UNA CABRA POR VECINO, 3 PESETAS.
El ganado caprino ha tenido una gran importancia en España a lo largo del tiempo pero especialmente en las épocas de penuria como la dura posguerra vivida tras la Guerra Civil cuando la cabra, conocida popularmente como la vaca del pobre, fue decisiva para salvar muchas vidas a lo largo y ancho del país y especialmente en los pueblos situados en zonas montañosas como Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
Cabra Verata.
Ganadería Alejandro Torralvo Gutiérrez.
Guijo de Santa Bárbara (Cáceres).
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Durante siglos, los habitantes de este pequeño pueblo situado en el centro de la comarca de La Vera, al noreste de Cáceres y en las estribaciones meridionales de la Sierra de Gredos, han basado su economía en la ganadería, actividad que era complementada con la agricultura.
Desde tiempo inmemorial, las piaras de cabras constituían el pilar más sólido de la economía de numerosas familias que tenían en la venta de queso, cabritos y cabras carniceras, su principal, cuando no única, fuente de ingresos.
En 1939, recién acabada la Guerra Civil, se produjo en las dehesas del Campo Arañuelo y La Vera una terrible epidemia de gripe (fiebre aftosa).
Esta enfermedad del ganado no es equivalente a la gripe humana sino que produce a los animales heridas en la boca, las articulaciones, los órganos genitales...dificultando su alimento y movimientos y reduciendo ostensiblemente su producción.
Muchos ganaderos de Guijo de Santa Bárbara, que pasaban la primavera en dichas dehesas, vieron como su ganado, fundamentalmente vacuno, se veía afectado por la epidemia. Decidieron entonces los ganaderos pedir permiso a la Administración de la Dehesa Sierra de Jaranda de Guijo de Santa Bárbara para que el ganado pudiese subir antes de la fecha acostumbrada.
Tradicionalmente, todo el ganado vacuno debía ser sacado de la Sierra durante la primavera, quedando terminantemente prohibida su entrada hasta el 24 de junio. Únicamente las vacas de yunta, vacas domadas para el trabajo, podían permanecer en la Sierra, pero las últimas desaparecieron en 1930.
Esta medida no afectaba a las cabras y a las caballerías de labor, que podían pastar siempre y cuando respetasen unos límites o rayas con el fin de reservar los pastos de las zonas más altas para ser aprovechados durante el verano o agostadero. Las caballerías de labor, aunque eran ganado, tenían una consideración especial por utilizarse como medio de transporte de personas y cargas y para la realización de todo tipo de tareas agrícolas desde arar la tierra a trillar el cereal.
Gonzalo Vicente Rodríguez trillando cebada en la Era de Abajo del Llano.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Al tener que sacar a las vacas de la Sierra, los ganaderos que no poseían grandes corrales para alojar al ganado durante la noche ni tierras propias suficientes para dedicarlas a prados y pastos, se veían obligados a trasladar sus vacas a las dehesas de las zonas bajas donde permanecían toda la primavera. Además, esto les permitía reservar la hierba de los prados para segarla y poder recoger en verano heno para alimentar al ganado en invierno.
Pero ante la situación que se vivía en 1939, se decidió adelantar la subida de las vacas y la entrada del resto del ganado a las zonas altas de la Sierra, debiendo pagar los cabreros 3 pesetas por cada cabra que tuviesen pastando durante el verano y el otoño (agostadero) y los vaqueros 21 pesetas por cada vaca en el mismo periodo.
No obstante, se acordó que, si la epidemia persistía, los cabreros pagasen 2 pesetas y los vaqueros 16.
Llegado el invierno, el ganado podría seguir pastando en la Sierra a razón de 1,50 pesetas por cabra y 9 por vaca o caballería.
Al llegar la primavera de 1940, las dehesas estaban libres de la epidemia por lo que se acordó prohibir nuevamente el pastoreo de vacas en la Sierra pero además, se prohibió el pastoreo de cabras con el fin de reservar los pastos.
Únicamente, se permitió el pastoreo de caballerías de labor por considerarse fundamentales para la realización de trabajos agrícolas.
Las cabras deberían ser sacadas de la Sierra y pastar únicamente en El Coto, terreno de unas 200 hectáreas propiedad del Ayuntamiento. Mantener más de 3.000 cabras en un terreno tan pequeño era complicado, por lo que la mayoría de los vecinos decidieron arrendar pastos en la vecina localidad de Jarandilla.
Ante la gran situación de penuria que se vivía debido a la recién finalizada Guerra y a los daños ocasionados en la cabaña ganadera guijeña por la epidemia de gripe, la Administración de la Dehesa Sierra de Jaranda, acordó que cada vecino del pueblo podría tener una cabra pastando en la Sierra durante la primavera pagando 3 pesetas.
Cabra pastando en la Sierra.
(c) Silvestre de la Calle García.
La palabra vecino, no era sinónimo de habitante, sino que significaba cabeza de familia, considerándose como tal todo varón mayor de edad sin importar su estado civil y a las mujeres viudas.
Según los cálculos aproximados de los tratadistas, en los pueblos solía haber entre 4 y 5 habitantes por cada vecino ya que aunque muchas mujeres viudas vivían solas y muchos hombres mayores vivían únicamente con sus esposas al haberse independizado ya sus hijos, eran frecuentes los vecinos jóvenes fuesen cabezas de familia integradas por 10 ó 12 personas.
Se decidió tomar esta decisión porque la leche de cabra era considerada como un alimento básico, consumiéndose en fresco o utilizándose para la elaboración de platos como las sopas canas, postres diversos, dulces y por supuesto para la elaboración del queso, cuya venta era, como ya dijimos un sólido pilar de la economía guijeña.
En épocas de penuria o cuando la leche escaseaba por cualquier circunstancia, se reservaba especialmente para la alimentación de los niños pequeños, los enfermos y los ancianos debido a su gran valor nutricional.
Tradicionalmente, en Guijo de Santa Bárbara, los vaqueros, algunos labradores y muchas personas mayores que ya no podían dedicarse profesionalmente a la ganadería, tenían 1 ó 2 cabras para abastecerse de leche, las cuales eran conocidas como cabras caseras por mantenerse en la cuadra que, normalmente, estaba en la planta baja de la casa.
Con estas cabras se formaba una piara que era recogida cada mañana por un cabrero y llevada a pastar al Coto municipal antes mencionado, donde podían permanecer todo el día pastando sin coste alguno, regresando al atardecer al pueblo. Al llegar a la entrada del pueblo, cada cabra iba a su casa sin que el cabrero tuviese que preocuparse de ir a llevarlas casa por casa.
Pero las cabras caseras no podían entrar en la Sierra bajo ningún concepto, aunque en fechas posteriores, el Ayuntamiento y la Sierra realizaron un acuerdo para que las cabras caseras y otros animales pudieran pastar en la Sierra sin coste.
En 1940 la piara de cabras caseras, que rara vez superó las 60 u 80 cabezas, llegó a ser mucho más numerosa puesto que no pocos cabreros decidieron echar una de sus cabras, con la piara de las caseras.
Ciertamente, la medida tomada por la Administración de la Sierra, fue muy bien aceptada por todos los vecinos que poseían cabras, especialmente los que sólo tenían un ejemplar que, en contra de lo que pueda pensarse, eran bastantes.
Ordeñando una cabra.
(c) Alonso de la Calle Hidalgo.
Al terminar la primavera, todo volvió a la normalidad y la piara de cabras caseras volvió a ser lo que era anteriormente, existiendo como tal hasta comienzos de los años 70 cuando la mayoría de los vecinos decidieron no tener cabra casera porque era más cómodo ser vecero de vaqueras del pueblo que tenían vacas suizas y vendían leche en sus casas a precios verdaderamente económicos.
Cuando estamos ya pasando el primer cuarto del siglo XXI y en un momento en el que la mayoría de las personas consumen leche envasada adquirida en el mercado y no leche fresca, todo lo relatado en este artículo puede parecer un cuento o algo de épocas pasadas que ya no interesa a nadie pero lo cierto es que forma parte de la historia de nuestros antepasados y de nosotros mismos y merece que lo recordemos y se lo transmitamos a las generaciones futuras. A fin de cuentas, este artículo y este blog son escritos por un Cronista Oficial al que le corresponde ser un guardián de la memoria en los tiempos que corren.
Fdo: Silvestre de la Calle García.
Cronista Oficial de la Villa de Guijo de Santa Bárbara.
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