocaban sobre el aparejo o albarda del burro.
Un burro podía llevar cuatro cántaros cuya capacidad oscilaba entre 20 y 40 cuartillos (10-20 litros). Si había más leche, a menudo no se utilizaban dos bestias para el transporte, sino que la leche sobrante se echaba en cántaros más pequeños que la persona transportaba en las alforjas.
En ocasiones, cuando los cabreros vivían en las casillas, hacían el queso allí mismo sin necesidad de bajar la leche hasta el pueblo. Una vez a la semana, o varias dependiendo de la cantidad de queso elaborado, algún miembro de la familia bajaba hasta el pueblo para vender el queso y aprovechar para comprar pan, si este no se hacía en la propia casilla, y para subir patatas, aceite, sal y otras cosas que hiciesen falta.
En caso de no ser así, se bajaba la leche al pueblo y se elaboraba el queso en casa, conservándolo fresco en la bodega.
Sobre la elaboración del queso, publicamos hace tiempo un interesante artículo:
Quesos recién hechos.
El Matón, Tornavacas (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
El queso se vendía entre los 2-3 y 7 días posteriores a su elaboración, pudiendo consumirlo tal cual o dejándolo secar u orear durante algunos días más. Esto ya era cuestión del comprador, generalmente compradora, que lo curaba a su gusto en la bodega de su casa. Ocasionalmente, una vez oreados, los quesos se embadurnaban con una capa de manteca de cerdo y se metían en ollas de barro que se llenaban con aceite para así conservarlo durante meses y mejorar su sabor ya de por sí exquisito.
Cada cabrera vendía el queso en su propia casa o lo llevaba personalmente casa por casa a una serie de clientes fijos aunque en ocasiones eran vendido a revendedores que lo llevaban a vender una vez curado a grandes mercados.
Quesos fresco y curados.
(c) Silvestre de la Calle García.
Puede parecer una labor sencilla, pero se requerían grandes conocimientos para establecer el careo diario en función del día, la climatología, la época del año, el estado de los animales...
En invierno, se pastaba siempre en las dehesas o en las zonas bajas cercanas a los pueblos, a menudo soportando el frío, la lluvia y la nieve.
Tío Julián con su piara de cabras en invierno.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Durante la primavera y el otoño, las cabras pastaban en zonas de media montaña donde encontraban una variada dieta primaveral a base de renuevos de los árboles, hojas tiernas, flores...mientras que en otoño disfrutaban de las deliciosas y nutritivas bellotas y otros frutos del bosque, además de alimentarse en ambas estaciones de la hierba tierna brotada tras las lluvias y de matorrales siempre verdes como las zarzas o las hiedras.
Cabrero con su piara en un robledal.
Cuacos de Yuste (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cabras en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Careas Castellano-Manchegos.
Lagartera (Toledo).
(c) Javier Bernal Corral.
Pero los careas poco podían hacer para defender a las cabras del mayor peligro: el lobo.
Estos animales podían causar auténticas masacres en un rebaño o piara si el pastor no estaba atento y si no contaba con la ayuda de un buen mastín, perro lento y de gran tamaño que con su potente ladrido era capaz de ahuyentar a los lobos y que, llegado el caso, no dudaba en enfrentarse cara a cara con el lobo. Para protegerlos, el cabrero les colocaba al cuello collares de hierro, conocidos como carlancas o "carranclas", provistos fuertes pinchos.
Mastín con carlanca.
El Barco de Ávila (Ávila)
(c) Óscar Martín.
El cabrero pasaba todo el día en el campo con las cabras. Si no tenía ayuda de los hijos o no podía contratar a un criado o cabrero, tenía que dedicarse exclusivamente a las cabras y no podía cultivar ni siquiera un pequeño huerto para el abastecimiento familiar.
A menudo, en caso de que el padre tuviese que hacer algo en las fincas, las cabras eran cuidadas por los niños desde que tenía 7 u 8 años, por el criado o por el abuelo.
Tío Antonio Leandro de la Calle con las cabras.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Durante las horas centrales del día, las cabras solían echarse un rato a sestear y el cabrero aprovechaba para sacar del morral la comida para sentarse en alguna piedra "cómoda" y comer tranquillo mientras las cabras rumiaban. Esto no era siempre posible, ya que las cabras en ocasiones no paraban en todo el día.
Cabrero descansando mientras las cabras "sestean".
Cuacos de Yuste (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Al caer la tarde, el cabrero regresaba a la majada procurando que no se hiciese de noche si tenía que ordeñar, lo cual se hacía cuando las cabras daban mucha leche.
Después, dejaba las cabras en el corral al cuidado de los perros aunque en ocasiones y si el tiempo era bueno, se llegaba a sacar a las cabras un rato más después del ordeño, práctica conocida como repasto o repasteo, si bien esto sólo se hacía si el cabrero vivía en la casilla junto a la majada y no tenía que bajar al pueblo pues de lo contrario, debía aparejar al burro, cargar los cántaros y bajar hasta el pueblo o bien llevarse la leche en las alforjas si había ordeñado poca cantidad.
Cabrero regresando a la majada.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Ni siquiera los jóvenes podían acudir al baile o estar en el pueblo durante las fiestas lo que dificultaba poder "hablar con las muchachas" siendo la mayoría de los matrimonios concertados por las madres y abuelas de los jóvenes.
La vida familiar era también muy dura. Las mujeres apenas veían a sus maridos y los niños pequeños prácticamente no conocían a su padre hasta que tenían varios años y aguantaban despiertos hasta que este llegaba.
Llegar a casa de día era raro para el cabrero.
Casa de Tía Bruna. Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cabras junto al chozo.
El Melocotón, Tornavacas (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Los cabreros y sus familias vivían entonces en chozos, construcciones circulares con muro de piedra y techumbre formada por un armazón cónico de madera cubierto con escoba o piorno (chozos de horma) o bien construcciones de materia enteramente vegetal (chozos de pie).
En los chozos, chozas...los cabreros llevaban una vida similar a la que llevaban en el pueblo o en las casillas de las majadas pero ajustada a las dimensiones del reducido habitáculo que contaba únicamente con un espacio que hacía las veces de cocina y dormitorio.
Teodora Leal junto a su choza.
Pimesaíllo, Guijo de Santa Bárbara.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Muchas veces se aprovechaban pequeñas cuevas u oquedades naturales entre las rocas para construir tales "edificios".
Quesera de Tía Flora.
El Galayo, Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Hasta finales del verano o principios del otoño, los cabreros no regresarían a las zonas bajas para continuar con la vida ya descrita.
Pimesaíllo. 1982.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Los cabreros debían estar especialmente pendientes y revisar cada mañana una por una a cada cabra preñada para ver si mostraba síntomas de que el parto era inminente: ubre cargada, órganos genitales inflamados...
Estas cabras solían dejarse en el corral para que pariesen a salvo de los zorros, águilas, lobos y otros depredadores pero si surgía alguna complicación y no podían ser atendidas al no haber nadie con ellas, se corría el riesgo de que muriesen la madre y la cría por lo que muchas veces el cabrero se las llevaba al campo y parían sobre la marcha.
Cabra recién parida.
Robledillo de la Vera.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Cabrero con los cabritos en las alforjas.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
De esta manera estaban protegidos del ataque de los zorros, las águilas y los lobos. Eran amamantados por las cabras durante la noche.
Cabritillo mamando.
Robledillo de la Vera (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Generalmente, los cabritos se vendían directamente a carniceros locales o de los pueblos vecinos que, a menudo acudían a las propias majadas para comprarlos, pesando cada cabrito con la romana y pagando al cabrero el dinero correspondiente.
Sin embargo, en otras ocasiones, generalmente cuando no se tenían muchas cabras, el propio cabrero mataba los cabritos en casa y se los vendía directamente a los clientes previo encargado.
Cabrero camino del pueblo con dos cabritos.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Para controlar el momento en el que debían parir las cabras, se recurría al "enmandilado" de los machos, práctica consistente en colocarles un mandil de tela, cuero, esparto...atado en la tripa para que no pudiesen cubrir a las cabras.
Pequeño rebaño de cabras.
En el centro, macho "enmandilado".
Casas del Puerto (Ávila).
(c) Alexis Hernández Llorente.
A grandes rasgos, hemos descrito aquí la vida de los cabreros "profesionales" del centro-sur de España, si bien la vida de los cabreros de otras regiones españolas era muy similar, desde las serranías andaluzas al Sistema Central o desde los Pirineos a la Cordillera Cantábrica.
Existían también cabreros más modestos que, en lugar de tener rebaños o piaras de cierto tamaño, superiores a un centenar de cabeza, mantenían pequeños rebaños de 20-30 cabras y que rara vez superaban las 50 cabezas e incluso muchas familias que mantenían lotes aún menores que oscilaban entre 1 y 5 cabras para cubrir las necesidades familiares de leche fresca o como complemento de otras especies ganaderas o de la agricultura.
Estos pequeños rebaños eran cuidados por sus propietarios o bien mediante diversos sistemas de pastoreo comunal desde aquellos rebaños comunales o concejiles que funcionaban en régimen de vecera o dula en los que se cuidaba al ganado por turno en función de las cabezas que cada ganadero poseía a aquellos que eran cuidados por un pastor asalariado.
Las "Cabras Caseras"
Piara comunal de cabras de Guijo de Santa Bárbara. 1960.
(c) Foto cedida por Concha Jiménez.
LOS CABREROS DE HOY.
La ganadería caprina sigue teniendo una gran importancia en España, si bien se ha pasado de los más de 6 millones de cabezas en los años 40 del siglo XX a prácticamente la mitad.
Las explotaciones son actualmente de mayor tamaño y en la mayoría de los casos se encuentran muy tecnificadas aunque existen todavía bastantes rebaños de cabras en zonas montañosas que son manejados de forma muy tradicional.
Rebaño de cabras Guisanderas.
Guisando (Ávila)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
La inmensa mayoría de los cabreros vive hoy en día en casas modernas con todas las comodidades y en el caso de residir temporalmente en la montaña o en las fincas en las que pasta en rebaño, cuentan con modernas casetas convenientemente aisladas y generalmente con agua corriente y electricidad bien desde la propia red o utilizando generadores mecánicos o mediante energía solar.
Los antiguos chozos se utilizan ya como almacenes para el pienso y otros productos.
Vivienda temporal de una familia cabrera.
La Lancha, Guisando (Ávila).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
La mayoría de las explotaciones cuentan con salas de ordeño mecánico que facilitan mucho el trabajo y permiten que la leche pase rápidamente desde la propia ubre de la cabra a los tanques de refrigeración hasta ser recogida por la industria transformadora.
Las salas de ordeño con sistemas más tecnificados, permiten conocer la producción diaria y acumulada a lo largo de la lactación de cada cabra, lo que favorece la selección de las razas.
No obstante, aunque esto sea un gran avance, el ganadero debe estar presente durante el ordeño.
María Isabel Sánchez Vadillo en su sala de ordeño.
Candeleda (Ávila)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Respecto al manejo, muchos rebaños de alta producción son explotados en sistemas intensivos sin salir al pastoreo o haciéndolo sobre praderas artificiales debidamente cercadas.
Pero una gran mayoría de rebaños siguen siendo explotados de forma extensiva o semiextensiva, pastando algunas veces en grandes fincas cercadas y otras veces en terrenos abiertos de propiedad pública o privada.
En tales casos, el cabrero debe permanecer durante todo el día con el ganado para evitar cualquier contratiempo especialmente en aquellas zonas donde habitan depredadores como los lobos.
Fidel García con sus cabras.
Guisando (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.
Cabras pastando en el monte.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alejandro Torralvo Gutiérrez.
Muchos ganaderos utilizan ya tecnología GPS para controlar al ganado a distancia con una aplicación instalada en el teléfono móvil. Esto permite conocer dónde están los animales en cada momento, existiendo incluso la posibilidad de colocar collares que emiten pulsos eléctricos para impedir a los animales alejarse más de un límite establecido por el ganadero.
Esto permite al ganadero dejar al ganado libre cuando tiene que realizar diversas gestiones en las oficinas veterinarias. Algunas pueden realizarse por internet pero muchas veces en el campo no hay cobertura y el ganadero debe realizarlas desde casa o desde la majada mientras las cabras están en el monte.
Cabra con collar GPS.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alejandro Torralvo Gutiérrez.
Aunque muchas cabras son manejadas de forma extensiva, su alimentación ya no depende exclusivamente del pasto sino que se les da pienso, subproductos agrícolas, paja y forrajes desecados, sal...
De esta forma se consigue mejorar su producción de carne y/o leche.
Actualmente, la suplementación alimentaria del ganado es cada vez más complicada debido al constante aumento de los precios.
Ibai Menoyo dando de comer a sus cabras Azpigorri.
Zaratamo (Bizkaia)
(c) Familia Menoyo.
Ayudando a parir a una cabra.
Zaratamo (Bizkaia)
(c) Ibai Menoyo Aguirre.
El mayor cambio se ha producido a la hora de comercializar los productos pues ya no es legal la venta de leche fresca, de queso elaborado de manera artesanal ni de cabritos sacrificados por el propio ganadero.
La leche debe ser entregada a la industria transformadora y los cabritos deben ser vendidos y sacrificados en mataderos autorizados que, en muchas ocasiones, están lejos de las zonas de producción.
Si antes el cabrero era el que ponía el precio a sus productos, hoy es la industria la que fija los precios de la leche y de los cabritos teniendo el cabrero que aceptar si quiere comercializar sus productos de una manera legal y segura.
Los precios fluctúan según la ley de la oferta y la demanda pero al haber varios intermediarios entre el productor y el consumidor, el precio percibido por el primero siempre es bastante bajo para que el consumidor no tenga que pagar precios prohibitivos por la carne, la leche o el queso.
Cabritos de raza Guisandera.
Las Herrezuelas, Guisando (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.
También se han producido grandes cambios en la identificación y sanidad del ganado.
Antiguamente, cada ganadero conocía perfectamente a sus cabras y las marcaba mediante señales realizando cortes diversos en las orejas. Cada ganadero tenía una señal diferente a las de sus vecinos y todos conocían la de los demás, evitando así confusiones.
Sin embargo, el ganado no estaba oficialmente declarado en ningún documento oficial.
Hoy en día, cada ganadero cuenta con un código de explotación y una cartilla ganadera donde aparece cada animal con su propio número identificativo que aparece también en los crotales termoplásticos que cada cabra lleva en las orejas.
Cabrita con crotal en la oreja.
Ramales de la Victoria (Cantabria)
(c) Gaspar Guas Fernández.
El ganado caprino está sujeto a un riguroso control sanitario, debiendo los ganaderos realizar a lo largo del año diversas campañas de saneamiento, vacunaciones, desparasitaciones...
Todos aquellos animales afectados por alguna enfermedad detectada en los saneamientos, deben ser retirados y en ocasiones, el rebaño completo debe ser sacrificado.
Alejandro Torralvo con sus cabras.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Se reciben ayudas de la Unión Europea mediante la llamada PAC (Política Agraria Comunitaria) en función de diversos conceptos, así como subvenciones específicas por mantener razas en peligro de extinción.
Sin embargo, muchos son los ganaderos que opinan que estas políticas no son adecuadas y que la solución estriba en ajustar los precios de los productos.
Cabra Verata, raza en peligro de extinción.
Candeleda (Ávila)
(c) Silvestre de la Calle García.
Nadie mejor que un cabrero de hoy en día para contar la vida del cabrero y la situación del sector de primera mano.
Alejandro Torralvo Gutiérrez (n. 1998) es un cabrero y vaquero de la localidad cacereña de Guijo de Santa Bárbara.
Alejandro Torralvo Gutiérrez con un macho Verato.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
"Me llamo Alejandro Torralvo Gutiérrez y soy cabrero en Guijo de Santa Bárbara. Tengo unas 300 cabras de raza Verata. Me he criado entre ellas porque mi padre y mi abuelo fueron siempre cabreros y de ellos he aprendido todo lo que se.
Aunque estudié, llegó un momento en el que decidí hacerme cargo de las cabras y seguir así con la tradición familiar.
Mis cabras pastan en la sierra de Guijo de Santa Bárbara donde soy ya el último cabrero con piara grande. Quedan otros compañeros con hatajos más pequeños pero piara grande sólo esta.
La mayor parte del año las cabras están en la finca de Santonuncio donde tengo la sala de ordeño. Sólo las cabras que no se ordeñan durante algún tiempo, las chivas y los machos pasan parte del año en otra zona de la sierra en un majal en el sitio del Coronito.
La mayoría de mis cabras son Veratas, que es una raza muy buena para carne pero da menos leche que otras razas. Es la autóctona de aquí y la que mejor se adapta a vivir en la sierra.
Mis ingresos proceden de la venta de leche y cabritos aunque también cobro subvención que ayuda bastante teniendo en cuenta que los precios de la leche y los cabritos son bajos y los de los piensos y demás son cada vez más altos. Yo preferiría no cobrar subvención y que me pagasen el precio justo por la leche y los cabritos, pero así funciona esto.
La vida de los cabreros, según me contaba mi abuelo, ha cambiado mucho pero en algunas cosas yo no sé si para mejor o para peor.
Antes se pasaban muchas penas porque había que sacar a las cabras todos los días al campo pero ahora se las puede echar pienso y dejarlas cerradas si está el tiempo malo. Ya vivimos en buenas casas y no en chozas durante parte del año y tenemos coches y no burros.
Pero ahora hay muchas normativas: papeleos, saneamientos, dificultades para vender.
Antes se vendían los quesos en casa y muchos cabritos también pero eso hoy es imposible.
Sin embargo, yo hago esto con gran ilusión y aunque sea difícil seguiré adelante mientras pueda porque es lo que me han dejado mis antepasados.
Alejandro y su padre colocando un cencerro a una cabra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
A MODO DE EPÍLOGO.
Como muchos lectores ya sabrán, las cabras son animales muy especiales para mí pues tengo raíces cabreras tal y como explicaba en un artículo publicado hace unas semanas.
El autor con un macho Verato.
Candeleda (Ávila)
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Decir el nombre de todos ellos, es complicado por cuestiones de espacio, por lo que voy a dedicar este artículo especialmente a tres jovencísimos cabreros sobre los que escribí un emotivo artículo en su momento y que vale la pena leer (ver: https://elcuadernodesilvestre.blogspot.com/2023/09/nacidos-entre-azpigorris.html).
Me refiero a Oinatz y Edune Aguirre Ealo y a Elaia Seoane Menoyo. Estos jovencísimos "cabreros" serán los CABREROS DE MAÑANA y los que contribuirán a mantener viva la cultura de los cabreros.
Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.
¡¡Precioso artículo Silvestre!!
ResponderEliminar¡Eskerrik asko, Enara!
EliminarBuen artículo !!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias
EliminarEstupendo artículo y yo como Guisandera y descendiente de cabreros me alegro que se reconozca el laborioso trabajo de l Cabrero... Ojalá sigan manteniendo xuchos años ésa profesión...Mi reconocimiento a todos ellos, y especialmente a Fidelito y Carlos x mantener sus cabras Guisandesas.
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